Y digo yo

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Title
Y digo yo
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Osmeña, "la esfinge", ha vuelto a empuñar las riendas del poder. Esto quiere decir, que Osmeña vuelve a asumir la jefatura del único partido político que nos· gobierna. con ligeras variantes, desde 1907, año en que los filipino.s dieron su primer paso hacia la ansiada emancipación política, con la inauguración de la primera Asamblea Filipina. El cambio no se hizo mediante votación. Bastó un acuerdo adoptado en un "caucus" de las mayorías, y el hasta entonces jefe supremo, Sr. Quezon anunció que el Sr. Osmeña le sui:;tituia y empuñaba las riendas del caudillaje nacbnalista. Cuando hace algunos años las fuerzas del Partido Nacionalista percibieron el avasallador ,empuje de las fuerzas oposicionistas bien organizadas, que navegaban como mortíferas armas de combate las especu~aciones desc<J.helladas del del Banco Naconal que amenazaron con llevarnos a la ruina, el favoritismo en los presupuestos, y otras pifias más, Quezon y Osmeña planearon--en defensa propia-una supuesta escisión, una separación de fuerLas que tendría por base un tecnicismo en la interpre~ación de principios. Y del Partido Naciona1ista nació el Partido Nacionalista Consolidado que encabezó Quezon, echando mano de ideas liberales, y hasta radicales, para salvar a las mayorías y salvarse a si. mismo. De aquel Partido Corlsolidado de entonces, ya no se habla ahora. Solo queda el Nacionalista de siempre, encabezado ahora, como al principio, por el único estadista con que cuenta la mayoría: Sergio Osmeña. Osmeña vuelve al poder cuando el Partido Demócrata apenas dá fe de vida. Cuando el plan cooperacionista, caballo de batalla ahora en elecciones y debates parlamentarios, se está llevando a cabo con gran beneplácito de los que nos cclonizan. Cuando, pretendiendo )a independencia inmediata, incondicional y absoluta, miramos con envidia el plan de autonomía que rige a los canadien¡;es. Al pueblo no hay que decirle la verdad desnuda. Sería despiadado y ruin, amén de echar por los suelos la confian~a que de él recibieron los liders en calidád de fideicomisarios. Al pueblo hay que decirle la verdad a medias, con ambajes con rodeos, con figuras retóricas, en las que Osmeña es maestro. Y porque así lo hace, y porque !sabe decir la verdad con el disimulo de un maestro en el arte de la pclítica, Osmeña es el hombre del día y el hombre de la situación. No hace mucho osé asgurar en esta misma sección que España, y con ella sus intelectuales, no nos conocen. No han servido de mucho ni la labor en la preasa catalana del infatigable laborante Pelliccna Camacho: ni la labor político-social del Comité Hispano-Filipino; Ili la labor cultural de la Academia Hispano-Americana; ni el apostolado incansable pro-Filipinas de Michel de Chapourcin; ni las visitas a la metrópoli de políticos como Osmeña y Gabaldón, o de hombres de ciencias como lol'I Drs. Montes y Roxas. De Filipinas solo cc.nservan los españoles el recuerdo de los honores de una guerra en la que perdieron sus colonias. Es el trágico olvido de la hija que se perdió hace muchos años ... No hace mucho, el mes de julio de este año, ''El Sol", periódico que tan intere:-:ado se ha mostrado hacia los filipinos. y hacia todo lo que a e:Ios atañe, publicó un editorial con una.s cuantr..is inexactitudes del tamaño de. una catedral. Entre otras cosas, hablaba de un Mr. Smith, como de nuestro actual gobernador general. Hablando de esto mismo con un acérrimo defensor del "amor de España hacia Filipinas" le decía yo: -Convénzase V d., mi amigo, que España tiene muchas otras cosas en que ocuparse, en vez de recordarnos a nosotros. -No lo ere.a V d. Primo de Rivera, en reciente entrevista con un periodista de Manila, ,dijo que no podía olvidar a Filipinas. -Pero Primo de Rivera no es España, y aunque lo fuera, el pobrecito tiene ahora dos cosas muy importantes en que ocuparse. -¿Cuáles? -La nueva constitución y su reúma. -Hombre, no sea V d. guasón. Para la una tiene al pueblo, que le apoya. Para la otra, tiene a Asuero que. lo cura. ¡ No le quepa a Vd. la menor duda! -¿Sabe V d. lo que le digo, mi amigo? -¿Qué? -Que es una lástima que no exista un Asuero que pueda cauterizarle el trigémino naciol'!ial a España. _.-¿Para qué? -Para que se acuerde más de nosotros. O por lo menos, para que cuando se acuerde de nosotros, lo haga con más precisión y menos reúma .. -¡Es que Filipinas le significa ya tan poco a España ... ! -¡Y Vd. que lo diga mi amigo! Nos estrechamos las manos efusivamente. Y cad& cual fué por su lado. • Mr. Davis, el gobernador general, ha rechazado, indignado, la idea de edificar un nuevo pa1acio para albergue de futuros gobernadores generales, palacio que sea honra y prez de la arquitectura nacional_ y admiración· de turistas desocupados. Mr. Davis cree, muy acertadamente, que el pais no cuenta en la actualidad con recursos que justifiquen semejante dispendio. Cree, además, que Malacañang, como llaman los americanos al antiguo palacio de los gobernadores de Filipinas, encierra un valor histórico d~ subidos quilates, que no puede ser delegado a ningún otro edificio de cemento armado que le sustituya. Mr. Davis tiene muCha razón. El Palacio de Malacañang es un soberbio edificio, de corte colonial antiguo, que encierra toda la gloria histórica de los viejos y venturosos días de la pasada dominación. Encierra tapices y cuadros que ccupan el mismo lugar que ocupaban cuando fueron colocados allí hace muchos lustros. Si algo mancha el encanto del ambiente que le rodea al viejo palacio, son las ·modernas fábricas que lo rodean y empañan con el humo gris de sus altísimas chimeneas. Mr. Da vis no podrá eliminar el hollín con que tiznan el añoso edificio lafll industrias de los alrededores, porque para ello tendría que eliminar las fábricas. Pero, aunque tan p·rósaiCiiin.eP._te circundado de máquinas y de humo, Mr.: Davis quiere salvar al Palacio en que se alberga,. Que es nidal de recuerdos y de glorias. ¡Y hay del pais que eche a rodar sus recuerdos y sus glorias, porque echará por tierra la única base de fllU vanagloria ... ! . . . Después de aquel tifón, cuya destrucción aun no pueden apreciar en toda su extensión los peritos en la materia, que hizo e:evar la séptima señal de siniestro del Observatorio, Manila sufrió ]as molestias de un calor intenso que 10!8 expertos decían que tenia' su origen en una humedad sin precedentes. Nosotros, los profanos en la materia, no com. prendíamos cómo la humedad podía ser causa de calor, pero nos callamos asombrados ante la voz admonitoria de la ciencia, que nos hacia callar por ignorantes. A.demás, teníamos presente. el hecho de que, no hace mucho, habían aparecido unas refrigeradoras, que con una llamita permanente producían hielo con sus correspondientes estalactitas. Y nos dijimos, hablando con nosotros mismos: -Si el calor produce el frío, ¿por qué la humedad no ha de podernos sofocar? Por eso, cuando la costilla, toda arrebolada, me decía con acaloramiento mal reprimido: -Mira, hijo mio, a ver cuando me traes ese ventilador eléctrico que me has prometido, porque si la cosa sigue asf, yo estallo ... Y o, amigo de cumplir mi palabra, y de ser galante con mi mujer, aún después de casado, adquiría el ventilador y se lo colocaba frente al tálamo, que es donde suponía le haría más falta. -No, ahí no. -Pero ¿no me decías que no podías dormir? -Si. Pero donde más falta me hace es en la cocina. Ahí es donde más me sofoco. -¿De calor? -Sf, de calor, y de lo poco que da de si hoy día el gasto diario. Creo inutil decirle a Vds. que no pretendí, ni por un momento, seguir dipcutiendo con mi mujer un tema tan escabroso como el que ella me presentaba. Y di la media vuel~a pensando en que el calor, además de un ventilador, podría elevar el gasto diario de mi casa. Y os juro por las babuchas de Mahoma, que prefiero aguantar el calor, húmedo o no, que aguantarle a mi mujer cuando se acalora por la subida del precio de las su)>sistencias. Porque soy hombre de paz. Y odio la·s desavenencias. Palabra;