Discurso de Dña. Rosa L. Sevilla de Alvero

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Part of Diario de Sesiones del Primer Congreso de Hispanistas de Filipinas

Title
Discurso de Dña. Rosa L. Sevilla de Alvero
Language
Spanish
Year
1950
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS DE FILIPINAS 13 DISCURSO DE DÑA. ROSA L. SEVILLA DE ALVERO El Presidente de Tvrxo. Siguiendo el programa de este día, la Mesa concede la palabra a doña Rosa Sevilla de Alvero, Presidenta del “Roseville Collogc”, La Sha. Sevilla de Alvero. Señor Presidente; Excelentísimo Señor Don Antonio G. Gullón, Ministro •, Plenipotenciario y Enviado Especial de España en • estas Islas; distinguidos miembros del Primer Congreso i do Hispanistas de Filipinas, señeras y caballeros: ‘ Pidiéronme los organizadores de este Primer Con, groso do Hispanistas de Filipinas que os dirija la palabra en esta ocasión, y, ¿cómo había yo de negarme a ello, ’ siendo esto para mí una gran distinción que debo agra' docor, y, además, porque, siendo tan hispanista como el que más, me os sumamente grato contribuir a la ’ unificación de todos los amantes de la hermosa lengua hispana, por cuya propagación hemos trabajado y seguimos trabajando en el Instituto de Mujeres, hoy , Roseville Collcge, hace, ya ahora más de cincuenta años? Así os que, no obstante la presión de los mil quehaceres que pesan sobre mí estos días por la prc’ paración de las Fiestas Jubilares de nuestro Colegio, > y de los mil dolorosos acontecimientos que hoy ensom* brocen mi existencia, que no me dejan ni tiempo ni humor para preparar un discurso que sea digno de un auditorio tan culto y tan ilustrado como el que hoy me escucha, ni que sea apropiado para dar lustre a un ‘ Congreso como éste, que, además de su valor histórico, posee un valor cultural que exige un talento privilegiado > y una elocuencia poco común de parte del orador; espe­ cialmente en mi caso, puesto que me ha precedido en । el uso de la palabra una lumbrera de primera potencia en el arte del bien decir, un pensador de tan altos vuelos ’ en las elucubraciones y disquisiciones mentales, un > orf< bn do la lengua cervantina, como es el letrado Pre­ sidente de esta sesión, el atildado orador y elocuente tribuno, honorable Manuel Brioncs; no obstante todo oso, repito, me atrevo a sacar fuerzas de flaqueza y aquí me tenéis, dispuesta a cumplir la palabra por mí empeñada. A la verdad, siento en este momento un verdadero pánico y unos deseos casi irresistibles de batirme en retirada; pero veo que ya os demasiado tarde. No, no pu< do, ni debo defraudar la confianza que pusieren en mí los organizadores de este Congreso, así que, para salir del paso, me valgo del recurso de ? que se valen las abuelitas, cuando los nietecitos insisten ' en que les cuente algo para distraerles. No os, pues, ' un discurso lo que he de pronunciar, sino más bien una 1 especie de conversación, un a modo de entreacto para , distraer vuestra fatigada atención, una especie de entre- més que os ayudo a digerir los suculentos manjares intelectuales de enjundioses discursos y elaboradas r disquisiciones que os van a presentar esos grandes qrai dores, esos magos del pensamiento que os van a dirigir la palabra en esta sesión. : Me contentaré, pues, con relataros una leyenda con visos do historia que llamaremos Leyenda y Realidad. 1 Era esta una leyenda do los habitantes do aquella tierra misteriisa. que so llamaba Muid (origen q prins cipio). Tierra antiquísimo, como su nombre lo indica, s perdida allá en las brumas del amanecer de los tiempos prehistóricos, cuyos habitantes eran tan pacíficos, tan 14 DIARIO DE SESIONES buenos y tan sencillos, que amaban a su Bathala y a su tierruca con todo su corazón, y no conocían ni el dolo, ni la intriga, ni la maldad; como que no había entre ellos ni tuyo ni mío. Serían comunistas, pensaréis. No. Nada más lejos de eso; porque aquella comunidad de intereses se fun­ daba en un principio más elevado que los ideales de los marxistas; aquélla tenía por base la fraternidad fundada en el más puro amcr, el amor fraternal, y no en el prin­ cipio político de la absorción de la personalidad de los individuos y de los pueblos, para convertirlos en ciegos instrumentos de la desmesurada ambición de algunos pocos que sueñan con esclavizar el mundo. Pero, ¿a dónde voy con mis divagaciones? ¡Ea! Volvamos a la bendita tierra de Afufó. Pero tampoco oso nos es ya posible, porque diz, que aquella tierra, por demasiado buena y aquellos habitantes por dema­ siado bonachones, honradotes y sencillcs no pudieren por mucho tiempo subsistir siendo una bella realidad. Dicen que el viejo Ncptune, coloso de tanta bienan­ danza, los sepultó en el so,no insondable de su reino de cristal, para que de clics no quedara ya más que un vago recuerdo. Como que, cuando yo era chiquilla, recuerdo que si alguien so distinguía por su bondad y por su sencillez rayana hasta el desconocimiento del mal, se solía decir: pero ¿qué? ¿has venido por ventura de la tierra de Muid? . .. Mas, me he equivocado señores, al deciros que todo aquel inmenso territorio de Muid, que se extendía según decían, desde el Asia hasta las Américas, ha sido anegado por el líquido elemento; todavía existen algunos de sus fragmentos que han quedado a flor de agua, los cuales emergen a la superficie de los mares malayos hasta el gran Océano Pacífico, en forma de islas cubiertas de verdor, cual brillantes esmeraldas desprendidas del collar de una bella sultana de aquellos legendarios tiempos, las cuales van esmaltando el azul de los mares, desperdigadas de acá para allá, como para recordara! mundo el pasado grandioso de aquella inmensa tierra de Muid. Lo prueba el hecho de que la mayor parte de las tierras entonces conocidas, llevaban el nombre en tagálog. Ahí están, por ejemplo, Sungsong o China, que quiere decir contracorriente; Lusong o Filipinas, que quiere decir a la deriva; Inda (India) que quiero decir Madre; Araó, llama ardiente; Annam, seis; Siyam, nueve; Malaya, libre; Malacas o Moluccas, fuerte; Salibés o Célebes, hacia abajo; Haba o Java, largo; Timog o Timar, Sur; Manukwari (al norte de Australia), parecido a una gallina; Bagung Silang o Nueva Zelandia, Sol naciente; Guwang o Guam, abertura de la Peña; Hawayan, conta­ giado; Cuba, jorobado; Lima, cinco, etcétera, etcétera. Pero, ¿otra vez con más divagaciones? . -. Bueno, no os impacientéis, señores, que allá va la leyenda. Érase que era, un varón que se llamaba Makalíbog, diligente, honrado y trabajador como él solo; como que dedicaba todo su tiempo en desbrozar su ferruca, por conseguir la morisqueta para el consumo de su numerosa prole,—¡cómo se conoce que aquellos esposos no practicaban el buth control! ¿ni a qué habían de practicarlo, si la mejor riqueza para aquellos buenos habitantes de la fenecida Muid eran sus hijos, que para ellos eran la bendición de su amado Bathala? Pero el caso es que, de tanto trabajar sin descanso alguno, hízose Makalíbog cada vez más huraño y más gruñón, y gracias que tenía por esposa a la buena do Kabahay, que era el reverso de la medalla; la cual era tan dulce como el ale, tan buena como la morisqueta, y tan suave y deliciosa como el Kakaggala. Si bien es verdad, que tenía un defectillo, y ¿quién no lo tiene en este mundo? Y era el ser tan bonachona y tan madraza, que no podía negar nada a los pedacitos de sus entrañas, que oran unos diablillos tan traviesos, que muchas veces le ocasionaban serios disgustos. Y sucedió que un día Makalíbog que iba por el campo para la recolección del palay,—que es una ocu­ pación bastante penosa—se le ocurrió pedir a Kabahay que le preparara una buena comida consistente en unos pescados frescos asados, con la consabida olla de morisqueta bien cocida. Y, en efecto, Kabahay se desvivió por obtener pescados frescos del próximo lago,—que, según decían, eran riquísimos—y los asó bien envueltos en frescas hojas de plátano, y preparó una olla de arroz nuevo y oloroso, que satisfacía con su perfume el apetito más exigente. Y llegó en efecto Makalíbog, con un hambre que no veía, y al punto reclamó su pitanza; mas en vano la buscó Kabahay. Los niños la habían comido sin dejar ni un grano de morisqueta. Y con aquel inci­ dente tan desagradable y con las discusiones y llori­ queos de aquellos tragoncillos, se le exacerbó la bilis a Makalíbog, quien, por dar salida a su mal humor, cogió un pedazo de caña y arreó á aquellos golosos que lo habían privado de su cernida favorita. Viéndoh tan enojado, los rapazuelcs tuvieron que huir de la furia del autor de sus días, corriendo a la desbandada; refugiándose algunos en las habitaciones interiores; otros en el fogón de la cocina; otros en el zaguán; otros se escondieron debajo del parral de la calabaza que se les cayó encima; otros saltaron por la ventana y a los cuales Makalíbog cogió por el cogote para llevarlos en vilo dentro de la casa; otros se esca­ paron refugiándose en los bosques y montañas; y otros, en fin, no teniendo ya donde esconderse, nadaron por el mar abierto para ganar la otra orilla. Y añade la leyenda que aquellos que se escon­ dieron en las habitaciones interiores, fueron después los progenitores de los Raxás, do los Lakanos y de los Gats y de les Maguinoos; mientras que los que se refu­ giaron en el fogón, fueron los padres de los pobrccitos itas; los que se escondieron en el zaguán, fueron los ascendientes de los siervos y esclavos; los que fueron aplastados por el parral de la calabaza, fueron los pro­ genitores de los enanos; en tanto que aquellos que habían sido levantados en vilo, fueron los padres de los gigan­ tes; los que huyeron por los bosques y montañas fueron los ascendientes de los salvajes remontados; y, por úl­ timo, aquellos que nadaron mar adentro' para ganar la orilla opuesta, fueron, según dicen, los progenitores de los extranjeros,—que, con el baño que se dieron, quedaron blancos;—a quienes ellos, los nativos, reconocían como hermanos, los cuales, según ellos, volverían algún día para quedarse otra vez en el hogar perdido. Hasta aquí la leyenda; que os para ellos la explicación de la diversidad de las razas y de las clases sociales, el funda­ mento de la creencia en la hermandad de todos los hom­ bros, y la esperanza de que algún día, aquellos her­ manos ausentes vendrán otra vez a ios patrios lares y, por eso, sienten añoranza por ellos y esperan su re­ torno al seno del hogar común. Y esta leyenda explica aquella viva simpatía con que acogieron los naturales PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 15 a los primeros españoles que vinieron a estas tierras con Magallanes y que, impulsados por la Divina Pro­ videncia, cruzaron los anchos mares a fin de evange­ lizar a aquéllos y hacerlos participantes de su cultura y civilización. Y, por csg, aquella hospitalidad con que diz les acogió Bankay, aquel galante príncipe bisayo con dientes de oro y traje de seda bordada, que les honró con soberbios agasajos, sirviéndoles en platos y saros de oro, los mejores manjares y les vinos rnás exquisitos, como lo refieren los historiadores que vinieron con Legazpi. Y por eso fueron recibidos por Hamabar con tan amistosas manifestaciones y vivas muestras de sim­ patía, porque les creían hermanos y aliados enviados por Bathala para defenderles contra sus enemigos; y tanto, que de no haber sido por las belicosas activi­ dades de Magallanes contra ¡os isleños de Mactán,— que lo hicieron sospechoso a los ojos de los nativos,— no hubieran sido víctimas los españoles de la justa venganza de aquellos intrépidos indígenas que no vaci­ laron en vender caras sus vidas por defender la libertad de su patria. Y por eso fué, que a pesar de la desconfianza que sentían de los castilas que vinieron con Legazpi, debida a la experiencia que tuvieron de la expedición de Ma­ gallanes, no pudieron sustraerse de la atracción y ascen­ dencia que ejercían sobre ellos aquellos españoles, quie­ nes, según la leyenda de su pueblo, eran sus hermanos; y tan es así, que Tupas se decidió por fin a hacer con ellos el sandugó o pacto de sangre, con el que se obli­ gaban ambos pueblos a la fraternidad y amistad y socorro mutuos que debían prestarse como buenos hermanos contra cualquier enemigo común. Y esa leyenda fué, en fin, la causa de aquella amistad y frater­ nidad que mostraron a aquellos españoles, Rajah Matanda y Lakandula con todos los suyos, quienes les prestaron su más eficaz cooperación y apoyo para con­ seguir que los otros pueblos de Lusong los recibieran como hermanos y como aliados y enviados per su Bat­ hala para el bien de su pueblo; amistad y fraternidad que subió de punto, cuando notaron la identidad de la religión de sus antepasados con la religión de aquellos extranjeros; religión que ejerció sobre ellos irresistible ascendencia, sobre todo cuando observaron la pureza de sus doctrinas que eran tan semejantes a la religión balhalana que ellos profesaban, y más que nada, por la solemnidad imponente de sus ritos y ceremonias. Así que, no es de extrañar que aquellos naturales,— viendo la política de atracción que empleara Legazpi quien respetó sus costumbres y hasta su forma de go­ bierno—que es el sistema de Barangay—y la bondad de aquella religión que les atraía y que no era tampoco distinta de la suya, antes les parecía más completa y perfecta,—optaron por aceptada con la alianza que aquéllos les ofrecían; pues comprendieron que les traería más cuenta hacerse amigos de aquellos extran­ jeros, que, después de todo, eran sus hermanos, de acuerdo con sus leyendas y tradiciones. Y he ahí la admirable y pronta conversión de aquellos pueblos a la religión del Crucificado, pues, según los relatos do los Padres Misioneros, al cabo sólo de sois meses, millares y millares de ellos so convertían pidiendo el bautismo; lo cual na se debió, como afirma erróneamente el Padre Marín, a debilidad de carácter, ni a 1:; incon­ sistencia de las costumbres de aquellos isleños; sino más bien a la firmo convicción que tenían de que aquella religión no ora distinta do la de sus antepasados, antes bien les ofrecía la ventaja de tener mayor claridad en la doctrina y más imponente solemnidad en sus ritos y sacrificios, que fué lo que atrajo más poderosamente »‘1 temperamento oriental do aquellos sencillos indí­ genas, que profesaban el Bathalismo que tenía, como ya dijimos, no pocos puntos de contacto con la reli­ gión católica. Y prueba de ello es el hecho do que hasta ahora no se haya conseguido la completa conver­ sión al Cristianismo de las otras tribus de estas Islas que no profe.san la religión Balhalana. Y, en efecto, era tal y tan grande la semejanza que existía entre una y otra religión, que, según los antiguos misioneros, como el Padre Chírino refiere en sus escritos, aquellos indígenas se sabían ya de ante­ mano la doctrina cristiana cuando se acercaban a los Padres Misioneros para pedir fervorosamente que se los administrara el Bautismo. Y como prueba más convincente de la verdad de esta aserción, tenían aquellos nativos en su propio idioma expresiones de los misterios y dogmas más sublimes de la religión cató­ lica. Por ejemplo, la palabra Bathala expresión gráfica, de la Santísima Trinidad; Hala que quiere decir Dios Padre, Anak Hala que quiere decir Dios Hijo, y Lakanpati que quiere decir Dios Espíritu Santo; Lakambini que quiere decir la gran Señora; mansigid, iglesia; pangadyi, doctrina; panagano, oración; pandot, sagrado sacrificio; kalantipas, hostia; gayuma, que consistía en un jugo de vegetales que se convertía en virtud del excelso conjuro en Maníale, ciencia divina, que sig­ nifica amor; así como también el Sonat que equivale a obispo, y era el que perdonaba los pecados y orde­ naba a las babailanas (sacerdotisas); tenían el binyag, bautismo; el sandugo, hermandad de los hombres; el Kalulubo, ángel guardián; el kalagyo, santo del nombre; Kaluluwa, alma; satang minana, pecado original; kabanalan, santidad por la cual se otorga la gloria celestial que diviniza a los hombres buenos y a los héroes, hasta convertirles en anilos, santos; y, por último, buhay na walang hanggan, eternidad; la cual puede ser feliz y entonces se llama kalualhatian, o desgraciada, que llaman kasawian. Todo eso, Señores, es nada más que la prueba evidente de la semejanza de las dos religiones la Cristiana y la Balhalana que aquellos indígenas profesaban ya desde tiempo inmemorial, antes de la llegada de los españoles a estas tierras. Pues, como decía Paterno en sus comentarios a propósito do esta parte de la historia, “Si existe la palabra es señal de que existió la idea que simboliza: es así que ya existían aquellas palabras, luego tenemos que admitir que existían aquellas creencias aún antes de la venida de los españoles a estas islas;“ luego, aquella pronta conversión de ios naturales a la religión católica, se debía, no a la igno­ rancia, ni a la inconsistencia, ni a la veleidad del carácter, sino más bien, a la convicción, a la madurez de juicio y a la rectitud de espíritu, al preferir la verdad que les pareció más convincente, c.omo vieron que resplandecía en la religión católica. Debido, pues, a la compenetración do las almas por la semejanza del credo y a la fraternidad que les unía por razón de la leyenda de sus antepasados, los filipinos amaron a los españoles como a verdaderos hermanos y los tuvieron siempre como tales; y aquel amor hubiese perdurado, de no haber visto después que aquéllos no procedían como tales hermanos sino que trataban do privarles de su más preciado tesoro, la libertad. Y de ahí aquel cambio que so operó más tarde en la actitud de los nativos, que no fué motivado 16 DIARIO DE SESIONES por la ingratitud corno lo interpretaron los españoles, sino por la decepción que sufrieron más tarde, a causa de la incomprensión y los agravios que recibieron de aquéllos a quienes habían considerado como a verda­ deros hermanos. Mas, a pesar de todo eso y no obs­ tante las incomprensiones que surgieron después entre gobernantes y gobernados, que originaron la separa­ ción definitiva de los dos puebles, existió siempre entre ellos tal atracción y simpatía, que se sobrepuso al tiempo y aún a las más adversas circunstancias; como que podríamos decir que el amor que los unía con los espa­ ñoles, no pudo ser destruido ni por la malicia de los hombres, ni por la fuerza del tiempo, ni por la larga y dolorosa separación que medió entre ambos pueblos. Y, ¿qué amor no ha vuelto? como dijo el poeta. Y aquel amor volvió más puro, más desinteresado. España comprendió, al fin, que no fué la conquista material el móvil que impulsó a sus Católicos Reyes a enviar a sus hijos a la conquista de estas Islas; sino más bien la conquista do las almas, mediante la amistad y la compenetración de los sentimientos y la unión íntima de las voluntades. Hermanos y aliados debieren ser aquellos dos pueblos, como lo deseaban los nativos, y como eran los designios de la Providencia, a fin de que ambos pueblos marcharan hacia el común progreso y mejoramiento espiritual y material. • Y España, hidalga como siempre, no vaciló en corregir su error cuando llegó a percatarse de él; así que trató de curar el odio con el bálsamo del amor. Y, en efecto, el amor ha vuelto en la persona de los enviados espirituales de España, Rueda, Blasco Ibáñcz, García Sanchiz, Otciza, Conrado Blanco, Blanco Soler, Martín G. Solícr, Gallarza y Lorig-J, Antonio Gcicochea; y en el men : je de Amcr que María de Esccriaza envió a las mujeres filipinas, al cual éstas respondieron con una carta de profundo agradecimiento, escrita por la que tune el gusto de dirigiros la palabra y en la que figuraban centenares de firmas de las más distin­ guidas damas filipinas; y, por último, ha vuelto con el enviado especial do España, el excelentísimo señor don Antonio Gullón, Ministro Plenipotenciario de la que un tiempo fué nuestra Metrópoli, a fin de estrechar cada vez más los lazos de fraternidad y de alianza espi­ ritual entre España y Filipinas. Y aún podríamos añadir más, que no sólo esos enviados, sino que todo el pueblo español hace el mismo esfuerzo, si se observa la complacencia con que brindan su amistad y su esti­ mación a todos los filipinos que van ja pisar_aquellas tierras ibéricas. Y podemos afirmar que, al obrar así, proceden con verdadero acierto; porque no hay mejor conquista que la conquista de las almas, ni mejor ni más perenne reinado que el reinado de los corazones. Y España, que un tiempo fué enviada por la Providencia a estas tierras para hacer las funciones de Madre, hace bien en ser la primera en dar el paso de aproximación; pues Filipinas, por su parto, so ha hecho acreedora de tales finezas, al fomentar 1:*. lengua y cultura hispanas en sus escuelas privadas, al aprobar una ley para la ense­ ñanza obligatoria de la lengua castellana en todas sus escuelas superiores públicas y privadas, al propulsar las asociaciones hispanistas, y, por último, al celebrar este Primer Congreso de todos los hispanistas del país a fin de reunir a todos los amantes de la lengua y cultura hispanas, tanto españoles como filipinos que viven en Filipinas,—sin distinción de hispanistas e hispancides, como los clasifican algunos,—a fin de que, unidos todos en hermoso ramillete, puedan presentar ante este mundo de odios y malquerencias, el hermoso espec­ táculo de dos pueblos, que olvidando ofensas y agra­ vios, se juntan en un estrecho abrazo para reafirmar los lazos de amistad y fraternidad que deben reinar entre dos pueblos que la Providencia, en sus inexcrutnbles designios, ha dispuesto que estén estrechamente unidos por I?. leyenda, por la similaridad de la religión, y, finalmente, por la lengua y per la cultura; para que en lo sucesivo se ayuden para su común mejoramiento y prosperidad; y más que nada, por el amor que siempre se profesaron y siguen profesándose a pesar de todos los posares. Y ¡quién sabe! si cuando llegue el memento de la agrupación de los diferentes Estados del mundo en haces más compactos para poder defenderse contra un enemigo común, nos sea dable contar no sólo con el Norte de América con el que nos unen los intereses creados por la lengua y per la cultura sajonas, sino también con las Repúblicas hispanoaineiicanas con quienes estamos ligados, por la lengua y la cultura his­ pánicas? Un pacto de alianza y amistad con España y con todos esos pueblos, sería ideal; no sólo en lo cul­ tural, sino también en lo económico, en lo social y aún en lo político: lo cual sería sumamente provechoso para todos, puesto que ni ellos ni nosotros quedaría­ mos aislados, cuando en lo futuro fuere necesario la mutua ayuda de todos esos pueblos y preciso conseguir la unión do todas las fuerzas vivas del mundo para la solución de los problemas mundiales. Porque en tal caso, cuantos más amigos tengamos, mejor; pues, en la vida tanto de los individuos como de los pueblos, la amistad es un tesoro inapreciable que hace más inte­ resante la existencia y ofrece más elementos para el progreso y para el disfrute do la felicidad que todos anhelamos; y siendo el mejor y más poderoso instru­ mento para cultivar la amistad, la unidad de lenguaje, nada mejor podremos hacer para asegurar la amistad de osos pueblos, que cultivar osos dos idiomas de que nos ha dotado la Providencia, al disponer nuestra con­ vivencia con osos dos pueblos más grandes del mundo: España y Norte América. Es, pues, un deber do nuestra parte el fomentar igualmente eses dos lenguas con sus culturas respec­ tivas, que sirven de complemento :i nuestra autóctona cultura, haciendo de nuestro pueblo el único país del Oriento, que, además do poseer su propia cultura que os lo, oriental, posee también la cultura occidental: con lo que se desmiento aquel decir do que: el Este es el Este, y el Oeste es el Oeste y nunca pueden juntarse: porque aquí, en Filipinas, so verifica esc estupendo fenómeno de juntarse el Oriente con el Occidente per la doblo cultura que posee el pueblo filipino, gracias a su larga convivencia primero ccn España y después con Norteamérica. • Y, por tanto, nada más justo que mantener osas dos lenguas y esas dos culturas que hemos conseguido obtener a costa de tan grandes trabajos y sacrificios; así que sería una verdadera locura el despreciar cual­ quiera de dichas lenguas, porque éstas serán como dos poderosas alas que nos servirán para velar hacia el progreso, hacia el bienestar y hacia la gloria. Recibid, pues, mi más cordial felicitación, vosotros, los que habéis tenido la genial idea de reunir en este Primer Congreso a todos los hispanistas del país sin distinción de color ni de credo. PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS Habéis dado, con este Primer Congreso, el primer paso de aproximación hacia las veinticuatro Naciones do habla española que existen en el mundo. Así que secundo la feliz idea del digno Presidente de esta sesión, al proponer que este Congreso tenga en adelante un carácter permanente y no sea un simple acto transi­ torio y de ocasión, para que vele por la realización de la fusión espiritual de todos los pueblos de habla hispana para su común prosperidad y grandeza; y yo me atreve­ ría a añadir a dicha sugerencia, la proposición do que no se limite la acción de este Congreso sólo entre los hispanistas de Filipinas, sino que en lo sucesivo se invite a todos los pueblos de habla hispánica y, sobre todo, a aquella gran Madre que legó su lengua y su cultura a tantos pueblos del mundo; por lo que con bastante razón pudo decirse que hubo un tiempo en que no se ponía el sol en los dominios de la nación española-. ¡Adelante, pues, Señores hispanistas! ¡Cultive­ mos esta hermosa semilla de la aproximación de todos los hispanistas del mundo! Enviémosles ejemplares impresos de las resoluciones y discursos qu.c aquí se adopten y se pronuncien; a España, sobre todo: para que se animen todos a compartir con nosotros esta obra do aproximación y simpatía, a fin de realizar, si­ quiera en parte, la hermosa leyenda de nuestros ante­ pasados sobre la amistad y fraternidad de todos los pueblos de la tierra, lo cual sería el origen do la paz, de la prosperidad y de la felicidad del mundo! ¡Españoles y filipinos, hispanistas todos que me escucháis! ¡Por España, por Filipinas y por todos los pueblos de habla hispana, elevad vuestros corazones como copas rebosantes de vino generoso, para brindar por la amistad y fraternidad de todos los pueblos de la tierra como lo soñaran los sencillos supervivientes de la tierra de Muid! ' ¡Por la amistad y confraternidad entre España y Filipinas y las naciones todas do habla hispana! Por la conversión de la Leyenda en Realidad, para que, por la fraternidad de todos los pueblos de la tierra, cesen de una vez y para siempre tantas guerras fratricidas que llenan de desolación el mundo, y para que reinen por fin, por doquiera, la paz, el amor y la justicia. He dicho.