El Recuerdo
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Part of Semana
- Title
- El Recuerdo
- Language
- Spanish
- Source
- Semana Volume IV (Issue No. 84) Julio 1950
- Year
- 1950
- Fulltext
- /VAGACIONES FILOSoFICO-LITERARIAS Ibamos a escribir UNA CA DENA, pero como que este vocablo en virtud de la aso ciación de ideas trae natural mente consigo la idea de es clavitud, o al menos carencia de libertad, como cualquier ser viviente atado o enjaulado, preferimos la idea de ESLA BÓN. El recuerdo pues, es un es labón áureo por invaluaible, que une el pasado con el pre sente. Es el álbum psicológico en que el hombre ha ido re uniendo los más importantes hechos y etapas de su carrera mortal. Es otra manera de vivir del hombre en este mundo... ¿no decimos acaso de alguna per sona, acostumbrada a hablar de su pasado que ella “vive de recuerdos”? Todos nosotros, quien más quien menos vivimos de re cuerdos, como quiera que en no pocas ocasiones de ellos nos guiamos. Cicerón no du dó en llamar la Historia maes tra de la vida porque los re cuerdos poseen un valor psi cológico tal que instintivamen te, el hombre, que es por na turaleza imitador, suele hacer lo que hicieron sus antepasa dos.. . Pero no vayamos lejos... enfoquemos nuestra atención e interéls hacia esa muy valio sa dádiva con que Dios nos agració: el recuerdo. El recuerdo no es un sueño; a lo más los recuerdos son, muchas veces,, la base de los más alegres y felices sueños! Lo que es la planta a la flor, así el recuerdo al sueño. Lo que es el anillo a la peráa, así el recuerdo al soñador i Si el hombre no sueña es porque carece de recuerdos, y no recuerda nada porque no vive sino para este día, y quien tal vive no acaricia ensue ños ... no sabe soñar! y vive «on un pobre concepto acerca de la vida! Qué de cosas de valor y pre. ció no pierde el hombre carenEl Recuerdo Por Jota Ele Jota te de recuerdos! se corta su unión con el pasado... está desprovisto de tradiciones, no siente el amor del hogar, ni menos el cariño a la patria; es una navecilla que va flotando, sin brújula alguna, por el in menso océano de túrgidas olas. Le faltan el lastre y la brú jula. .. carece de los dulcísi mos recuerdos del hogar, no siente las llamaradas de las entusiastas amistades del ayer. LAS ALEGRÍAS DEL RE CUERDO Quitadme las comodidades y otras bagatelas de la vida. •. privadme de ciertas amistades acariciadas por auras popula res... condenadme si queréis a los profundos misterios de la soledad; pero por favor, ACADEMIA CERVANTES Las clases comienzan el 17 de Julio SE ENSEÑA: Elementos de Gramática española Gramática española intermedia y superior Literatura española, filipina y americana (Conducentes al título de maestro en español) Taquigrafía (española) Para más pormenores escribir o ver al DECANO R. Hidalgo 1089 Manila. no me privéis de las inefables dulcedumbres del ayer ... quiero gozar, a mis anchas y al són de una indefinible mú sica, de las placideces del re cuerdo. Para un hombre espiritual, cuyo corazón se conserva im poluto del hediondo ledo de los mentidos placeres del mun do, el recuerdo es una delicia y cierta reviviscencia o reen carnación de aquellos deleites del alma, de aquellos sufri mientos y callados combates del espíritu, de aquellos he roísmos del corazón que sabe sentir y sabe amar, porque sabe recordar. ¡La inspiración es otra de las fuentes inexhaustas de las alegrías del recuerdo! La memoria de-las solicitu des y abnegación del difunto padre, y los heroicos sacrifi cios de la finada madre de fa milia no pueden sino serv¡r de inspiración al hijo o a la hija para que trabaje con hon radez, y para que mire con desprecio los placeres utópi cos del momento. El recuerdo de los pasados amigos que vivieron para amarnos habiendo sido leales con nuestra amistad, purifi cada en el crisol de las más desalentadoras pruebas, nos animará a vivir una vida sa crificada y fiel a favor de la comunidad en que vivimos. El recuerdo es todo para el corazón que ama y sueña! “ET HAEC MEMINISSE JUVABIT. ..” Es esa ciertamente la pura verdad... el recuerdo de los presentes sacrificios, la memo ria de las actuales luchas y combates... esta o aquella amistad, esos lances de hoy, todos con cariño depositados y como guardados en el álbum del recuerdo servirán de ve nero riquísimo de placeres ín timos y de indescriptibles bienandanzas. ¡ Le harán al corazón triste, volver alegre! y ¡qué de ho(Pasa a la pág. 37) ENTRE AMA Y CRIADA La criada:—Señora, los niños están retozando locamente en el jardín de los vecinos. La señora.—Déjelos Maria, así se divierten sin hacer daño* r m La dificultad de S Un día Pedro estaba seriamente preocupado. Quería dejar la Puer ta del Cielo y sus deberes, por irnos minutos, y llamó a su herma no Andrés para que ocupara su lugar. Andrés estaba muy dispuesto a fingir de guardián, pero Pedro te mía dejarlo encargado. —Ten mucho cuidado—le reco mendó—no dejes entrar a nadie que no tenga derecho. No te guíes por tu propio criterio. Pregunta al Angel Registrador; déjate lle var sólo de las seguridades que él te dé, y recuerda que aquellos que tienen derecho a entrar siempre en trarán, y una pequeña demora no les hará mal, pues jamás hubo hi jo de hombre ni hija de Eva que fuera demasiado humilde. Ten cuidado ahora y no cometas nin gún error. Andrés le aseguró a Pedro una y otra vez que seguiría sus instruc ciones al pie de la letra, y por fin Pedro salió presuroso hacia el tro no, ya que el asunto que le lleva ba no admitía demora. Por el camino encontró a Jesús, y después de cierta vacilación no pudo contenerse y le contó lo que pesaba sobre su corazón oprimido: —Ha pasado una cosa terrible, Maestro—comenzó a decir—, y quiero que sepas que no tengo la culpa. He sido encargado de la custodia de la puerta; jamás la he dejado un solo minuto hasta aho ra; te doy mi palabra que nunca he dejado penetrar una sola per sona que no tuviera una hoja per fectamente limpia. Nadie puede sentir mayor gratitud por los pri vilegios del Cielo que yo. Tú me crees, ¿verdad? Jesús inclina su cabeza con ojos sonrientes. —Estoy seguro, Pedro, que has sido un admirable guardián—dijo —¿pero qué es lo que ahora te pre? ocupa? —El otro día—comenzó a decir Pedro, fijando en el Maestro una intencionada mirada de soslayo—, el otro día, me encontré con una niñita ciega a quien estoy seguro que jamás dejé entrar en el Cie lo. Oh, Maestro, /alguien está franqueando la entrada; nada pue do hacer y recaerá sobre mí la culpa de otra persona. Jesús puso su mano sobre el hombro de Pedro. —No solemos culpar con facili dad, ¿no es verdad, Pedro? ¿Pero quién crees que está permitiendo la entrada? —No puedo dormir ni comer pensando en esto—repuso Pedro an Pedro evasivamente—y te ruego que me ayudes. —¿Cómo puedo ayudarte?—pre guntó Jesús. —Ven esta noche a las once, cuando todo esté tranquilo. Te enseñaré lo que está pasando. Jesús le miró con cierto asom bro, peto contestó con sencillez: —Estaré contigo, Pedro. Aquella noche Pedro tomó a Je sús de la mano guiándole a lo lar go del murtf hasta el primer gran baluarte; entonces le susurró que aguardara en la sombra y obser vara. Y he ahí, que unos minutos más tarde vislumbraron una figu ra de mujer junto a la muralla al menada, La vieron despojarse de su cinturón y dejar caer uno de sus extrémos por el muro. A los po cos minutos un jorobadito trepó, dió uno o dos pasos vacilantes y se postro antt la mujer besándole el borde de su túnica. En seguida Jesús retiró a Pe dro de allí y al encaminarse hacia la puerta, donde no podían ser es cuchados, El dijo: —¡Es mi madre! —¡Sí, es María!—empezó a de cir Pedro— ¿y qué puedo yo ha cer? Aquellos que ella deja en trar, son todos deformes como es te mísero jorobado; ella sólo ayu da a los mutilados, los contrahe chos y los ciegos y a quienes pa decen de llagas sangrientas y pú tridas — criaturas horribles — que avergonzarían hasta a una ciudad terrena. ¿Pero qué puedo hacer yo, Maestro? —¡Pedro, Pedro!—dijo JesüíT, fi jando en él sus grandes ojos lu minosos—. Tú y yo, no tuvimos siquiera una deformidad en nues tro abono... Snbocación A una flor de mis ensueños, Albi Dampios. Inspiradora Musa de mis dolientes versos que encendiste en mi vida un sublime querer; ¿cuándo volverás a mis tiernos brazos a borrar con un beso mi largo padecer? Te quise como nadie con pasión y cariño que llenaron mi pecho sediento de calor, y a pesar de tu ausencia te quiero más que nunca, viviendo y delirando en medio del dolor. Concédeme siquiera un rayo de esperanza que alumbre las tinieblas de mi mortal desdicha y aparezca radiante en mi negro horizonte ia visión esplendente de mi pasada dicha. La nube que mi vida empaña con tristeza pasará al retomar tu imagen idolatrada que en mi numen jamás se pierde ni se borra, ¡pues de cerca o de lejos, estás en mi, mi Amada! Te adoro, amada mía con amor inalterable, con el mismo cariño y con pasión sincera, y a pesar del olvido y tus fríos desdenes, sigues viviendo sola en mi inmortal Quimera. Con mi dolor a sotas en mi recuerdo vives, sólo con mis Ipudes en mi jardín desierto, voy contando las horas de tu vuelta a mi lado, y *en mi yo te presiento, fya soñando o despierto' José L. Neri Manila, Julio de 1950. EL RECUERDO... (Viene de la, pág. 17) ras de merecido ocio y des canso ! Las luchas de la juventud son el triunfo y colmada ale gría de la vejez. La fidelidad de sinceros amigos será mañana la pun zante espina de taimadas' amistades. Hcy la lealtad y abnegación de la honrada esposa será mañana lágrimas de amor del infiel esporo. El recuerdo nos avalora las cosa^ tales cuales eran. Y el precio que da el recuerdo es el valor que permanece inmuta¡ pensamos dudando ahora lo que mañana veremos cierto! El recuerdo lleva dos cor tejos: el amor agradecido o el tardío arrepentimiento... ¿quién no admira el complejo psicológico de nues'ro ser? El recuerdo de las buenas obras corresponde al amor agrade cido ... la cordial gratitud... por los malos pasos y por aquellos perversos instantes de más perversas amistades llora triste y solitario el tar dío arrepentimiento... El re cuerdos es placentero si les he chos han sido buenos... con gojoso si reprobables. EN LA SOMBRERERIA Don Cosme se prueba muchos sombreros y al fin dice: ¡Que bien me queda este! ¿Cuánto vale? El sombrerero.—Nada, señor, es el mismo que usted trajo. [37]