Entrenaranjos

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Title
Entrenaranjos
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
UIEN haya leído las novelas de Blasco Ibañez con toda seguridad que alguno de los tipos que nos describe o en conjunto todos o uno de sus drama!=I, se le habrán quedado ahincadamente en la memoria, bien por su colorido o por su sensibilidad artística: don que tienen los privilegiados de las musas para defenirnos los sentimientos humanos pasados por el tamiz de su temperamento. Así, pues, su novela, con cuyo título encabezamos estas líneas, guarda para nosotros el privilegio de tenerla más cerca y sentirla con mayor calor que cualquiera otra, puesto que sus recuerdos nos son tan familiares por haber convivido con aquel ambiente, pasando algunas de las vicisitudes qUe se narran y aun conociendo ciertos tipos que nos presenta. Alcira, la Algecira en árabe o sea la isla, la c:iudad tan moruna, convertida al crfltianismo por Jaime 1 de Aragón, llamada la perla del Jucar, tenía derecho, por su prosapia y dones naturales, a ser cantada en la época contemporá~ea por un gi·an artista, que por nacer en su 1·egión supiera mejor sus secretos. Y ante ella se presentó Blasco, sacando al campo de la literatura en 1900 sus bellezas naturales, sus costumbres y hasta sus desgracias. Bien recordamos. aunque éramos muy jóvenes, la visita a dicha ciudad por ese literato y político, que al mismo tiempo que se documentaba, daba expansión a su propaganda ideológica, que hacía con gestos viriles y denc¡>dados, propios de su agi~ada juventud. Aquella entrada que particularmente sus partidarios le hicieron, parece que está reflejada al principio de dicha novela con el supuesto recibímiento hecho al protagonista de la misma, el cacique Rafael, por sus paisanos, salvo que en ' vez de marcha real hubo para el quefe rePñblicano Blasco, marsellei;:.a; y aun el mismo tipo que pinta de éste, es un fiel reflejo de su misma persona en aquella época: talmente un árabe con su barba y melena negra y su expresión selvática, que inducía a la acción. Su tipo requería turbante y alquicel. ¡Cómo recordamos su entrada! Al verlo pasar por el camino de la estación rodeado de sus entusiastas, en nuesrto pensamiento de adolescente nos lamentábamos así: ¡Qué lástima que sea malo (hereje) como dicen, hombre tan arrogante! Acertado estuvo éste al escoger para lugar de la sensual protagonista de su novela, Leonora, estos campos llenos de fragancias y frutos, de luz y alegría. Para nid'o amoroso, para sentir y gozar la vida material, que era ei propósito narrativo del novelista. qué mejor que esos bosques de naranjos, cuya primavera es una embriagu"ez de los sentidos, un deliquio de la naturaleza que revive exhuberante, feráz, haciendo de este campo un edén y cuyo paisaje es de lo más grato? ... Veámoslo desde la Montañeta de San Salvador eón las mismas palabras de Blasco. tan exactas y reales, Que nos parece • estarlo contemplando como otras veces: "Al llegar R'afael a la plazoleta de la ermita descansó de la asecensión, tendiéndose en el banco de mampostería que formaba una gran media luna ante el santuario". (Más de una vez lo hemos hecho también nosotros, siendo jóvenes. Estaba enjalbegado con cal) . 14 Reinaba allí et silencio de las alturas. Los ruídos de abajo, todos los rumores de vida y labor incesante de la inmensa llanura, llegaban arrollados y aplastados _Por el viento, cual el susurro de un lejano oleaje. Entre la apretada fila de chumberas que se extendía detrás del banco revoloteaban los insectos, brillando al sol como botones de oro, llenando el profundo silencio con su zumbido. Unas gallinas-las del ermitaño-picoteaban en un extremo de la plazpleta, cloqueando y moviendo rudamente sus plumas." "Rafael se abismaba en la contemplación del hermoso panorama. Con razón le llamaban paraiso sus antiguos dueños, aquellos moros cuyos abuelos, salidos de los mágicos jardines de Bagdad y acostumbrados a los esplendores de Las mil y ima noches, se extasiaron, sin embar~, al v~r por primera vez la tierra valenciana." 1 "En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados, de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas. como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo, cayendo después con lánguido desmayo¡ (villas) azules y de color de rosa entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roida por una viruela de negros agujeros. Más allá, Carcagene, la ciudad rival, envuelta en el cinturón de sus frondosos huertos¡ por la parte del mar, las montañas angulosas esquinadas, con aristas que de lejos semejan los fantásticos castillos imaginados por Doré; y en el extremo opuesto, los pueblos de la Ribera alta flotando en los lagos de esmeralda de sus huertos, las lejanas montañas de un tono violeta, y el sol que comenzaba a descender como un erizo de oro, resbaland'O entre las gasas formadas por la evaporación del incesante riego." "Rafael, incorporándose, veía por detrás de la ermita toda la Ribera baja; la exensión de arrozales bajo la inundación artificial; ricas ciudades Sueca y Cullera, asomando ~u blanco caserío sobre aquellas fecundas lagunas que recordaban lo~ paisajes de la India; más allá la Albufera, el inmenso lago, como una faja de estaño hirviendo bajo el sol; Valencia, cual un lejano soplo de polvo, marcándose a ras del suelo sobre la sierra azul y esfumada; y en el fondo, sirviendo de límite a esa apoteosis de luz y color, el Mediterráneo, el golfo azul y temblón, guardado por el cabo de San Antonio y las montañas de Sagunto y Almenara, que cortaban el horizonte con sus negras gibas como enormes cetáceos." "Mirando Rafael en una hondonada las torres del ruinoso convento de la Murta, casi ocultas entre los pinares, evoc.aba la tragedia de la Reconquista; lamentaba la suerte de aquellos gue· neros, agricultores, cuyos blancos alquiceles aún parecían flotar entre los naranjos, los mágicos árboles d-e los paraísos de Asia." "Era un cariño atávico. La herencia mora que llevaba en su carácter melancólico y soñador le hacía lamentar--contrariando sus creencias religiosas-la triste suerte de los . creadores de aquel edén." Qué exactitud en la descripción de este paraje valenciano, a la par que bello, de una ininensa riqueza productiva, cuyo fruto dorado inunda los mercados de toda Europa; pues por término ntédio desde noviembre a junio salen de sus campos unos cien vagones diarios de naranja, cuyo valor es de muchos millones de pesetas. Riqueza que a veces se esfuma ante algún contratiempo, mayormente por las heladas, no tanto por las immdaciones del Jucar, que actualmente ya no ofrecen grande peligro. Tiene Blasco para narrar estos percances locales, pinceladas de grandísimo acierto, como el de Ja inundación; aunque un tanto recargado, con aquello de la salida procesional del patrón de Alcira San Bernardo y sus Hermanas María y Gracia (moros de nacimiento) "para sosegar las aguas viniendo a hacer irrisorio un acto del pueblo tan sentido y cohmovedor, al tocarlo sin sustraerse de sus creencias. Eso de sacar a San Bernardo con dicho fin, raras veces se hace ahora. Digo, francamente. que no he visto esta ceremonia, y eso que de pequeño he presenciado muchas riadas y muy importantes, con su consiguiente inundación¡ ríadas, que en verdad, según el novelista, eran para nosotros los pequeños, como para los mayores que no tenían nada que perder, de mucho esparcimiento. También está recargado algún tipo de la novela más o menos copiado del original. Don Ramón, el cacique, padre de Rafael, tan obsceno y sinvergüenza no existe ni· ha existido en u·na ciudad como Alcira de más de treinta mil almas, ni sus lividinosos hechos entrando por el cercado ageno hubieran pod"ido ocultarse sin una venganza a pesar de su poder político; pues no había de haber olvidado el cuentista ese mismo atavismo morisco que en sus ciudadanos pone, tan propensos a la venganza. De Rafael, tal vez se inspirara y nada más en una persona que nos toca de cerca, hijo de un prominente político local y en aquella época todo un guapo mozo. El tipo de Cupido el barbero, ese sí qué es arrancado del natural y el más definido de la novela históricamente, siendo como nos lo presenta, aun con su nombre. No era barbero, sir.o sastre, de no malas manos, pero trabajaba cuando a él Je parecíía. Usaba como nos dice, patiUas, y el pelo cortado a rape, vistiendo con descuido y desorden, más por apatía que por nececesidad. Verdaderamente tenía sus excentri. cidades; por ejemplo llevaba a lo mejor en los bolsillos peladillas, que iba comiéndoselas por la calle, y era despreocupado en creencias. Una vez salióle parte del segundo premio de la lotería de Navidad, lo que no obstó para que siguiera siendo el mismo en todo. La ciudad· murada que nos pinta, asiento de la .~ntigua población árabe, está rodeada por el río, el cual se bifurca, viniendo ambos ramales a unirse a poco trecho de donde se separan, dándole a !a ciudad la forma alongada de una pera. Pero d~nde respira su población con plazas y calles espaciosas es en el arrabal, acuyo extremo está la Monta->ieta con su ~rmita, que nos describe Blasco admirablemene. así como a sus ermitaños y lo concerniente a sus servcios sobre el culto. Hoy se está edificando una nueva ermita. Justo es decir, que en todo, el novelista enfoca el color local tan a ojo certero, que hasta en muchos detalles, que para otros pasarían desapercibidos de no haberse criado allí mismo, los ha tomado tan exactos, que admira su sagacidad. ¡Y cómo ha progresado Alcira desde la fecha de la novela! Hoy es una ciudad muy rica y de muchísimo movimiento comercial, como hemos dicho. poseyendo cada vez con mayor pujanza sus bellos campos, y estando orgullosa de sus hermosas mujeres, que si han sido cantados ambos por uno de sus a1·tistas contemporáneos de fama mundial, otro anterior y entre los siglos XI al XII, e hijo de este mismo lugar (personaje tan tristemente olvidado por sus paisanos), tomando sus campos como un edén supo expresar sus sentimientos de tal forma, que aun sus versQs frescos y lozanos resuenan entre sus hermanos de religión por el Cairo Fez y otros lugares muslimes, dedicados al amor, a la naturaleza y a la mujer valenciana, a veces con bastante libertad de expresión; y este poeta es Ben Jafacha. el ,anacreonte árabe, del cual copiamos, traducida, esta POESIA AMOROSA "Euvuelta en el denso velo De la tenebrosa noche, Vino en sueños a buscarme La gacela de los bosques. Vi el rubor que en sus mejillás l;eleste púrpura pone, Be~é sus negros cabellos, Que por la espalda descoge Y el vino aromoso y puro De ·nuestros dulces amores Corno en limpio intacto caliz, Bebí en sus labios entonces. La sombra rápida huyendó, En el Occidente hundiósc, Y con túnica flotante, Cercada de resplandores Sa~ió la risueña aurora A dar gozo y luz al orbe_ En perlas vertió el rocio Que de las sedientas flores El lindo seno entréabierto Ansiosamente recoge. Rosas y jazmines daban En pago ricos olores. Mas para ti y para mi, ¡Oh gacela de los montes! ¿Qué más rocío que el Uanto Que de nuestros ojos corre?" Francisco Red al Suñer.