Amor con azucar

Media

Part of Excelsior

Title
Amor con azucar
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
'DE LA VIDA NEGRENSE AMOR CON AZOCAR (ALIMENTO COMPLETO) Blasco Ibañez, el grande, se clasificó a sí mismo, como «el español que trabaja.» c:El español que trabaja, trabaja más que cu·alquier americano, porque trabaja por todos los españoles que no trabajan». Bien; i!l gran novelador era así, un poco extremista y siempre graciosamente expresivo. La verdad es, que los hombres de todas partes que trabajan, trabajan mucho más de lo que a ellos individualmente les conviene, y a beneficio del enorme contingente de clos otros». Desde luego, esto está mal y hace mucho tiempo que ei:;tá mal. Según parece, va pan. largo ... Mister Fairchild sabe muy bien, está muy al tanto del azúcar que se fábrica, de donde viene: a donde va, como viaja y en que clase, quien lo come, como lo come y cuanto come. Este señor, además de ser Mr. Fairchild, es la Eshdistica: afirma, que el ciudadano filipino no deglute azúcar, y si no tanto, por lo menos dice que toma unas cantidades ridiculas y que así no se vá a ninguna parte en el concierto universal. Si cada filipino introdujese en su 'estómago tantas o cuantas libras al año, del dulce elemento una vez fabricado, refinado y aderezado, la Estadistica apuntaría una línea de cifras graciosas y rientes en sus encasillados, que sería como una guirnalda de sampaguitas o de cadena de amor alrededor del nombre de Filipinas. Entonces, Mr. Fairchild sonreiría una vez, con una sonrisa de oreja a oreja, gratamente compensadora de su larga seriedad de aguilucho. Yo no sé, seriamente, gran cosa de como se alarga o se achica la transcendencia de este asunto, según se coman más o menos libras por cabeza, pero sí sé, que h significancia, calidad, distinción y superioridad de las naciones o de los pueblos, -se ha aquilatado siempre en la jerarquía intelectual y moral de los ciudadanos que asumen el glorioso papel de cprimos», traba}ando y produciendo; nunca sobre la cuantía de los parásitos, inválidos, y «positivistas» de la parte negativa, Los conocimientos de la Estadistica han producido una aseveración rotunda, seguida de un colofón implorante y humanitarista de Mr. F3.irchi1d que está muy bien. . . Su innegable competencia en el producto industrial llamado AZUCAR, es sagradamente respetable, pero nús conocimientos sobre los alrededorés de este producto y mi condición de meridional, me traen a parodiar al autor de «La barraca», 3firmando, que los filipinos se atracan, hartan, atiborran y sobrealimentan si no precisamente de azúcar, con jugo de eaña dulce, que es lo mismo, salvo una pequeña diferencia de labor intestinal. Porque el filipino que vive o trabaja en o cerca de un cañadulzal, masca tal cantidad de caña, desde antes de tener sac'3.rosa hasta que es toda dulce, que no hay más remedio que reconocer y aplaudir su colosal esfuerzo, evidente del afan patriótico de za.mparse la enorme parte correspondiente a los que se atienen modestamente al arroz con c:guinamús». ¡Bravos muchachos, valientes dalagas, mártires voluntarios de la digestión contínua ! · Sospecho que está feo, mal, que no coman todos azúcar, como he reconocido sin esfuerzo la triste situación que crea el que no trabajen todos un poco; pero esa. exposición de que aquí se .consumen cantidades lsmentablemente exiguas cpe1· cápita», contribuyendo así a la ruina de un negocio que se salvaría si cada uno se doblara la dósis, me parece teóricamente acertadísimo, pero algo utópico, ideal y fantástico como un depurado ideal socialista, finamente la· brado en color de rosa. . . . e impracticable. Haciendo equilibrios sobre un c-able tendido entre la Realidad y la Estadistica, me parece entender más viable y hacedero, lo de dirigirse a unos cuantos millones de chinos o de indios y, tocando, ora sus corazones, ora su estulticia, por procedimientos análogos a los US3dos para pervertir el gusto de los fumadores y hacerles comprar «Chesterfield> o c:Lucky Strikes>, salvar así la crisis del azucar y la situación del esforzado sector de consumidores actuales, que de verse obligados, aumentarían sus raciones por solid:iridad y reventarían patrióticamente de la manera más vulgar. No pasarían a la Historia; Filipinas perderb. sus braceros en los distritos azucareros; tendría que permitir la emigración de chinos para subtituirlos, y finalmente, ¡oh ironía!, habría que convencerles de que e) az'"ucar de c:iña se come y sabe bastante bien. Esto es pavorosamente claro, ¿no? Reventarían, sí. Los que no lo han visto no pueden imaginar las toneladas de rico jugo sacarino que pasan anu'3.lmente entre las terribles dentaduras de miles y miles de filipinos. Ved un distrito azucarero en tiempo de cosecha. Hay una briega incesante e intensa, radiante de color y de grandiosidad entre el esplendoroso verdor de los campos, bajo el baño -3.rdiente de la luz. Vénse por todas partes grandes brigadas de hombres, avanzando en los sembrales como en un campo de batalla; luchando cuerpo ·::1. cuerpo con los fantasmas gesticulantes que semejan las cañas, que van cayendo vencidas a los golpes certeros, brillantes y sonoros de los machetes. Siguen avanzando mas y más sobre la buena tierra que se va alfombrando de tisú de oro con la seca hojarasca, que como greñas de luz, árancan los e: bolos» de las cañas. Crepita la espesa mas::1. de hojas secas bajo el cansino andar de los carabaos y vacunos, con el bullir de los hombr.es, el revolcarse y i:etozar de los vaquerillos, bajo el peso de los rieles portátiles, alternando quejumbrosamente con el chirriar de los vagones que entran -!ll campo a hincharse de caña, para salir después a la segura y luminosa vía grande, camino a la fábrica. Suepa a fngor de contienda en un vivificante vibrar, grato a los oidos del que sembró, porque es el anhelado ruido de la soñada hora de lucha en que ::;e gana siempre. Hombres, mujeres, niños, animales, a~ompa­ sando la musicalid11.d de la faena, mueven mandíbulas y quijadas al unísono, masticando trozos de caña hasta exprimirles la última posibilidad de dulzor. De ver en vez, lanzan de la boc"a el agohdo taruguillo de bagazo, seco, marfileño, como de seda plisada. A lo largo de todos los caminos, en la vía férrea, junto al enorme rayo luminoso de cada raíl, lucen los taquitos de bagazo, delatando el paso de cad-:i hombre, la fortaleza de sus músculos maxilares, y la insaciabilidad de sus estómago!'i. . . Dentro de los campos por cosechar, a pocos metros de la vereda o del camino, hay siempre corros de c!esolación, redores de cañas tumbadas, rotas, pisoteadas, y sobre esto, cientos, miles de trócitos de caña masticada y ... ¡Primores nocturnos! En cuclHlas, bajo el esplendor del cielo estrellado, ¡debe ser b.n delicicso ir inascando dulcemente mientras pasa la vida tan call3.ndo ... ! En una vieja hacienda de la isla de 1'1egros me contaron la famosa historia de c:Ping» y «Meng», sucedida aHí hace tiempo. Es como la leyenda glorificadora del jugo de h. caña generosa. ' c:Ping», era un zagal de 18 ó 20 años que se esforzaba denodadamente en cargar sobre sus hombros y llenar su vagón con más caña que ningún cargador. Muchos dfas pasaban seis toneladas de caña por su hombro encallecido, gravitando sobre su espalda de efebo sudorosa que lucía al sol como una es~ultura de cobre bruñido. « Ping» quería hacer méritos ante el viejo cabo « Vadong» porque -g,maba a 13. sabros.a dalaga ·tMeng», su hija. Esta, era una fruta en su mas dulce punto de madurez; todos querían a c:Meng», la perseguían y asediaban, pero el viejo c:Vadong», con su. prestigio de antiguo cap·:it:az en la hacienda, su historia de guerr.illero revolucionario, su contundente palasan y su declarada ambición de casar a la moza c:con otra. clase de gente.», cuajaba en un formidable cancerbero que los jornaleros estimaban imposible de vencer o de burlar. c:Ping» y «Meng» trabaj-:iban maquinalmente en sus faenas siempre lánguidos y tristes. Se amaban ... Al fin, un día desaparecieron de la hacienda. Hubo gran conmoción; todos, hasta el dueño, se consideraron ofendidos con esta fuga de los am-3.ntes, mejor dicho, por la «traición» de la linda kindae. Salieron emisarios a recorrer los. vericuetos y escondrijos del monte, todos los pueblos de la provincia e incluso de la costa frontera de Cebú. En vano; no parecían. Pasaron tres semanas y el cielo compadecido de la sord:i desesperación de los infelices habitantes de la hacienda, hizo al fin causa común con su indignación, desatando la furia de una gran turbonada. En medio de la lluvia torrencial surgieron «Ping» y «Meng» de un. sembr:ido frontero a la barriada de casitas de nipa de los obreros. Estaban pálidos y ojerosos, sonrientes., fe1ices y gordos, de una gordura blandengue como la de los globos de goma con que juegan los niños. En las manos ostentaban sen".' das cañas a medio mondar y con las puntas mordidas. Lució .el sol. Todos fueron -:i ver el sitio que les sirvió de refúgio. Dentro del éampo había un gran círculo, como de unos seis metros de diámetro. Circundado de un muro de cañas enhiestas con su verde airón y su dorada base de hojarasca, formábase allí un nido, enguatado con un mullido lecho de taquitos de bagazo que reflejaba como la nacar y mentía sábanas de seda, de encaje o de espuma ... La visión apoteésica de aquel nido de amor conmovió a todos. He tenido ocasión de conocer ·a «Ping» y «Meng». Están viejos, son dos .vulgarísimas «birrias» que no llevan nada encima de la gracia poética de su hazaña. Dicen, que cuando pasan frente 3. un campo que estén segando y ven alguna caña deshojada, inevitablemente se llevan las manos al vientre y muestran un mirar empavorecido. PARCIA MUÑOZ. En el mes, Julio, de 1930.