Las tragedias humildes

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Title
Las tragedias humildes
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
' IA de al-.ri1. Bosque· de La Isabela. En un cielo turoues.a el sol: luces de hoguera a traves de lo~ árboles en floración prima"" 'veral; sed de invierno en la tierra. Caña y nipa ag'rietadas, son brevf'.! fábrica de la vivienda pseudo-lacustre del hachero. Sobre un pozo de barro, ,mosq~Ítos ·y tabanos evolucionan frenécticos persiguiendo dos enormes cuernos que parecen nacer del légmo. Es' un carabao en el baño.. Silva un reptil: la culebra que se acerca. Desbandada general en la menuda tropa de lagartijas: comadres al sol en mercado de piedras y hierba. L~ Naturaleza escucha sus latidos. El silencio rotundo es turbado por leiana canción que rasga la distancia con dejos de ukalele: "Carabao que lentamente con paso tardo y cansino vas rumiando tu destino bajo el sol incandescente: por tu figura doliente, . negra y triste cual tu sino ten compasión de la .gente que encuentres en el camino ... Carabao, que lentamente acongojado x cansino vas en busca de la fuente ... Una voz de niño ahoga el eco de la última estrofa. -Padre: ¿Quién canta? Del bajay salió la voz, y es la del hijo del hachero que está enfermo. -Calla, N oling. Conviene que duermas. El hombre, en cuclillas y descalzo, arropl\- al niño con un trapo. Doblado sobre la rodilla tiene el fin del escaso calzon; raída es la camisteta que cubre su torso de bronc;:e, y como él esta oscura, por el amasijo que en ella· hicieron el tiempo y el trabajo presididos por fa pobreza. Largas ho·~as de sufrimiento atesora su rostro de padre; inquieta es la mirad3: de .sus ojillos acariciando alternos al niño y la esperanza. ,.-Padre: cántame lo del carabao ... Y el hombre murm-ura: "Carabao que lentamente' vas en busca de la fuente oon fervor de peregrino y dolor de penitente: ten compasión de la gente que éncuentres por el camino." II Desciende el sol cori solemnidad digna de ser llevada a una lámina geográfica:_ imponente disco de oro rutilante; rayos geométricos; luz de volcán; lejano erizo de fuego que ·se oculta cuahdo sobreviene la noche. , Plácido y dulce, grandioso y bello, el atardecer en el bosque tiene luces de la sonrisa de ·Dios. Melancólica. muestra- de la vida del hachero que vela al enfermo, es el humilde silencio que mana del bajay en -armonía con la húmeda tristeza que brota' de la tierra. -Padre: tengo mucho frío ... El hombre arropa al niño. El sol dejó su fuego en la frente del hijo, y la noche puso un escalofrío tenebroso en su cuerpo. La pobreza tiene amarguras de cicuta en la aspera soledad que atesora el alma al huir la esperanza. Era de madrugada, cuando el hachero rodeado de los lívidos presagios del amanecer, más que con ojos con sus manos, comprobó la muerte de su hijo. Un vaho ardiente y vegetal despedía la tierra poblada aún por las fantasmagóricas sombras de los árboles inmensos, y en un calvero p'enetraba la luna para dibujar la extática silueta de un .c;arabao. En tanto, el hachero, gemía ahogando sus sollozos en la punta del trapo que cubría al muerto. Aquel hombre tan misero, sentía dentro de si la hermosa grandeza del bosque para deshacerla en lágrimas recordando todas las menudas alegrías que recibió del hijo. Esta era la única- oración posible a su inocencia. Pensó después en la muerte de su mujer y se agran~ó la desgracia presente. Quiso orar y en sus labios se unieron las ingenuas plegarias aprendidas en la infancia con la última canción que alivió la agonía del niño. Llamó al muerto muchas veces por su nom~re con esa fe en el milagro que poseen los padres cuando pierden un hijo. Le pareció que había crecido un poco. "Ya era un hombre", sollozo. . . Y así, llorando y recordando pasó el tiempo anonadado en su dolor y lacerándose. con sus recuerdos, hasta que los rayos del sol, orgullosos de vida, hirieron la frente del niño que pareció más muerto. Los ojos de Noling, fijos en él. le miraban desde un lugar muy lejano, pero con la docilidad de siempre,-( con aquella mirada de sumisión ;o y cariño con que el hijo r~ibía la orden de salir a pastar el carabao)-, y aquellos ojos queridos, chiquitos y humildes, arrancaron de su pec.ho un quejido ronco, gigante, deconsolado y humano, tan triste, como la ingrata sinrazón de acjÚella vida miserable gastada en derribar árboles en la melancolía de los días de otoño para arrastrarlos después trabajosamente con -aquel carabao esquelético que se estaba bañando en el harto ...