El Carbonero

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Part of El Misionero

Title
El Carbonero
Language
Spanish
Year
1926
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
21 El Carbonero Érase un carbonero, y ya os podéis imagin·ar desde luego, que no le faltaba pobreza, que le sobraban hijos, y que lo que ganaba a duras penas cubría sus escasas necesidades. El tal carbonero andaba siempre hecho una lástima, sucio, andrajoso y mal cuidado.., Llegó el día en que no le quedó para comer ni un mendrugo de pan; su numerosa prole limpiaba las migajas de la mesa, con una rapidez, que le acongojaba. Entonces juró y porfió que el día que pudiese ir al bosque y hacer una buena carga de carbón, se comería el solo, a sus anchas y libre de molestos pedigúeños, una gallina entera. Salió pues, una mañanita mu y temprano para el bosque, y hecha muy pronto la carga de carbon, puso en práctica lo que se había propuesto y tanto deseaba. Cogió una gallina, la mato y la puso a cocer al fuego dentro de un puchero. Mientras se ~oda, pasó un gran señor, muy bien montado, con ricas espuelas, capa rozagante y lucida cabalgadura, el cual le dijo: -Dios os guarde, carbonero. -Dios os guarde, caballero. -¿Me quisiérais dar de la galli1w que se cuece en este puchero ? . El carbonero le miró de hito en 11ito enojado de verle tan bi n vestido y que aun as{ le pedía lo que era tan suyo, y no pudo menos de preguntarle: -¿Quien sois vos que así sabéis lo que cuezco? -Soy la Suerte, le respondió el caballero. - ¿ La Suerte ? Pues no quiero daros nada, porque sois la misma injusticia; a ios unos se lo dais todo, a los otros ni un adarme. Id en hora mala. Quedóse en paz el hambriento carbonero, saboreando·de antemano el rico bocado;~ás he aquí que apenas tenía la gallina cocida y a punto dP :::acarla dJ puchero, se presentó otro señor, vestido muy pobremente, casi desnudo y montado en un caballo tan flaco que se le podían contar uno a uno todos los hue~os. El segundo t':abaHero le vino con el· mismo cuento que el anterior. -Dio~ os guarde, carbonero. - Dios os guarde, caballero. -¿ Me qui:;iérai-, dar de la gallina que tenéis dentro de este puchero ? -¿Y quien os ha dicho que aquí S .! cuece una gallina? Un solo día quiero darme vida regalada, ya todo el mundo sabe que he de comer gallina. ¿ Quien sois ? El caballero le responde: -Soy la muerte. -¡Ah! ¿ Sois la Muerte ? dijo el carbonero. Venid y de mil amores nos partiremos la gallina, porque sois la mis.na justicia; a todos haceis igual cuenta y así me trataréis a m{ como al más rico del mundo. 22 Sentaos. Y con la mejor armonía pusiéronse a comer de la gilllina, el carbonero y la Muerte. En concluyendo de comer y beber, la Muerte le dijo: -¿Que quieres? ¿Que te falta ) No seas corto en pedir. Todo te lo puedo dar. Y el carbonero le con testó: -No me falta más que dinero. En cuanto a lo demás no J -e de quejarn~e- TengoÍnuchos hijos y una mujer excelente. -Serás servido, le replicó Ja Muerte. Te daré en <!bundancia lo que pidas. El buen carbonero, con todo y sus deseos, no se atrevía a pedir nada. -¿ Tendrás bastante con toda tu ca<>a llena de oro ? No hay que decir si quedaría sa. tisfecho él pobre carbonero. La Muerte le advirtió que cuando llegaría a su casa la encontraría toda llena de aquel rico metal, es decir, que materialmente no podría entrar. El carbonero llegó a su casa, y efectivamente lo halló todo como la Muerte se lo había dicho; las habitaciones estaban cuajadas de di<.· nero. No se podía dar un paso. Su mujer estaba fuera y los chiquillos jugaban en el portal. Los tomó y se los llevó a una tienda para cubrir su desnudez, y el y sus hijos se vistieron como unos ricos señorones. - Cuando la mujer del carbonero llegó a su casa quedóse como viendo visiones ante aquel extraordinario espectáculo, y más que admirada exclamó: -¡Ah! ¡pobre de mi marido que se ha vuelto loco! ¿ De donde ha sacado todo esto ? -Mira, calla y no te preocupe~, le contestó el carbonero, porque todo esto muy nuestro es. Me ha caído encima toda una fortuna. Y le enseñó cuanto dinero poseían y que era imposible contar. Después hízola ir tambien a la tienda a vestirse por el mismo estilo que el y sus hijos; es decir, alhajada y adornada como una poderosa dama. Cuando estuvieron equipados, se les ocurrío construir~e una casa magnífica y espaciosa; luego compraron coches y trenes suntuosos; en fin, que se pusieron en el mismo pié que unos marqueses, y se daban muy buena vida y todo el día ib¿¡n en coche. Al cabo de algún tiempo la Muerte fué a verle y le dijo: -Ándate con tiento, que no haces más que gastar dinero y como todo tiene fin en e"te mundo, por mucho · que tengas se te acabará. Es menester que sigas un oficio u otro. Dí que oficio prefieres y al momento te pasaré maestro. El carbonero no sabía que responder y la Muerte le preguntó: -¿ Quieres ser droguero ? El carbonero respondió: -Como no sé escribir, no podría anotar lo que vendíera al fiado y lo perdería todo. La Muerte añadó: -¿ Quieres ser boticario ? El cabonero respondió: . -Como no sé leer, no podria entender las recetas y daría una medicina por otra. Entonces la Muerte le repuso: -Pues te diré un oficio que no podrás rehusar, porque no habrás ele leer ni escribir. Y le ofreció ser médico. El carbonero le replicó que no quería serlo, porque no sabía hacer recetas; y la Muerte le contestó que no tendría que recetar; que ya le explicariá como habría de hacerlo, pues curaría sin remedios. -Cuando vengan a buscarte de una casa, le dijo, mira detrás de la puerta y si me ves a mi, por sano y sosegado que esté en apariencia un enfermo, dá prisa a los de la casa para que le hagan confesar y comulgar, porqué sera señal ~ierta que habrá de morir. Y cuando no me veas, por doloroso y grave que el mal sea, les dirás que n<' le hagan ningún remedio, que tu les seguras que no se morirá, y como todo lo adivinarás, de todas partes vendrán a buscarte en procesión tendida. Hízolo así y como en efecto, todo lo acertaba, pedían por el de todas las partes del mundo. Solo con una visita tenía suficiente para curar y desahuciar un enfermo y sin embargo ganaba muchísimo dinero. Pasado algún tiempo la Muerte volvió de nuevo a verle, y le ma-nifestó que, habiéndole visitado dos veces en su casa, deseaba que 23 el fuese siquiera una vez a la suya. Y así lo hizo en efecto. Le de - volvió Ja visita y Ja Muerte le mostró unos armarios donde había muchas candilejas en ce n d id a s. Unas daban muy buena luz, mientras otras se iban acabando. Preguntóle que eran aquellas luces y ella Je contestó: -Son las vidas de Jo.; hombres. Y entonces le enseño unáluz que por momentos se extinguía y Je dijo que aquella era su vida, qu~ corrie"e a su casa y se confesara y comulgara, pues a las pocas horas moriría. El buen carbonero, apenas repue,,to del tremendo susto que le causó aquella desagradable noticia, se fué derecho a su casa sin detenerse, y encargó a su mujer que fuera a buscar a toda prisa un sacerdote para confesar,,e. Pero su n,ujer que le veia tan ~ano y bueno no daba crédito a sus palabras, y se contentó con exclamar: -¿No decía yo que mi marido era loco ? Ahora la ha dado en quererse confesar y comulgar, y en decir que se va a morir estando bueno. Por fin, viendo que tanto y tanto se impacientaba le obedeció. E hizo muy bien, porqué poco;;: instantes después de haber confesado y comulgado, acabó en paz y en haz de Dios sus días el buen carbonero, cuya mayor fortuna fué el no haber desatendido el aviso que le dió la Muerte, su más leal amiga.