Stendhal. La Cartuja de Parma.pdf

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A PRODUCT OF TANDUAY DISTILLER Y. INC • 348 tANDUAT. MANILA • ELIZALDE & CO., INC - 6EN. MANAbERS Stendhal: ——W———r La Cartuja Por J. SPOTTORNO Y TOPETE LA sociedad, el “gran mundo” de la pequeña corte de Parma, andaba aquedos días revuelto. Fausta, la artista célebre ñor su voz y por su belleza, a quien protegía el marqués de..», hallábase en Parma decide algunos días. Llegaba de Bolonia, impulsada por los celos que su protector sentía ante un galán, desconocido en esta ciudad. El marqués, como tantos otros enamorados, sabía que una gran distancia de tierra por medio es la mejor receta contra el peligro. La sociedad de Parma, sin embargo, ignoraba tales deta­ lles de una excursión, • que más bien representaba una fuga. Sabía, eso sí. que Fausta había causado sensación entre los “Don Juanes” del principado, y que, cuando ella entraba en la iglesia, a la hora de la misa, el templo llenábase de fieles, más atentos que a la propia devoción, a la devoción de aque­ lla bellísima mujer. Fué una ocasión propicia para la duquesa de San?everina, nue organizó un concierto en su palacio para poder lucirse y lucir a Fausta, la expectación del momento. Precisamente por entonces la duquesa andaba en lenguas de todos a causa de su sobrino Fabricio, ausente de Parma y escondido donde fuera por haber matado a un hombre en due'o. La Sansevenna era mujer de intrigas y amaba el peligro, casi tanto como al hijo de su hermana. Muy en amistad con el primer ministro de la Corte, conde Mosca, atrevían* a desafiar, con una fiesta en grande, a todos los enemigos con que contaba. Los saines del palacio Sanseverina ardían aquella noche de puro esplendor. Grandes arañas, que pendían del tectr, irradiaban sobre bellos rostros la~ luces de susi bujías. Ha­ bíanse dispuesto Tos asientos ñor filas, en las oue se acomodaba una gran concurrencia. Delante, en un sflón aislado, según ordenaba el protocolo, hallábase el príncipe heredero de Par­ ma. Era éste un muchachote tímido y desgarbado, de cabe­ llos rojizos, ojos azules y muy dado a los estudios de minera­ logía. Su timidez, sin embargo, no le hab'a impedido a^a*-, en varias ocasiones, su mirada azul hasta la plenitud de la duquesa, la belleza más elogiada de aquella Corte. La Sanseveiina iba y venía entre sus invitados, para h°cer lo que se llama “los honores”. De pie, ante el Sillón del príncipe, había charlado un momento con éste, dando1 e expli­ caciones y detalles de la fiesta que iba a presenciar. Un ins­ tante después pudo vérsela sonriendo a su gran enemiga, la Raversi, a quien elogió su vestido y tocado. Anduvo entre v otros, repartiendo apretones de mano y exhibiciones de su bella dentadura, hasta que una cortina, telón 'improvisado, agi­ tóse en señal de que iba a comenzar el concierto. Fué el instante de la emoción máxima. Fausta apareció i esplandeciente de juventud y de belleza ante la curiosidad am(8) de Parma biente. Por un momento mostróse como cortada y liena de ru­ bor; pero con Tas primeras notas musicales Su voz elevóse gra­ ta y plena de facultades, La Sanseverina aprovechó aquellos momentos para acer­ carse al primer ministro. Como quien cambia unas palabras banales, le preguntó en voz baja, que denotaba la ansiedad: —¿Qué...? —Hay que esperar aún, amiga mía—le contestaron—. Con todo mi poder no puedo nada. El príncipe, influenciado por los enemigos que usted tiene, nos es hostil. Bien está Fabricio don­ de está por ahora. Un entrépito de aplausos apagó la última frase. Fausta obtenía un gran éxito, y en el intermedio de una a otra can­ ción, ¿a duquesa corrió hacia sus invitados para recibir en­ horabuenas y sonrisas que hubieran querido herir como puña­ les. El imberbe príncipe heredero era uno de los más entusias­ mados y expresó a la Sanseverina su deseo de que el concierto continuase al punto, para poderse dar un rega.o a sus ojos, más que con el arte, con la belleza de Fausta. Tornó ésta a aparecer, tras de la cortina, en el lugar re­ servado para escena. En rea idad la artista era guapa, cantaba bien y sabía vestirse. La Sanseverina, por un instante, la admiró sinceramente, y haS.a sospechó que, de haber sido hom­ bre, hubiera sido acto fácil el de acometer alguna locura por aquellos lindos ojos. Instintivamente, volvió entonces los su­ yos de la escena y miró hacia el fondo del salón. Allí, en último término, apoyado en el quicio de una puerta, estaba un hom­ bre vestido de cazador. ¡Era su sobrino! La duquesa lo hu­ biera reconocido entre mil. No perdió su serenidad y marchó en busca del conde Mos­ ca. Al oído, con un hi’o de voz que era apenas un suspiro, L: señaló, con los ojos, el lugar donde aquel hombre se encontraba: —¡ Fabricio...! Pero el hombre había desaparecido ya, por la puerta de su. apoyo, que daba al jardín. El conde no ignoraba la presencia de Fabricio, informado por su Policía. Venía también de Bo­ lonia, detrás de Fausta, a quien su protector forzara a huir. Y la Sanseverina, ál enterarse de esto, cedió su entereza y se sintió acometida por la angustia. Tuvo el conde que sostenerla y que consolarla, asegurando el peligro alejado. —¡Sin dirigirme la palabra siquiera...! —pensó para ella sola. Y en sus ojos incomparables se encendió entonces ese ful­ gor que hace inconscientes a las mujeres celosas. tropical mejor que cualquier otra pintura pro­ ducida localmente o importada. YCO es tam­ bién fácil de aplicar para cualquier clase de pintura, aun el ama de casa puede hacer el trabajo con suma facilidad. Y porque la pin­ tura YCO cubre mucho — un galón es más que suficiente para convertir sus viejos muebles, y toda clase de armarios y estantes en ‘•verdade­ ras piezas de arte". ELIZALDE PAIHT»OH FACTORY. INC. ** M H»n J. Spottorno y Topete. (9)
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1954
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