Oh, Aquel pueblecito de mi Niñez!

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Part of El Misionero

Title
Oh, Aquel pueblecito de mi Niñez!
Language
Spanish
Source
El Misionero Año VI (Issue No.1) Junio 1931
Year
1931
Subject
City and town life
Story-telling
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Abstract
[A story wherein the main character reminisce his life success and ventures from his hometown. ]
Fulltext
18 Oh, Aquel Pueblecito de mi Niñez? MUY lejos de todos los co- puesta •en un lado de la cabeza, nocidos y amados que con el cirgarillo pendiente de los le querian, había erra- labios, con las manos puestas en do... los bolsillos de sus pantalones larHacia mucho tiempo. gos y sucios, arrastrando unos zaAun era un niño cuando se es- patos pesados por el asfalto rescapó de la oasa paterna. Duran- baladizo del "Session Road" de te algún tiempo vagueadó en Ba- la ciudad de Baguio. guio; entonces había servido de Lo que prefería, era quedarse mensajero en una tienda de un sentado en algun rincon del merchino; pero entretanto llegó a co- cado. nocer a otro muchacho de Jr;san, Allí había muchísimo que ver:quien, dos veces a la semana, te- gente de Benguet, genlte de Bonnía la dicha de bajar en truck toe, gente de Quiañ:~n, gente de hasta Bauang, y así es que al fin Naguilian, gente de los valles abadel mes, cuando recibió de su jo y de la costa; allí se oía hablar amo, el chino, su pobre sueldo, y charlar en todos los idiomas, entró en su nuevo servicio y des- allí largas lineas de mujeres vende entonces también pudo bajar dian tabaco, montones de frutas en truck dos veces a la semana traidas del "baba": lancas, salamahasta Bauang, en donde ayudaba gui, longboy, cestos enormes de en las transportaciones, cargando legumbres: tarong, paria, otong, y descargando mercancías en la saluyot, panalayapen, katuday y estac'ón. Al principio el trabajo marunggay", y otros cestos con le era durísimo, pero al fin se pescados, los unos secados: el "kaacostumbró, y se hizo más fuerte ring" y los otros frescos: "bangos, como también mas grosero. Sí, monamon, bulong-unas, armang en poco tiempo se quedó muy y ipon... Mas allá, había sacos vulgar: sabía repetir expresiones de arroz: arroz de los valles, arroz asquerosas y contar historias in- de los montes; se vendían ollas Y mundas, aunque en un ilocano pucheros. Hombres venidos de defectuoso, lo que hacía reir a Pangasi.nan vendían perros Y los compañeros. Pues en poco Igorrotes de Benguet ofrecían tiempo, ya no se quedaba nada cerdos gordos, mientras que en del niño callado y reposado de los bancos alineados toda clase de las montañas. telas se quedaban expuestas tal En los días que no babia trans- como en las tiendas de la ciudad. portación, no hizó mas que matar Cuando en ·el mercado el ruido perezosamente el tiempo y va- y meneo decrecían, entonces diguear con la gorra a visera larga vagaba perezosamente hasta su EL SACRIFICIO TRAE CONSIGO LA RECOMPENSA barraca oscura y sucia, fuera de la ciudad; llamaba unos cuantos otros vagabundos de su edad y calibre, jugadores y perezosos, y todos jugaban hasta que 1a noche y el hambre les forzaba cesar. Así es que derta noche, fué cog¡.do por un policía porque estaba jugando a los prohibidos y cuando unais semanas después dejó al calaboso, se encontró sin buscavida, y empezó su vida de vagabundo. Algún capataz lo tomó a su servicio y ahora trabajaba en el camino en compañia de un equipo de gente de Bontoc. Cada mañana, con un pico y una pala en las espaldas, salió del "campo" hediondo para dirigirse al sitio del camino indicado por el capataz, y cada mañana el mismo' trabajo le llamaba en el frio y en la humedez de la madrugada; miís tarde, el sol de fuego le quemaba y aguijaba sus espaldas por el sudor, o también los chubascos le molestaban mientras continuaba su duro trabajo en el lodo y las piedras, y cuando llegaba la noche, volvía como una máquina 'a su "campo" oscuro en donde el humo del fuego de pino quedaba suspendido debajo del techo de cojon tal como una gruesa neblim1: allí comía algo y después extendía sus miembros endoloridos por el cansancio sobre unas cuantas cañas mal ajustadas. Sin embargo continuaba trabajando a pesar de ser el único individuo 19 de Benguet entre estos extranjeros de Bon toe; pero poco a poco se sentía invadido y saturado por la.tristeza que le causaban su soledad y el abandono total; ya casi no hablaba más, se quedaba moroso malhumorado y bronco y hasta tenia asco de vivir. Sin embargo, siempre seguía trabajando, pero, mientras escababa la tierra 1con su pico ó la desvolvía con su pala, sentía la fatiga en sus brazos y espalda, su imaginación buscaba un cambió, un alivio, un mejoramiento para su vida de perro, seguía trabajando hasta que a1gun dia sentía el vertigio: dejó caer el pko, se acostó con la cabeza de fuego sobre una piedra fria del monte, se volvió hasta las hierbas al lado del camino, cerró sus ojos y esperaba. Al despertarse estaba eoctendido en el "campo"; sus compañeros, sentados de cuclillas al su rededor, le sobaban los brazos y piernas y habían envuelto su cabeza con algún pedazo de lampazo mojado. Al abrir los ojos, miró sus caras ... las reconoció.;. Entonces preguntó lo que le había pasado y oyó como le encontraron en las hierbas del camino, mojado por las lluvias, desmayado por completo, y por eso lo habían traído al "campo." Eso, y nada más de lo que había pasado en el "campo", recor~ daba más tarde ... porque de nuevo LAS MISIONES NECESITAN ESCUELAS 20 habui caido en el delirio ... quería escaparse, se levantó empujado por el calor de la calentura, pero los hombres le oogieron., aplicaron otros pedazos de ropa mojada en la frente, los cambiaron de vez en cuando y toda la noche le vigilaron pensando que moriría. Al día siguiente, muy de mañana, los compañeros le llevaron al hospital. Durante varias semanas se había quedado allí. Durante largos días, exhausto por el fuego de la fiebre tifoidea, se quedaba acostado, con los ojos grandemente abiertos fijados, ó tontamente mirando a las largas lineas de camas en la sala. Sus ojos seguían a las enfermeras que siempre activas pasaban de un lado a otro, ó parecían devorar los nuevos enfermos traídos, ó interrogar a los convalecientes tropezando entre las camas, ó examinar a· los parientes venidos para consolar a sus enfermos. ¡Cuantas .caras! iCuant-0s extranjeros! Con el tiempo y poco a poco se amejoró, sentió volver sus fuerzas y entonces se quedaba pensativo ... Al principio no eran más que imaginaciones locas y incohesivas, pero al fin pudo imaginarse la necesidad de algún cambio en su vida. Su vida pasada ahora le parecía una larga y profunda miseria. Al mirar por la ventana abierta y al ver las verdes montañas y por encima el cielo azul con algunas nubes asoleadas, ya no podía comprender toda la paz con que rebosaba su pobre corazón. Más allá, en la profundidad de estos montes yacía su pueblecito natal. ¡Ay! Cuanto había llorado cuando el Apo Pari le visitó algún dia, se sentó a su lado y le preguntó: -"¿Nadie viene a visitarte, Kwanching? ¿Y hasta ahora nadie ha venido para ver como estás? ..... ¿Viven aun tu padre y madre, K wanching?" Apo Parí había hablado con él con tanta amistad ..... y entonces Kwanching súbitamente había sentido en la profundidad de su corazón algo que le decía que debía vivir, que debía cambiar de vida, que debía volver a casa···· iAy! No quería más vagar. Y divagar pel"ezosamente, sin fin Y objeto de vida. Quería volver .... jQuién sabe si aun vivían su padre y su madre! Acaso habían muerto, durante su ausencia, durante su vida bestial, mientras estaba lejos de ellos. ¿Porqué les había dejado? ¿Por - qué había dejado la casa paternal, hace tantos años ya? Y revolviendo todo eso en su cabeza endolorida, Kwanching había empezado a llorar y era como si todo el dolor, por tantos años amortejado en su corazón, hubiera brotado de un golpe de su pecho. Pero estas lágrimas abundantes le probaron bien. Ahora sentía alivio y veía una luz, igual a la aurora de la mañana que disipa las tinieblas de la LA MAYOR NECESIDAD : noche. ¡Que bálsamo! Experimentaba la necesidad de algún amor y de paz, y en cuanto se amejoraba cada día, asi también cada día aumentaba su anhelo hacia su casa paternal, hacia la soledad tan pacífica de su lejano pueblecito, y en los primeros días que salió fuera, auando de nuevo respiraba el aire tan fresoo de los montes, miraba silenciosamente hacia el horironte distante, en dirección de su pueblecito .... qu.e estaba más allá del valle azul.. .. más allá de las verdes laderas .... más allá de las cumbres pintorescas .... Sí, allá ,estaba su pueblecito y para él ya era como si estuviera al lado de su padre y madre .... en su casucha de Abuat .... Kwanching había dejado el hospital. En el mercado de Baguio, había comprado algµnos vestidos para su padre y madre, unas cuantas hojas de tabaco y algunas chinche~ ías que sabía serían bien recibidas. Desde muy de madrugada había partido: andaba por el "mountain trail" con paso ligero y corazón alegre; en estos momentos podía aun contemplar las blancas nubes nocturnas, suspendidas en los desfiladeros, entre Tublay y Capañgan. Mas allá de Atoe, dormían aun las cumbres en la oscuridad de las matas y las altas hierbas en ambos lados del camino goteaban perlas de rocío nocturno. A me21 dida que procedía y había pasado el pueblo de Capañgan, el valle, perdido en el azul de la profundidad, se torcía más y más hacía la derecha, en dirección del rio Agno, detrás del cual como olas gigantescas se levantaban altas montañas creciendo siempre hasta llegar a la cumbre del siempre nubloso Kadassaan. Aun escondído detrás estos gigantes, el sol tiraba sus rayos de oro: el gris indistinto del valle y de l'as colinas desaparecía como por encanto: las laderas brillaban como un cuadro plateado; el aire, las rocas, las laderas y los abismos se bañaban en un océano ·de luz y colores. Amaneció de nuevo el dia en el pais tan tranquilo y pacifico de los montes. K wa:nching reconoció la región que hace años no había visto: era el mismo camino de antes, desde La Trinidad hasta Salichet, con esta única diferencia que ahora em ancho y llano y que en todas partes trabajaban una infinidad .de obreros: sería un dia el camino para autos, desde Baguio hasta Bontoc; pero desde Salichet hasta Ambuclao, en la ribera del Agno, siempre era el mismísimo sendero bajando en numerosas vueltas debajo sombríos arcos de verdura eternal de pinos, pero ya cerca de Ambuclao, en la cima del monte, Kwanching de repente salió de la sombra y entró en lo resplendente del súl que tal como llamas, se levantaba de la madre del rio y le quemaba la cara. CATEQUISTAS! 22 Vadeaba la corriente, y sentándose en la sombra de unas plantas faustosas, comió la morisqueta que llevaba desde Baguio. Terminado, proseguió su camino medio dia más lejos, andando en la madre de algún afluente del Agno dirigiéndose al este. La noche iba a caer, cuando llegó a la vista de su pueblecito. Parecía que ahora la ansiedad empujaba la sangre de sus venas y de su corazón: se sentó en la curva del sen de ro desde donde pudo contemplar el valle. Algunas chicas, todas cargadas de un pesado kaiban, cesto, lleno de camotes, pasaron de largo en silencio ... volvieron a sus casas: el trabajo duro del dia estaba terminado. Frente a las casuchas encendieron el fuego; de todas partes subía •despacio el humo blahco de leña de pino que ardía, quedándose como una neblina azul flotando por encima ·de los techos, -·~··>-Apenas se había salido el sol, por encima de Tudingan, ya sabía todo el pueblo que Kwanchinghabía vuelto: Kwanching, el niño que hace ·años se escapó de casa, y que ahora de vuelta era un varón de alta estatura. El anciano, Tulchec, su padre y la vieja Orana su madre apenas lo habían reconocido cuando ayer anoche en el pueblo de repente se había presentado a ellos. Los labios de Tulchec temblaron de emoción y de felicidad a la aparición súbita de su hijo. Orana había llorado y cuando Kwanching les había dicho: "Nunca mas partiré de aquí y me quedo con vosotros", en seguida los padres habían olvidado toda la tristeza padecida durante la larga ausencia de K wanching. Aquella mañana, muchos visitaron a Tulchec para ver a Kwanching, y el anciano, sentado a la entrada de su casucha, fumaba el tabaco regalado por su hijo K wanching y en su cara arrugada se leía una evidente expresión de satisfacción y felicidad. Kwanching había vuelto,Kwunching a quien había creído perdido ó muerto, Kwanching, su hijo, ahora un varón, un homtbre .. "Nunca mas partiré de aquí y me quedo con vosotros" así halbía dicho K wanching, y Tulchec no cesaba de repetir estas palabras en sus pensamientos, su corazón no era capaz de medir toda su felicidad: de veras, desde ahora dichosos serian sus últimos días. Kwanching era fuerte y grande, tra1bajaria para su padre, y se encargaría del peso de los trabajos. "Ahora puedo morir tranquilamente", así pensaba Tulchec, "ahora puedo morir en paz: K wanching llorará al lado de nuestro cuerpo; cuidará el fuego de la muerte, y prepárará tddo lo que debemos llevar al pais de los difuntos". Con que gusto escuchaba Tulchec la voz de Kwanching, quien SOSTENGA UN CATEQUISTA! en estos momentos relataba a los visitantes todo lo que le haibía pasado allá. -·H·Ya parecía que Kwanching quería reduplicar la felicidad de sus padres en restitución de la mucha tristeza que les había causado por sus largos años de ausencia. Ahom desfogaba la felicidad de su comzón con golpes sonorios con el hacha al cortar leña en los bosques; y cuando el sudor le goteaba por todo su cuerpo y cuando cargado corría al pueblo sentíase dichoso. No consentía a que su padre Tulchec toe.ara aun el arado; él mismo, Kwanching, trabajaba aon el carabao en el lodo de los arrozales; el mismo cortaba zacate para los animales; el mismo los cuidaba; y al anochecer, el mismo cogió el palo y pilaba y limpiaba el palay y preparaba la morisqueta para la cena. La paz y la felicidad llenaban el corazón de K wanching, tal como la luz del sol saturaba el valle tranquilo de su puebléQito. Muchas veces cuando desde la cumbre del monte miraba abajo en donde el rio espumoso serpenteaba por los campos, sucediá que Kwanching se acostaba pensativo en las hierbas odoroSas; entom:es sus ojos seguían los movimientos del halcón montañés columpiando en lo alto de la profundidad azulada. ¡Cómo la tranquilidad emanaba de estos campos dorados, de aquel humo azul extendido por encima 23 del pueblecito oscuro, escondido entre los mangos verde-oscuros! ¡Que tranquilidad reinaba entre estos camotales blanco-verdes en las laderas de las colinas en donde las mujeres silenciosas seguían tranquilamente con sus duros trabajos! jQue tranquilidad subía de la sombra de 1as barrancas en donde el wakkal, planta serpentina, .como una cortina descendía de las mmas del Tatangaan y del Petecan, y en donde el martín pescador, el pitdungay, arridaba entre las florecientes cañaelas! jQue tranquilidad se extendía por encima de las laderas cubiertas con bosques de donde surgía el mugido del ganado que pacía! jQue tranquilidad abrazab.a a todo este rinconcito, escondido en esta región montañosa, tan sosegado, tan resplendeciente de luz y de sol como de sombras violadas! jQue tranquilidad reinaba en los corazones de los habitantes sencillos quienes con tanto afán se fatigaban en su lucha por la vida! Kwanching muchas veces meditaba sobre la gran diferencia entre esta tranquilidad tan suave y el alboroto tan ruidoso en donde había vivido antes: "sin cuidado, sin ·cariño, desbaratando mi juventud." Por eso, Kwanching recordaba con desagrado estos míseros años; procuraba ahuyentar estos recuerdos tal como huía del ambijoeng-aan, que pica. En cuanto aumentaba su dicha de estar en casa, también aumenROGAD POR LAS MISIONES 24 faba su desinterés por todo lo que sucedía fuera de su pueblecito: le bastaba dar gusto a su padre anciano y a su madrecita vieja; le bastaba la fiesta del pueblecito tan sencillo pero a la vez fan alegre, cuando batían el tambor el sulibao, ó resonaba el retintin de las calsas, cerca de alguna casa en donde se bailaba el baile antiguo; en los dias de lluvia ó en la tranquilidad de las noches, le bastaba sentarse a cuclillas, fumando y charlando con algún vecino, mientras se ocupaba de algún trabaj9 manual. ¡Oh, que noches más agradaViajaban en un mismo tren una joven muy educada y un pasajero muy grosero. Apenas sentado faltóle a este último tiempo para tatarear refrables, cuando la luna saturaba su pueblecito con su luz de plata, cuando el pitaat y el pelpel, los grillos, cantaban en las hierbas y en los campos mientras se balanceaban las cañas altas y oscuras debajo del cielo azulado sembrado de centelleantes estrellas! ¡Cuántas veces pensaba en todo eso K wanching, cuando desde la cumbre del monte, miraba hacía abajo, en la profundidad, en donde las casuchas quedaban perdidas en cuadros de la verdadura repitiendo continuamente en su corazón: "Queridísimo pueblecito mío, nunca más te dejaré!" tez o; -¡Oh, señorita, creía que iba V. a tragarme! -Dispense V. señor; soy israelita y !nes obscenos. no como carne de cerdo. La joven no puso atención a lo que ¡Por vida del pasajero! Acababa vomitaba su vecino, pero de repente de.tropezar con una joven que reivindeja escapar inadvertidamente un bos- dicaba virilmente su derecho al respeto. RESID1':NCIA DE "EL MISIONERO"
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