El Via Crucis

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Part of El Misionero

Title
El Via Crucis
Creator
TRICHT, R. P. Van
Language
Spanish
Source
El Misionero Año V (Issue No.1) Junio 1930
Year
1930
Subject
Stations of the cross
Catechetical sermons
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Abstract
Catechetical sermons of Fr. R.P. Tricht of the society of Jesus about enduring of suffering due to sins.
Fulltext
30 El Via Crucis Por el R. P. Van TRICHT, S. J. Nuestra intencion no es dar en las páginas siguientes un ejercicio habitual del VIACRUCIS, pues exigiria empl~r demasiado tiempo. Mas despues de haberlas leido, será fácil traer á la memoria los pensamientos y reflexiones principales delante de las estaciones del. VIA CRUCIS, SEGUNDA ESTACIÓN JESÚS CARGA CON LA CRUZ CUESTAS TODO está pronto: preparada está la cruz, los soldados romanos están sobre las armas .... iAl Calvario! La muchedumbre ~e p()ne en movimiento formando procesión inmensa: los muchacho.s corren á la cabeza cantando y palmoteando .... porque van á ver morir á un hombre. Los Sacerdotes van detrás ocultando bajo su gravedad. y mesura ficticia el gozo secreto de sus almas .... Allí va tambien la plebe pervertida, la plebe comprada que escupe sobre Cristo y abraza á Barrabas, la plebe que en los días sitros sale de las cloacas de la sociedad. ¡Vamos, inocentisimo Cordereo, llegó la hor~ .... marcha! Algunos soldados ponen derecha la cruz antes de cargarla sobre las espaldas divinas: ya se levanta en alto y su oscuro perfil se dibuja en el cielo. De pronto, Jesús, como si saliera de un sueño, fija en la cruz sus ojos, que brillan con alegria, sus labios sonrien, y extendiendo sus brazos hácia ella, la acepta, la abraza, la car:~a sobre sus espaldas, la estrecha con amhas manos y va .... al Calvario .... á la muerte. Continúan los gritos y voces de las turbas, y por encima dé la confusa algazara se oyen, cruzándose de unos a otros, groseras interjecciones, dicharachos y burlas que excitan brutales y abyectas carcajadas, Las oleadas de gente que se estrujan y van de una á otra parte crecen, y se forcejea por r-0mper la valla de los soldados á fin de mirar más de cerca al condenado y poder insultarle más á gusto. Jesús continúa sin desplegar sus labios y camina abrumado de ultrajes que se entrelazan sobre su cabeza como una bóveda de ignom1ma. iEstá, com:o desde que empezó su pasión, siempre solo, sin un amigo, sin un corazón fiel á su lado! ¿Y qué lección nos da aquí el Maestro? Nuestra cruz es- el sufrimieillto. ¿Y qué hacem:as? Cuando nos amenaza de lejos, mucho tiempo antes de que llegue, al primer anuncio de su venida, á sólo el pensamiento de que es posible, desde luego-nos desconsolaHACEDLO POR AMOR DE CRISTO mos y gemimos bajo los golpes que aún no nos han llegado .... anticipando de este modo el dolor y complaciéndonos en añadir al dolor que vendrá, el dolor que podrá ó podria venir. Nuestra loca imaginación se encarga por desgracia de ser la proveedora de nuestros sufrimientos. Cuántas veces hemos llorado males que no han llegado á herirnos. ¡Lágrimas vanas y pueriles! ¿Por ventura Jesús fijaba· su atención en la cruz mientras los ayudantes del v.erdugo echaban abajo el árbol, ó labraban y ajustaban sus pedazos y los conducian á su presencia? No; su pensamiento en calma y resignado reposaba con amor en la providencia de su Eterno Padre. iAh! dejemos lo porvenir.... ¿acaso el presente no es ·demasiado pesado de llevar? iEl porvenir está en las manos de Dios! Él solo sabe lo que tiene preparado de dicha ó de sufrimiento •... suceda lo que quiera, la voluntad d~ Dios se ha de cumplir. Reposemos, pues, entre los braws y sobre el amoroso corazón de Dios estrechándolo con el nuestro, como el polluelo tembloroso que se oculta bajo las blandas alas y el pecho de la madre. Recordemos cómo al ver delante de sí la cruz, Jesús la acepta, cómo la tiende los brazos alegre y sonriente. ¿Y nosotros? ¿qué hacemos nosotros? iDios mio! cerramos los ojos para no' verla, volvemos la cabeza lanzando gritos de espant-0, extendemos, sí, los brazos 31 cuando la cruz cae sobre nosotros, pero es para rechazarla lejos al llegar á tocar nuestros hombros .... huimos de la cruz y .... nos persigue y nos da alcance sin poderlo evitar y cae sobre nosotros, y entonces, cuando ·no queda otra esperanza, nos dejamos caer en tierra bajo su peso y quedamos allí como abrumados, aplastados, sin fuerza, sin valor, desfallecidos y desesperados. ¿Hay que ser hombres! Por muy dolorosa que sea a veces la vida, Dios la acomoda á nuestras fuerzas. No exageremos nuestras penas para excusar nuestra molicie y delicadeza; por débiles que seamos, podemos mucho contra el dolor. iOh! si mirásemos también nosotros bien de frente a la cruz, no nos pareciera tan temible.... Y sobre todo, si nuestros ojos se abrieran para ver luces más altas, si tuviéramos fe viva, cómo caería ante nuestros ojos el velo de las cosas de este mundo.... Esa cruz no la traen los soldados romanos, es Dios quien la da.... No es un instrumento de suplicio, es un instrumento de felicidad y de gloria .... Esa muerte no es una venganza. de los hombres, no es un castigo impuesto por la aversión, es un presente del Padre, es el oro con que se compra el cielo. ¿Por qué? Porque á los ojos dél alma fiel la cruz no es más que la escala por donde subimos a la felicidad y á la gloria. Porque la · cruz purifica el alma manchada 32 por el mal, rescata al alma vendida al enemigo, porque es instrumento de expiación, de la expiación que merecen nuestros pecados. Es penoso al corazón humano reconocerse culpable; el amor propio se resiente y sufre. Pero haga lo que quiera, la conciencia le obliga a confesarlo. Esta declaración, hecha por nosotros contm nosotros mismos, es dura, ¿pero qué tiene que ver con la confesión de nuestras faltas ante el tribunal de los demás? iOh qué sobresalto sient~ nuestro corazón al sólo pensarló! jQué trazas nos damos para disimular hipócritamente! ¡Cómo nos escondemos!. ... Y, sin embargo, todavía parece que hay algo que nos es más penoso: llevar en paciencia y sin murmurar el justo castigo que merecen nuestras falt-as .... expiar el daño que hemos hecho .... ¿No parece sino que no hemos visto nunca padecer a Jesucristo! "Oh Jesús, inocente Jesús, exclama Bossuet, ¿será necesario que oomeséis haber merecido la última pena?" Sí, lo es, lo es, hermanos míos. Los hombres le imputan crímenes que Él no ha cometido; pero Dios ha puesto sobre Él nuestras iniquidades y va á hacer un acto de desagravios ante el cielo y la tierra. Enseguida que vió la cruz en que había de ser enclavado, exclamó: "Oh Padre mío, bien lo merezco, no á causa de los crímenes que los judíos me imput-an, sino á causa de los que vos echáis sobre mí. Ven, oh cruz, ven y te abrazaré; justo es que te lleve a cuestas, pues tanto lo he merecido." Y la carga sobre sus espaldas lleno de esto.s sentimientos, y reune todas sus fuerzas para irla arrastrando hasta el Calvario, cargando sobre sí y revistiéndose de nuevo de todos los crímenes del mundo paiia ir á expiralos en el infame madero. Eso hace el Maestro. ¿Nos resistiremos nosotros a sufrir el oastigo que mereoen nuestras faltas personales?.... ¿Retrocederemos delante de la cruz que hemos merecido? ¿Verdad-que no?