Discurso del presidente de turno Hon. Manuel C. Briones

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Part of Diario de Sesiones del Primer Congreso de Hispanistas de Filipinas

Title
Discurso del presidente de turno Hon. Manuel C. Briones
Language
Spanish
Year
1950
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
REPÚBLICA DE FILIPINAS Biarío de Sesiones DEL PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS MANILA Vol. I SEGUNDA SESION Martes, 10 de octubre de 1950 No. 2 APERTURA DE LA SESIÓN De acuerdo con la hora fijada para la Segunda Sesión, el Congreso de Hispanistas de Filipinas se ha reunido a las cuatro y treinta, ocupando el Estrado el Presidente de tumo, Hon. Manuel C. Brioncs, Miem­ bro de la Academia Filipina correspondiente de la Real Española, quien declaró abierta la sesión. DISCURSO DEL PRESIDENTE DE TURNO HON. MANUEL C. BRIONES El Presidente de Turno. Excelentísimo Señor Ministre de España; Señores Congresistas; damas' y caballeros: Al principio, yo creía sinceramente que este pequeño discurso podía haberse excusado inclusive. De hecho, hasta esta mañana yo no había escrito nada. Estaba propuesto a entregarme a los azares de una improvi­ sación. Pero después de pensar decidí que acaso fuera conveniente escribir algo. Por dos motivos: primero, porque la improvisación tiene sus riesgos; eso lo sabe más que nadie, uno que está acostumbrado a hablar en público; uno puede entregarse, impensadamente, al calor del momento, y llegar a expandir ideas innece­ sariamente; y mi papel de esta tarde no es para eso. Yo no tengo facultades para quitar tiempo a los oradores do la tarde; y, segundo, porque yo creía que la impor­ tancia de este Congreso requería que las ideas se fijasen. Además, creo que se va a publicar un directorio o un álbum de las actividades de este Congreso, así que he querido fijar algunas ideas que yo tenía que me sirvan de guía. Ni siquiera he podido mandar poner a maquimlla esto; está escrito en sobres usados y escrito en cruzado. Esto no es un gesto de vanagloria, ni siquiera es una pomposa vanidad; es solamente porque me obliga la necesidad. Yo recuerdo que en tiempos de antes de la guerra, cuando yo era miembro de la Cámara de Represen­ tantes y el difunto señor Unson era Secretario de Ha­ cienda, ésto expidió una orden o circular a todos los jefes do las oficinas del Gobierno para que no des­ echaran los sobres usados a fin de que pudieran usarlos para borradores, y el Gobierno entonces ahorraba bas­ tante. Esto explica por qué este discursillo aparece escrito en estos sobres. Y ahora al grano. La celebración de este primer Congreso de Hispa­ nistas en Filipinas en las vísperas del 12 de octubre— el día universal de la Hispanidad—no es simple casua­ lidad ni coincidencia, sino que obedece a un propósito y a una motivación bien deliberados. Como se recor­ dará, este día se había llamado primero Día de la Raza, pero con muy buen acuerdo se llama ahora Día de la Hispanidad—denominación muchísimo más correcta, propia y comprensiva. Si fuese Día de la Raza, Filipinas no entraría en la significación de la formidable, fiesta espiritual, pues evidentemente los filipinos no pertenecemos a la raza hispana. Pero es que el 12 de octubre—fecha del des­ cubrimiento del Nuevo Mundo que, por uno de esos tremendos errores e ironías de la historia, se llamó des­ pués y se llama ahora América en vez de llamarse Colombia o Cristobalandia en honor de su original y verdadero descubridor, el genial Cristóbal Colón— o! 12 de octubre, repito, no representa taimente la gesta de una raza, sino que es mucho más que eso: signi­ fica el nacimiento, la incorporación do una vasta y noble anfictionía ideológica y espiritual en que el prin­ cipal ingrediente, el factor esencial no es el accidente de la sangre, de la raza, sino los valores eternos del espíritu: religión, cultura, ciertas maneras individuales y familiares, ciertos conceptos sobre la vida, la realidad, ci arte, las instituciones humanas fundamentales; en una palabra, un conjunto de valores que nada tienen que ver con la sangre, la raza—elementos muchas veces perniciosos por aisladores, repelentes y dividentes— sino que superan la raza e incluso la anulan por .su uni­ versalidad y su cosmopolitismo aglutinante. En este sentido, los 'filipinos podemos entrar y entramos decididamente en la gran fiesta y nos ponemos a la par, a un mismo nivel, codo a codo y hombro a hombro con los hispanos do la Península y los hispano­ americanos do la América del Norte, de la América Central y de la América del Sur, por encima de las diferencias y características raciales. En esto sentido cobra una peculiar y justa signi­ ficación histórica—significación de solidaridad, de homo­ geneidad, una especie de panteísmo hispánico—el incidontc que me ocurrió a mí y a algunos filipinos que me acompañaban en los bulevares de Madrid durante el 12 DIARIO DE SESIONES vcrr.no de 1930. Prosedentes de Nueva York, tra­ jeados a la última inoda de la Quinta Avenida—esto dicho sea sin inmodestia, sin “hambuguería” que diría el académico señor Barcolón en típico caló—cuando las madrileñas no; vieron por primera vez aparecer por el paseo do Alcalá, con aquella su sel y gracia ini­ mitable nos asaeteaban con esta exclamación: “¡Miren qué chinos más elegantes!” y cuando, para rubricar sus comentarios, lés contestábamos en español—el mejor do que podíamos echar mano—su asombro no reconocía límites y encantadoramentc exclamaban: “Y ¡qué bien hablan el español! ¿Son por ventura de Pekín?”—“Sí, niñas, somos do Pekín; poro, como ustedes, también somos madrileños de pura cepa— de esta famosa villa del oso y el madroño. El colmo de emoción, de alborozo inefable, de regocijo fratornalísimo como de parientes que se ven por primera vez después de larguísima ausencia y de recorrer remotas tierras—cuando, finalmente, les revelábamos lo que realmente éramos: ¡filipinos! Aquellas niñas eran ya nietas de la llamada generación del 98, poro todavía recordaban, todavía tenían idea de la muy estrecha y fecunda asociación de tros siglos entre su’ país y el nuestro. En este sentido, per último, puede decirse que este Primer Congreso de Hispanistas en Filipinas, inau­ gurado y celebrado cuando ya semes república inde­ pendiente, cuando ya no rendimos vasallaje a ninguna metrópoli, viene a ser el acto oficial solemne de nuestro reingreso, de nu stra reincorporación a un formidable imperio histórico de una. veintena ele pueblos—la más vasta anfictionía de pueblos homogéneos que jamás se haya conocido en la historia—: imperio en que, usando de una imagen de todos conocida, el sol no se pone, pero un sol no político, que nada tiene de imperialista, y, por tanto, nada do hostil ni odioso—sol puramente espiritual, absolutamente benigno, sol de cultura, sol de idealidad. ... Estrictamente hablando, Filipinas parece que no entra en la significación del 12 de octubre de 1492 por ser esta fecha la del descubrimiento de las Américas, y Filipinas no es parte de éstas. Pero os que en la creación de la vasta anfictionía hispánica existen otras fechas estrechamente enlazadas con el 12 de octubre y de ollas son: 7 de abril de 1521 y 22 de abril de 1565. En 1521 Hernando de Magallanes descubrió las Fili­ pinas en nombre de la Corona de España, y en 1565 el adelantado Miguel de Legazpi, acompañado do un puñado heroico de soldados y frailes, entre estos últi­ mos el inmortal Urdancta, r .trazando la ruta de Ma­ gallanes llegó a Cebú para sentar definitivamente las bases de la empresa colonial española en Filipinas. Como acertadamente recordó ayer, en su magnífico discurso, el Ministro de España en Filipinas, señor Gullón, 1565 representa un momento decisivo en la histeria de las relaciones hispano-filipinas. Yo aña­ diría algo más: es un momento decisivo en la histeria universal, en la histeria de la civilización humana. Porque éste fué el momento de la incorporación defini­ tiva de Filipinas no sólo a España, sino al Occidente. Desde entonces, Filipinas, pueblo oriental, pueblo asiá­ tico, mejor todavía pueblo oceánico, se hizo también pueblo occidente!, produciéndose entonces uno de los casos más notables y más fecundos de simbiosis espi­ ritual, cultural o ideológica en la historia del mundo. Do ahí que no debo sonar como cosa extraña, a la luz de la terminología político-internacional del presente momento histórico, el que se diga que Filipinas es prác­ ticamente parte integrante del concierto de las demo­ cracias occidentales en U defensa de los reductos de la civilización contra los asaltos del comunismo soviético e internacional. Porque do hecho es así: Filipinas es una democracia omn'iu y occidental al propio tiempo. (O, por lo menos, dicho sea entro paréntesis, aspira a ser tal, por encima de ciertos signos y tendencias tota­ litarias que en la histeria contemporánea de este país han asomado peligrosamente en ferma de elementos antidemocráticos y antisociales que han destrozado la legitimidad y la libertad de la balota—espina dorsal do todo régimen republicano—con la violencia, el terror y el dolo.) Por eso que duele, lastima de veras, cuando nos enteramos de que en un país hermano como Méjico, los filipinos no son admitidos por considerárseles como asiáticos. Duele, lastima, porque de quien monos esperábamos esto gesto de hostilidad, de exclusión, ora de Méjico, país con el cual nos liga la gloriosa his­ toria de las Naos de Acapulco y otras formas de comu­ nicación en el pasado. Sin discutir los méritos y fun­ damentos de la política de exclusión contra los orien­ tales y asiáticos que, desde luego, conceptuamos como injusta, antiliberal y obsoleta, creemos que Méjico que, como Filipinas, tiene un elemento básico indígena no blanco, no debiera ocharnos en cara a los filipinos nuestra condición de no blancos, os decir, de orientales, asiáticos. Así que nuestro Gobierno debe dar inme­ diatamente Igs pasos necesarios para remediar esta anomalía. Por de pronto, este Congreso debe adoptar alguna resolución positiva sobro el particular, y hacer, además, las debidas representaciones al Cónsul meji­ cano en esta capital. Y es tanto más urgente que se haga esto cuanto que tengo entendido que Méjico trata de convocar un Congreso de Academias de la Lengua Española. ¿Cómo podemos participar los filipinos en ese congreso si los mejicanos nos vedan la entrada en su país por ser asiáticos? Y si, como pro­ yectamos, vamos a convocar en Manila un congreso cultural hispánico ¿cómo podríamos invitar a los meji­ canos dada la conocida regla de la reciprocidad? Así que, repito, debe hacerse algo inmediatamente acerca do. este particular, oficial y extraoficialmentc. Ahora sólo me resta hacer una profesión de fe. Croo sinceramente que ha llegado el momento, la ocasión de superar las añoranzas nostálgicas y román­ ticas do nuestro glorioso pasado con España. “¿Qué .•».mor no ha vuelto”? modula el poeta. Está bien que do cuando en cuando so diga esto, ya que la expresión efusiva, cálida de las emociones y sentimientos es carac­ terística tanto dol filipino como del español. Poro las hurras y vivas por la hispanidad y la filipinidad se deben complementar con la acción, el esfuerzo siste­ mático y persistente, y creo que el medio, el instru­ mento para esto es este congreso. Este congreso no debe sor flor de un día, eclosión pasajera y transeúnte, el ningas-cogon que llaman los tagalos. No sólo este congreso nacional debo cele­ brarse ya todos los años de hoy en adelanto, sino que debe ser un organismo viviente, dinámico de todos los días, actuando constantemente mediante un núcleo representativo pequeño y manuable. Este congreso debo aspirar a ejercer su influjo en el campo social, cultural y pedagógico. Debo inten­ sificar la campaña para la adopción do más leyes y PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 13 medidas para el fomento del cultivo del idioma español y de la literatura que representa. El logro obtenido con la aprobación de la Ley Sotto ¿obre enseñanza obligatoria del idioma español en las escuelas y colegios tanto públicos como privados debe ser estímulo para la consecución de mayores logros y adelantos. Como acertadamente apuntó ayer en su enjundioso discurso al Presidente de turno de nuestra sesión inaugural y Director de la Academia Filipina de la Lengua Españíla, señor Gómez, en la atmósfera de libertad de que gozamos actualmente, hay ahora en Filipinas un renacimiento vivo e interesante del idioma y la cultura hispánicos. Yo diría que este renacimiento tiene su paralelo en otro renacimiento que hoy ocurre en las universidades y centros docentes dJ mundo, incluyendo las grandes universidades norteamericanas, renacimiento que consiste en el retorno al clasicismo. En realidad, este renacimiento clásico no es más que la rcaserción de una cosa elemental, a sabor: que la vida de los pueblos, sobre todo la vida espiritual y cul­ tural, tiene que ser la perfecta y cabal integración del pasado y el presente, proyectándose hacia los vallen y llanuras del porvenir. Pues bien, lo clásico en Fili­ pinas es el fondo hispánico, la base hispánica. Los filipinos sajonizades, máxime las juventudes, tienen que convencerse, de que considerable como es su acervo y su herramentaje cultural, ello es insuficiente no sólo para redondear su personalidad, sino sobre todo para capacitarles a establecer aquí una gran cultura filipina— una cultura que por su originalidad y su substancia pueda apreciarse como digna aportación de nuestro pueblo al acorvo acumulado de la cultura universal. Para eso tienen que buscar y beber en nuestro pasado y en nuestros clásicos y éstos son Pinpin, Padres Pcláoz y Bmgos, Sanciangco, Pardo de Tavera, Rizal, Del Pilar, Mabini, Poncc, Paterno, López Jaena, De Veyra, Epifanío do les Santos, Zulueta, Osmcña, Quezon, Adriático, Apóstol, Guerrero, Balmori, Recto, Teodoro Kálaw, Bernabé, Gómez, Zaragoza, Abad, Luz, Torres (Ramón), Varona, Rodríguez (Buenaventura) y otros que sería prolijo enumerar. Y todos ellos tienen basa­ mento hispánico, mejor todavía, basamento indígena, condicionado por la cultura hispánica. Pero voy más allá. Este congruo debe aspirar también a actuar o influir en <1 campo económico. En este respecto, las posibilidades comerciales con España y con los países hispanoamericanos son inmensas y apenas se ha comenzado a explorarlas. Hasta ahora nuestra gravitación económica ha sido hacia Estados Unidos. ¿No ha llegado el momento de explorar otras áreas, sobre todo las ideológicamente afims? Hay que tener en cuenta que nuestro especial arreglo comercial con Estados Unidos tiene que terminar algún día, y, por cierto, no lejano. Poro aún sin esta considera­ ción, la prudencia nos aconseja el hacer arreglos venta­ josos con el mayor número de países para posibilitar una segura y variada expansión de nuestra economía nacional. Hay otra línea en la que debe influir este congreso: la línea de l‘as relaciones culturales y universitarias. Hasta ahora hemos encauzado nuestras relaciones en este respecto hacia Estados Unidos. ¿Por qué no rami­ ficarías por los países hispánicos, muchos de los cuales tienen idiosincrasias y problemas análogos a los nuestros?