Del hombre que fue a la Luna

Media

Part of El Misionero

Title
Del hombre que fue a la Luna
Language
Spanish
Year
1931
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
ANO V, No. 10 MARZO 1931 Del Hombre que fue a la Luna UNA vez, -había un hombre que tenía la intención de irse a la luna. Natural­ mente tal proyecto parece ridícu­ lo a cualquier de nosotros morta­ les; y hasta nos parece estúpido y peligroso; involuntariamente re­ imos cuando oímos hablar de se­ mejante plan, como también nos burlamos de otros planes que no comprendemos bien por la simple razón de que nosotros mismos no les hemos planeado ni quizás sos­ pechado. Pero sepan que aquel hombre no era una criatura ordinaria tal como se encuentran en los merca­ dos y las barberías. Su plan se había fijado tan profundamente en su cabeza extraordinaria que el hombre absolutamente quería irse a la luna. Ya desde su niñez tenía aquella idea fija y desde su juventud sentía en su corazón un deseo loco e inquebrantable de subir y montar siempre más y más alto hasta la luz y hasta la luna como si hubiera sido llevado por una especie de éxtasis a la contemplación y la glorificación del cuerpo celestial más grande de la noche. Y como nadie du­ rante sus primeros años de educa­ ción se empeñaba en arrancar de su cabeza inexperimentada esta obsesión tan loca, pues el hombre no soñaba más que en su próxima ascensión gloriosa hasta las altu­ ras de la luna. Ahora irresistiblemente domi­ nado por su anhelo —tal como un hombre que se deja arrastrar por su amor ó para las criaturas ó pa­ ra con Dios—el hombre salió de RENUEVE SU SUSCRIPCION ENSEGUIDA 290 viaje con el objeto de su reconco­ mio: iba en dirección de la luna. Aquel hombre era muy inocen­ te y muy cándido: tomó el primer camino que encontró, sin saber a donde iba ó en donde terminaría. Pues ni se preocupaba de saberlo: “Siempre llegaré” se decía, con­ fiando en su sola luz y sus solas fuerzas. Así es que andaba, y andaba.... y andaba. Y sucedió que un día encontró en el camino a otro viajero que le preguntó a donde iba con tanta prisa. —“A la luna” contestó ansiosa­ mente el hombre. —“¿A la luna? Pero está aún muy lejos de aquí” replicó el pri­ mero, “Nunca llegará a su desti­ no.” —“¿Lo cree V.?” —“Si, señor, pero con su per­ miso quiero ayudarle; le indicaré un medio eficaz para llegar, por­ que sería un pecado mío inperdonable dejarle extraviar. Oiga: pase V. por la ciudad y allí procú­ rese todo el dinero que pueda. Hágalo con toda honestidad, si posible, pero procúreselo: cuanto más dinero tenga, tanto más se acercará de la luna.” El hombre singular dió las gra­ cias merecidas al inesperado Sal­ món por un consejo tan precioso y tan infalible, y prosiguió alegre­ mente su camino en dirección de la ciudad. Aquí trabajaba día y noche para ganar dinero: su vida no era más que una caza loca en busca de oro; realmente sus sesos se abrasaban, su corazón batía más que nunca; cada centavo ga­ nado bailaba ante sus ojos como un fantasma de felicidad; el hom­ bre estaba para volverse loco; ga­ naba más y más dinero; festejaba, comía y bebía día y noche: —»“Ahora estoy en la luna” se dijo. Pero cierta mañana muy de madrugada el hombre se encon­ tró postrado» en el lodo de un ca­ nal, medio muerto por el frió de la noche, ensuciado desde los pies hasta la cabeza y rodeado de me­ dia docena de muchachos reiendo y burlándose del triste espectácu­ lo que ofrecía el hombre viajero. En este estado tan vergonzoso el hombre volvió en si mismo y se dijo que todavía estaba muy lejos de la luna; pobre y abandonado por los amigos de sus riquezas sa­ lió de la ciudad en busca de su diosa pero ahora por otros lados: quería absolutamente llegar a la estrella más brillante de las tinie­ blas. Andaba pues otra vez a pasos de gigante y tan pronto como lo permitían sus fuerzas. Y he aquí, que encontró un viajero que le preguntó a donde iba con tanta prisa. —“A la luna” contestó enérgi­ camente el hombre. —“¡Ho, ho!” replicó el viajero “está muy lejos aún. ¿Quiere V. que le ayude?” —“¿Y como pudiera V. hacer­ lo, amigo?” preguntó el hombre SOSTENGA UN CATEQUISTA! 291 con cierta duda sobre la intención del consejero tan caritativo. —“Pues es muy sencillo. Vaya a la ciudad....” —“¿A la ciudad? Eso, nunca, señor.” —“Oiga, amigo; un momento. Vaya a la ciudad y allí procure hacer algunos actos de fama mundial, y verá. La gente le hon­ rará, le adorará como un ídolo y entonces verá: en seguida llegará al termino de su viaje.” El hombre efectivamente escu­ chó el consejo tan precioso y fué a la ciudad. Se mezcló con los políticos, se puso a su cabeza, y, no sé por cuantas villanías y humiliaciones, llegó a ocupar el puesto más alto en el país; recha­ zó a los enemigos de la nación y trabajó como u i negro para ali­ viar al pueblo de sus miserias. El mismo les dijo, y quizás estaba convencido de la verdad de sus palabras, que nadie hasta ahora había trabajado como él por el bien del país. Su fama llegó hasta los cuatro ángulos del mundo. Igual como un ídolo se mantenía derecho sobre los hombres de sus admiradores, pero como nunca ningún político se había elevado sobre un pedestal tan fuerte y tan firme. —“Ahora al menos estoy en la luna” pensaba el hombre, cada vez que veía las muchedumbres arodilladas a sus pies, ó cuando les oía cantar sus glorias como salvador del país, ó cuando le echaban flores y ramos de amor y entusiasmo. Pero, un día, sucedió que algu­ nos ciudadanos, probablemente envidiosos y quizás también en el camino hacía la luna, no podían contener más los sentimentos de sus corazones bajos y desprecia­ bles: empezaron a susurrar sospe­ chas y falsos rumores sobre las acciones y intenciones del hom­ bre, sobre el dinero que escondía en los bancos y otros países, y so­ bre otras villanías. Las noticias llegaron a los oídos de todos, es­ talló una revolución y todos aquellos que un día habían sido sus amigos, se volvieron contra el hombre glor oso, tomaron las armas y le persiguieron. A duras penas logró escaparse el hombre y cuando se había quedado solo, herido, cansadísimo y exhausto, escondido entre las espinas de al­ guna mata, el hombre pensaba y se dijo que el camino seguido en su último viaje no era el camino de la luna. Débil y triste se levantó para buscar de nuevo el objeto de su viaje. Y he aquí que encontró a una mujer tan bella como la mañana: sus cabellos bajando en largos bucles hasta las espaldas eran ad­ mirables; sus ojos eran dos joyas caídas del cielo; su sonrisa era co­ mo el primer saludo del sol vera­ niego. En seguida el corazón del viajero reventó, su entusiasmo ante la aparición no conoció lími­ tes, se-echó a los pies de la don­ cella jubiloso: LAS MISIONES NECESITAN CAPILLAS 292 —“¡Quiero estar a tu lado!” La hija de Eva sonrió ante tan­ to cariño expresado en tan pocas palabras. —“Quieres acompañarme a la luna?” el hombre preguntó tem­ blando. La única contestación de la diosa era otra sonrisa de con­ sentimiento. Nunca en su vida el hombre se había, sentido tan cerca de la luna como en estos momentos. Ya viajaba en los altos; navigaba en el espacio inmenso del azul del cielo; música y cantos celes­ tiales le rodeaban por todas par­ tes; estaba sumergido en la suavi­ dad de su viaje: ya lo sentía: esta­ ba para llegar al fin de su jorna­ da, estaba cerca de la luna y cuanto más navegaba y cuanto más miraba a la aparición con es­ tos cabellos y ojos tan superiores a los de otros humanos, tanto más cerca de la luna se sentía, tanto más feliz y satisfecho estaba su corazón. —“Ahora, al menos, estoy en la luna” se-dijo el hombre con to­ da la dulzura de su voz sofocada. No sé si la señorita también se creyó en los campos dorados de la luna; no sé si ella era capaz de volar tan alto.... Pero cuando por fin el hombre se creía completamente libre de este mundo tan vil y bajo, y mien­ tras estaba todavía subiendo y volando más y más alto hacía la luna, la gloria de las estrellas noc­ turnas, la mujer le dijo: —“No eres más que un utopis­ ta.” Y dicho esto abandonó al hombre¿ Estas pocas palabras le derrum­ baron, cayó....cayó desde las altu­ ras gloriosas a las cuales su locu­ ra de amor le habían transportado....cayó más y más, de precipi­ cio en precipicio, de tinieblas en tinieblas Era una caída desespera­ da que le causó heridas mortales y le dejó en la triste realidad de su estupidez.... Creo que el hombre se volvió loco.... Esta es la verdadera historia del hombre que iba a la luna. Quizás esta historia nos demues­ tra la locura de intentar ir a la lu­ na estando tan alta; sin embargo creo que algunos entre nosotros no són del todo libres de un sueño semejante.... Lo que les deseo, es que se despiertan antes de caer: la luna ¡está tan alta!.... AFILIESE A LOS CRUZADOS DE ST A. TERESITA