El dolor de ser fuerte trilogia

Media

Part of Excelsior

Title
El dolor de ser fuerte trilogia
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
°l:/ ®olor·i>e ~er%er/e Uj}.i/ogia D_fl WoHJbre Que Ouiso %/ver/ ~er ~no o/or fntonio ON. _,,,/boa Siempre que la adversidad, arrojándole como un guiñaRo a bs charcas de la calle, le maltrataba, Licerio Guerrero suspiraba: -¡Ay, quién pudiera volver a ser niño.! ... Porque, de niño, Licerio era muy feliz. Sus padres eran ricos y él, hijo único. Para que nada le faltara, un tío suyo materno murió dejando en la orf'3.ndad a otro hijo único, César, que apenas tenía tres año.s, uno menos que Licerio. César pasó a vivir con la familia de Licerio, y desde entonces fué su amigo y compañero. Y I.icerió y César eran los niños más fellees de la tierra. Es verdad que hahí-3. días en que se enseñaban los morros y aun se golpeaban y rasgaban los ·trajeeitos Qe marinero--siempre iguales--con que Doña Josefa, madre de Licerio, se complacía en !ltormentarles a pretexto de que así estaban más guapos. Pero siempt·e acababan por reconciliarse para volver a jugar al trompo, a la cometa o al S'lmgka. Cés·!lr era un poco tramposo, y esta era la causa de sus peleas; pero, quizá por esto mismo, resultaba tan encantador y simpático. Luego era de ver lo complaciente que era para con su primo Licerio. En medio de su feliz inconsciencia, parecía tener la intuición de que todo el bienestar de que estaba rodeado se lo debía a la familia de Licerio y que tenía el deber, para con e] pequeño heredero, de ser condescendiente h::ista la complicidad, sin perjuicio de engañarle cada vez que podía. Ambos tenían inclinaciones perfectamente afines. Cuando m:tduraban las guayabas del solar vecino, era César quien inici:!l'ba la proposición de introducirse allí clandestinamente, y subiéndose al Ai-bol, coger todas las fruhs que pudiera, arrojándolas luego a Licerio, que esperaba abajo y recogía todo lo que, desde arriba, caía como fruto del hurto. ¡Ah! Y una vez fueron sorprendidos así, robando guayabas, por el viejo Oyong, dueño del solar y de la huerta que había en él. Oyong vivía de vender frutas y legumbres y no toleraba que los chicos «bien» ·le privasen ·así como así de sus medios de subsistencia. Oyong, que descubrió al fín quiénes eran los enemigos de , su propiedad, salió vociferando: -¡Ah, pillastres, ladrones! Por fín os he cogido. . . Ahon me las pagaréis todas juntas. Y con una fusta, castigó severamente las asentaderas de Licerio, que, de miedo,-el miedo cerval del ladrón cogido con las manos en la masa, -ni siquiera se acordó de echar a correr. Allá arriba, mientras Licerio entregaba al viejo Oyong el producto de la sisa con gran vergüenz·a en los ojos y en el alma, y mientras recibía dos coscorrones y un pellizco, había quedado César, temblando como un azogado y pensando que él era el más culpable. No se atrevía a b!ljar, porque el viejo le esperaba al pie del guayabo, fusta en mano, blandiéndola amenazador. -¡ Bája !-gritaba el ogro-Te voy a desollar vivo. Licerio huyó tan precipitadamente como pudo, abandonando a su compañero a la- furia del airado Oyong. ¡Oh! Aquel viejo era refractario a todo progreso, y nunca aceptaría, ni siquiera por un minuto, la teorfa de los soviets de Rusia. Es verdad que a Licerio se le ocurrió un instante arrodillarse, inconsciente de su posición de vecino rico y poderoso, a los pies del viejo para impetrar su clemencia para con el comp3ñero, cargándo él con toda la responsabilidad; pero el instinto de conservación pudo más en él que este r::isgo de generosidad .. -¡Abajo !-barbotaba Oyong. -Mientras no tE' apartes del tronco-replicó César-yo no bajaré. -Mira, que voy a subir, y te mato. -Sube si puedes--contestó descaradamente el PE'queño ladrón. Oyong, en efecto, intentó subir dos o tres veces, y en tod3s ellas los años le retuvieron en tierra. Entonces, convencido de que el muchacho quedaría sin su correspondiente castigo si .no empleaba con él la astucia, y convencido de que, apartándose sólo un poco, podria darle alcance apenas pisara tierr"S, Oyong se hizo a un lado invitando al mismo tiempo a César a bajar. -¡No!--contestó tercamente.-Un poquito más ... -Y le señalaba un sitio en el cual debería colocarse si querh que él abandonara el inaccesible puesto desde el cual se encastilló, seguro de si mismo. César tenía un plan, y comiendo o fingiendo comerse las frutas que habh hurtado, decidió esperar a que el ogro le obedeciera. Esto exasperó a Oyong que, creyendo que la voluntad del chico era más fuerte que 18 suya, se colocó en el sitio que se le había designado . Era el momento esperado por César. Más rápido que el pensamiento, se sóltó de la rama a que estaba agarrado, cayendo sobre bs espaldas encorvadas de Oyong que, no esperando tal ataque, rodó por el suelo, sintiendo que el firmamento se había desg3jado aplastándole. César, con las traseras un poco doloridas, echó a coner como pudo, abandonando el botín y al viejo Oyong que quedó completamente aturdido. Pero, de todos modos, la hazaña no quedó sin sanción. Victor Guerrero, padre de Licerio, cacique político y amo del pueblo, apreciaba a Oyong. Licerio y César fueron encerrados un día entero en la casa, sin poder asomar las narices a la ventana. Además, Doña Josefa, celosa de la moral de su hijo y de su sobrino, les obligó a rezar siete veces el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria Patri, en penitencia del pecado Que habían cometido, quebrantando el séptimo mandamiento. II Licerio se licenció de 11.bogado y César, de ingeniero. -Es lo que más conviene a mi carácter--decía a su mamá.-Ser campeón de la justicia, defender a los po·bres contra las persecuciones de los ricos, ayudar al Estado a castigar a los criminales y proteger -1. los inocentes. Ese es, para mí, el camino del abogado. ¿No te parece esto un apostolado, el apostolado del derecho? Víctor Guerrero se burlaba un poco de los entusiasmos de su hijo. Precisamente, los abogados que él conocía, los favoritos de la suerte y de la fam3., tenían en su haber cuentas no muy justas ni muy santas. ¡Si sabría él que, por una sola coma en un documento mercan.ti!, le obligaron a pagar en una ocasión siete mil quinientos pesos! Pero Don Víctor era muy comprensivo . Cada uno tenia derecho a escoger la vida que más acomodase a sus gustos e inclinaciones, y pues su Licerio se sentía llamado a ser el campeón de los débiles y oprimidos, cuya causa estaba dispuesto a defender, lo mejor era darle oportunidad de ser algo. La Vida, que es h más rígida de las maestras, le enseñarja después . .. Y la Vida fué, desde un principio, fosca y cruel para con Licerio. Su prim~ra causa fué desastrosa. Defendía a unos pobres oo.mpesinos, acusados de robo en cuadrilla por un cacique de barrio que veía en ellos a los futuros rivales, y él juzgado condenó a todos a ocho años de prisón. -¡Novatadas!-decfan sus colegas.-La defensa no podía ser más descabellada. Son inocentes, ya se sabe, pero Licerio Guerrero no logró c!esvírtu!:l.r siquiera la ·:ilegación de que hu· bo conspiración. En cambio, César prospen.ba a ojos vistas. Se empleó primero en el gobierno como segundo o tercer ingeniero auxiliar de distrito. Luego, dejó el gob:erno para ser contrati:--ta de obras. Mñs tarde se casó con la chi::a más admirada de la provincia, con lo que sus negocios prosperaron más toda vi :i . Y de asuntos del corazón, ¿cómo est&ba Lice. rio? ¡Ay! El candor y la ingenuidad le haciBn tímido; la nobleza de su corazón le impidió 1'iem· pre echar mano de pequeños trucos en las entretenidas y peligrosas lides del amor, con lo que siempre 2·esultaba derrotado; su sinceridad no conmovía a las chicas de su tiempo; su odio a Ja frivolidad amb:ente, su despego de la cultura de cine y -mogazine le hacía fastidiosamente soso. Una vez se creyó amado. Lulú Serrano era una muñequita deliciosa, muy chic y muy sport. Su charla cantarina de pájaro feliz abría para ella las puertas de todos los corazones. Era un poco romántica y un mucho artista. Adoraba los lniles, los saraos, los at homes, los picnics y a Ronald Colman y Rod La Roque. Cuando Hega ron los tulkies, descu•brió nuevos artistas, los virtuosos del canto lánguido y pueril del reperTeresit3, que comulgaba, po·r lo menos, una vez al mes. i Encantadora y contradictoria Lulú! Pero para Licerio no había tal contradicdón. Lulú vivía y tenía que vivir en el corazón del siglo. Y el siglo era todo eso: ruido de automóviles, aeroplanos y motor boats, :ilg:arabía de ia.zz, fiebre de velocidad, batir conl'ltante de toda clase de registros, inquietud de tennis, orgía de músculos y traje~ de baño que no dejan nada para la perversa autopsil imaginativa de la adivinación. Y Licerio era un rezagado del siglo quince>, obligado a vivir en Ja post-guerra. Virtudes del ayer injertadas en las costumbres de hoy- tal era su ideal. Una mujer muy modero·!, muy u-.p-to-date, con las sólid~s virtudes de la seráfica doctora,-tal era su sueño de mujer. Y este sueño se hizo carne y fué . Lulú Serrano . III Lulú Serrano fué. franca. ¡No! El no era ::::u torio americano. Pero Lulú- y esto volvía loco hombre ideal. Deseaba otro, menos soso. . . me· a Licerio--era, además, de una virtud a prueba de películas atrevidas y audaces y de cuentos subidos de color. Su frivolidad era 'a flor de piel. Su verdadera alma estaba entregada a cierhs asociaciones piadosas, pues era una fervorosa nos rez3gado. ¿Muy bueno él? Sí, señor; pero para ella era «demasiado bueno». Un hombre con más bríos, con más nervios, más práctico . ¡Sí, eso era~ MRs práctico hasta en el a rte f!e ser cam.peón de los oprimidos. (Y lo de coprim"idos» lo decia con cierto retintin'). POT eso, ·e8cogía, por su libérrima voluntad, a Pepe Pastrana, gran deportista, excelente bailarín, que adoraba antes a Lila Ue y hoy a N ancy Carrol, -y que era, además, católico práctico como ella. Y en medio de su dolo1·, Licerio Guenero, abatido por la adversidad, suspinha ~ -¡Quién pudiera volver a ser niño! Y una noche, en que quedó dormido en fuerza de llorar sobre las ruinas de su destrozada ilu.sión, su Angel bueno le despertó. -¿Quieres volver a ser niño de veras ?-le preguntó. Licerio Guerrero tembló de alegría. Habló y su voz resonó dentro de su cabeza, dentro de su corazón. Afirmó con los ojos, con h. cabeza, con toda el alma. ¡Por fín volvería a ser feliz! -¡Sígueme !-replicó el angel, tomándole de la mano. En seguida i::;e sintió trasportado como ,a través de blancos tules, conducido a regiones lejanas, hasta que perdió la consciencia de sí mismo. Cuando se despertó se encontró en medio de una gran plaza, jugando con niños de cinco o seis años. -¡Qué felicidnd!-murmuraba Licerio ... que ahora ya no se llamaba Licerio, sino René. Su aya no le perdh de vista. Ni siquiera le dejaba acercarse a un estanque próximo, llrno de peces de color, por miedo a que cayera en él; tampoco le permitía situaTse cerca de una fuente cuyas aguas alz3.ban, en un triunfo de mármoles, su gran sinfonía húmeda, por temor de que se estropeara su traje de marine rito. Luego, al caer el crepúsculo, René vió llegar un gran Renault, y dentro de éL una señora que le llamó a él y a su aya, y le metió en el coche, al mismo tiemp") que Madame J ean Pelletier le d:iba en lo . .:: mofletes un sonoro beso <'On sus labios pintados. -¡Mon clv~rÚ', mon cherie! .. . --decía abrazándole, al mismo tiempo que 1e examinaba el vestido para ver si estaba tan limpio como cuando se lo puso. Pero en el momento de echar a andar el coche, llegó al parque una pareja de recien casados. René, al ve.rlos, se echó a llorar sin ~aber exact'3.rnente Por qué. Un nombre resonó claramente en sus oídos, El, cogiéndoJa por el talle, exclamaba.: -¡Qué Jardín más hermoso! ¿N.o es así, I.nlú? -Sí, l'epe; esto es el cuento de las Mil y Una Noches. El cuento lo vivía él, Licerio Guerrero, llarnadO René Pelletier en pleno París. Lloraba, lloraba a pesar de las carlci9.B de su m8.má, Madame Jean Pelletier, espose del gran banquero Jacques Pelletier. Y todas las tardes, de regreso del parque, René lloraba sin consuelo, sin explicarse por qué. Los ; u egos no le divertían . El trompo, la -cometa, los c:a.ballitos de madera no le daban la felicidad. Los gritos de sus compañeros, niños corno él, le aturdían. Los triciclos, compendio, a11á en un lejanísirno país, del triunfo infantil, le aburrían horriblemente. Saltaba a la comba, y sus piernas le traicionaban. Corría desalado tras un gran disco, y de pronto se sentía en ridículo. Probaba a pelearse con sus compañeros, pero sintiéndose más fuerte que ellos, una enorme compasión le desarmaba de súbito. Se acerc:a.ba a las niñas, que arrullaban a sus muñecas sobre la suave alfombra de la alcatifa, y las niñas le arañaban ·por demasiado serio y formal. Los médicos se alarmaron y recetaron aires . de mar. Pero la sórdida melancolía de René no cedía. Biart'itz, San Juan de Luz, San Sebastián eran playas demasiado artificiales. El era un niño con spleen. Alma de hombre encerrada en una infancia sin candor ni inconsciencia.. Y René lloraba sin consuelo, y en medio de este dolor sin nombre, se acordó de llamar a su Angel una noche de insomnio. -¿Qué quieres'! - .Quiero volver a ser hombre. -·¿Estás loco? ¿Quieres volver a sufrir la enorme carga de ser hombre, sentir el dolor de tener que ser fuerte, reir cuando el alma se desgarra, aparentar alegría cuando la ilusión se ha hecho tri:r.as? -¡Sí, quiero! Prefiero ser hombre con el corazón roto a ser niño con el alma sin alegría. René Pelletíer <lesa.pareció. Licerio Guerrero volvió a ser Licerio Guerrero. ¡Ah! Pero esta ve:r. afrontó valientemente la adversidad. Alzó la frente, desafió al Destino, rnh-ó -:a. lo alto y se levantó. Entonces se convenció de que los hombres sólo son bajos cuando se ponen de rodillas. 78-80 ANDA w. c. PHONEI 2-37-36