Extranjero en su patria

Media

Part of Excelsior

Title
Extranjero en su patria
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Este tronco fué aquel árbol, Esta piedra aquella ermita, Jt~ste olvido aquel amor, Esta pena aquella dicha. A. Mn1·tínez Olmedilla. 11 Por qué el amor se complace en asestar sus dardos a corazones distanciados entre sí por la posición social?" Algo parecido a esta pregunta se formulaba a sí mismo Javier Díaz, aun no cumplidos Jos diez y ocho años, midiendo el abismo que le sepa1·aba de aquella que despertara su alma a las exquisiteces del amor primero, linda criatura, dos años más joven que él, hija única de acaudalado naviero de Manila. Enamoróse de ella locamente desde el punto y hora en que la vió penetrar en el establecimiento de bisutería y perfumería donde trabajaba como despachador. Fué en una tarde de septiembre tristona y gris. Lloviznaba con intermitencias, empañando la humedad la cristalería de los escaparates. Dijé. rase que el aliento de la melancolía ambiente estampaba su indefinible sello de tristeza sobre las .almas y las cosas. Y sin embargo, en el corazón ingenuo de Javier alboreaba aquella tarde una aurora teñida de rubores, merced al hechizo que emanaba de aquella grácil mujercita con quien tuvo que agotar su horteril repertorio de lugares comunes, hasta moverla a comprar unos frascos de finas esencias, de exóticos y miste1·iosos aromas, suti1es y delicados como la compradora. Al cerrar por la noche el establecimiento, retiróse Javier de acuerdo con sus habitudes, a la casa de Ja calle Misericordia donde se hospedaba ~b: unión de varios estudiantes f~rasteros. Era hl.Íérfano de padre y mad1·e. De los tres pesos diarios que percibía como dependiente, tehía que subvenir a sus necesidades, entre las· cuales .la más onerosa sin duda era la indumentaria, pueS su profesión así 1o requería. Calcúlese, pues, los milagros que podría hacer el mancebo con tan exiguo peculio. Y así y todo vivía, y aun le sobraba algun pesillo con que comprar buenos libros a los que era muy aficionado. Si la lectura puede ser vicio, Javier era un vicioso contumaz: jamás se acostaba sin antes leer tres o cua-' tro horas. Dotado de gran retentiva, asirnilábase las ideas con suma facilidad y poseía copioso léxico, digno de mejor causa que la de vender trencillas, encajes y lociones, y motivo suficiente para ser un desgraciado, porque el talento del pobre suele ser con frecuencia espada de dos filos. La noche en que le vemos regresar a su casa, apenas hubo cenado frugalmente, trató de leer como de costumbre; pero en vano concentraba el pensamiento procurando saborear las inspiradas páginas del libro: entre éste y sus ojos se interponía la silueta adorab!e de Lucía, la hija del naviero. Aquella figura corpórea superaba a todas las heroínas de sus libros predilectos; era el ensueño hecho carne :(emenina, el ideal convertido en mujer. La dulce mirada de los pardos ojos de Lucía parecía seguir acariciando su alma de adolescente como una mano suave e invisible que le recordaba las manos de su pobre madre, pero con otra suavidad desconocida, aterciopelada, exquisita. No pudiendo leer, dejó el libro sobl'e la mesita de noche y se acostó murmurando: "¡La quiero, la quiero con toda -mi alma!" 11 Desde el día siguiente, notaron los compañeros de mostrador que Javier desatendía a la clientela, volviéndose huraño y distraído, y dando a menudo equivocadamente un articulo por otro. Sólo cuando de tarde en tarde entraba en la tienda Lucía acompañaba de su madre o de alguna amiga, operábase en el ánimo del joven una súbita transformación: sus ademanes se ennoblecían, su voz adquiría un timbre extraño y ~etodioso, sus ojos negros brillaban con inusitado fulgor. Lucía no pudo menos de fija~se en aquel dependiente tan oficioso, tan amable, y a él con predilección se dirigí& para sus compras, ~in sospechar la calidad de los sentimientos que le inspiraba, con lo que el discreto y recatado amor del muchacho c1·ecía como el fuego de una hoguera a la que se añade combustible, ofuscándole la ra- , zón, aunque no tanto que no comprendiese las difJcultades que necesitaba vencer si quería escalal' la torre de marfil de :-:us amorosos sueños. Quizás exaget'aba la magnitud de Jos obstáculos que le separaban de Lucia, pues sabido es que a la edad de Javie1· por aquel entonces, en todos los hombre~ predomina la imaginación sob1·e el t-ntendimiento, y, como dijo un i·enombrado escritor, el riachuelo de nuestro pueblo se nos antoja un Amazonas, y el primer monte que vimós al nacer, un Evet'est. Sentado esto, ¿qué ~ingula­ ridad había en que- Javier creyese amar un imposible? A solas con su amor inconfesado, Javier soña. ha generosamente en los sacrifirios que seria capaz de realizar por obtener el cal'iño de Lucía. Por ella se sentía con arrestos para afrontarlo todo, aun la misma muerte. Y así continuó soñando, hasta que, una malaventurada tarde, vió a Lucía, en la Luneta, acompañada por un joven gallardo y bien vestido a quien de vista conocía, sabitindolo además hijo de un encumbrado prohombre de la ciudad. Aquella noche lloró Javier de pena y rabia al verse preterido y postergado por su mediocridad y su vergonzante timidez. "¡Lucía, Lucía-gemía i·emedando sin darse cuenta al poeta sevillano,-como yo te he querido,. ése no te querrá!" 111 Nadie supo adónde había marchado Javier. Salió de Manila sin despedirse de nadie; se creía que había emigrado al extranjero. Nosotros sabemos algunos detalles más. Salió en efecto de Maní ·.a, pero fué enrolado como tripulante en una goleta inglesa con rumbo a la ciudad de El Cabo, resue1to a hacer~e miner9 en el Trans · vaal. Las minas de diamantes del sur de Africa le atraían como un espejismo deslumbrador. La sólida cultura que sus ('Opio'sas y aprovechadas lecturas le propo1·cionaran, en relación inversa-eon sus escasos medios de vida, hiciéronle ambicionar y soñar riquezas y aventuras· en remotos países, donde la fuerza y el ingenio p1'evalecen sobre toda::1 las prerrogativas humanas. Y tales aspiraciones, que embargaron su mente a partir del instante en que vió a Lucía perdida pa'.t"a él, fueron como un cautel'io o un bálsamo éficaz que fué paulatinamente bo1·rando de su memoria el nomb1·e y la imagen de su adorada. El tiempo llevóse en su sosegada corriente diez largos años, y Javier no había aún regresado. Entretanto la ciudad de Manila se modificaba. se t1·ansformaha. Las piquetas de la model'nización derrumbaban las seculares edificaciones, erigiendo en su lugar nuevos edificios y abriendo, t'n sustitución de las angostas calles antiguas, amplias y rectilíneas avenidas. La renovacióÓ constante de todo aJcanzaba aun má¡.:¡ a las personas que a las cosas, cambiando su estado, envejeciéndolas o suprimiéndolas· por la muerte. En cuanto a Lucía, se casó con aquel individuo que truncara las ilusiones de Javier, y fué casi feliz dul'ante cim·o años, viéndose madre de un niño y una niña. A partir del :o;exto año de matrimonio, una inintel'rnmpida serie de desgracias cayó sobre ella: murieron sus padres y su suegro; su marido se arruinó en especulaciones aventuradas, anuinandola asimismo a ella. Desesperado, dióse a la bebida de tal modo, que pe1·dió el juicio y hubo que recluírlo en San Lázaro. Viéndose Lucía en la mayor inopia y desamparo, refugióse con sus dos hijitos en una menguada accesoria de la calle Benavides. Allí malvivía la infeliz, cosiendo y bordando )lasta muy entrada la noche, mal alimentada, perdiendo la vista y la salud por saca1· adelante aquellos pedazos de sus entrañas. Ya no era la encantadora Lucía de otros tiempos: en !'=US facciones demacradas por el sufrimiento costaba trabajo reconocer su pretérita belleza; una tosecilla seca la molestaba y lastimaba de cuando en cuando, ha. ciéndole temer alguna incipiente enfermedad pulmona1·. Llegó un tiempo en que no pudo desvelar; los pocos ingresos que le dieran la costura y bordado fueron disminuyendo aterradoramente; la imagen del hambre surgía pavorol'a ante sus bello~·· ojos fatigados, y· todas las miserias humanas tomaban cuerpo en la figura sórdida del -casero, que la amenazaba con el arroyo si no le pagaba varios meses de alquiler que le debía. IV Después de doce años de ausencia, ·una hermo· sa mañana de diciembre de:;embat'caba Javier Díaz de un lujoso trasatlántico t?n uno de los µiers de Mani.a. Vestía elegantemente, si bien con sencillez; un rútilo solitario engarzado en platino de~tellaba en el dedo anular de su mano izquierda. El irnbe•·be hortera de antaño se hal>in metamorfoseado trocándose en un respet!l.ble hombre de negocios, al pa't·ecer, o más bien <'n un rentista desentendido por completo de todo l"lli<lado material. En l'Palidad, volvía triunfante, vencedor del destino; el Tt·ansvaal había sido pura él la tierra de promisión; era ya i<co, y e:-;tabn en su patrin~ Alquiló un auto y SC' internó en la ciudad, recorl'iéndola en todas dil'e:-cionel'l. ¡Qué cambiado encontraba todo! Otra~ casas, otras calles desconocidas pa i·a él habían i·eemplazado a la~ calles y casas conocida:-;. Los jóvenes que hallaba al paso, que rran niños cuando él emi~ró Je mirahan <·on extrañeza; la~ perso nas de má~ e<lad ni se fijaban en él. Pasados los pl"imeros ttansportes de alegría por verse en su país, <'<\si :o;e a1-repintió de haber salido del Tran~­ vaal, donde al menos era alguien. ¡Oh, qué melancolia se infiltraba en su alma a] verse ignorado de todos, extranjero en su propia patria! Tt.>ntado estaba de volverse en el mismo barco en que viniera, cuando, al pasar por frente a la ca~a que fuera de Lucía, un mundo de tecuerdos Bm1q11ete de desprdida dado f'n. el T om's Oriental Grill ]J(lJ' el S r. Toril>io Teoc!oro en honor ni ronorido industrial, Sr. Gon. wlo Pu.ya f, 1 ¡11e híf sHlido en 11 foje de Hcreo u{ rededor del mundo. AstJ'Ónomo.~ E:.rtmn.ieNJS u locale.~ que fueron obsequiados con un. banc¡uete en el "Mrmiiu. tlotei", por el Alcalde inte1"ino de la Ciudad, Sr. SantW.go Artútgc1, 11 en el 1 p 1e se p·1·01wnciaro11 discunw s, <lcxtacándose co11to uno de lofl más inte'resantes, el del D1·. Sollenberg, qwien, !-iegún clij4, t 1 11Jo ocusión <le h11t·e» impo1·t<mfeR (•11tmlios en /loilo dunn1fe el 7w.v1.do ed·i¡n:e !;Olar. ~e alzó en su ·memoria: su adolescencia, su primer amor, Lucía ... ¿Qué habría sido de ella? ¿Seguiría soltera? Si al'lí fuese, quizás- su viaje no resultaría baldío. Hizo parar el auto. frente a la antigua casa del naviero; preguntó a un viejo jardinero por la familia Montemayor, y supo con estupor toda la triste historia de Lucía. Indagó su nuevo domicilio, y a los pocos momentos llamaba a la puerta de la accesoria donde aquélla vivía. Ella misma salió a abrirle. -No he venido descaminado-dijo reconociendo a su adorada de mejores días a través de los estragos que la miseria había impréso en su rostJ·o.-Es Vd. la Sra. que busco, Lucía Montemayor. -Sí, señor; pero yo no tengo el gu~to-de CO-' nocer a Vd. ¿En qué puedo servirle? '-Concediéndome unos instantes de atención. -Pase Vd. ; aquí en este corredor hay· excesiva humedad. Pasaron a una estancia pobremen~e amueb:a-. da. Sentaronse en dos sillas, y Javier inició la conver~ación, diciendo: -Vd. Sra., no se ac01·dará de mí. Es tlaro; nunca en la vida nos hemos hablado más que de un modo superficial; pero seguramente, si su memoria no le es infiel, recordará Vd. a un dependiente de comercio de la Escolta, a quien hacía Vd. sus compras de artículos de tocador. --En efecto: comienzo a reconocer la fisonomía de V d., po1· más que los años se la hayan cambiado mucho; c0omo a mí, po1· supue;;to. ¡Oh tiempos aquellos! ¡ ~ué fe1iz era yo entonces! interesa por Vd. y que se · compla~erfa Si~ndol~ útil. Adiós Lucía-dijo levantándose y dando por terminada su gestiún. -Mas. . . ahora. que recuerdo-agregó,-¿dónde están sus niños? --Es verdad¡ nle había olvidado de• enseñársefos. -¡Marta, Pedl'o, venid !-llamó con ternura. Aparecieron los dos niños, algo cohibidos. Ma1·ta·, la mayo1" el·a el vivo retrato de su madre. Javier los acarició con cariño, Y ya se olvidaba de ma1·charse, cuando la niña:, encarándose con su mamá, le dijo ingenuamente: -Mamá, tengo hamln:e. El rubor coloreó las pálidas mejillas de Lucía. Javier hizo como que no lo notaba, y, .como si tal cosa, .. habló a la niña: -Precisamente he dejado en el auto un paquete de pasteles. Acompáñame hasta. la calle y te los daré. ¿Quiere!;, nena? -Sí, sí-aprobó la chiquilla palmoteando de gozo. -Supongo que no opondrá Vd .. repaÍ'o a 'esto,' Lucia ... -¡Oh, no! Y gracias p01· parte de la niña. -Adiós, pues, Lucía. -Adió::., eabaHem, y cuente con. mi e_stimación.~. Se e~trecharon la mano, conturb3.dos ambo&, Y. bajó J avi.er a la <·alle acofnpañado de Martita. Segundos después subía la· niña lloriqueante, llevando en la mano un sobre. -¿Qué te pasa?-le pl:eguntó la madre. -Que aquel hombre es un embustero: en vez de pasteles me ha dado mucho!'; besos Y est_a Transcurrieron unos momentos de dolor~~ª carta. pau~a. al cabo de los C'ua:es Javier, conmovido, reveló a Lucía cómo la quiso sin ella saberlo; cómo sus ambiciones le lanzaron a lejanísimos países, y cuánto le había apesadumbrado el saber al objeto de su amor casada y sin 1narido, huér. fana y desvalida, enferma y madre. Lucía le escuchaba atónita, sin interrumpirle; pe1·0 al brindarse Javier a ayudarla, dijo entre agradecida y severa: -Es Vd. muy bueno, caballero. Diof; le pague sus generosos sentimientos, aunque mi decoro y mi deber me impidan aceptar su:; ofertas. -¡Cómo! ¿Rechaza Vd. mi8 desinte1·esados ofrecimientos? Respeto sus escrúpÚlos, pero sepa de_sde hoy que hay alguien en el mundo que se -A ver, dámela. Abrió Lucía el s"obre, y euál no se1·ia su asombro al ver que contenía un fajo de billetes de · cien pesos y una tarjeta con el nombre de Javier y la dirección de ~u domicilio en Johanesburg, Transvaal. En unas breves líneas escritas al dorso indicaba que partía en el acto pa1·a· el Africa, donde se ofreda incondicionalmente a Lucía para lo· sucP.sivo. Y era cierta la marcha de Javier. Mtentras Lucía besaba elnocionada la firma de su provide~lte bienhechor, salía aquel de Manila a bordo del barco que lo trajera, dEsilusionado, melancó. lico, pensando con• el poeta: "Olvido, dulce olvido, Tumba eterna ere~ tú del bien perdido.''