Catequesis De La I.F.I
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Part of Estudio
- Title
- Catequesis De La I.F.I
- Language
- Spanish
- Year
- 1924
- Fulltext
- Agosto ESTUDIO 30, 1924 CATEQUESIS DE LA l. F. l. (Continuación) "Aunque la palabra orden significa jerarquía, no se debe creer que Jesucristo estableciera jerarquía alguna". "Esta probado que en tiempo de los apóstoles no había diferencia entre los presbíteros y los obispos". "Los presbíteros no sólo pueden ordenar otros presbíteros, sino también obispos: sería absurdo el creer que un presbítero que puede convertir un barquillo en Dios verdadero, no pueda en caso de necesidad consagrar Obispo al elegido por .cada Iglesia, falta de Obispo". Pudiera alargarse mucho más el elenco de negaciones y audaces radicalismos que contiene la Catequesis; pero las citas que preceden, casi todas ellas citas literales, son más que suficientes para convencer a cualquiera persona consciente e imparcial de la verdadera naturaleza de la Iglesia Filipina Independiente. Para comprender que, -no ya entre el cat'.l'1icismo, sino entre el cristianismo fragmentario y heterodoxo y el aglipayanismo existe oposición radical, irreductibilidad absoluta, no se necesita instrucción religiosa muy sólida ni profundos conocimientos teológicos: basta con saber los rudimentos de la Doctrina Cristhna, los artículos más fundamentales de nuestra santa fe. Y como si a los redactores de la Catequesis les pareciera poco su actitud hostil al espíritu y a las enseñanzas de la divina revelación, muestran especial complacencia en elogiar y aducir, en confirmación de sus doctrinas, el testimonio de escritores racionalistas, incrédulos, ateos o francamente anticristianos, tales como Kant, Fichte, Renán, Voltaire, Haeckel y Strauss. III. dogma de la existencia de Dios, esta consoladora verdad pierde todo valor cuando se afirma que la naturaleza divina no ha sido tod~vía descubierta por la ciencia. En las charcas cenagosas del ag!ipayanismo no pueden apagar su sed los espí~ ritus aristocrátio0is que suspiran por las corrientes cristalinas de lo inmortal y de lo divino, las almas delicadas a quienes no satisfacen el mundo de la materia ni las estrecheces del tiempo. En el contenido doctrinal de la I. F. I. todo es ignorancia, incertidumbres y dudas: fuera de las enseiíanzas de un frio racionalismo y de un crudo naturalismo, nada se encuentra que pueda responder a las aspiraciones infinitas del corazón humano. Leer las páginas de la Catequesis equivale a contemplar las melancólicas ruinas de los templos levandados para gloria de Dios, a recorrer los arenales de un ilimitado desiertü, a penetrar en las profundidades de un vacío inmenso y entristecedor. Consecuencia de este carácter negativo, de esta vacuidad doctrinal es la falta de sistema, la inconsistencia lógi-?a, la carencia de principios y normas fijas. A pesar de todos sus errores, los protestantes y otros herejes poseen un cuerpo de doétrina más o menos armónico, más o menos orgánico y sistemático. A los aglipayanos no es pcsible exigirles, ni siquiera la lógica más elemental del error. Sus doctrinas constituyen una masa informe, un acervo de proposiciones inconexas, de teorías desarticuladas, de incomprensibles contradicciones. ·carecen de método, de aromaní1 interna, de orden lógioo, de unidad de pensamiento. Este defecto es tanto más de extrañar cuanto que la I. F. I. se gloría de ser una religión cientificista y de no admitir otro faro ni guía que Además de recionalista y anticristiana es la la Ciencia Moderna. Lógica, consecuencia docCatequesis una obra esencialmente negativa y es- trina!, conformidad con las leyes fundamentales téril. Se contenta con derribar y destruir, pero del pensamiento humano•, con los cánones supreno se cuida de edificar y .consolidar. Rechaza una mos del corazón es lo menos que hay derecho a por una casi todas las verdades del dogmas cató- exigir a quienes se precian de sinceros y se conslico; más en su lugar, apenas nos ofrece afirmación tituyen en maestros y mentores de las muchedumalguna categórica, doctrinas concretas y bien de- bres. finidas. En el naufragb que, bajo la dirección de Sin embargo, los redactores de la Catequesis. los doctores aglipayanos, experimentaron las creen- - aunque hubieran querido ser consecuentes, no hucias religiosas, casi no ha quedado a flote más que bieran podido: lograrlo. Pretendieron armonizar la creencia en la unidad de Dios. Pero aun ésta las formas externas de la religión cristiana las aparece alterada y desfigurada con los errores más; exigencias del. culto católico con los imperativos crasos y groseros. Acerca de los otros grandes pro- de la incredulidad, con la negación de todos los blemas de la religión, su labor se reduce a negar, a dogmas revelados; y tal empresa resulta irrealiguardar inexplicable silencio, o a expresarse zable: no pasa de ser una quimera, un sueño abde una manera indecisa, vaga y vergonzante, que surdo. Arrancados ],o cimientos, se viené a tiedespués de la muerte, las almas irán a una vid9. rra todo el edificio; y, cortada la raíz, se seca el superior. Habla incidentalmente de la gracia, mas árbol con todas sus hojas, flores y frutos. Neno enseña cosa alguna sobre su naturaleza, nece- gada la divina revelación, ya no es lícito hablar de sidad y efectos en el alma del justo. Si admite el libros sagrados, depositarios de la palabra de Vol. IV -12- Núm. 87 Agosto ESTUDIO 30,1924 Dios ; ni de sacramentos, como de medios para conseguir la gracia; ni es religión cristiana, con su maravilloso organismo de verdades dogmáticas y morales. Pero al lado de esta inconsecuencia fundamental y sistemática, hay en la Catequesis otra inconsecuencia secundaria y accidental, que no por serlo, es menos censurable y digna de especial atención. Los maestros de la l. F. l., tal ver. sin darse cuenta de ello, caen en las más elemen ~a - les contradicciones. Niegan en una página lo que habían concedido en la anterior ; y establecen ahora doctrinas que han de rechazar a renglón seguido. Fuera inútil reunir aquí toda esa serie de inexcusables contradicciones. Sobre muchas de ellas se ha llamado ya la atención en los lugares respectivos. Así, dudan de la omnipotencia divina; y dan a Dios el calificativo de omnipotente. Niegan que sea creador y se proclaman sus criaturas. Dicen no tener más libro sagrado que la Ciencia; y repiten en varias ocasiones que también la Biblia es su libro sagrado. Aparentan rechazar la jerarquía eclesiástica; y admiten en su Iglesia minoristas, subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos y obispos máximos. Prometen seguir en todo las enseñanzas de Jesús; y despues de afirmar que el Divino Maestro jamás practicó ceremonia alguna y que su religión era puramente espiritual. y no ritual y externa, adoptan en casi su integridad el ceremonial del vano y supersticio.so culto católico. Esta inconsecuencia y falta de lógica de la Catequesis, ·este carácter contradictorio de sus doctrinas y enseñanzas, aunque injustificable, es todavía más o menos disculpable; lo que en manera alguna tiene excusa, ni disculpa, ni atenuante es la deslealtad y mala fe de que, con harta frecuencia, da pruebas inequívocas. En más de una ocasión se ha hecho notar ya ese hábitoi de insinceridad que la distingue. Con el mayor desenfado, mutila los textos de la Biblia, los altera, los falsifica o les da una interpretación torcida, si así cuadra a sus fines particulares. Aduce pasajes más o menos ambiguos de los Libros Santos; y hace caso · omiso de otros que los explican y aclaran. Se apoya en la autoridad de la Escritura, cuando ésta parece favorecer sus opiniones; pero, sin escrúpulo ningun::i1, declara apócrifos los libros e interpolados los textos que contradicen sus errores y prejuicios. Los yerros y las inconsecuencias podrán ser hijas d'e la ignorancia o del olvido; mas la insinceridad tiene su origen en la desaprensión y en la malicia; Remate y corona de esta actitud de ánimo es la mentira erigida en dogma y la hipocresía reducida a sistema. Según la catequesis, debiera corregirse el octavo mandamiento de la ley de Dios, "porque el mentir es lícito algunas veces". De igual suerte, debe admitirse la confesión por "la plausible, razón de que como el vulgo no comprende a_ Dios como espíritu o invisible, los sacerdotes tuvieron que arrogarse la representación de Dios para figurar juzgar a los pecadores, aconsejar y amenazarles con el castigo del verdadero Juez, y ciertamente esto es eficaz para las masas ign:>rantes". Así mismo, los aglipayanos "imitan la misa de los r'cmanistas _por Ja misma razón que tuvieron los cristianos para imitar el culto exterior de los paganos; por la necesidad de contemporizar con la rutina a que se apega el vulgo indocto". En otros términos: gran parte de- las prácticas seguidas por la l. F. I. y sancionad:is por sus libros oficiales no responden a convicción interna, a creencia religiosa alguna; sino que s::n meras formas externas, medios hipócritas de que es preciso servirse para engañar incautos y sect ucir la buena fe de la gente sencilla. De lo anteriormente expuesto puede deducirse también el alto nivel a que se mantiene la ética aglipayana. Es justo confesar que la Catequesis insiste con frecuencia en Ja importancia de los deberes morales. En tres lugares distintos expone detalladamente las 1 obligaciones del. hombre para con Dios, para consigo mismo y para con sus semejantes. Así mismo, recomienda frecuentemente. la filantropía, el desinterés, el culto a la \'erdad, el respeto a los derechos ajenos, el sublime valor de los principios en que se fundan la ética natural y cristiana. Sin embargo, aun en esta materia, incUrre en aberraciones increibles y establece normas de conducta indignas de pueblos cristianos y civilizados. No se contenta con admitir la licitud de la mentira y por lo menos indirecta y prácticamente, el deletéreo principio de que el fin .iustifica los medios, sino que llega hasta a legitimar hs vicios más groseros. "Es muy infame el que busque a una mujer casad'.l, habiendo muchas solteras": como si la prohibición del adulterio fuera excusa suficiente para sancionar actos no menos reprobables ante el código de la ley de Dios y el de la ley natural; o como si la dificultad de entregarse al vicio en este ürden de cosas, pudiera alguna vez justificar los pecados de adulterio. Tampoc-o se constituyen en un plano muy elevado al señalar los motivos que deben impulsarnos a la práctica de la virtud. Aquí también, sus consideraciones suelen ser altamente rastreras y egoitas. El adúltero debe reprimir sus bajos instintos; porque, de otra suerte "se expone H ser muerto por el marido ofendido." "Probad a poner en práctica esta espantosa teoría (la moral del monismo), y pronto sereis descubiertos, deshonrados y castigados". Fr. C. F. G. (Se continuará.) Vol.· IV ~ 13 - Núm. 87