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Part of Semana Revista Ilustrada Hispano-Filipina

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PERFILES HUMANOS Miércoles por la tarde. Enrique Yurta, algo preocupa­ do- caminaba más que de prisa. Era, pues, una tarde plácente’ ra, oliendo a humanidad y dulzu­ ra de vivir. Con la fantasía hirviente de gratos recuerdos del pa­ sado, para él Quiapo es el distri­ to so'vente de todos- los tipos hu­ manos habidos y por haber, donde convergen las fuerzas de resis­ tencia contra los asaltos del ham­ bre. Veía ensimismado cómo des­ filaba, ante él, el gentío hetero­ géneo de todas las capas sociales, Gemelos en el dolor por BROMERAL aquella muchedumbre devota ent casi forcejeando hasta consegi llegarme a la mitad de la Cap la, armado con un Sobre Gran (no me daba cuenta que tendr que parecer ridículo, el ir a iglesia, en un dia como aquí con un Sobre debajo del braz donde tenía guardados los peri dicos y la revista en que estal la imagen de e’la, que para i eran reliquias de mi más preci do ideal, y que pencaba mostri y entregarlas a ella despue; Estuve mirando por todosi ladc a trueque de ser tildado de ir MAR/ VILLOSO-COCK.TAIL Prepárese en cocktelera: Unos pedacitos de hielo. Media alara de nuevo. Lna cucharada de jugo de na­ ranja. Una cucharada de marrasquino. Una cuchaíada de granadina. Una copita de ginebra Peteras. Agítese muy bien y sírvase en copa de cocktail. ooo O ooo MARA: PICKFORD-COCKTAIL Prepárese en cocktelera: Unos pedacitos de hielo picado. La clara de un huevo. Una cucharada de las de café de marrasquino. Una cucharada de nas de café de granadina. Una copite de ron Bacardí A grítese muy bien v sírvase muv frío en copa d? cocktail. en busca de algo que fuera a sa­ tisfacer su curiosidad cotidiana. Una larga fila de “jeeps” y gran­ des “buses” venían de los subur­ bios lejanos, cargados de devotos de la Virgen dej. Perpetuo So­ corro. Y, entre unos y otras, no se notaba nada extraño; y son co­ mo esa^ postales de viaje o de amor. Manila, ciudad alegre, de son­ risas amables, de miradas angus­ tiosas, es todo movimiento, vib­ ración y vida. Para descubrir y conocer Manila, hace falta hacer en ella pagada, porqke no se puede conocerla o enseñada a no­ sotros en portales. En ella abun­ dan novelas de amor que termi­ nan en tragedias. Manía, ciudad alegre, en la que cada movimien­ to pendular de la existencia, nos revela su alma noctámbula; y, en ella, la lucha por vida, vie­ ne a ser como' un ejercicio mus­ cular, con el traicionero puñal del homicida, o el canon de una p:stola del “gangsterismo” moder­ no. Ajeno a lo que pasaba en su derredor, Enrique Yusta se dió cuenta luego que ya se encontraba en medio de la P’aza Miranda, donde los más furibundos orado­ res verbalistas desencadenaron, por varias noches preelectorales, las más sañudas filípicas contra lo''- adversarios políticos. Allí re­ sonó una véz, no Solamente la atiplada vóz de exsenador OsíaS sino también la vóz tribunicia de los López, Cabilis, Tañadas, Magsays'ay, Roxan, AvelinoS, Pa­ redes y otros jóvenes estudiantes, neófitos de la política, arrojados fdlí por sus respectivas agrupa­ ciones cívicas para ventear los triunfos y fracasos, virtudes y defectos de todos Ion candidatos a cargos electivos. pertinente por los feligreses qi — !Por fin te encuentro! le de- iban a la iglesia, no para bu cía el amigo aquel que iba de car, al igual que yo, a su Dul< prisa camino al hospital. —Pues, digo lo mismo, amigó Arturo. Todo por casualidad. Pe­ ro qué hay de aquello que me de­ cías . . . que m,é querías contar de muchas cosas de la vida.... —Ahora mismo vamos al “Mid Town”, Alli hablaremos lo que prometí contarte. Se dirigieron, pues, al “Mid Town” en Quezon Bou^vard. A las primeras de cambio, En­ rique Yusta reveló su pasado. Pe­ ro e?o rá, en pocas palabras. Hi­ zo un resúmen de la tragedia pa­ sional que un tiempo sufría con una jovencita de 18 primavera» ratural de Pampanga. Locamente enamorado de ella, no dejaba de recordarla y hasta se extasiaba evocando en su imaginación la venusiana belleza de la pampangueña. —De modo que tú también, al enamorarte, tenias uin calvario... —Már> que calvario, 7a tumba de mi amor. —Lo que me había pasado, qui­ zás, no tiene paralelo en la vida, v mira... Hubo una pausa entre los dos ••»m:gos. Enrique Yusta pensaba, mientras que su amigo Arturo, rebuscando en su interior algo rué se pierde, hizo un mohín de desprecio a la existencia. . . —Mira Enrique. También ten­ go mis cuitas. Dicen que de poe ta, músico, loco (y hasta de ena­ morado) todos tenemos un poco. Así, poco más o menos, > me por­ té un Domingo para cumplir, o mejor diría, acudir a donde mi novia me indicó que iría. A las 7:20 a.m. me encontré en la Cani’la de la Universidad de Sto. Tomás, atestada de gente. Con rea, sino para orar y oír mil de obligación. Algo ya desalei fado de miq investigaciones ecx lares, no veía a ella por ningu lado, salí de la Capilla pasand por un pasillo lateral de la k quierda que conduce a uno» coi redores de la Universidad, y <fu a la sazón, se estaban dando le< cienes de catecismo a los niño Estos, ’o mismo que los futrare sacerdotes o seminaristas que e taban con los niños, me dirigí* ron una mirada de burla y so presa al verme pasar con el eoJ sabido Sobre. Desde luego, j aguanté todo por ella y con 1 confianza aún . . . (!0h cuan il mita da la esperanza de los ent morados!) de encontrarla en 1 puerta a la sabida. Sin preoci parme de que no habia desayi rado y que podría ser objete d burla con el dichoso Sobre, r< solví pararme en la puerta prii cipal de la Capilla esperando qu pasaría ella sonriente y contente Estuve allá hasta cerca de 4 minutos, que me parecieron mor tale?; el ca7or era sofocante y 1¡ vista de tanta gente que entra ha y salía de la iglesia acaba ron por trastornarme por cómale to hasta el punto d? .que a poo* me desmayaba. Solo Ta fuerza d voluntad y el deseo irresistibl de encofrar a mi novia, me sos tuvieron. Como medida de precau ción, me reconté, aunque algo y; mareado, en las paredes de 11 puerta de ’a Capilla. No obstante no pudiendo ya vencer las impa ciencias ha¡rto enojosas, decid preguntar por la hora a un jove oue estaba charlhudo con otro de si# edad, y me contestó qu (Pasa a la pág. 34) (19) :* 1 * * 1Pei’fíl era ya las 8:£Ó a.m. I i a hora ¡ sentir hacia ella una especie [ 'B S o o o (Viene de la pag. 19) . ___ Al sabe exacta, yo mismo m ‘ asusté de la proeza y llegué odio con ribetes de enojo y rabí por la inexplicable conducta mi novia. Me daban ganas, de a su casa decirla unas cuan-* tas cosas, pero me contuve. Sa íí del lugar con el alma destroza­ do, como ella muy bien podía imaginarse. Llegué hasta prometerme de que ya no volvería una su qui­ pe en qué la que siempre con voz melosa y mi encanto y pia­ la voz de su maverla más, ni llamarla o hablar pe: txléfc’io, por io men-s hasta que obtuviera de ella explicación satisfactoria de actitud informal. Pensé y se... limarla por telefono, ro como sucede siempre las cosas de la vida, algunas veces estamos de malas, y nos salen al revés, me decid ya a coger el auricular del tefe fono y la llamé. Pero en lugar de contestarme me contestaba divina que era cer. contestóme drastra que me decia. “...nada, que está en cama... un ligero ma­ lestar...” Por ella supe entonces que mi novia se fue a la Capilla no a lan 7:30 a.m. como así me indi­ caba, sino a fas 6:30 ajn. Asi con el ánimo abatido y el alma roto en pedafco^ de dolor, me dirigí a un nestaufcátn para desayunar, -pero hé aquí que a ^s pocos mi­ nutos de estar rentado como ún “ecce homo”, el radiofonógrafo entonó la canción favorita y ro­ mántica “No sé lo que me pasa”. Y esto, naturalmente, me trastor­ nó más, por lo que salí volando, no sin excusarme de que había olvidado la cartera en casa y que volvería enseguida. Esa era mi tragedia, Enrique . . . En los ojos de Arturo, brilló una ráfaga de lúz envue’ta en lágrimas como hombre desenga­ ñado de las mujeres. Enrique y Arturo non gemelos! en el dolor ....
Date
1954
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