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Junio BSTUDIO 16, 1923 ************************* ****** * * * * ********~-'**'''**~~:if•~J·i,,•:·t '-<-'.~~ ********-*************~) 1 1 E n ;l~AESFJ! ª !! ª 1 ~ n ~*****·~**-*·************~·{-~;-~;;.;,;:·.*.*'H<'-'.<{·~*********-*************°**~~.¡.***°****************•'* La lluvia pers-istente y tenaz me ha p1·ivado, poi· unos días, de los goces purísimos c¡ue gusta m·i espíritu, cuando paseando junto al mar, en estct playa que ya me conoce, me entretengo en dialogar con todo cuanto me rodea: con las olas y los montes, con las flores y las brisas, con las m•es y los astros. En una de esas lluviosas tardes, que me obligó a desistir de mi paseo favori:to, me dirigí a casa de Enrique; simpático jo1•en ni q11e profeso, hace años. acendrado córiño; pues en su niñez, descansó más de una vez sobre mis rodillas, alegrándome con sus charlas infantiles. ¡Pobre Enrique! Los veinte años de su 1•ida habícmse deslizado hasta el presente, sin q11e en el límpido cielo de su corazóu apareciera una nube. Enamorado del trabajo, fidelisimo en el c11mpli111ie11to de ,qus deberes, de nob!e coi nzóu !/ alma d1'.áfnna, además de crefll"'l' 1111r1 posición desahogada que le ('.~('U '.I'(/ l>1·il/ante porvenir; ha sabido wptane ln.q simpatías de cuantos le conocen, qu-ienes a porfía se disputan su leai 11 franm a.mistad. Por lo mJ.~1110, no a<'Íe1·to a explicanne /a. incalificalile traici6n de Rosa, e.qa ingrata que hct tronchado en flor /ns i/11.,ione.q !J esperanza del amable .in1•ei1; vredsamente cuando no había de tardar en celebrarse la boda. Enrique la cunaba con el amor sincero de su noble y transpm·ente cm·azón, incapaz de finr;ir ni engañar. Y como ,qe creía correspondido por ella. con la misma nobleza y lealtad, al enterarse de la fuga de Rosa, ha quedado en ese estado de aturdimiento y postración que se a.podera del hom"/Jre, cuando 1•e deshojm·se 1111a por una las flores de su felicidad y de su dicha. Llegué a su ca.sa, y subí, como siemp1·e, sin anunciarme hasta su hctbitación. Más c¡ue sentado hallábase el pobre joven desplomaáo ~obre el sillón, con la f 1·cnte enti·e las manos, la 'vista en el suelo, fijo y aferrado su pensamiento, al parecer, en una sola idea: en la traición y fuga de Rosa-. ¡Enrique!-exclan1é después de contemplado un momento-Pero, hombre no me has sentido? en qué piensas? ¡Vaya mw actitud meditabunda la tuya ! -¡Hola! ¿eres tú?-contesta levantándose rápido-Te esperaba, Ya ves; ciqüí estoy. . . ¡Ah! tenias razón . .. ¿Quién había de decir . .. ? ¡Ella! ¡Si te hubiera hecho caso. . . Y a es tarde: no hay remedio. . . ¡ Ti·aido1·a ! ¡ Jngmta! Y sin decir más, y sin ofrecerme asiento, se deja caer de nuevo sobre la si./la, excitado, nervioso, convulso. Me ca11.~a lástim{t. Calma., Enrique, calma. ¡Vaya un Palor el de esta juventnd! Cualquiera diría que con la desaparición de esa infeliz se te viene el mundo encima. ¡Vamos, hombre! ni que hubieras perd:"do algún tef'oro. -¿Y te parece 7>oco ver marchitas mis i!usiones, por tierra mis proyectos, y traicionado mi amor? Todas mis esperanzas la.~ h!!bía cifi·ado en ellct. Lo sabes 1w1y 11ien. Y sé también que si esa desgracfrtda, en la que todo lo h!!bías cifrado, h11biera .~ido d;gna de tí, tendría alguna justifi!:ación t11 sentimiento. Pero, 110; Enrique: Rosa no era digna de tí; 110 lo /~a sido 111111r.<1: no te merecía. -Por favor: explícate inejor. Te lo exi_"o. ¿Cómo lo 11abes? ¿Por qué hablcUJ abí? -¿Y tú me lo vreg1mtas? ¿Tú, a quien tantas i•eces he hablado sobre lo mismo, asegw·ándote que la cond11cta de Rosa dejaba mncho que desear, y que me hada pensar en un clese11lace fa.tal? Rec11erda, Enrique, que más de mw 1•ez te he dicho que ln mirada de Rosa me causaba miedo. Su.~ o ·os arro3a11tes, atrevidos, 1·eta0 dore11, resi.~tían sin pestañar las mi· radas de c11alquie1· hombre, del más de.qr·o11ociclo y so.qpechoso; clnvánd1JSC en él fi.'amr;nte, codic:iosamente; sin lm;·m· nuncn la 1'ii;ta, como lo exig6 la modestia, en una joven de sn edad, ante la m.irada insi.'fte11te de un desvergonzado. En esos ojos descarados, anzuelo de tu inexperto corazón, he vislumbrado siempre el corazón de Rosa, negro como la noche, frio como una tumba, al>iei-to a. todo menos a la ternura., alberg11e de todos los sentimientos menos de los pnros, elevados y nobles : un corazón que antes de nma1· había de p1·ofa.nar el amor; porque, créeme, Enrique: esa infeliz iw sabrá dar culto sino a los amores degradados, corrompidos putrefactos. Además, la colección de obscenidades que en fo1"111a de novelas han constit11ido su 1·ec1·eo y distracción favorita, no podían menos de p1·oducir los mortif eros efectos que hoy lamentamos. Reciterdo haberte <Yido decir que en va1·ias ocasiones indicaste a Rosa el ------------~----~------~ Yo!. I. pelig1·0 de tan inmundas lecturas; y que ella por toda contestación te dirigió una sonrisa, entre despectiva y burlesca, tratándote de ign01·a11te y retrógado. No es esto sólo. Su madi e, esa santa ·1n1t_ier que hoy llora :n cnwlable, trató de apartar a su hi_'a de e~e cam.ino de perdición; pero to[·o fué inutil. La hij.a sin entrañas .q~ revolvió airada, sin obediencia, sin respeto; llegando hasta a hacer llorar a .su madre, mientras ella permanecía indiferente, fría, glacial. Recuerda por últ·:mo el día en que, según me contaste, 11e11.do de pa.seo con Rosa,_ al sacar ella de la bolsa de ma110 el dim ·nufo vañuelo, cayó una carta al s1:-~'o. Quisiste recogerf.a., pero abalanzándose 1·ápidame11te, e'la la e.~­ t; 11 'ó en sus m.'lnos, agitada y ne1·11iorn. Le p1·egnntaste quién le había e.qcrito, y te contestó altanera que nada te importaba saberlo. Insististe tú con e11e1·gía; y te dijo con hipó crita y melosa coquetería que la carta era de un p1·imo suyo que vivía en provincia.s. Dudaste al principio; pero al fín, con una inocencia rayana en tontería, tuviste la debilidad de creela. Ya ves quién ha i·esultado se1 el anónimo p1·i11w: el infame joi,e11 q1;e ~e ha fugado con ella; ese traidor que mientras te llam.aba amigo, hundía. en tu corazñn el puñal de la desgracia. Dime ahora, Enrique: Rosa, esa desg-raciada ¿ e•·q digna de tu leal y sincero a mor? ¡¡No!! ¡ ?l1111va!-clama Enrique, saltan.do de su asiento-Tienes razón: es indignrt de mí. No me merece. Desde este instante no me rebajaré a dedicarle un recuerdo, un pensamiento. Todo ha terminado. Rosa ha in11erto en mi cora.zón y en mi memoria. Rosa no existe para mi. -¡Bravo! Eni-ique. Así me gustas: conseciunte, celoso de tu hono1·, digno, decidido, valiente. Pero, es necesario que tampoco sientas el haberla per. dido. No olvides que em indigna de tí, aún antes de su descarada fuga. -No• lo olvidaré; y te agradezco me hayas hablado claramente. Lo 'j que sí siento es la desgracia de su famalia, sobre todo el desconsuelo de su madre. En cuanto a su padre . .. -Bien, Enrique: es ya tarde. Mar ñana hablaremos de eso de los deta· Ues de la fuga. Adios. -AcUos. (Concluirá) EL SOLITARIO. <~ .
Date
1923
Rights
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