Discurso de Don Francisco Liongson

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Part of Diario de Sesiones del Primer Congreso de Hispanistas de Filipinas

Title
Discurso de Don Francisco Liongson
Language
Spanish
Year
1950
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
20 DIARIO DE SESIONES DISCURSO DE DON FRANCISCO LIONGSON El Presidente de Turno. Corresponde ahora el uso de la palabra a Don Francisco Liongson, Miembro de la Academia Filipina, correspondiente de la Real Española, y Presidente del Círculo Escénico. El Sr. Liongsox. Ilustre Presidente; distinguidos miembros de! Primer Congreso de Hispanistas de Fili­ pinas; damas y caballeros: La voz de la Historia una vez más lanza su llama­ miento bajo nuestro cielo; el grito de la raza vuelve a resonar en tierras filipinas, con ecos de recriminación y reconvención do pueblos hermanos, que nos recuerdan nuestra progenie común y . nuestro abolengo, al par que nuestros oídos perciben, traídos por el viento entro sus alas, acentos dulces y tiernos de canción de cuna; susurros de amor y ternura, que sólo pueden modular unos labios santos do madre olvidada. Filipinas, respondiendo a ese llamamiento y a esas voces, y no pudiendo negar su propia historia, y menos dudar do su origen legítimo y sagrado, ha deci­ dido celebrar este Congreso, que sólo hijos depravados y desnaturalizados pueden mirar con odio y con rencor. Congreso, no do sabios ni doctos, ni menos de grandes genios que pretenden guiar a nuestro pueblo por los derroteros de su vida política, económica o nacional; sino do filipinos orgullosos del pasado de su patria y que tratan de revivir y perpetuar los inmensos valores que ose pasado encierra; valores que se sintetizan y expresan con una sola palabra: Hispanidad. His­ panidad con que la Providencia ha querido sellar nuestra existencia; hispanidad de la que no podemos aislarnos ni desentendemos; hispanidad que palpita y late en todo pecho filipino leal y noble; hispanidad que vibra y resplandece en cada capítulo y en cada página do nuestra historia. Damas y caballeros: el pueblo filipino ha trans­ puesto los umbrales de la madurez y ha asumido todas las responsabilidades de una nación libre; y tiempo es ya, de que dando fé de osa madurez y de osa respon­ sabilidad se haga justicia a sí mismo. ¿Cómo? Comen­ zando por hacer constar con caracteres bien claros y definidos, grabados al fuego y en granito, su certifi­ cado de nacimiento, que establece y afirma su ascen­ dencia y progenie hispanas: no por la sangre ni por razones étnicas, no por la raza ni el color, que se pres­ tan a variadas mixtificaciones y son materias fáciles de adulteración; sino por otros elementos más vitales y perpetuos, por otros rasgos perennes e imborrables; su catolicismo y su civilización, que son el sello excelso de la hispanidad. Extendamos una mirada hacia los otros pueblos vecinos de Filipinas; recorramos en un vuelo imagi­ nario toilas las islas y continentes que nos rodean; analicemos los rasgos más notables que caracterizan a cada grupo de los quj componen el vasto elemento humano que llena esta parto del globo; y nuestros ojos comprobarán, para orgullo nuestro y asombro de ex­ traños, que sólo bajo los cielos de Filipinas so ve el maravilloso espectáculo, de que en cada pueblo y barrio importante de esta perla de nuestros amores, se levanta una iglesia o una humilde ermita, donde se yergue majes­ tuosa la Cruz de la Redención, como emblema inequí­ voco de fe y catolicismo; y el que dice catolicismo, dice civilización; y el que dice civilización, dice cultura: civilización y cultura sembrados en nuestro suelo y cultivados por Magallanes y sus sucesores, para darnos dignidad do humanos, conciencia de pueblo homogéneo y unido y casta do hispanidad: sacra herencia y divino tesoro que nos cualifica ccmo nación soberana, que la España conquistadora de mundos supo logar a todos los pueblos en cuyo suelo flameó gloriosa esa bandera madre de veintiuna repúblicas. Mucho se ha hablado y se habla de hispanidad en estos días, con motivo de este Primer Congreso de Hispanistas quo so celebra en Filipinas y por la fecha señalada para conmemorar ese día único en la Historia Universal: el Día do la Hispanidad. Y ésta es la mejor ocasión para Filipinas, como nación soberana, de detener por un momento sus pasos, volviendo la mirada hacia atrás; no para convertirse en estatua de sal como la mujer de Lot, sino para recordar cuál fue su origen y rendir el culto debido a su pasado histórico, que es también el pasado histórico de todos los pueblos do la hispanidad. Yo entiendo que este Congreso debe ser, precisa­ mente, eso: un alto en el camino; un aislamiento, siquiera momentáneo, de todo lo artificioso, postizo y falso que PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 21 envuelve a nuestro ser como filipinos; que ha contri­ buido y contribuye a deformar y caricaturizar nuestra figura y nuestro tipo verdadero y real, así como a adul­ terar y falsear nuestro espíritu genuino y legítimo. Y aprovechando este aislamiento, hagamos un examen de conciencia y tengamos el coraje suficiente de con­ fesar nuestras culpas y faltas, con firmo propósito de enmienda y rectificación. Si los quilates de grandeza y civilización de una nación se midieran por las cualidades morales y cívicas do sus ciudadanos, por sus costumbres y hábitos de dignidad, disciplina y temor de Dios, yo me atrevería a afirmar que, desgraciadamente, mucho hemos per­ dido en ese sentido en el curso de estos cincuenta años que llevamos de siglo, debido a haber estado some­ tidos a influencias extrañas, que aquí han implantado el laicismo en las escuelas y el libertinaje en las costum­ bres, procurando también apagar los resplandores de una lengua con la que aprendimos a creer en Dios y amar a la patria. Aleaciones funestas que han deva­ luado el oro legítimo de nuestra inoral; ahogando con ello lenta, pero eficazmente, nuestras mejores cuali­ dades y virtudes; minando los cimientos que servían do base a la estructura de nuestra personalidad como pueblo y como nación, hasta el extremo de inducirnos a suplantar nuestra fe de bautismo, falseando la ascen­ dencia materna que nos dió la vida y la existencia. Y si no se ha perdido todo; si aun nos quedan espe­ ranzas de volver a levantar y reconstruir lo destruido es porque parte de esa estructura se mantiene en pie, gracias a la labor tenaz y perseverante de los ministros de la Iglesia y de los centros de enseñanza privados, donde se enseña a la juventud el temor a Dios y la obe­ diencia al Decálogo, y gracias a ese espíritu de hispa­ nidad que todavía alienta y vive en algunas capas do nuestro mundo social y político. Espíritu de hispa­ nidad con el que se han ido tejiendo los lazos que dieron consistencia y realidad al concepto cristiano de la familia y del hogar nativos; espíritu de hispanidad que nos in­ culcó el respeto al superior, la obediencia a la ley y el acatamiento al orden social establecido por el Derecho Natural; espíritu de hispanidad que se revela y mani­ fiesta en las sagradas páginas del "Noli”, en los versos inmortales del "Ultimo Adiós,” en la constitución de la primera República y en las actas del Congreso de Maídos; perpetuado en las brillantes ponencias de nuestros magistrados, en las inspiradas y sublimes armonías que brotaron de la lira de nuestros poetas nacionales, y en las oraciones parlamentarias de nues­ tros más grandes tribunos. Espíritu de hispanidad que vibra y resuena en nombres de provincias, pueblos y barriadas, calles y avenidas, plazas y lugares de nuestro suelo; espíritu de hispanidad que moldeó y formó el tilma y el cerebro de las figuras más rutilantes y egre­ gias de nuestra historia; espíritu do hispanidad que se resiste a desaparecer y a ser aniquilado, del cual nuestros propios nombres y apellidos son un constante recordatorio, al par que una severa recriminación a nuestra indiferencia rayana en olvido, a lo que es esencia y alma de nuestra propia existencia. Nuestra gratitud al gran pueblo norteamericano, como nuestro mentor y guía en los métodos democrá­ ticos de gobierno, hasta llegar a concedernos una inde­ pendencia respaldada por su prestigio y poderío, no debe ser motivo ni causa para olvidar, ni menos depre­ ciar, los sagrados lazos que nos ligan a la Hispanidad. Y si antes, bajo una tutela o presión extraña, se llegó a la relajación de esos lazos, y hasta a olvidar y des­ preciar sus valores positivos, ahora ha llegado el mo­ mento de que hagamos un balance de nuestro acervo cultural y moral, y de acuerdo con ese balance nos determinemos a recuperar y restaurar lo perdido: pri­ mero, implantando la instrucción religiosa obligatoria, en todas las escuelas y colegios de la nación, para que el filipino no sólo sepa leer y escribir, pensar y dis­ cutir, gobernar y mandar; sino que también conozca, lo que es crcer en Dios y amar al prójimo: piedras angu­ lares y bases imprescindibles para que en toda comu­ nidad reinen la paz y el orden, la libertad, la igualdad y la fraternidad en su verdadero concepto cristiano y puro. Y segundo, dando a la enseñanza del idioma español todos los privilegios y prerrogativas a que tiene derecho, no sólo como instrumento de cultura y civili­ zación, sino porque para nosotros fué el puente de oro y la llave mágica que nos abrió el camino y nos franqueó el sendero que conducen o la manumisión y a la propia soberanía; y no tratar a esc idioma como a una Ceni­ cienta o una pordiosera, que tiene que mendigar un hueco mísero y oscuro en nuestras escuelas y univer­ sidades, olvidando que en esa lengua aprendieron nues­ tros héroes y mártires, nuestros caudillos y estadistas lo que valen y significan estas tres palabras: Dios, patria y libertad. Sólo así demostraremos al mundo que Filipinas os como debe ser; sólo así brillará para nosotros en todo su esplendor el sol de nuestra enseña, sin que las generaciones futuras puedan culparnos de haber perdido y destruido tesoros de tanto valor, legados a nuestros padres y abuelos como copartícipes de esa hispanidad que hoy conmemoramos. Que este Congreso, damas y caballeros, sea el primer paso que nos oriente a tan nobles fines; la voz evangé­ lica de “levántate y anda” para esa labor de rectifi­ cación y desagravio; el toque de alerta que despierte de su letargo, no sólo a los elementos hispanistas de Filipinas, sino a todo filipino orgulloso de serlo; para que, unidos y organizados, nos decidamos a emprender esa campaña de confirmación en nuestro origen histó­ rico, de rectificación de pasados errores y de adhesión cálida, sincera, ferviente y entusiasta a ese grupo de naciones que piensan y sienten como nosotros, porque al igual que nosotros aman y odian, ríen y lloran, cantan y oran en el mismo idioma, y con nosotros bebieron de la misma fuente y heredaron de una madre común los altos conceptos de hidalguía, caballerosidad y fe en Dios, qvie no tienen precio ni son cotizables en el mercado del oro, porque no pueden comprarse, puesto que sólo se adquieren por derecho do sucesión.