Discurso del R. P. Evergisto Bazaco, O.P.

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Part of Diario de Sesiones del Primer Congreso de Hispanistas de Filipinas

Title
Discurso del R. P. Evergisto Bazaco, O.P.
Language
Spanish
Year
1950
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS DISCURSO DEL R. P. EVERGISTO BAZACO, O.P. El Presidente de Turno. Tiene la palabra el reverendo padre Bazaco, Rector del Colegio de San Juan do Letrán y Presidente del Comité do univer­ sidades, colegios y escuelas. El Padre Bazaco, O.P. Dignísimo presidente de turno; excelentísimo señor Ministro plenipotenciario de España; ilustrísimo señor Vicepresidente de Fili­ pinas; ¡lustres miembros del Congreso do Hispanistas; damas y caballeros: Al recabar vuestra atención por breves momentos desearía saber si acaso ha llegado la hora de rendir tributo a la labor educacional de una noble nación en este país, tema que se nos ha señalado; sí por ventura han pasado ya las aguas del huracán que se levantara hace unas décadas y que hasta el presente no nos han permitido ver clan»; o si hemos de dejar todavía pasar algún tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce; o bien, continuar, como en árbol caído, haciendo aún más leña. De aquel sistema español de enseñanza poco nos va quedando, si atondemos a la prensa propagandista de nuestros tiempos, la cual formula los siguientes cargos: —la implantación de las escuelas fué tardía; —la condición de las mismas, muy pobre; —el número de ellas, escaso; —los maestros, deficientes; —el castellano como medio de enseñanza, inten­ cionadamente desatendido; —el sistema mismo de enseñanza, retrógrado; —los pobres, sin oportunidad.. . . ¿Qué nos queda?... A la veidad, después do leer el Censo de las Islas Filipinas, impreso en Wash­ ington a principios del presente siglo, con otros escritos y panfletos de escribidores modernos en aquél basados, venimos a concluir que la enseñanza no comienza en Filipinas hasta la llamada Segunda Comisión, enca­ bezada por William Taft. No es nuestro intento, señores, entrar en compa­ raciones odiosas como inútiles. Dejemos el trabajo de la Comisión, y de cuantos continuaron la magna tarea, en su glorioso timbre; mas por los fueros de la misma libertad de palabra y prensa, que tal brillo han sacado al reverso del sistema ya fenecido, pido tole­ rancia para desempolvar un tanto la haz principal antes do que quede ilegible el anverso. Y voy a hacerlo, contando con vuestra venia, sin salirme un ápice do la historia, aunque resulte árido todo este proceso. En primer lugar, y por lo que a la crítica sobre la propagación del castellano toca, confieso que lleva mucho de razón. Es muy bonito el decir: “España nos dió su cultura, su religión y su lengua.” Pero lo de la lengua os poesía. Jamás llegó el español a ser en Filipinas la lengua del pueblo. Calcúlase hoy un millón y medio de hispanistas (incluyendo hasta los malos y medianos), pero la población total del país no baja de dieciocho millones. Y se pregunta: ¿por qué no se propagó aquí el castellano, como se hizo en Cuba, en Méjico, Colombia, Argentina, y en los demás países de la América española? Y responden, culpando a España, que fué por soberbia. Alégase como razón contundente lo que por ventura fué un chisto mal enten­ dido de algún misionero cuando al oir a un feligrés ex­ presarse en español chabacano, dícese que le dijo: “No estropees el castellano. Habla en tu lengua, que no se ha hecho el español para vosotros.” ¡Un chiste de muy mal gusto! Mayormente dándose el caso de que en todas las etapas de la soberanía española, hubo fili­ pinos que supieron gustar el néctar de la más profunda literatura hispana, mejor -que la inmensa mayoría do los peninsulares que aquí arribaron. Pero dejémonos de chistes que suenan a chismes, y de ese u otro caso aislado no (inoramos hacer prin­ cipio de ley. Es verdad que el español no so extendió en el Archipiélago en la proporción deseada, pero esta limitación no fué hija del “orgullo”. Hay leyes en contrario promulgadas por los gobernantes do España. (Carlos II, Fernando Í7, Carlos III, Carlos [V, Isabel II). Fué en gran parte resultado de la escasez do per­ sonal, y, en otra, no menor parto, norma fué de valor espiritual. 18 DIARIO DE SESIONES Todos sabemos cómo afluía gente de Europa para las Américas. Empero, los pocos que se aventuraban a cruzar el interminable Pacífico hasta llegar a este rincón escondido de entonces, traían más altos ideales que la decantada hambre de aventuras y sed do oro. Sólo así se comprende que el Archipiélago Filipino se convirtiera tan presto en un centro de Cristiandad para el Oriente. Y contribuyó a ello como factor prin­ cipal el hecho de dirigirse el misionero a los antiguos filipinos en su propio dialecto. Así les ganó el afecto y confianza. Era también más rápido y fácil para un solo hombre (y hombre de carrera como el misionero) el aprender un dialecto sencillo, que para toda la pobla­ ción, una lengua tildada de "elaborada” como el cas­ tellano. Así también se conservó más pura la religión en Filipinas. Si se lamenta el olvido de un antiguo alfabeto, fácil de restaurar, aunque a cambio de la escritura uni­ versal latina, ¿qué no diríamos ahora si se hubiesen perdido para siempre ochenta dialectos vivos del país? Los españoles no vinieron a destruir: ellos encontraron en los dialectos, en particular el tagalo, las perfecciones del latín, griego o español. Por eso los cultivaron, aunque a expensas de la lengua española. Y pasando ahora al sistema educacional así fuera en español como en los dialectos, diré que ni fué tardío, ni pobre, ni retrógrado, ni menguado: “Extrañará grandemente a muchos al saber”—y no son palabras mías, pero las hago mías—al saber, digo, que cuando España ocupó el Archipiélago Filipino, el mundo en general estaba aún opuesto a la enseñanza universal. El Gobernador de Virginia, Berkeley, decía en 1670: “¡Doy gracias a Dios de que aún no tenemos escuelas libres ni imprentas, y confío que no las tendremos de aquí a cien años; pues la erudición ha introducido, la desobediencia y la herejía y las sectas en el mundo, y la imprenta las ha divulgado, causando difamaciones contra los gobiernos mejor establecidos! ¡Dios nos libre de semejantes invenciones!” (Laubach, Frank, “The People of Ihe Philippines", p. 80f). Mas la España Católica iba entonces a la vanguardia en todo lo que significaba cultura y civilización y, por ende, tenía una idea muy distinta de la enseñanza. Podían venir difamaciones contra el gobierno (y de hecho le vinieron, y aún no sabemos cuando terminará la leyenda negra); pero era también un servicio a la Religión y un gran beneficio al pueblo. Por eso dis­ ponía Felipe II, no cien años después de Berkeley, sino ciento y pico antes de Berkeley: “Para servir a Dios Ntro. Señor, y para bien público de nuestros reinos, con­ viene que nuestros vasallos, súbditos y naturales (de la^ colonias), tengan en ellos universidades y estudios gene­ rales, donde sean instruidos y graduados en todas las, ciencias y facultades.'’ (Recopilación, lib. II, til. 22 ley 1.) El resultado práct'co en lo que a Filipinas con­ cierne, fué enviar misioneros y educadores desde el principio do la ocupación hispana. La primera im­ prenta conocida por tres largas centurias con el nombre de “Santo Tomás”, comenzó a funcionar en Filipinas nada menos que en 1593, y es hoy considerada una de las dos más antiguas existentes en el mundo. (Relana, IF., “Orígenes de la Imprenta Filipina", 1911). Y antes de esta fecha, habíamos establecido en Manila tres colegios mayores o casi-universidades: San Pablo, Nuestra Señora de los Angeles, y Santo Domingo.. (Bazaco, “History of Education in the Philippines", Chap. VII). Y aún antes todavía, y coincidentemente con la conquista (o más bien la unión de los múltiples barangayes en una sola nación) por Legazpi, aquellos celosos misioneros iban levantando doquiera pene­ traban una iglesia y una escuela: “No había villa cris­ tiana sin su escuela elemental.” (Catholic Encyclo­ pedia, “Philippines"). Y no se crea que la enseñanza se limitaba exclu­ sivamente a los chiquillos de edad escolar: se daba tam­ bién a los inválidos y a los ancianos; así vemos un Padre Rada cargando sobre sus hombros hacia el conventoescuela inválidos y enfermos para que no perdieran las clases dominicales o nocturnas. No había aún nacido a Francia un Lancaster, y ya un Padre Plasencia en­ sayaba en Filipinas el sistema de “cnseñar-jugando” y el método monitoria!. Ni había nacido tampoco a España un San José de Calasanz, y aquí nuestro primer obispo, Fray Domingo de Salazar, buscaba el medio de cómo hacer la enseñanza gratuita para el pobre. (“Reseña Histórica de San Agustín” y “Catálogo Bio­ gráfico de los Religiosos Franciscanos"). Estábamos todavía en el siglo dieciséis, en que la oposición a la enseñanza popular era mucho más marcada que en los días del Gobernador de Virginia, y ya aquí en Manila se celebraba el primer Congreso Educacional con el fin, no sólo de unificar la enseñanza en el país, sino de popularizarla y afianzarla más y más. Es, en verdad, sorprendente que en una fecha tan remota como el año 1582, en que aún las naciones más cultas descui­ daban la educación de las masas, aquí en Filipinas se la hiciera obligatoria, dándose igual oportunidad ai pobre. Y se acordó: Primero: Cada ciudad, distrito y barrio dis­ tante, tendrá dos escuelas primarias, una para niños y otra para niñas. Segundo: Todos los jóvenes, sean de familias ricas o pobres, han de asistir a las clases, y los padres de los niños católicos tienen la obligación de cooperar a ello. Tercero: Para mejor cumplir ccn la obligación de la asistencia a la escuela, se hará una lista de cuantos deban asistir a la misma, la cual se leerá en clase guar­ dándose nota do los ausentes. Cuarto: A más del sacerdote o religioso-párroco, se eligirán instructores o maestros entre los entendidos del pueblo o distrito. Quinto: El salario a dichos maestros será pagado por los parientes de los discípulos. Sexto: Las familias pobres (y no perdamos de vístala fecha de 1582), que no pueden pagar por la enseñanza de sus hijos sin gran inconveniente, serán excusados de pagar, entendida la obligación de enviar sus hijos a la escuela, y los misioneros abonarán los gastos, que so deducirán en este caso, de ios fondos de la Iglesia, a manera de limosna. Séptimo: Lo que se dice del salario a los instruc­ tores seglares o maestros, entiéndese también del equipo y material do la enseñanza. Octavo: El currículum mínimum será: Doctrina Cristiana, Lectura, Escritura, Aritmética, y Buenas Costumbres. Es decir: las 3 RR de aquel entonces, más religión y moral, (cf. “The Cirilizcrs of the Phil­ ippines”, Boston, 1911). PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 19 Es, además, sabido de todos que hasta las artes y oficios recibieron atención. Pardo de Tavcra, como un ejemplo, dice: “Los Frailes enseñaron además a sus feligreses artes y oficios... la imprenta empezó a fun­ cionar . . . ; escultores, pintores y otros artistas ... se formaron prontamente educados por los religiosos com­ petentes ...; y las mujeres llegaron a gran altura en el arle del bordado. . . . Todos los edificios de piedra que se fabricaban fueron levantados bajo la dirección de los doctrineros.” (“ Reseña Histórica de Filipinas”, página 29). Señores, es verdad que Filipinas fué el último archipiélago de importancia descubierto por los ex­ ploradores españoles; pero ciertamente no fué tardía en las Islas una enseñanza que se adelantó cien años a la generalidad del mundo culto. No eran escasas las escuelas que igualaban al número de conventos esparcidos por todos los pueblos cristianos del Archi­ piélago; ni tampoco eran pobres las escuelas albergadas en los referidos conventos, porque entonces el con­ vento era el palacio del lugar; ni eran deficientes los maestros, en su mayoría sacerdotes y religiosos, que entonces, como ahora, constituían la mejor parte de la intelectualidad del pueblo; ni era, en fin, contrario al pobre un sistema que procuraba medios para favo­ recerla. Y cuando en el siglo diecinueve despertó la vieja Europa y determinó organizar toda enseñanza, Fili­ pinas se mantuvo otra vez a la vanguardia con el de­ creto de 1863; y al convenir el mundo civilizado en que era preciso establecer escuelas especiales para la preparación de maestros, se implantaron aquí las es­ cuelas normales antes que en la inmensa mayoría de los pueblos civilizados de Europa. La primera Normal do Maestras Filipinas—nota Azcona—es ocho años más antigua que la Normal de la muy culta y bella París, de Francia. Y no se crea que la enseñanza se limitaba a la elemental. Innumerables fueron los centros educacio­ nales creados, donde florecieron las ciencias, las artes y las letras. Al siglo dieciséis pertenecieron los cole­ gios mayores de San Agustín y San Francisco, como también San Ignacio y el Santísimo Rosario, originán­ dose de éste la famosa Universidad de Sto. Tomás. Del mismo período fueron San Pedro Mártir de los Dominicos, San Ildefonso de los Jesuítas, y el de seño­ ritas de Santa Potenciana. Del siglo diecisiete nos quedan aún el Colegio-Seminario de San José, el Co­ legio de San Juan de Letrán, y dos más para señoritas: Santa Isabel y Santa Catalina. En el siglo dieciocho aparecieron la Universidad de San Felipe, el Colegio de Orientales, la Escuela de Música, San Carlos de Cebú, Nuestra Señora del Rosario de Naga, y los nuevos centros educacionales para mujeres: Santa Rita, San Sebastián y Santa Rosa. Pero donde el acopio do centros educacionales fué mayor, es en el siglo diecinueve. Y yo comprendo, señores míos, que una letanía de nombres cansa, pero cada uno de ellos es una garantía de nuestra cultura pasada. Sobresalieron: la Inmaculada Concepción de Vigan, San José de Jaro, Santa Isabel de Nueva Cáceres, el Colegio de la Compañía, la Concordia, la Con­ solación, la Asunción, San Alberto Magno, el Ateneo de Manila, Santa Imelda, San Buenaventura y San Vicente Ferrar; la Escuela de Agricultura, la de Co­ mercio y Lenguas, la de Náutica, la de Botánica y la Academia do Bellas Artes, la Escuela Práctica Pro­ fesional de Artes y Oficios, con cursos avanzados en Mecánica, Comercio, Agrimensura, Química y Elec­ tricidad; y más un centenar de “júnior high school” que se conocieron con el nombre de “Latinidades”. (“History of Education in the Philippines”). Con razón pudo decir el agente de Napoleón, mon­ sieur Francis Depons: “Mientras España y sus leyes consideran las tierras conquistadas como prolongación de España, los demás europeos miran a sus colonias como cebo para enriquecerse... por eso, los súbditos espa­ ñoles consideran como verdadera patria cualquier lugar de su imperio. Aún sin salir de su propio país, pueden el criollo español y el indígena encaminar su ambición hacia lo que juzgan más ventajoso o más conforme con su vocación; pues cuentan sus colonias con universidades, facultades de Derecho y Medicina, seminarios, obispos, canonjías, prebendas, conventos, escuelas militares, etcé­ tera, en tanto que la vocación del criollo francés para la tribuna, la Iglesia, la soledad de los claustros, las armas y la medicina, no pueden satisfacer sino en la metrópoli, por faltar en nuestras colonias centros vocacionales y superiores de enseñanza.” (“La Iglesia en Filipinas”, página 34). España se propuso civilizar al mundo llevando a lejanas tierras lo que ella poseía, y consiguió fundar en cada colonia otra España. Aquella civilización, lo admitimos, tenía sus defectos, como lo seguirá tenien­ do toda obra humana hasta que acabe el mundo. Pero era aquélla una civilización europea y cristiana que, entonces como ahora, se tenía por la más elevada. Y hablando de Filipinas, oigamos lo que el protestante Frank C. Laubach tiene que decirnos: “España llevó a cabo en el primer período de su colonización lo que ninguna otra nación europea ha hecho jamás en el Oriente; y lo hizo sin oprimir a los naturales del país. ... En verdad, que muy poca justicia se ha hecho por escritores ingleses a aquel régimen colonial: España cambió la vida del filipino, pero fué para bien del mismo. Seamos una vez justos en admitir esta verdad histórica.” (“The People of the Philippines”, páginas 80 y 319). Si acaso ha llegado la hora, si por ventura han vuelto las aguas a su cauce, me atrevería a rogar a los señores congresistas estudiasen la conveniencia o in­ conveniencia de formular dos resoluciones: Primera, elevar. una petición al Comité Nacional de Textos, para que se revisen los libros de historia y educación filipinas, que circulan por nuestras escuelas, expur­ gándolas de frases y relatos tergiversados, que hacen muy poco honor al régimen colonial, y no están en consonancia con el sistema pedagógico de atracción. Bonitos y entusiastas discursos vamos oyendo con ocasión de este Congreso de Hispanistas, pero me temo y ojalá me equivoque, que no se haga más que agitar el viento y el eco de nuestras voces no llegue a resonar en las escuelas de la juventud; Segunda, pedir al Gobierno de España, por medio de su dignísimo Ministro, nos aumente las becas para el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid, a favor de congresistas y alumnos de institutos do español en Filipinas, facilitándonos económicamente más y más el acceso a sus aulas. Supone un sacrificio para nuestra antigua Metrópoli, desangrada en su lucha contra el comunismo, sin que haya podido aún cica­ trizar sus heridas por falta de medicinas y médicos 20 DIARIO DE SESIONES en inicuo destierro. Pero nos acordamos de la pensión anual de varios centenares de miles de ducados que a costa do inauditos sacrificios, nos enviaba en el pasado vía Méjico. Pedirla un sacrificio más sólo sería cosa de rutina. Pero esta vez, ha de ser en beneficio del español. Y para terminar, señores, que no tenemos tiempo para responder a todos los cargos hechos contra el sis­ tema educacional de España, permítasenos una con­ sideración. Durante la primera guerra mundial se cuidó de proveer minuciosamente a los soldados de abundantes víveres. Empero iban cayendo enfermos, presentando todos síntomas desconocidos. Se hicieron ensayos, se practicaron experimentos, y concluyeron que algo esencial faltaba en la dieta: unas sustancias misteriosas, pero necesarias, que llamaron vitamina». También en nuestro siglo se ha practicado toda clase de ensayos en las escuelas. El sistema es exce­ lente; el número de escuelas, satisfactorio; la condi­ ción de las mismas, muy buena. Centenares do enten­ didos empica el Gobierno en inspeccionar y-velar por la buena marcha de la enseñanza en las Islas. Miles de pesos gastan los padres de los niños, sobre los cente­ nares de miles del Gobierno, en mejorar la educación de la juventud. ' Y a pesar do todo, encontramos que falta algo. No acertamos a ver qué, poro algo falta. Raro es el día que no leamos en el periódico diario un asesinato, un robo, un suicidio, un atraco, etcétera. Los ancianos nos dicen que esto no sucedía antes. So buscan causas, se estudian datos, se adoptan medidas, se ponen a dis­ posición de las escuelas todos los adelantos modernos. Poro, sin efecto. Los qué estudiaron a base del sistema antiguo dicen que era más clásico y tradicional que el que ahora tenemos; pero esto sólo no lo explica. Razón hay para dejarle e ir a lo práctico. Otra causa para aban­ donar el antiguo, es que daban mucha importancia a los valores espirituales. Pudieran ser aquéllos las vitaminas que faltan al moderno .. . ? He dicho.