Tirinaan

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Part of El Misionero

Title
Tirinaan
Language
Spanish
Year
1934
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
llena de ironía y a la vez de conmiseración por mi ignorancia, que el hombre parecía decir en otras palabras: "este Padre joven tendrá que aprender todavía muchas cosas." Una mañana enc.ontré a un Ifugao en camino a cierto lugar para asistir a un caniao. iCuál fué mi asombro al ver en la bota del individuo un pedazo de hierro galvanizado! Pero lo que a mí me parecía extrañísimo, para el Ifugao era la cosa más natural del mundo. Efectivamente como en toda su boca no tenía ni un solo diente digno del nombre y como además en el caniao se iban a matar y comer vacas y cerdos y carabaos, el hombre listo e ingenioso se había fabricado una dentadura con un· pedazo de hierro que-el Señor sabe cómo-se había fijado en la boca y hé aquí que estaba en condiciones para tomar parte en los festejos del gran banquete. Un Juan · civÜizado e~clamará con asombro: ¡"Cómo es posible!" pe137 ro nuestro lfugao, hijo de nuestra madre la Naturaleza, era de opinión que uno puede aprender mucho observando las prácticas de otros. Como conclusión eficiente de estfi exposición de algunos acontecimientos diarios entre mis feligreces, inútil es añadir que con medicinas podemos hacer un gran bien. Verdad, las medicinas cuestan mucho dinero, especialmente la santonina y las inyecciones contra malaria. Pero una vez que el Misionero posea la confianza de los !fugaos y que le permitan curar su cuerpo sujeto a tantas enfermedades, entonces se ha abierto el camino que conduce a su corazón y a su alma. Para muchos alguna medicina significa el primer paso hacia el Misionero, a nuestra Santa Religión, y, se puede esperar, hacia la salvación eterna. Fraternalmente suyo en Cto. Luis de Boeck. Tirinaan ASÍ la llamaban pero su verdadero nombre era Trinidad, nombre que había recibido cuando fué bautizada pocos años antes, pero que un Igorrote pronuncia con mucha dificultad. Vivía en una pequeña choza en Balanac; allí entre sus dos pequeños campos vivía solita. Su esposo estaba ya en la eternidad, todos sus hijos se habían casado y habían dejado la casa paterna. Solita en esta soledad pasaba su tiempo cultivando camotes y criando dos cerdos y una manada de gallinas. N a d i e e n este mundo-mundo por cierto para ella muy reducido-podía moverla a fijar5e dentro de la población y a abandonar el Propague su Fe 138 lugar tan desierto de Balanac. De ninguna manera quería asentir a esta proposición; había vivido tantos años en aquella choza negra y hasta la fecha se deleitaba en trabajar sus campos y a cultivar camotes en su jardin entre algunos platanos y papayas. Sin embargo ya no era tan fuerte como en los días pasados; efectivamente los años quedaban marcados con profundas arrugas en su cara de viejecita y la edad le dejaba las espaldas tan dobladas como la segadera que usaba en sus trabajos cotidianos; no, ya no era la mujer alerta de antes, así lo pensaba cuando, sentada en el último peldaño de la escalera que daba aceso a su casucha, fumaba su tabaco largo y contemplaba el barrio lejano de Mambolo donde residía su hija, o pensaba en Baloi al otro lado de la colina donde vivían sus hijos casados; ciertamente que años antes era muchísimo más fuerte, se decia bajando la cabeza. Tirinaan era una viejecita buena, devota ... y todos los días daba gracias al Señor por el insigue favor de su bautizo; sin embargo era un hecho que cuando rezaba su santo rosario siempre quedaba algo distraida en su oración porque precisamente entonces más que nunca se acordaba de su vida pa~ sada; pero, hay que confesarlo: amaba muchísimo a la Virgen, a "Apo Santa Maria". En su choza negra y obscura se podía ver una estampa pequeña colgada en la pared, que representaba a la Madre del Salvador, la Madre de los pobres. Cuántas veces se había arrodillada ante este adorno de su sombría habitación y cuántas veces había ofrecido el Santo Rosario frente a este pequeño santuario, ella misma no podía decirlo y precisamente por eso Tirinaan estaba plenamente asegurada de irse al cielo cuando la muerte la dejase inerte. La semana pasada, que era la Semana Santa, a pesar de la gran distancia desde su choza hasta el pueblo, se había ido a la iglesia no sin la ayuda de su largo bastón para sostener su cuerpo muy debilitado. ¡"Qué valiente es Tirinaan!" exclamaron los vecinos del pueblo al ver la anciana dirigirse a la capilla. Y Tirinaan se confesó y recibió la Santa Comunión; estando en el pueblo vió a todos sus hijos y a todos sus muchos nietos, pero terminada la fiesta de Pascua, el lunes salio para casa, muy de madrugada para llegar a Balanac: "antes que viniese el calor del día". Poco a poco, apoyándose en su bastón, proseguía su camino; esta vez le parecía que su choza estaba más lejos que antes, que el sendero era más escarpado que· nunca, que el subir a la colina era más duro que jamás, que el cielo era más rojo y el calor más intenso que en cualquier otro día; era la primera vez en su vida que se veía forzada a sentarse al lado del camino y hasta repetidas veces y se decía que ahora su respiración era más dificil que cuando trabajaba Una suscripción amUJl; Pl. 00 en sus campos, pero como era una mujer muy piadosa, se acordaba también dél Señor "que ha sufrido por mí muchísimo más que yo ahora" y meditaba en lo que había oido en los sermones de la Semana Santa; por eso repetía casi sin cesar: "todo por Tí, Señor mío." Una vez que había pasado el barrio de Apoonan, podía ver su casucha en la ladera de Balanac: "iAy Señor!" gemía, "ayúdame a llegar a mi casa." iAy! jQué cansada se sentía al empujar la puerta de su habitación y al subir a la escalera para entrar! Pero por fin estaba en casa "gracias a Dios." Hacia la tarde se sentía algo mejor y otra vez como de costumbre tomó su a5iento en el último peldaño de la escalerita, bañándose en la luz dorada del sol poniente; debajo de sus profundas arrugas los Angeles debían observar la e:xipresión de cierta felicidad que no es de este mundo, la expresión de la paz más íntima de su corazón; las hojas de los platanos palmoteaban en la brisa refrescante del anochecer y mientras las 139 sombras surgían de las barrancas, Tiiinaan ofrecía una vez más el santo Rosario: "Ave María, a napnoca iti gracia .... A ve María .... " "Tirinaan se ha ido directamente al cielo", decían los habitantes del pueblo al enterarse del fallecimiento de la viejecita. Habían encontrado su cuerpo exánime en su choza negra de Balanac; "parecía dormir", decía la gente; tenía al cuello su santo Rosario, y entre los dedos su crucifijo; en su pecho estaba la estampa de la Virgen, el único adorno de su casucha. En esta posición fué acostada en su tumba, siempre con la estampa de la Virgen en su pecho, la estampa que había sentido la última palpitación de aquel corazón tan puro y tan amante de Dios y de Su Madre. En su tumba crecen ahora unas flores blanquitas, lirios de Benguet. Hay muchos lirios blanquísimos en Benguet y hubiera muchísimas más todavía si en los valles cristianos floreciesen más pasionarias. A. CLAERHOUDT, Misionero, ltogon, Benguet. ----+--Oh Santa Madre de Dios, si me confío enteramente en Tí, me salvaré. Si me quedo debajo de tu protección, no tengo nada que temer, porque la devoción a Tí es un arma segura de salvación que el Señor concede a los que de una manera especial quiere salvar. ----++--Dios nos concede la pobreza y las tribulaciones como pruebas de nuestra lealtad y virtud, y a la vez con el fin de enriquecernos con más celo y tesoros eternos en el cielo. Una suscripción para toda la fJida; P1S.00