Discurso del Hon. Sr. Fernando Lopez

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Part of Diario de Sesiones del Primer Congreso de Hispanistas de Filipinas

Title
Discurso del Hon. Sr. Fernando Lopez
Language
Spanish
Year
1950
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 21 DISCURSO DEL HON. SR. FERNANDO LÓPEZ El Presidente de Turno. Ahora dos dirigirá la palabra el Honorable Señor Fernando López, Vico» presidente de Filipinas y Vicepresidente Honorario del Primer Congreso de Hispanistas. El Hon. Sr. López. Distinguidos miembros de este Congreso; damas y caballeros: Efusiva y cordialmcnte, yo os felicito por la brillante idea que habéis tenido de organizar este Cc-ngreso do cultos y sabios hispanistas, en un período de nuestra historia nacional en que todas las fibras 22 DIARIO DE SESIONES de la vida del país están sufriendo una viva y fuerte renovación, una especie de rcmozamiento de todas las savias espirituales de la raza filipina. Vosotros sois los legítimos y auténticos herederos de los gloriosos lauros espirituales, ganados por los antiguos cruzados del Hispanismo que os precedieron en el camino de la lucha para conservar, defender y mejorar el tesoro espiritual de la cultura hispánica de nuestra querida Patria. Es vuestro deber conservar esto bendito legado para las generaciones del porvenir, no sólo para que sirva de base sólida al edificio de la unidad y libertad do Filipinas, sino también para que forme el núcleo de la cadena de ensueños y esperanzas en que cifraron sus vidas y sus fortunas otros hombres, tan grandes y tan patriotas como vosotros, pero menos afortu­ nados que vosotros, porque mientras vosotros veis resplandecer la nueva aurora, ellos, en cambio, cayeron en la noche de los tiempos, sin ver granar la semilla que echaron en el surco. Como vosotros, yo también me doy cuenta de la suprema importancia y profunda significación de la Fiesta de la Raza, hoy llamada más propiamente Día de la Hispanidad. . En esta efemérides se celebra el aniversario del des­ cubrimiento de América, que tuvo lugar el 12 de octubre de 1492, cuando el intrépido navegante Cristóbal Colón desembarcó en la isla de San Salvador y, luego, tomó posesión de las tierras de América en nombre de los Royes Católicos, Isabel y Fernando, de España. Cuanto más estudiamos la gloriosa hazaña del gran almirante Cristóbal Colón, bajo la égida del gobierno español, tanto más nos daremos cuenta -de la magnífica y saludable influencia que tan alta ejecu­ toria ejerció y sigue ejerciendo en el estado social y político del mundo. Aquello no fué solamente un mero descubrimiento de tierras. Aquello implicaba una verdadera floración ideológica, una súbita muta­ ción del pensamiento de la Humanidad y un cambio radical y completo del estado del individuo y de la sociedad de entonces. Antes del descubrimiento de América había en Europa una raza que se creía superior, amparándose en las teorías y principios del antiguo paganismo: era la raza creada por el emperador Julio César que había acaparado el dominio y la hegemonía sobre todas las partes conocidas del globo descubierto. La hazaña colombina tuvo sus repercusiones en la primera comprobación práctica de la redondez de la tierra por Sebastián Elcano, y en el hallazgo de las Islas Filipinas por Hernando de Magallanes el día 16 de marzo de 1521. Si en vez de la España de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando,—la España propagadora y defen­ sora del Catolicismo, hubiese sido la Roma de los Césa­ res y de los emperadores la que hubiese descubierto las Américas y las Filipinas, tal vez el destino de los pueblos descubiertos y civilizados hubiera sido no sólo muy distinto, sino también muy triste y doloroso. Loado sea Dios, que en sus sabios designios ha permitido que España, una nación tan noble y buena, haya venido a nuestro suelo para convertirnos al Cris­ tianismo, para que, más tarde, de la amalgama de ele­ mentos de varias culturas extranjeras, transfundidas en las substancias de la raza malaya, pudiera surgir definitivamente la raza propia, la raza filipina, cris­ tiana y democrática, libre y soberana. Los descubridores y misioneros españoles que vinieron a Filipinas en los comienzos del siglo dieci­ séis, nos trajeron y enseñaron el idioma castellano, puro y castizo, el mismo idioma que hablaron Cer­ vantes, los dos Luises, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y otros genios literarios españoles. Y nosotros, los filipinos, no sólo hemos aprendido en el andar de los tiempos tan sin igual lenguaje, sino que también lo hemos perfeccionado y embellecido con las filigranas del ingenio nativo. Nuestros grandes portaliras como Apóstol, Palma, Guerrero, Paterno, Balmori y otros, le dotaron de nuevos ritmos y armo­ nías. Pensadores y filósofos como Rizal, Mabini, Del Pilar, Pardo de Tavera, Ponce, Epifanio de los Santos y otros lo hermosearon con la elevación de sus pensamientos y la energía viril de su estilo. Oradores, como Graciano López Jaena, Macario Adriático, Ma­ nuel L. Quezon, Tomás G. del Rosario, Dominador Gómez, Manuel Rávago y otros, hicieron vibrar en el lenguaje español las ansias y aspiraciones de la Raza, que, superando todos los obstáculos del momento, no descansó hasta ver hecho carne su sueño de libertad c independencia. Señores congresistas, aprovechemos esta opor­ tunidad para rendir un homenaje cordial y sentido a los hispanistas del pasado, a los gloriosos cruzados de la cultura hispánica: a José Rizal, Marcelo del Pilar, Graciano López Jaena, los hermanos Luna, Pardo de Tavera y Palma, Cayetano Amilano y tantos otros llorados caballeros do la pluma, que nos precedieron en la dificultosa jornada de luchar y trabajar por la conservación y propagación en estas latitudes de la cultura hispánica y del idioma español. Y ya que estamos congregados en los salones de esta Universidad, tampoco debemos olvidarnos de la brillante labor de los fundadores y directores del Centro Escolar de Señoritas como pedagogos y como entu­ siastas hispanistas. Antaño había aquí dos colegios: El Centro Escolar de Varones, fundado por los hispanistas Fernando Salas y Josué Soncuya, y El Centro Escolar de Señoritas. El Centro de Varones desapareció juntamente con sus fundadores. Pero el Centro Escolar de Señoritas todavía vive y florece. Sean nuestros más sinceros elo­ gios y nuestra gratitud, para esta alma moler de las madres y heroinas filipinas del porvenir; especialmente para la nunca bastante Horada Librada Avelino, cuya santa memoria y noble ejemplo todavía sirven do estí­ mulo e inspiración a las actuales directoras, profesoras y alumnas de este ilustre centro de enseñanza. Ella fué en vida una gran laborante y defensora del idioma castellano. Si, como dijo el gran escritor inglés Samuel John­ son, “el lenguaje es el parentesco do las naciones”, por medio del lenguaje español nosotros, los filipinos, nos hemos “emparentado” espiritualmente con todos los pueblos y hombres hispanopariantes do la tierra. La cultura es el verdadero barómetro de la libertad y del progreso. La prosperidad de un pueblo no de­ pende de la abundancia de sus recursos, ni de la belleza PRIMER CONGRESO DE HISPANISTAS DE FILIPINAS 23 de sus edificios públicos, ni de 1?. potencia y estabilidad de sus arsenales y baluartes militares; sino principal­ mente del número de sus ciudadanos dotados de cul­ tura, de ilustración, de conciencia cívica, de carácter y de virtud. Vosotros, los hispanistas, sois los nobles apóstoles de un nuevo idealismo; los nuevos Quijotes que vuelven a enristrar sus lanzas de hidalgos, no para luchar contra vanos inútiles molinos de viento, sino para afrontar la realidad, para sentir las palpitaciones y latidos del alma y del corazón de la Patria, para compenetraros de sus angustias y pesares, y, finalmente, para com­ partir con la Patria idolatrada los ensueños y las espe­ ranzas de un porvenir de progreso, de paz, de gloria y de felicidad. Señores congresistas, estoy con vosotros . hoy, porque, como vosotros, quiero, pienso y trabajo para que la cultura hispana no desaparezca de Filipino.s y para que el idioma castellano continúe siendo hoy, como ayer y como mañana, uno de los idiomas oficiales del pueblo y del gobierno de Filipinas. . Hubo un tiempo en que el español parecía atra­ vesar su más terrible crisis en nuestro país. Hasta se llegó a temer que, tal vez, desapareciera de Filipinas, reemplazado por el inglés y por el tagalo. Para fortuna nuestra, durante estos últimos años, se ha observado una verdadera reacción, un súbito despertar, un rena­ cimiento fuerte y vigoroso del idioma hispano. No sólo en la prensa, en la tribuna y en los centros y estra­ dos de enseñanza se alzó la voz de alerta para la con­ servación del castellano. El vigoroso oleaje alcanzó hasta el mismo Congreso legislativo hasta entonces reacio o indiferente. Fué cuando se presentó y se aprobó el proyecto de ley del Senador Vicente Sotto. Yo, entonces, era todavía miembro del Senado, y, como senador, voté y trabajé para que el proyecto de Sotto se convirtiera en ley, porque tenía, como sigo teniendo, la firme convicción de que los filipinos necesitamos de este lengua'je para conservar los vestigios de nuestra antigua y gloriosa tradición y como medio para pro­ mover la paz entre muchos pueblos de la tierra. Vosotros, como verdaderos hombres de cultura, tenéis en vuestras manos la clave de la solución de muchos problemas nacionales. Es vuestro privilegio y vuestro orgullo, como lo son también míos, trabajar por nuestra Patria. La República Filipina confronta hoy muchísi­ mos problemas de primordial importancia, y uno de ellos es el palpitante problema económico. En estos momentos críticos, debemos mejorar y estabilizar la economía de Filipinas. Necesitamos reorganizar nues­ tras finanzas. Debemos aumentar la producción in­ terna y, al propio tiempo, poner frenos y cortapisas al desequilibrio del comercio exterior e internacional, al agiotaje y al cstraperlo, así como a las manipula­ ciones monetarias y comerciales que puedan mermar, desnivelar y hasta destruir nuestra estabilidad finan­ ciera. El Gobierno está adoptando todas las medidas y precauciones necesarias para evitar una crisis en todos los sentidos. Pero es necesaria la cooperación sincera y entusiasta del pueblo, para que, cuando so pongan en práctica las nuevas medidas legislativas y adminis­ trativas, podamos ofrecer pruebas do un máximo grado de eficiencia. En lo que respecta a nuestras relaciones con España, podemos asegurar que la República Filipina ha sido una de las naciones que gustosamente concertó con ella un tratado de amistad. Como senador, fuí yo uno de los que votaron y trabajaron para que esc Tratado fuera ratificado por el Senado. La nerm:' de nuestra actitud hacia España, os sólo ver en olla a la vieja madre, que, en este período crítico de la historia, al ver a su hija Filipinas hecha una nación libre c inde­ pendiente, vuelve hacia ella los ojos impregnados do. dulce añoranza y el corazón estremecido por la nos­ talgia y el recuerdo perdurable. La histeria del Hispanismo está directamente ligada con la historia de Filipinas. No se puede es­ cribir nuestra historia sin incluir en ella capítulos vi­ brantes de la historia del lenguaje castellano y do la cultura española en Filipinas. El lenguaje es el barómetro del pensamiento y del carácter de un pueblo. Según el gran escritor inglés Coleridge “el lenguaje es el arsenal de la inteligencia humana, y, al mismo tiempo, contiene los trofeos de su pasado y las armas dé sus futuras conquistas.” Lo mejor del tesoro histórico de Filipinas está escrito en castellano. Los fundadores de la Nación filipina, desde los gloriosos días de los mártires de la Patria, los Padres Burgos, Gómez y Zamora, hasta la hora de la emancipación completa y definitiva, em­ plearon el castellano en sus trabajos de propaganda patriótica. Con justa razón puede decirse que el cas­ tellano fué y es aún el idioma del Nacionalismo filipino. ¡Adelante, Caballeros del Hispanismo! Desde las vetustas y derruidas torres de las iglesias y colegios antiguos, cuatrocientos años de cultura his­ pana os contemplan. ¡Adelante, cruzados de una gloriosa cultura, defen­ sores de un ideal sagrado, apóstoles de la tradición y sabiduría de una Raza! Proseguid vuestra noble labor y sed dignos de la confianza y de las esperanzas que una Patria libre y fuerte ha puesto en vuestras manos aptas y capaces y en vuestros espíritus que han reco­ gido la esencia de una santa y sublime filipinidad. ¡Dios y la Patria estarán con vosotros en los actos y deliberaciones de este ilustre Congreso! Muchas gracias.