Catarros

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Title
Catarros
Language
Spanish
Year
1931
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
CATARROS Estamos en pleno reinado de la tós. Por lo tanto, podemos considerarnos· tomo IOs seres más apocados del mundo. El más valiente no se atreverá a decir que no le tose nadie, porque se encont1rará en el acto con que le aturdirá los oídos un monumental coro de toses de ambos sexos y en todos los tonos de la escala catarral. Ya lo ha dicho un periódico: la peluda manta ilocana se impone. Lo que es, que pasa con ella lo que con todas las imposiciones. Que, por lo mismo que lo son, molestan. Todos los años s-ucede lo mismo. En cuanto vienen los nortes, esos representantes del invierno filipino, se les hace igual recibimiento que a un sujeto a quien se sufre, pero no se quiere. Ya que no puede hacérseles otra cosa, se les tose, sin duda con intención de molestarles con esta falta de cortesía. Pero los nortes, como si no: recorren calles y plazas, se cuelan en las casas con descaro inaúd_ito, sin que valga cerrar en sus narices puertas ni ventanas, pues hasta por las rendijas se meten sin que haya obstáculo que se oponga a su invasión. Traidores como ellos solos, tienen siempre la oportunidad de sorprendernos, prefiriendo el momento en que nos hallamos dormidos. Hay quien dice que no, qqe vienen con buen fin, que su objeto es descargar un poco esta pesada atmósfera que nos anonada y que, entre derretirnos sobre el petate, efecto de una elevada temperatura, o removernos entre tiritones, es mejor esto último, porque el frío se quita con abrigos, mientras que el calor, ni aún quedándose de riguroso cuero cabe el des-terrarlo. Será todo lo que se quiera; pero el caso práctico es y puede verse y comprobarse todos los días, y en todas partes, que la pobld.ción en masa anda como presa 4e acerbo dolor, con el pañuelo en los manos, la voz tomada y los ojos llorosos. Es~s manifestaciones, dfgase lo que se quiera, no son de alegria ni mucho menos; así que pocos serán los que se equivoquen al asegurar, cuando vean una cara afligida, que esta lo es irremisibJ.emente por una de dos causas: o pena o catarro. Y como el catarro no es de lo más alegre ni divertido que se conozca, bfen puede ser incluído en el capítulo de las penas, o, buscando circunstancias- atenuantes, en el de los disgustos, y~ en último extremo, para llegar al límite de las concesiones, en el de los sinsabores. Lo cual es una verdad como una casa, porque, ¡ eualquiera saborea nada con catarro ... ! Dícese como cosa muy corriente, que cada cual, siguiendo sin querer tendencias de aguja imantada, va buscando fin determinado para todo; es- decir, su norte. Aquí, el que lo busque, buen tonto será, pues ya sabe la que le espera: catarro seguro; de modo que lo que hay que hacer es huirle. Los catarros, como las voces de las cantantes, se dividen en dos ramas principales: los hay de cabeza y de pecho; pero no se conoce un solo ceso de que, tocado cualquiera de los registros citados, haya podido producirs.e el dó, el dó célebre del rey de Jos tenores, del inolvidable Tam~rlick. En cambio se dá el sí con suma facilidad: no el bem,ol, precisamente, aunque sí otro que no le faltan bemoles, envuel!Uo en modestísimas modu~ Jaciones, que, si no son del todo armoniosas, no dejan de producir su efecto. Al menos en quien los dá. Y, si no, que lo nieguen los que estornudan, Suscribase a "EXCELSIOR" LA REVISTA DE LOS ARISTOCRATAS y LA MAS ARISTOCRATICA DE LAS REViSTAS