El Aglipayanismo es herejia cognoscibilidad del milagro

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Title
El Aglipayanismo es herejia cognoscibilidad del milagro
Language
Spanish
Year
1924
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Febrero ESTUDIO 9, 1924 ®• - • • • 1 1 • • • • · - •. _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ . _ _ . . . _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ • 1 • • • • • • • • • • • •<!: j El Aglipayanismo es Herejía J ®-------------------~--------------------------------<!. COGNOSCIBILIDAD DEL MILAGRO SFUÉRZANSE los adversarios, conjurados contra la existencia del hecho sobrenatural que llamamos milagro, en impugnarlo con afirmar que nos.:>tros no lo podemos conocer, y apelan ora a que los sfmtidos del hombre pueden enga1íarnos, ora a /as fuerzas naturales, cuyo poder desconocemos. Claro está, ¿qué van a hacer los enemigos del milagro, viéndose rodeados por todas partes de hechos milagrosos, que les ciegan y confunden y que echan por tierra sus castillos de falacias y subterfugios? Lo de siempre ... ¡Cerrar los ojos a la evidencia ... , siempre negar! He ahí. la táctica innoble de los enemigos de Jesucristo. Pero los milagros de todos los siglos se imponen con tanta fuerza de razones, son tan numerosos, y of recen tales caracteres de cognoscibilidad, que sólo una 11wrcada mala fe, puede atreverse a negarlos. Y cuenta que no nos oponemos a que se examinen los milagros y a que se propongan las aparentes dificultades que podrán presentarse en cada caso; porque segurisimos estamos de salir airosos en la demanda. Nada menos que toda "una academia de ciencias estuviera presenciando un milagro", exigía Voltaire, para admit-ir su existencia. Porque el vulgo, decía, es incapaz de f allai· en mat.eria tan grave. Y ¿qué consecuencia sacaba el cínico enciclopedista francés de sus impías afirmaciones? Pues nada menos que esta ridícula conclusión: ¡luego los milagros no son admisibles; porque no los ha presenciado ninguna academia! Pero para at.estiguar respecto de hechos que se hallan al alcance de nuestros sentidos; para darse uno cuenta de sucesos que se pueden ver con nuestros mismos ojos y tocar con nuestras propias manos, basta únicamente tener sanos nuestros sentidos. Para atestiguar ante todo que Lázaro, por ejemplo, estaba muerto, y muerto de cuatro días, bastaría oler como su hermana Marta su espantosa fetidez, y natumlm,ente exclamar: "Señor, mira que ya yede; pues hace yá cuatro días que está ahí". Y como testimonio auténtico e irrecusable del milagro de su rasurreción, no tenemos· es verdad una academia de ciencias, con Voltaire a la cabeza, que lo prnsenciaran; pero nos hallamos por fortuna ante una notable concurrencia de Apóstoles y discípulos de Jesucristo· y de parientes de Lázaro, de habitantes de Betania y d'e Jerusalén, que atestiguaron antes de v.erificarse el milagro, que Lázaro estaba realmente muerto. Este, dijeron poco antes de la resurrección, éste que curó al ciego de nacimiento, ¿no pudo hacer que Lázaro no muriese?" ¡Luego Lázaro estaba realmente muerto! Las dos hermanas de Lázaro, Marta y María, al pres.entarse ante el Divino Salvador, exclamaron con un mismo lenguaje: "Sáior, si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano". Y contamos finalmente con un testimonio que vale por todos, sin necesidad de valernos de las supuestas academias de ciencias, como exigía el infame filósofo de Farney: tenemos como argumento concluyente nl mismo Jesucristo que dijo a. sus discípulos: "¡Lázaro ha muerto! Y me alegro por vosotros de no lwbermc hallado allí, a fin de que aeáis'', a la vista de Láz·aro resucitado de entre los muertos. Como testimonio de la milagrosa 1·csurrección de Lázaro podemos presentar n muchos y muy variados testigos presenciales, que vieron con sus propios ojos a Lázaro salir del sepulcro a la i•oz imperiosa de Jesús: "Láz·aro, sal afuera"; que le contemplaron, atados todavin sus pies y sus manos con las cintas funernrias; que fijaron sus ojos en su rostro cubierto con el sudario de l<t m1icrte, y qu3 oyeron con sus propios o-ídos las imponen/es pu/abras del Hijo de Dios sereno y tranquilo: "Dcsa ludie u dejadle ir". ¿Cómo era posible que ge e11.r;roiam ante la .espléndida manifestación de tan portentoso 111 ilagro, la turba de judíos, que había acudido al sepulcro, y q11e ante tan sorprendente maravilla creyó desde .entonces en la divinidad de Jesucristo? Yo creo que vale mucho más la conversión de muchos jud ios incrédulos ante la evidencia del prodigio que vieron y oyeron, que lo que puedan nfirmar todas las academias de ciencias, capitaneadas por el infame Voltaire. Yo creo y me atre110 a afirmar que es mucho mayor milagro la resurreción espiritual de aquellos judíos muertos y sepultados bajo la pesad-ísima losa de la incredulidad y obstinación judúica, que devolver la vidn a un cuerpo muerto, para cuya 1·ealización basta la ·voluntad divina; al paso qu.e la resurrección espiritual del alma, ha de ser además obra de la libre voluntad del hombre racional. ¿Cómo es posible que tratasen de negar el portento aquellos mismos judios .endurecidos a la vista del milagro obrado en Betania, cuando e11f11recidos e irritados por la evidencia avasalladora del milagro, confesaron llenos de despecho: "¿qué hacemos? Este holllbrc hace muchos milagros. Si lo dejamos así, todos creerán .en él".. . Vemos, pues, que sin sombra de duda creyernn aquellos incrédulos farüeos en la verdadera. resurrección de Lázaro, ni se les ocurrió consultar a ninguna academia de ciencias de su ti.cmpo; porque bastaba no estar ciego ni sordo, parn oir las palabras imperativas de Jesucristo, y para ver a Lázaro vivo, resucitado milagrosamente por el poder sobrehumano del Divino Maestro. ¿Cómo habían de negar el milagro, cuando tramaron los judíos nada menos que maü:r a Lázaro, seis días antes de la Pasión del SMíor, porque muchos se apartaban yá de ellos y creían en Jesús? "Véis, decían los del Sanhedrín, Vol. III -3- Núin. 58 .Febrero ESTUDIO 9, 1924 que nada adelantamos; he aquí que todo el mundo va en pos de Él". Y lo ?nismo que Voltaire y los escritores de la "Catequesis" optan por suprimir al testigo: "Pensaron, pues, en matar a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos". Con lo cual dan por cierta su resurrección. ¡Vaya una lógica: Nadie, pues, lo negó; nadie lo puso en duda. Y ¿por qué? Sencillamente, porque lo habían presenciado. Pero Lázaro vivo continuaba siendo 11 IÍn su pesadilla, y la causa de que muchos judío.~ desertasen de sus filas y creyesen en el Mesías. De Betania trasladémonos por unos momentos a Lou1·des, para ser testigos de casos similares a los de Lázaro, en donde resplandecen los milagros ante miles de personas; ante hombres tocados también de incredulidad judáica; ante los que que se apellidan sabios, como el inmundo Zola, que pret.endió enturbiar con su asquernsa pluma las tranq11ilas y purísimas aguai:i, que brotan de la maravillosa gruta de Massabielle. Arranquemos, pues, la careta al infame novelista Zola y aparecerá en s11s denigmntes escritos, la mentira y la calumnia. Tiene la palabra Zola, y nos va a dar él mismo el certificado acerca del estado de Elisa Rouquet, nombre supuesto de María Lemarchan. "Al emprender ésta el viaje, escribe el novelista, tenía un lupus (tuberculosis cutánea) qu2 le había corroído la nariz y la boca; una ulceración lenta desarrollaba constantemente las costras y destrozaba las mucosas; la cabeza alargada en forma de hocico de perro; . .. estaba hecha una figura horrorosa" . .. Pero llega Elisa a la maravillosa gruta de Lourdes el 20 Agosto de 1893, y al día siguiente llega a las piscinas, se moja, da un brinco, se arranca las vendas y grita: ¡Estoy curada! Luego acompañada del Dr. Hombres que la vió entrar y salir de las piscinas, fué al Gabinete de coniprobación en donde varios médicos, habiéndola examinado, le hallaron sano el pulmón y cicatrizadas las úlcems. El Presidente le dice a Zola, que se hallaba allí: "Aquí tiene V., Sr. Zola, lo que buscaba. -No, Señor, replica; está muy fea, no quiero verla!" Y ¿cómo se las arreglaba, pues, el novelista ¡Jornográfico para negar este po1·tentoso milagro? Como todos los impíos obcecados: negando siempre. Oigamos sus mismas pa.labras: "Se le figuraba a E lisa Rouquet que lu llaga después de ./,as lociones de la fuente, tan en carne vive, comenzaba a secarse y palidecer. Era verdad: su aspecto era menos ho1'1'ible. Al día siguiente despertó gran interés el caso de E lisa Rouquet; era patente que el lupus, cuya llaga le comía .el rostro, había m2jorado ... Aunque distaba mucho de hallarse curada, se había iniciado en ella un lento proceso de curación". /Es falsísimo que sólo se hubiera iniciado una lenta mejoría! ¡Es falso tnmbién que las úlceras de Elisa fueran sólo nerviosas; pues según el D1·. Ne elle eran llagas tuberculosas, y según el Dr. Hombres era una llaga de carácter tuberculoso que supuraba mucho. ¡Es falso que .E lisa no curase instantáneamente y con sola la primera inmersión! ¡Luego el perverso novelista Zola desfiguró y falseó a sabiendas la verdad.' Y no es de maravillar; puesto que en el caso de la Gri'!:Ota, llamada María Lebranchu de 35 aiios de edad, atacada de tuberculosis pulmonar, con reblandecimiento y cavernas, según el Dr. Marquezy el 20 de Agosto de 1892 en que llegó a Lourdes, fué curada instantáneamente. Pues bien; el mentiroso novelista cuenta en su novela que la Grivota sufrió terrible recaída en su enfermedad y fué por fin a morir a un Hospital. ¡Embuste fenomenal! ¡Descaro singular ante la evidencia de miles de personas que vieron a la tísica antes y des¡més de su milagrosa curación! Irritado por tan inaudito descoco el Dr. Boissaire, presentóse un día en casa de Zola y le dijo: "¿Cómo tiene V. la osadía de hacer morir a María Lebranchu? V. sabe muy bién que se encuentra tan buena como V. y como yo". Pero Zola se excusó diciendo que todo novelista tien3 derecho para matar a los personajes de sus obras, cuando le place. ¡Verdadero imitador de los judíos del tiempo de Nuestro Señor Jesucristo, a quienes, con tal de negar la evidencia de su mi/a.gros, lo mismo da asesinar a Lázaro, que a Zola matar a la Grivota! Basta por consiguiente para conocer la existencia de un milagro, que eslá al nlcance de los sentidos, estar sano y hallarse presente al hecho sobrenatural. De lo contrario deberíamos dudar de todo. Con los mismos ojos se ve a un muerto levantarse del sepulcho y a un 1•ivo levantarse de la ca11w. "Dado el hecho, dice el P. Laplana S. J., se indaga la causa, y si no se halla entre los agentes naturales, se atribuy.e a 11na intervención divina". No nos salgan tampoco los detractores del milagro con las ocultas fuerzas de la naturaleza; pues todos conocemos hasta dónde no alcanzan. Sabemos perfectamente que no basta una palabra, para resucitar a un muerto; que no es suficient.e tocar a un leproso para sanarle; que nadie ha encontrado el secreto de multiplicar el pan con sólo echarle la bendición, y de curar instantáneamente con agua de u1w fuente, común y ordinaria. Cuando, pues, Jesucristo resucitó a Lázaro muerto en el sepulcro, y sanó ci un leproso con sólo tocarle con su divina mano, y aumentó prodigiosamente el pan, para saciar a más de cinco mil personas, y para confusión de innumerables incrédulos, re::.:liza hoy portentos y maravillas en Lourdes, como ay.er en Jericó, Betsaida y Cafarnaum, hemos de confesar que Jesucristo es Dios, que son verdaderos los milagros ¡wr El realizados, y que en pleno siglo XX, ante rnuchedumbres de peregrinos, obra su mano ornnipotent.e verdaderos milagros que puedan verse con los ojos con sólo ir a presenciar las maravillas de Low·des. P. DE ISLA. Vol. III -4- Núm. 58