La gran aventura de Lolita

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Title
La gran aventura de Lolita
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
(Com·lllsió11) V Una ho1·a inás tarde, aparecía en el cabaret la madre de Lolita, anhelante buscando a su hija. Lo que sucedía no era para menos: aquella misma noche, al penetl'ar en el cuarto de Do-, lores para limpiar y poner en orden los vestidos de ésta, acertó a ver sobre el tocador un retrato de' hombre, el primero que veía en poder de su hija. Cm•iosa como todas las muje1·es, miró y remiró la postal, y al mirarla, recordó que el fotografiado no le era desconocido; lo había visto en varias ocasiones en el cabaret, bailando con Dolores. Por cierto que, desde el primer día que lo vió, habíale sorprendido la ~emejanza de aquel garrido doncel con alguien a quien ella no quería ·recordar; pero creyéndose engañada por su vista, algo miope, no hizo nada por (•omprobat• Ja identidad de] parecido. En cambio, ahora, teniendo en sus manos y examinando con detención aqueHa imagen juvenil, la duda -no era posible: aquel joven del retrato se parecía, como una gota de agua se parece a otra, al hombre que la sedujo, al padre de Lolita. ¡Qué coincidencia~ ¿Sería ilusión suya'! Y aunque se pareciese, ¿sería el primer caso en que dos personas se asemejasen sin habet· por eso entre ellas parentesco? Si al menos supiera el nombre ... Dió vuelta a la postal, hu:o:meando algún indicio, y no bien leyó Ja dedicatoria, medio se desmayó i;lel su~to. Allí estaba la clave del enigma; allí estaba el apellido de su seductor, c1a1·0 y escueto, turbándola con mayor intensidad que nunca. Su hh=toria se repetía, pero de un modo imprevisto, monstruoso: el hijo de seductor seducía a la hija de la seducida, es decir, a la que era su propia hermana, ignorando sin duda el parentesco que existía entre el1os¡ y todo por culpa ele e11a al no revelar a su hija, cuando aun era tiempo, e] nomb1·e del de~castado que la engendró. "Maldito orgu11o el mío", hipaba la deso]ada madre, mesándose Jos canos cabe11os y bajando a la calle desa]ada para ir en busca de Dolores y pJ·evenir1a. Al l1egar a] cabaret, una- baila11na Ja informó que hacía una hora había visto salir a Lo1ita acompañada de dos jóvenes; que subieron a un auto y salieron disparados no sabía en qué dirección. La Sra. Florencia creyó morirse o, por lo menos, que le daba u~ colapso. Por fo1~tuna asomó por a1lí la faz J•ubicunda y ~isu_eña de Wi1liam, y al verlo, la bailarina, cono_ci~ndole como amigo de los dos seudoraptores,_ le llamó. Cuando se enteró el americano de_ J~_ que suc~­ día, creyó estar viendo visiones. ¿ Herr;nanos Lolita y Juan? ¡Qué sorpresa! ¿Y enamorados y escapándose juntos a gran velocidad? ¡Qué fatalidad tan inaudita! Gracias a Dios, sabía él adónde habían ido, por habérselo dicho Marcos aquella tarde. Todo consistía en alcánzarlos. Lo malo era que llevaban una hora de ventajá. -En fin, se hará lo que se pueda-dijo WilJiam.-Venga V d. conmigo· señora. Subieron la atribulada madre y el americano a un lindo Pucknrd de dos asientos que éste tenía a la puerta del cabaret, y abriendo ga!ól-olfila, con peligro de estrellarse en los postes del canlino, salieron como un relámpago de Manila. Aque1la carrera vertiginosa parecía un huracáil, un torbellino. El diminuto coche trepidaba, pasando pueblos y más pueblos,· rasgando el silencio de la noche con el estridor de su bocina y las tiniebla:-; con el doble y lácteo ha_z de sus potentes focos. La pericia con que William vadeaba los ob~táculo~ tenía maravillada a su acompañante, que, temb1ando de miedo y de frío, creía estar soñando. Pero el recuerdo de su hija, a punto de caer en brazos de quien era su hermano; aquel amor incestuoso que itadie podía haber previ:.::to y que ,¡;;e le antojaba dispuesto por el mismísimo infierno, aguijaba: su mente en grado tal, que ni ~I miedo ni el frío ni la cal'l'era de:-1enfrenada suponían ya nada para ella, y su ilusión de un sueño se. desvanecía, trocándose en pungente realidad. Y a todo esto, sin alcanzar el auto de Marcos. A las nueve de la noche pasaban por San Miguel de Mayumo, y poco después vislumbraban las primeras casas de Sibul, a obscuras casi todas, pues el vecindario en :-:u mayor parte <lo1·mía ya. Pararon frente al Hotel Internacional; preguntaron por los viajeros, suponiendo que se hubiesen hospedado allí; pero los dueños del hotel no pudieron darles razón de quienes buscaban, por el motivo de no haber pal'ado en la casa tales personas. Había en el pueblo otro hotel, y a él se dirigieron hombre y mujer apresuradamente. ¡Por fin! Un muchacho soñoliento les dijo que la pareja a quien se referían había alquiÍado el cuarto No. 6. Subieron a grandes zancadas las escaleras, y sin llamar a la puerta de la indicada habitación, . se colaron de rondón en ella. No había luz eléctrica en el cuarto, pero los rayos de la luna, indiscreta y blancamente tamizados por las rendijas de la ventana, caían de soslayo sobre un lecho matrimonial en el que se veía acostada una pareja. Distinguíanse- con p!'ecisión lo~ dos cuerpos, pero no así los semblar;ites, a los cuales no alcanzaban las plateadas hebras lunares. -¡Hemos llegado tarde !-exclamó Butlet· ate1Tado viendo aquel cuadro nupcial. Al ver penetrar en el cuarto a aquellos intrusos y al oír la exclamación del americano, los amartelados durmientes se despabilaron. La mujer dió un chillido de espanto, sentánd08\!: en la <:ama como impeJda por un resorte, y el va. rón :-ialtó de la cama empuñando una pistola. -¿Qué buscan Vds. aquí ?~emandó. -¡Ay, Dios mío, no son ellos!-balbució la madre de Lolita, distinguiendo el rostro de la desconocida. -¡No son el1os!---eoreó \\'iJliam corrido de vergüenza. -¿Pero a quién diablos buscan Vds. ?-veivió a vociferar el del revólver amostazado.-Nosotros somos un matrimonio pacífico, y no hemos venido a Sibul a representar comedias. William se disculpó como pudo, explicando al amenazante consorte el por qué de la equivocación, y entonces éste, más sosegado, pe1·0 sin abandonar aún el arma por lo que pudiera tronar, señaló a Butler el cuarto de enfrente, donde creía haber visto poco antes a los tránsfugas. Allá se fueron ambos persecutores; mas temiendo incurrir en nuevos fiascos, golpearon p1·imero con los nudillos en la puerta. . ---¿Quién va?-pregunta1·on desde adentro. Era la voz Juan. Al 1·econocerla, quiso William abrir la puerta; pero estaba cerrada por dentro. --¡Abre Juan!-urgió el americano.-¡Abre pronto, por los clavos de Cristo! Salió Juan, en pijama, con una palmatoria en la mano. -¡Caray, Guillermo!-dijo.-No espe1·aba verte por aquí. ¿Qué sucede? -Esta mujer te informará. ---:¿Y quién es esta muje1·? -La madre de Lolita. -¡Ah! ¿si? Mejor que mejor: aEií presenciará maña na la boda de su hija conmigo. -Lolita no pued.e casarse con Vd. -¿Por qué? -Po1·que Dolores es hermana de Vd. -¿Dolores mi hermana? Eso son cuentos tártaros. -Eso es la pura verdad-afirmó con entereza la Sra. Florencia, explicando seguidamente al boquiabierto pintor toda Ja historia qi.Íe ya conocemos. Aun no había acabado de hablar la mujer, cuando a Juan se le ca~ó de la mano la candileja. Por suerte, en el comedio de la crujía donde se hallaban había una bujía que les alum. . braba suficientemente. Al rehacerse el pintor del asombro, quiso habla1·, pero le atajó William, dieiendo: -Y bien: ¿dónde está Lolita? -Aquí. -;,Contigo? -Conmigo. -Pero desventurado ... -Conmigo en el hotel quise decir, que no en mi cuarto. Está en el contiguo, y tal vez duerme, ajena a lo que ocurre. ¡Qué noyedad la espera! Vaya Vd. a despet·tarla-añadió dirigiéndose a la Sra. Florencia, que al fin respiraba tranquila--en tanto despertamos nosotros a Marcos, que ocupa el extremo del corredor. Mientras tales asuntos se ventilaban sotto voce, los vecinos df! enfrente, o sea los dos tórtolos tan intempe:;:1tivamente despe1·tados, atisbaban a través de la entreabierta puerta de su cua1·to aquellas escenas extraordinarias. · A poco aparecían Lolita y su madre; los tres amigos hacía ya rato que las aguardaban. Al contemplarse los dos hermanos cara a cara, un cúmulo de sentimientos encontrados, contradictorios gravitó sobre su:;:1 almas durante breves segur.dos, Era un plucer agridulce el que se deslizaba por sus venas a la revelación de su parentesco, cuando sólo unas horas les separaban de los nupciales deleites; era una mano férrea, la mano del deber, que les ·atarazaba las sienes, apagando con ~u helado contacto la efervescencia de sus amo1·osos ensueños; e1·a gozo y dolor, des· ilusión y dulce afectividad lo que experimentaban en sutil amalgama de sensaciones. Esta lucha íntima de afectos se manifestaba con mayo1· visibilidad en el rostro de Lolita, pálido y conmovido como el de una novia a quien le arrebatan su adorado. Miraba a Juan. y se turbaba toda ella, temiendo que!·erle. confusa y avergonzaba de aquel amor (]lle inflamaba su sangre y al que era prechm matar <.'<>mo un á~pid ponzoñoso y maléfieo. Por fin fué cediendo la pasión ante la rP.alidad, volvió el cu1·mín a teñir las mejillas de la joven, y el amor fraternal, violentamente nacido del amor humano, señoreóse por <:ompleto del cornzón de Lolita, que, llorando dP. alegría, se arrojó en los brazos de Juan, el cual, tan emodonado como ella, dijo besúndola en la frente: -¡Ahora sí que te quiel"o Lolita ! -¡Y yo a ti, Juan, hermano mío! -Olvidemos que fuimos novios ~· neamos que nue~tro amor no ha sido más que una intuición fraternal, un bel'lo sueño de color de rosa, tro<.'ado por la providencia en otro suefi.o azul. -Eso creo yo-aprobó Lolita ya serena del todo. -Y yo también-resumió Marcos ;-pero, puesto que todo está resuelto sin daflo para la moral, opino que lo más práctico es irnos a dormir. Mañana regresaremos a Manila. -Eso mismo-dijeron todos. -Hasta mañana, pues. --Hasta mañana. SP retiraron todos a :-;us reSpectiva!:' habitaciones; la Sra. l<,lorencia se acomodó en el cuarto de su hija; William, en el de .Juan, y el mat1·imonio de marras, viendo el girn pacífico que tomaban las cosas, hizo mutis en su cuarto, ha· ciéndoJo>e Cl'll<'<'S de lo que había visto y oído. EPILOGO Juan Díaz vendió el cocal; cedió una suma respetable a la madre de su hermana, satiJo>faciendo así la deuda que su padre contrajera con la pobre mujH, que no quiso acompañar a su hija allende los mares, por miedo al frío de las Asturias; y el simpático pintor se embarcó pa1·a España, diciendo a su bonitísima. hermana:-Un día te prometí hacerte un retrato, para llevarme un recuel'do de Filipinas y sus bellezas; pero, más dicho~o que nunca lo fui en la vida, me llevo el · original. Tal fué la gran aventura de Lolita. En la actualidad, casada y feliz, vive en España como una i·eina. Y justo es decir que, de todos los hermanos que tan fortuitamente encontró, a quien m:.ís quiere es a Juan.