El Via Crucis

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Part of El Misionero

Title
El Via Crucis
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
61 El Via Crucis Por el R. P. Van TRICHT, S. J. Nuestra intencion no es dar en las páginas siguientes un ejercicio habitual del VIACRUCIS, pues exigiría emplear demasiado tiempo. Mas despues de haberlas leido, será fácil traer á la memoria los pensamientos y reflexiones principales delante de las estaciones del VIA CRUCIS, TERCERA ESTACIÓN JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ BAJO EL PESO DE CRUZ JESÚS caminába agobiado bajo el peso de la cruz. Desde que le prendieron el Huerto de Getsemaní los soldados, capitaneados por el traidor, ni antes, ni desµué de la cena, había probado alimento ni bebido una gota. de agua. Había pasado toda la noche sin descansar un punto ni poder cerrar los ojos en un calabozo de casa de Anás: por la mañana había sufrido el insidiOISO interrogatorio de este primer juez. Después le habian arrastrado a casa de Pilatos; Pilatos lo babi.a enviado a Herodes, que le había hecho poner una túnica blanca como a un loco. Le volvieron de nuevo a Pilatos, siempre en medio de las injurias y las maldiciones de un pueblo ébrio de vino y de furor; Pilatos le había mandado azotar, y los azotes de los romanos habían abierto hondos surcos ensangrentados en su carne inocente y pura. No pocas veces la víctima solía morir bajo tal lluvia de azotes y en tan horrible carnicería; pero Jesús se había mantenido de pié, aunque su sa11gre brotaba y saltaba por cien y cien heridas. Habían tenido además la satisfacción cruel de coronar de espinas a este Rey de los judíos, vendido por los judíos .... y de su hermosa frente y de toda su cabeza corrían hilos de sangre que enrojecían su rostro e inundaban sus ojos y su cuello. Y en esta disposición, agotadas sus fuerzas y su vida, mientras que sus llagas abiertas todavía dejaban correr nueva sangre al roce de su túnica, entonces es cuando con ánimo esforziado había cargado con la cruz. Pero pronto, a pesar de su gran valor, su pobre cuerpo llegó al extremo del desfallecimiento: su pecho estaba jadeante, sus miembros y sus músculos vigorizados hacía tiempo por una voluntad más fuerte que el dolor, se doblegaron al fin, temblaron sus rodillas y .... cayó en tierra, quedando como aplastado por la cruz. Los soldados romanos levanta:iion brutalmente al condenado, y, sin piedad para con aquel judío que de todos modos había de moHACEDLO POR AMOR DE CRlSTO 62 rir, y a quien despreciaban como despreciaban a todos los judíos, sin concederle un momento de respiro, le volvieron a echar la cruz sobre el hombro y le empujaron hácia delante. Y Jesús, pálido y ensangrentado, prosiguió su camino. -~··1-Tomar la cruz con valentía, aceptar el dolor cuando Dios nos ofrece su cáliz, propio es de un alma noble y gra~e. Es el primer paso hácia el Calvario. Por penoso que sea, el cristiano llega a dar este paso. Cierta exaltación de los primeros momentos, el entusiasmo que inspira siempre un gran carácter, o el sentimiento que inspira una gran obra que se ha .de llevar a cabo, o, por último, la conciencia del deber en una prueba terrible a que· se nos sujeta, son sentimientos muy human.os que nos ayudan a frisar con el heroismo de la aceptación. En el primer arranque hay pocos corazones que no estén prontos al martirio. Pei;-o hay algo más duro que el dolor, y es la continuidad del dolor. Cuando pasa la exaltación y el entusiásmo, y el hombr.e vuelve a caer en la reailidad y se encuentra aara a cara con el dofor tenaz, persistente .... joh! iy qué débi'l se siente! Sufrir un dia, sí, ya lo puede el hombre, ya encuentra en su corazón fuerza y valor, pero sufrir semanas enteras y meses y años, siempre el mismo dolor, siempre el mismo tormento, siempre las mismas agonías.... es demasiado ·para su debil voluntad ..... la pobre cae desfallecida y siente sobre sí todo el peso abrumador de la cruz. Interrogad a esa pobre alma que yace así postrada y destrozada, y os responderá entre solfozos; iOh! iesto es demasiado! .... ino tengo valor para tanto!.... ¿por qué Dios no me deja ya morir? .... ¡Oh! jcierto que sería preferible la muerte! Dios me guarde de censurar nunca en- el hombre ese desfallecimiento -de su voluntad, esa falta de energía, puesto que el mismo Jesucristo cae en tierra para animarle a soportarlos.... Cierto, ni la voluntad del Q.ivino Maestro, ni su valor se desmintieron en esta ocasión y vacilaron.... pero las fuerzas de su cuerpo hicieron traición a las energías de su alma. En cuanto a nosotros, tan pobres y miserables ·como somos, en cuerpo y en alma desfallecemos, y lo mismo que nuestras fuerzas, decae nuestra voluntad. iOh divino Maestro, vos habéis tenido piedad de nosotros y como nosotros- habéis querido caer con la cruz!. ¡Pero vos, oh Jesús, vos os levantasteis!.... ¿Nos levantaremos nosotros? ¿O por el contrario, quedaremos tendidos entre el polvo sin intentar un nuevo esfuerzo? ... ¡Ponte de pie, cristiano, toma otra vez tu cruz, como J esucristo tomó de nuevo la suyá, y marcha! Pero no solamente debemos levantarnos en presencia del dolor, porque no solamente en presencia del dolor caemos. El camino del deber es es para nosotros otro camino del Calvario, jy qué de oaidas en ese camino! El deber es duro al hombre, difícil, penso; se necesita gran energía y .grandeza de corazón para amarlo. Y en tanto que se presenta con un exterior áspero y helado y hasta repugnante, lapasión llena de calor y de vida, sonriendo, acariciándonos, murmura sus seducciones en nuestro oido. El hombre vive entre esas dos solicitaciones contrarias, desde el instante en que se despierta su razón hasta la hora en que reposa en su lecho de muerte. En ese intérvalo, ¿cuál es su historia? La historia de esos navíos que, combatidos por contrarios vientos, vuelven las velas ya a la derecha, ya a la izquierda, y c.on dificultad avanzan de costado.... Va el hombre de uno a otro lado, deja el deber y va ~donde le empuja la pasión, y vuelve al deber y vuelve a la pasión, y así pasa la vida. Los elegidos, los que se salvan son los que volviendo siempre a cumplir su deber,· se encuentran en ese camino, a la hora menos pensada, con que Dios los llama para pedirles cuenta de su vida. Los que se condenan, los que se pierden son los que, cansados de navegar contra viento y marea, dejan caer todas las velas y se dejan arrastrar por las corrientes del mal. 63 Digámoslo una vez más, esas caídas y recaídas, son peculiares de la naturaleza humana: los que no se compadec,en, los que no t:ienen piedad de los que caen, no tienen el espiritu de Cristo.... Son capaces de desesperar a1mássanto. Pero es necesario que el alma caída se levante, aunque caiga cien veces, mil veoes; aunque cada paso que dé sea una caída, es necesario que cada vez se vuelva a levantar. Dios siempre está pronto a concederos el perdón, ¿por qué no habéis de estar prontos a pedírselo siempre? ¡Ah! ipobres almas, os lo ruego por amor de Dios, no os desanimeis jamás!... Cuando una madre enseña a andar a su pequeñuelo, ¿no se compadece cuando le ve caer? ¿Y cuántas, pero cuántas veces mal seguro en sus piernecillas vacilantes no viene a caer por fin? Y si ese pobre niño hubiera nacido deforme, z~mbo o cojo, ¿se irritaría contra él la madre? ¿Sería verdaderamente madre?· Pues bien, ¿por ventura Dios · no nos ama más que una madre? ¿Y no sabe Él que hemos venido a este mundo con la inteligencia ciega y la voluntad coja? ¿Y Dios. no tendrá piedad de nosotros? Es cierto que el mal le irrita, cierto que nuestras fa.Itas, nuestros pecados le causan horror .... pero iah! jcómo tiende los brazos al primer movimiento que advierte en un alma que se vuelve hácia Él y que le implora! ¡Levántate, pues, pobre alma, levántate!