Recuerdos de Espana

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Title
Recuerdos de Espana
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
ALTAR DE LA VIRGEN DEL PILAR F.Jlri l,i\ BASILICA DE ZARAGOZA. L filipino que va a España, echa pronto de ver que aquello es una prolc>ngación del nativo solar por el afecto, por el cariño y cordialidad que obserserva por todas partes. Y la religión y el idioma que son dos lazos a cual más fuertes, le hace creer que continúa en su propio país; y si a esto se añade la natural simpatía con que en España van siguiendo paso a paso nuestros progresos en el arte de gobernarnos y nuestros anhelos por obtener nuestra libertad, fácilmente se comprenderá que el filipino en España puede creerse en su propia tierra y puede comprobar que allí es perfectamente aplicable la frase de nuestro poeta mártir cuando afirmó serle amigo cuanto alumbra iel sol. En un día tan señalado com~ éste y en una revista tan española y al mismo tiempo tan filipina como EXCELSIOR quiero yo recordar algunos pasajes e incidentes de mis viajes por España en donde tuve ocasión de apreciar los varios matices del nobilísimo carácter español. Fué en la capital de Aragón, en la heróica y nobilísima Zaragoza dond~ me ocurrió el primer hecho que ya alguna vez he narrado y que perfectamente retrata el carácter, un sí es no es socarrón, pero siempre noble y llanote de aquellos baturros. Habíamos llegado a la heróica ciudad de los Sitios la noche antes, en hora tan avanzada, que ya no era posible realizar nuestro vehemente deseo de visitar a la Pilarica. Hubo q~e dejarlo pa~·a el día siguiente, y muy temprano nos vestimos mi compañero, otro filipino y yo, pa1·a asistir a la misa de los infantes en la basílica del Pilar. Ya en otra ocasión describí las emociones fervientes que de mi alma se apoderaron al caer d~ rodillas ante el trono de la reina de Aragón y emperatriz de todas las Españas. Allí ante aquella magnificencia, aquel esplendor, aquella devoción mi alma se creyó trasportada a otras regiones y nunca como entonces pronunciaron mis labios con más fervor la elocuente deprecación de la Salve Regina, que deposité como búcaro de flores a los pies de la egregia Pila1·ica. Después de la misa recorrimos mi acompañante y yo las vastas naves del templo, deteniéndonos en sus magníficas capillas besando con singular emoción el trozo de piedra de la columna sobre la cual se asienta la taumatura imagen, y deteniéndonos asombrados l!-nte el prodigioso altar mayor en donde el genio de Forment dejó imborrables rastros en aquellas masas de alabastro que parecían cera dúctil en las rr.anos del 1enomb1·ado artífice. Luego más calmada ya nuestra curiosidad y algo satisfecha nuestra piedad, sin perjuicio de volver a otras horas al maravilloso templo para pbstrarnos nuevamente ante la imagen de la Virgen y para admirar las preseas valiosísimas contenidas en su Tesoro mi compañero y yo nos salimos por la puerta de costado, ansiosos d'e disfrutar el espectáculo que indudablemente creíamos que nos ofrecería el Ebro, aquel río que según tantas veces habíamos leído en poesías, en artículos y en descripciones pasa lamiendo reverente los muros de la basílica del Pilar. Pe1·0 nuestro gozo quedó frustrado. Por aquella puerta se salía a una plaza contigua al templo del Pilal' y allí no había ni rastro de río, ni cosa que s2 le pateciese. Desilusionados nos acercamos a una baturrica que al lado· de una fuente llenaba su cántaro de agua. Y con el mejor modo que podimos, inquirimos dónde se haHaba el Ebro cuya ausencia de aquellas inmediaciones se nos hacía inexplicable. -¿Que dónde se ha U a el Ebro? Otra que Dios, señorito, pues dónde ha de estar, sino en donde ha estado siempre? Y mirándonos con ojos de malicia, se chungueó de nosotros de la manera más bonita del mundo creyendo que nosotros éramos los que tratábamos de tomarle a ella el p~lo. Pronto comprendimos el papel desairado que estábamos haciendo, y para acallar las suspie:acias de la arag.:mesa, le confesamos francamente que veníamos de muy lejos nada menos que de Filipinas; que traíamos el encargo especial de muchos aragoneses que aquí conocíamos para ir a hacerle una visita a la Pilarica, y que como aquella era la primera vez que entrábamos en Zaragoza, fácil era comprender la extrañeza que nos causaba ~l no ver al Ebro en las inmediaciones del templo. -¡Ah! Ya eso es otra cosa. Perdonen los señoritos, pues creí, francamente que lo que trataban era de hacer burla de una. Ahora que me lo han explicado todo, 'tendré mucho gusto en acompañarles a ver el río que andan buscando. Y efectivamente, echó a andar con su cántaro y dando la vuelta a la basílica nos enseñó al otro lado de la plaza el Ebro que se desliza murmurador bajo los arcos del famoso puente, reflejando en sus aguas el magnífico templo que cobija a la reina y madre de los a1·agoneses. Días después del incidcne de marras, nos aliábamos en el Escorial. De la bondad del ProvinPAi\'TEON DE RF.YES. EL ESCORIAL cial de PP. Agustinos .de Filipinas J-.abíarr.os obtenido el permiso para quo no;:; acompañaran a la visita al famoso mona::;terio dos ilustres agustin:::is pertenecientes a esta Provincia, el P. Graciano Martínez que hace poco ha muerto des~ués de dejar envidiable renombre como literato y como pensador, y el P. Pedro Velez Martínez, que con tanto acierto ha didgido la Revista "España y América"Q editada por sus h,e:rmanos Qe hábito en Madrid. . ' Llegados al Escorial una mañana después_1 C!e haber tomado posesión de la celda que en In Uni'•ersidad de Alfon::;o XII nos depararon aquellos buenos Padres,--celda que para nosotros· res~l­ taba más preciada, porque en ella habían -·vivido dos qr.eridos c.ompatriotas nuestros, los hermanos Zobel que allí hicieron sus estudios-nos .dirigi· mas a: monasterio para admir~r las bellezas ;sin cuento que allí y en la basílica adjunta se atesoran, sirviéndonos de insuperable cicerone nuestro querido amigo el _P. Graciano. Largo rab llevábamos deambulando por· claustros, por celdas, por salones , admirando la bibliote~a, el refectorio, la ce~da prioral, la sa a_ de lo,s ecos, el coro, la sacristía y la amplísima basílica, cuando aguijoneados por otro deseo .~ue ~Yw.desd'e Madrid nos acicateaba,· instamos al P. Gi~~ía:no ¡:a:'a que sin más demora nos condujes_e·_·af'PS~; teón. _,:'.<-:;t'.l~ Para nosotros, el panteón era lo más'·dfgl)o,de ser visitado en el Escorial, ya por su niagn~fi'.: cencia, ya por su significación Ya. por los recuerdos que había de despertar en Jihsotros la visita a aquellas tumbas, que contenían '1o~·~;e'"!t"~s de monarcas que tanta influencia tuvieron en l~s destinos de nuestra patria. Efectivamente en aquel subterráneo que exornan los más severos y ricos mármoles, nos detuvimos largo tiempo ante los sepulcros de Carlos V., de su esposa Isabel, la que motivó la conversión de San Francisco de Borja, d'e Felipe 11, de Carlos IV, de la infortunada Isabel 11, y finalmente, de Alfonso XII, cuyo cadáver hacia pocas semanas que había sido trasladado desde ~1 pudridero hasta su sepultura definitiva. Luego, apremiado por quehaceres inaplazales, el P. Graciano se. separó de nosotros, indicándonos por dónde debíamos ir para encontrar el Panteón de Infantes, que como se sabe, contrasta notablemente por sus coJores, por sus mármoles y adornos, con la severedidad y ad·ustez del ?anteón de Reyes. Y, allá nos adentramos, siguiendo la línea que marcaban las mortuorias galerías. pero sin parar mientras gran cosa en los cenotafios que contienen cenizas de tantos . ilustres miembros de los Austrias y de los Borb;nes que allí duermen el sueño de la muerte. Un deseo nos acuciaba más que nada, una tumba nos atraía más que t<?~as las otras tumbas, y era el deseo de contemplar la estatua yacente de don .Juan de Austria y orar ante la tumba que contiene las cenizas del vencedor de Lepanto. Pero novicios en semejantes derroteros, no acertábamos a encontrar la tumba que tanto deseábamos visitar. En eso, de uno de aquellos corredores se destacó un hombre vestido con la librea de los servidores de la Real Casa, el cual se dirigió a nosotros sonriente y mostrando deseos de sernos útil. Era uno de los guardias del panteón, que estaba haciendo su recorrida y espere:ndo que llegasen visitantes que requiriesen sus servicios. EL ESCORIAL-SILLA DE FELIPE 11. (C11'1dro di' S. AfrarP::.l -¿Podría used decirnos en Cuál de estas capillas se halla Ja tumba de don Juan de Austria?inquirimos del guardia. Y éste, muy atento, muy servicial, nos contestó a la carrera: -¡Ah! Hasta las doce no pasa otro tren. Nos quedamos patitiesos al oir aquella respuesta tan incoherente y nuevamente volvimos a· preguntarle por Ja tumba del vencedor de Lepanto. -¿La silla de Felipe 11? No está muy lejos de aQui, y si no estuviera de guardia en este momento, tendría mucho gusto en acompañarle a usted· a verla. Nuestro rostro expresó el mayor de los asombros y ya mirábamos con terror hacia la salida, temorosos de habernos encontrado con un loco, cuando en esto, otro P. Agustino venía ya a nuestro encuentro, enviado allí por el P. Graciano, para que nos acompañase en la visita por el Panteón de Infantes. Y el buen Padre, al ver el gesto de asombro retratado en nuestro semblante y al contemplar la sonrisa y el gesto servicial del guardia, pronto se hizo cargo de la situación, ya que él debía estar acostumbrado a lances análogos porque vivía en el mismo monasterio. Por eso, con mucho disimulo, acercándose lo más posible a nosotros, nos indicó que no solo aquel guardia sino que muchos de los guardianes del panteón padecían de Eiordera incurable, quizás debido a la humedad que reina en aquellos parajes. Con esto ncs tranquilizamos y haciendo un ta.mistoso salud·o al diligente gu¡udia, que sería todo lo diligente que se quiera, pero que eEitaba más sordo que t~na tapia, continuamos nuestra ex~ ploración por aquellos lugares de muerte, esta vez acompañados ya por el nuevo cicerone que la diligencia del P. Graciano nos había deparado. Estamos en Barcelona, en el mes de junio del año 1921, en que por segunda v~z visitábamos la hermosa capital de Cataluña. Hermosa he dicho, y no me desdigo, pues hermosiEiima nos parecía aun después de haber contemplado la suntuosidad, el arte, Ja belleza que atesoraban renombradas ciudades de- Italia, de donde habíamos llegado hacia poco. Pero just;:> es confesar que aquella hermosura de Barcelona ha 1:.í.base por entonces nublada, como por un velo de triste· za, por crímenes atroces cometidos por los sindicalistas, cuya furia había acrecido durante aquellos días. LoS elementos de orden, el buen pueblo ·catalán, los que algo tenían que perder, hallábanse en la mayor consternación. Los crímenes se multiplicaban a diario y del revólver asesino o del puñal homicida caían victimas a veces . algunos - "extranjeros que se hallaban de paso en Barcelona, a veces personajes los más populares, recomendables por sus excelentes dotes, como ocurrió con el Alcalde d~ la misma ciudad. . Afortunadamente, un hombre de hierro, el general Martínez Anido, hallábase al frente de la Capitaníía general, y Martínez Anido había pro-· metido morir en la. demanda o convertir a Barcelona en lo que debiera ser, una ciudad en donde el orden, la tranquilidad, el respeto a la vida y a la propiedad imperasen en todos sus ámbitos. Dura fué la campaña que tuvo que emprender y rigurosas, muy rigurosas las medidas que tuvo que adoptar. Pero aquellos elementos de orden, aquellas personas a que antes hemos aludido, se pusieron del lado de Martínez Anid·o y no le regatearon ni el concurso ni el aplauso. Entonces fué cuando la popularidad del ilustre militar acreció lo que no es decible. Buena ·prueba de ello fué lo acaecido en la procesión del Corpus de aquel año, en que nosotros mismos fuimos testigos de las inmensas simpatías de que en Barcelona gozaba el general Martínez Anido. A pesar de que dos días antes, varios periódicos catóHcos habían tildado de inconvenientes las manifestaciones de cariño que se tratasen de tributar a cualquier personaje, por ilustre -que fuera, en la procesión en que iba presidiendo a todos el Rey de Reyes, no por eso dejó de exteriorizar el noble pueblo barcelonés su afecto al Hustre militar. nunca, una explosión de entus!a!'lmo indescriptible. Y era que, a lo lejos,· al final del magnífico cortejo formado por el elemento civil y militar que de!'lfilaba detrás de la Custodia había aparecido la simpática figura del general Martínez Anido, rodeado de su Estado Mayor, sosteniendo en una mano el casco con las airosas plumas, mientras la diestra se apoyaba negligenmente sobre el sable. Y desde que Martínez Anido apareció en el extremo de las Ramblas, hal'lta que desapareció en direcció:-i a la Catedral los aplausos no cesaron y los vítores contincaban, empalmándose unos y otros con los vítore.s: y los aplausos que resonaban. en otrag calles por las cuales desfilaba a Ja sazón el cortejo relig'.os:l, Y ahora, para terminar, un incid·ente que pudo empezar por escándalo y que acabó con una letción de religiosidad y de piedad para el que esto escribe. RAMBLA DEL CENTRO (BARCELONA) En una hermosa tard.e del mes de mayo, marchábamos por las mismas RamJ>las, cerca a la iglesia de Belén, con un pariente nuestro que lleva ya muchos años viviendo en Barcelona. A duras penas podíamos abrirnos paso entre aquella compacta muchedumbre que iba y venía, y que se había echado a la calle atraída por la hermosura de aquel atardecei; de Mayo. Por delante de nosotros pasa~on dos mujeres vestidas elegantemente, trajeadas a la última En las Ramblas estábamos en el balcón de una moda, luciendo magníficos sofl\,breros y dejando casa de comercio, contemplando el magnífico tras de sí la estela de un perfume sutilísimo que desfile religioso, cuando, después de haber pasado parecía emanar de aquellos cuerpos llenos de Ja Custodia que iba destellando fulgores con la vigor, de juventud Y de hermosura. pedrería engastada en sus rayos, 'oyóse un pal- Nuestro acompañante las hizo un saludo mimoteo interminable, un vitoreo que no acababa tad reverencia), mitad irónico. Y movidos de extrañeza, nos apresuramos a preguntarle quiénes eran y cómo se llamaban aquellas señoritas. -¿Su nombre? Nos contestó él; vaya usted a saber. Probablemente ni ellas se acuerdán ya de su verdadero nombre de pila. Pero nosoros, los habituales paseantes d'e las Ramblas las conocemos con el significativo nombre de cincuenta pesetas. -¡Ah !--expresamos más bien con los ojos que con la boca. Y cuando aún no habíamos tenido tiempo de manifestar nuestra conmiseración por el triste estado social de aquellas mujeres, notamos gtamle rebulÜció entre el gentío inmenso que ocupaba las Ramblas. Por instinto nos replegamos hacia la acera del Liceo temiendo que se tratase de algún nuevo atentado sindicalista; pero pronto nos tranquilizamos· al escuchar- el argentino son de una campanilla que venía de la iglesia de Belen y que indicaba que el Santísimo Saermnento acababa de salir de aquella iglesilt, pa:ra -ser' llevado como viático a algún pobre erd'ermQ Y llenos· d& admiración y complacidos Jo que no es aecible, vimos que toda aquella inmerisa -concuimencia detenía sus pasos, se volvía hacia el sacerdote.. y caica !le rodillas sobre la arena del paseo, nada limpia en aquellas horas, encharcada ... llanrn be las en algunos puntos; pues hacía p·oco rato que había caído una de esas lluvias de mayo· tan frecuentes en Barcelona. Per Maig cada día un 1°aig, como dicen aquellos catalanes . Y lo que más nos admiró, lo que más nos complació, fué ver a aquellas dos pobres mujeres de existencia equívoca, de fama detestable, que caían de hinojos, como movidas por un resorte, sin vacilar un momento, manchándose su rico traje y sus caladas medias al ponerse en contacto con la arena del paseo, inclinando sus frentes en cuanto divisaron al sacerdote que llevaba consigo el adorable Sacramento de nuestros altares. Cuántas veces, en la procesión del Corpus en Manila, al contemplar las inverosímiles posturas que adoptan algunos de nuestros elegantes, cuando pasa por delante de ellos la Sagrada Custodia nos hemos acordado de aquellas dos pobres cortesanas, que en Barcelona no vacilaron en manchar sus ricos trajes y sus valiosas medias, a trueque de postrarse de rodillas ante la majestad augusta del Sacramento del altar. ¿No es verdad que pudiera darse el caso una vez más, de que las últimas lleguen a ser las vrimeras? MANUEL RÁVAGO • Jslas f ílipínas INSTITUCION BANCARIA LA MAS ANTIGUA DE FILIPINAS FUNDADA EN 1851 CAPITAL AUTORIZADO .. •. . . Pl0,000,000.00 CAPITAL DESEMBOLSADO .. 6,750 000.00 CORRESPONSALES EN TODAS l'ARTES DEL MU!'IDO SUCURSAU.:s EN ILOILO. CEBU Y ZAMBOANGA Opentciones generales de Banca, Cuentas corrientes. Depósitos a pla.;o. Cuentas de Ahorro. Fideicomisos. Caias fue,·tes de alquiler. OFICINA CENTR.A,L: No 10 Plaza de Cervantes, Manila Dirección telegráfica: "BANCO" CORREOS: Apartado No. 777 1 1 .,. _______ , ___ ·---··----·-·-·-------..-..--·:·