Nuestras entrevistas

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Title
Nuestras entrevistas
Language
Spanish
Year
1931
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
NUESTRAS ENTREVISTAS Madres filipinas, ¿queréis. que vuestras hijas crezcan en gracia, a Ja par que en estatura? De. jadias en manos de Mrs. Carmen Kleinman (nee Chuchi Macleod), profesora de baile de la Aca· demia de Música, cuyas alumnas dieron su primer recital coreógrafico, hace poco, con gran complacencia y aprovechamiento de d¿s diosas: la diosa Caridad y la diosa -Terpsícore. i. Queréis saber la Profesión de fe de esta jóven maestra del arte de Pavlowa y de Isadora D.uncan? Ahí va : -Las jóvenes de hoy Ceben convencerse de que el atletismo, el amor a lo& deportes, hace a las mujeres hombrunas. En cambio, .et estudio de Ja daitz&, .el baile clásico, las hace graciosas . .. ¡Qué si las hace realmente gracio~~s1 .~ El n:u~­ Jor botó:n de muestra .. es ell~ l]lisma, la amable y gentilí!hha ·prpJeJora, que así me hablai· .. en la sala de su recluída residencia, en la cam:r' Del Pan, Pasay, y que. .parece..J.abn.~n.te .. ·~rr :rincón del l>•raíso perdido . . . Muebles antiguos y bibelots modernos se hallan di&tribuidos por la estancia en un elegante desorden. Al subir,_ encontré a una dama con una niña, la hija Nena del representante Manuel Nieto, por Isabela, que tanto se lució en la noche de la función, y que sólo hacía poco más de una semana que tomab~ lecciones de Mrs. Kleinman. Al poco rato, salió a recibirme el hada de la casa, la profesora en persona, excusándose de aparecer con un sencillo haori coa.t negro, echado repentinamente sobre su traje de bail~amisa escotada de crepe blanco, que asomaba por el cuello, y breve pantaloncito rojo con motitas blancas, que dejaba al c!escubierto, al más ligero movimiento, o a la más leve caricia del viento, sus extremidades inferiores, blancas y mórbidas. Después de saludarnos, de un salto felino y gracioso se echó sobre un sofá de mimbre, con iás piernas retrecheramente plegada& sobre el mismo asiento, y con la misma familiaridad natural de quien se halla en su casa y quiere hacer sentir al visitante la misma sensación de comodidad y de~embarazo, me invitó a sentarme en el otro extremo del sofá. -¿Lleva usted enseñando mucho tiempo el baile, señora? -En Manila, muy poco. Llegué solamente en marzo del año pasado, con mi marido, el tenienMrs. CARMEN KLEINMAN te E. A. Kleinman, del cuerpo de artillería de costa del ejército americano; y en julio, cuando se abrieron las clases de la Academia de Música, empecé a enseñar. ~¿Cuántas discípulas tiene? -Entre las privadas y las de la Academia, creo que tendré ahora alrededor de cincuenta. -¿Todas jóvenes? -Tengo alumnas de todas las edades: niñas, jóvenes y maduras-. Desde las que empiezan a caminar casi, hasta las que jra empiezan a i:einar canas. Esto en Filipinas apenas se concibe, porque todavía se considera el apreridizaje del baile--fuera de lo otro que se aprende o se desfigura tan fácilmente en los salones--como un lujo ; y no como una necesidad. En los Estados Unido;, hay escuelas públicas y privadas, donde a la vez que, o en vez de, los deportes, se enseñan a las niñas Jos bailes clásicos; porque éstos, además del ejercicio físico que entrañan, envuelven tam· bién un placer estético, una gracia infinita, qu'"' s6lo los jue~os atléticos jamás podrán comunicar. Su voz, de modulaciones apacible& y capciosas, adquiere un tono doctrinal y enfático, no obstante su suavidad de seda acopladora y frágil, cuando habla en ella la sacerdotisa, la mu-· jer que ha hecho de su arte y de su profesión una religión y un apostolado. Sus ge&tos son amplios e insinuantes. La linea de su boca se distiende cada vez más expresiva y sus ojos f!Smeralda se encienden en fulgores que iluminan el fondo de sus pensamientos y palabras. -¿También tiene usted discfpulos del sexo feo? -También. Pero éstos son muy pocos, unos cuantos que vienen a pedirme que les enM!ñe, no precisamente los bailes acrobáticos ni clásico&, sino meramente los de salón, con sus pasns automáticos e invariables, al compás de la música que toquen... · Ellosieonstituyen, según ·1a· joven· Profesota, el· polo negativo de su plantel de alumnasl, porque acuden a ella, no a lucirse, ni a desplegar su garbo ni sus gracias de movimiento, eino simplemente a 110 desentonar en Sociedad. -¿Qué bailes de salón en!leña usted! -Todo: tango, fore-trot, vale, bluea, ont>-atep, etc. Desde Jµego, que yo sólo les enseño lo más. elemental de cada baile. ~ demás, una vez puestos en carril, que lo aprendan y ejecuten elloSI por sf mismos, pol'flue también hay mucho de individual y di! caprichoso en los pasos modernos. -¿También aprendió usted misma los bailes de salón? -Sí, a la fuerza. En Nueva York, del '28 al '27 fuí auxiliar y pareja de los célebres profesoreá y danzarines profesionales Arthur Mur· ray y Ned Wayburn, al mismo tiempo que estudiaba ballet y canto. Y ante mi gesto de sorpresa añadió: -Sí también e.&tudié canto, especializándome en ru,a.racte1· singing, de Mrs. Ariadne HomesEdwards. Mis primeros profesores de canto fueron en Manila, antes de marcharme a América, la escandinava lllrs. Gilbert, el belga Alfred Riz y el ruso Elin. En Manila también comencé mis estudios de baile clásico con los rusos Makarova y Nijinsky, que se establecieron un tiem ... pb aqul. Para acabar de anonadarme, de sorpresa en scrpresa, terminó diciéndome: -También arqueo un poco. De soltera estudié de los maestros Morales y Abdón. Hasta aproveché la corta estancia de Piastro en Manila, para tomar algunas lecciones de él. Eso antes. Ahora, como ya· no práctico, no me atrevo ni a abrir la caja de mi violín. -¿Cómo entonces prefirió us~d el baile a todo lo demás? -Porque desde niña sentí que la danza me dominaba. No puedo oir una hermosa pieza musical, sin que sienta el impulso invencible de expresarla en movimiel)to& rítmicos, Slin exteriorizar mis sentimientos baÚándola. Y ademáañadió en tono de broma y de veras-porque, mcdestias aparte, el baile es, para los que me conocen y me han visto dedicada a diversas actividades artística&, el arte que más me sienta y que práctico mejor. La señora de Kleinman me cuenta que desde que, reveses de fortuna obligáronla a emigrar con su madre a Estados Unidos, ella que de niña y aun de moza conoció ·todos 101 sibaritismos y las ociosidades de la opulencia, pensó dedicarse de 11 no a la profesión de danzarina clásica, para la que reunía todos los elementos necesarios para triun· far: juventud, bellesa, talento. Péi-0 ·cupido acechaba entretanto en una en· crucijada próxima, y apen•s trató ella de doblar la esquina, una saeta fué a clavársele hondo en mitad del corazón. Cuando se repuso del cer ero flechazo, ya estaba ligada su suerte con el teniente Kleinman, con quien se caM> en Nueva York, hace cuatro años. Tres años estuvieron residiendo : en la.- babia de San Pedro, en Los Angeleoi, California, donde habla sido destinado su marido, y donde ellano pudiendo olvidarse nunca de su viejo amorpuso una academia particular de baile, que pronto fué el punto de cita y reunión de lao ieñoras e hijas de los demás oficiales del fuerte. -Una Academia de Baile oficial, patrocinada por el gobierno, al igual que el Consenatólio de Música, y como sucede en muchas naciones europeas, para el cultivo de las danzas clásicas y folklórica~ es lo que necesitamos tener aquf. Precisamente, hoy que pronto va a inaugurarse nuestro Teatro Metropolitano, ¿por qué no hemos de tener un cuerpo de baile, como el ballet imperial de la Rusia de los Zares? No diré tan bueno; pero siquiera que tengamo& algo parecido, aunque remotamente. Carmen Macleod de Kleinman tiene razón . ¡Sí! Si hemos tenido a un Juan Luna y un Re· surrección Hidalgo en pintura,. si tenemos a una Luisa Tapalest y a una Jovita Fuentes en el canto, que han conquistado y siguen conq_uis.tando fama para si y para &u pais, ¿por qué no h l• bremos de tener a una Antonia Mereé (La Argentina) o a una Ruth St. Den is filipina, que con la gracia de sus gestos y el ritmo de sus p~­ sos den a conocer al mundo la caricia, hecha movimiento, de la "cariñosa", o el arrebat.o, plasmado en mimica, de) 11incoy .. fneoy''? JUAN/TO.