Un Sueno Maravilloso

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Title
Un Sueno Maravilloso
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Faltahan pocos días para la Navidad de 1922, y ya parecía que se estuviese en plenas Pascuas. a juzgar por la animación que reinaba en las calles comerciales de Maníla1 cuyas amplias ate· ras eran insuficientes a contener el gentío que por ellas transitaba, muchedumbre heterogénea y pintoresca de ociosos y compradores de toda laya, que entraban y salían de los establecimientos o se detenían ante los esuparates arreglados para la ocasión con el mayor arte posible y con los objetos y arrequives de rigor: musgo artificial. colinitas nevadas, portales de Belén, figuritas de nacimiento, y como presidiendo todo aquel maremágnum de chucherías, el exótico árbol de Noel, tan querido de los pueblos sajon s y cuyo significado irnoramos la mayor parte de los católicos. Entre Jos transeúntes que discurrían por las calles, y en particular por la Escolta, veíanse muchos niños acompañados de sus padres, a quie. nes no dejaban punto de reposo con sus insistentes peticiones de que les compraron C'llanto veían. A menudo salían con la suya, y era de ver el contento de las criaturas al salir de los bazares con sus caballitos de cartón, soldados de plomo, cornetas, tambores·, pelotones o muñecas, seeún el sexo de los pequeños compitadores. Pero como en este picaro mundo no basta ser niño para ser feliz, no faltaban, antes bien abundaban los thiquillos desharrapados que, sin más compañía que su curiosidad excitada a la vista de las para ellos inasequibles maravillas, ron· daban las tiendas enormes y fascinadoras como sucursales de una fábrica celeste. A la caída de Ja tarae de uno de aquellos dias, en uno de los establecimientos mejor surtidos de la Escolta, penetró un caballero de unos treinta y cinco a ños de edad, llevando de la mano una niña muy mona, morenita y vivaracha, que debía de ser su hija, pues se lei parecía sobremanera. Aun cuando los presuntos padres e hija eran filipinos, el color de su tez y cierto porte de mesurada corN .. cdón, sin amaneramjento, daban a entender al observador que habían vivido mucho tiempo fuera de Filipinas. Mientras la niña, bajo la mirada complaeien· te del papá y del dependiente, elegia una muñeca y otras menudencias de celuloide, premiosa e indecisa ante tal balumba de juguetes, uno de los arrapiezos de que ante~ hablamos, casi de la misma edad que la chiquilla, la tontemp1aba desde la puerta de la calle con. un embelesamiento rayano en éxtasis. Cuando la vió penetrar en la tienda con su trajecito de seda rosa y sus zapatitos charolados, sobre los que caían graciosamente los calcetines arrollados al uso americano; cuando vió aquella carita infantil de r&S&'OS finos y ojos negros y dulces, encuadrada por una melenita del mismo color, experimentó como un deslumbramiento; olvidó los juguetes, su pobreza, su pantalón corto raído, su camisita deshilachada y hasta su hambre c:rónica, exacerilada con la contemplación de los restaurantes y confiterías, abastecidos en aquellos días de vísperas dé Navidad como si fueran a celebrarse por segunda vez el festín de Baltasar o las bodas dq Camacho. Y él, que no había conocido ni padres, ni caricias, ni bienestar alguno, se sintió penetrado de un sentimiento de ternura indefinible hacia aquella niña, a quien nunc:a babia visto hasta entonces. Peo-o su delicioso embausamiento llegó pronto a su término. Padre e hija salieron de la tienda sin reparar al par~cer en el chicuelo, care-ados de paquetes, y subienrlo a un lujoso automóvil que a la puerta les aguardaba, desaparecie-ron. El rapaz siguió con la mirada el coche hasta que se perdió de vista, y echó un último vistazo al escaparate, pero ya sin el entusiasmo de anteS. Ya no quería juguetes. Su almita de huérfano había despertado de pronto, pidiéndole algo más difíc:il de adquirir que los tambores y los caba1los de cartón: la amistad, el afecto de aquella füña tan bonita. En un rincón del escaparate se destacaba un portal de Belén cubierto de nieve, con su correspondiente pesebre, su mula y su buey. Sobre un haz de heno aparecía el Niño Jesús desnu .. dito1 y a ambos lados, inclinados amorosamente hacia el Salvador, San JOsé y la Virgen . Momentos antes, cuando aún no había visto a Ja niña, el chiquillo, comprendiendo vagamente lo que el santo retablo significaba, se dijo mentalmente mirando al Niño-Dios: c:Pobreeillo, qué frio debió de pasar cuando nació». Al fijarse ahora por segunda vez en el portalillo, se acordó de su primera impresión, pero, cosa extraila~ eJ frío que atribuyera al Redentor del M.undo, lo sintió dentro de sí, como si algo glacial y punzante le atravesara el pecho, y se. alejó de a11í con el corazón entristecido, hambriento y miserable, con unas ganas muy grandes de llorar ... 11 Doce años antes de la época a qu,e se -refiere el anterior capítulo, y cerca asímismo de la Pascua de Navidad, cuatro amigos que estudiaban en la capital la carrera de ingenierfa, todos ellos provincianos y de ~uena posición, resolvieron pasar en Manila 1as vacaciones, so pretexto de adelantar los estudios, pero en realidad para disfrutar de unos días de holgorio y de bullanga lejos de la fiscaÚ-za~~B -inimda de sus mayores. Conocedores, como todo buen filipino, de las costumbres de su país, desde mediados de Diciembre en que comienzan la populares misas de aguinaldo, se dedicaron a recorrer las principales parroquias, vestidos con el típico barong ta· galog, para mejor confundirse y ponerse a tono con la juventud alegre que en bulliciosos grupos acude a las iglesias a las cuatro de la madrugada, sin curarse del fresco que suele hacer en tal mes y a tales horas. Sabido es que en es.tas misas de aguinaldo, hermanas menores de la de Nochebuena, en las que se cantan villancicos y se tocan sonajas y panderos, la devoción de Jos concurrentes masculinos se reparte equitativamente entre el culto de Ddicioso con.jimto formado po-r In .~ simpática.s y IJcllas ccoedn de la Un.frersidad de Fili7>i,. 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IOl-ESCOLTA-103 ! ¡ _______ _ ! _ ____________ ____..j Dios y el de las dalagas de buen ver, de cuerpo menudito y expresivos y acariciantes ojos negro,, que constituyen la concurrencia femenina y que son, indudablemente, la causa principal del madrugón de aquéllos. Los cuatro estudiantes, a las dos o tres misas que oyeron, cobraron tanto gusto a la iglesia, que parecía les había entrado la vocación religiosa de repente y que i'ban a cambiar los logaritmos por la teología. Lo que en verdad sucedía era que se habían prendado de otras tantas dalagas igualmente agradadas y peripuestas, quienes, creyéndoles de su lnisma clase, no les ponían malos ojos. Pero de aquí no pasaban. Sonreí-an a sus sonrisas, escuchaban con agrado sus requiebros y hasta se dejaban acom:Pañar un buen tree:ho a la salida. Esto era todo. Y así pasaron los días y pasó la Navidad. Viendo que la conquista de sus respee:tivas damiselas no era cosa tan mollar como en un principio supusieran, fueron uno a uno desertando del caÍnpo, dejando solo a Miguel, el cual, más apasionado y avispado que ellos, prosiguió el asedio de aqueHa resistente fortaleza vestida de ba/i.n.taw,ak, que acabó por rendirse, vencida por el que pud!era llamarse argumento Aquiles de las lides amorosas: la promesa de casorio. Des· de luego, esta promesa no fué más que un ardid del joven; pero como el tiempo consolida mU'chas cosas, lo que empe:1.;ó por un capricho ter~inó en afecto verdadero, y Miguel, compadecido y enamorado ya de v:eras de la muchacha, determinó legalizar la situación, casándose con ella civilmente y en secreto, para no dar un disgusto a sus padres. Enterados sus amigos de lo que se proponía hacer, pensaron que aquel casamiento desigual no convenía a Miguel y que echaría a perder su carrera, y así se lo dijeron. Pero viéndolo irreductible a los consejos y firme en sus trece, sin pensar que lo que hacían no era justo ni c·aballeroso, escribieron una carta a los padres de su amigo, a fin de que impidieran la unión. Así las cosas, el día concertado para casarse, cuando Miguel se vestía para ir al municipio con su prometida, recibió. un telegrama urgente de su padre en el que Je decía que su madre había sufrido un grave ataque cardíaco, y que embarcase en el acto si quería encontrarla viva. Tan tremenda e inesperada noticia dió al traste con el enlace. No sabemos si fué cierto o no lo que decía el telegrama. Es de creer que no tuvo más objeto que separarle de la muchacha, por cuanto que, un mes después, regresó a Manila en compañia de su padre, que no le dejó un instante solo hasta que lo vió embarcado en un Presiétent de los que hacen la travesía entre Manila y San Fran-cisco. La autoridad paterna, poco sentimental, creyó .conveniente que el muChac·ho terminase los estqdios en los Estados U nidos. Miguel y su prometida,. ya no se vieron más. III Volvamos ahora por unos momentos. a ocuparnos del niño que encontramos en la Escolta en tan lastimoso estado. Vivía en un sórdido tabuco de] barrio de San Nicolás con ·la familia de un pobre cargador del muelle, cuya mujer era tía carnal del chico, a quien recogieron a fos dos años de edad, que fué cuando murió su madre. Como el matrimonio tenia va:rios hijos pequ~ños y los ingresos del rr.arido no bastaban casi a mantenerlos y ve'stirlos, mal podían tuida.rse del huerfanillo. Conte~to que Je permitian dormir allí bajo cub.ierto, dándole las sobras de la morisqueta familiar y alguna ropilla arreglada con l&s ropas desechadas por el cargador. Aquel dfa de vísperas de Pascua, ~mbebecido en contemplar las tienda$ atiborradas de _juguetes, primero, y después en admirar inocent0mente a la niña, se retraSó tanto _en volveyr a su ºchiribitil, que cuando llegó estaban todos duriniendo y no quedaba un grano de arroz en casa. Conociendo por experiencia que el mejor remedio contra e¡I hambre, a falta de alimento, es el sueño, se echó en el suelo cuan largo era, y se quedó dormido. Y he aquí que tuvo un sueño. Y soñó que una fuerza misteriosa le transportaba por el espacio a un país desconocido, dejándole caer suavemente en un bosque gigantesco, donde los árboles eran más grandes que -e.1 baobab y de cuyas ramas se desprendían sazonados y_ sabrosisimos frutos, que él engullia ton indecible placer. Mariposas y pájaros multicolores ~evola,b&·n en torno suyo, poblando el aire de. belleza y armonía, los unos con sus trinos, las otras .. con. sU Policromía de flores alaO.as. Todo aquello e·ra ·ta:n hermoso, que el niño no sentía el curso del tiempo. Pero, incon~cientemente, echaba en falta alguna cosa, no sabía qué. En esto, oyó a sus espaldas un risita reprimida. Se. volvió, y, ¡oh pasmo!, vió a la niña bonita de la Escolta que le. miraba sonriente y que parecía gozarse de su sorpresa. Pasado el primer instante de estupor, quiso el niño hablar, pero le atajó elta, diciendo: -¿Me conoces? Soy yo,· sí, la niña que admirabas ayer tard.e como un bobo. ·yo no podía hacerte e:aso, porque estabas muy sucio y mal vestido. Pero aho-f.:a puedo ya juga.r contigo y quererte como una hermanita, porque eres otro ... No, no es esto lo que quiero decir: eres el mismo, pero tu traje y tu figura son mejores. Oyendo esto, el niño se miró y se percató de que, en_ efecto, se encontraba vestido como _log niños de los ricos. Este descubrimiento le causó tal placer, que toda su timidez desapareció de su ánimo al instante. Cogió una ma.no de la niña entre. las suyas, y le preguntó: -¿Cómo te llamas? -Berta ; ¿y tú? -Sebastián. -¿Quieres jugar conmigo ahora? -Ahora y siempre; no quisiera separarme de ti nunca. . . Me moriría. -No temas; no nos separaremos más. En aquel momento pasaba sobre sus cabecitas una linda mariposa, y los dos niños, dando gritos de alborozo, se laniaron en su perse<:uc!ón a tra· vés de la selva, tronchando las flores que tapizaban el suelo por todas partes dándole la apa~ riencia de una alcatifa maravillosa. Corriendo y jugando, se les pasó insensiBlemente el día. A la tardecita, cuando las sombras precursoras de la noche comenzaron a tender sobre los árboles su telaraña de crespones, y los pájaros se acogieron a sus nidos, y los insectos dieron principio a su nocturna sinfonía rle susurros, los dos niños tuvieron miedo y trataron de salir de aquel laberinto vegetal. Corrieron y corrieron, cogidos de la mano, sin dirección fija1 a la ventura, tropezando aquí, cayendo allá, temblorosos de temor y llenos de rasguñOs por sus ta idas sobre las zarzas. Imposible encontrar la salida. Desesperando de salir de allí, rendidos de cansancio, se dejaron caer sobre la raiz saliente de un árbol descomunal1 donde abraza.dos estrechamente, los envolvió la noche. Así estuvieron mucho tiempo. Nada vefan a dos pa· sos de si, pues la obscuridad era completa . No sM>ian dónde estaban, ni qué clase de misteriosos p eligros les amenazaban, . lo cual aumentaba su zozobra, llenándoles de esa angustia expectante que infunde en el alma la inminencia real o aparente de todo peligro destonocido. Por fin selió la luna, una Juna en menguante, fría y adunca como la hoz de un segador invisible ·que amenazara a los niños desde lo alto. A su acerada claridad, Seba!!itián y Berta vieron frente a ellos una explanada de aspecto desolado, en la que por toda vegetación se divisaban hongos y más hongos, de todas las clases conocidas, pero de un t amaño extraordinario. A pri,mera vista parecían clavas antiguas incrustadas sobre las tumbas de los guerreros que las empuñaran en vida. Luego se notaban las diferentes ~species con sus formas peculiares. La girolla, seme(.jante a una copa de bordes desiguales ; la helvela, de sombrerete alechurado, conocida vull'ªrmente por la denominatión curiosa de <orejas de Judas»; la oron.ja, la hydna., la morma , con sus caracterfsticas conformaciones, y1 en fin, todas las variedades del hongo crecían a sus anchas en aquel espacio desarbolado, que a la luz de la ]una adquiria un aspecto tan extrañamente fantástico, que los niños no se cansaban de mirarlo, entre atemorizados y curiosos. Y asf estaban, cuando les pareció escuchar un bisbiseo de gente que hablab~ en voz baja cerca de ellos y que fué creciendo, creciendo como la ~areja­ da de un mar en miniatura . Los niños, como a nadie velan, supusieron que, todo aquel rumor provenía de los insectos ; pero su creencia cesó de punto y su terror aumentó en . grado superlativo, al ver que los hongos se desprendfan de! suelo y avanzaban hacia ellos agitándose en el aire amenazadores. En un principio, no vieron más que los hongos, pero t"Onforme se acer-caban a ellos, observaron, con los ojos desmesurada. mente abiertos, que la causa de aquel aparente prodigio eran unos hombrecillos, de dos palmos de estatura, barbudos y mal encarados, que empuñaban aquéllos a modo de cachiporras . Los feísimos gnomos caminaban lentameinte, gritando como diablos y haciendo molinetes con sus extrañas armas. Seguros de su presa, se complacían en demora.r el asalto a las pobres criaturas. que, no pudiendo soportar aquel terrífico espectáculo, terraron los ojos, dándose por muertas. Súbitamente, un resplandor vivisimo se exten· d ió por el bosque, cesaron los gritos, huyeron lo! gnomos a la desbandada y una voz melodiosa murmuró junto a los niños : · ·-No temáis nada; yo os salvaré. Salieron los niños de su letargo, y abriendo los ojos, se encontraron frente a frente con un niñe> como ellos, pero tan bello, que no parecía de este mundo. Vestía una túnica blanca de lino ceñida a la cint ura por un cíngulo morado, ca.Izaban sus pies sencillas sandalias Y su mano derecha empuñaba una especie de bitulo en forma de cr uz latina. Su pura frente esplendía nimbada par una claridad que én vano se trataría de comparar con ninguna de las luces ci>nocidas por el hombre. Sebastián lo reconoció en seguida. cEs el Niño Jesúu . dijo a la niña. Y ambos. cayeron de rodillas ante el aparecido, que alzándoles dulcemente y dirigiéndose a Sebastián, cantó más bien que dijo: -Ayer te compadeciste de mí al ver mi desnudez en un pesebre, y quiero premiar tu buen eora.zón concediéndote lo que más deseas. See-uidme los dos, que voy a sacaros de este bosque encantado donde todos los hombres se extl"avfan, porque éste, s9.bedlo, es el bosque de la ilusión. Siguieron los niños al Niñ¿_Dios, y al poco rato, dieron con una hermosa casa, situada en el C$ltro de un florido jardín que un valladar de espino circund&1ba . El cerco carecía de puer ta, pero Jesús tocó los espinos con su báculo, y al instante se abrió un espacio por el que pasaron los tres. Cuando llegaban certa de la casa, el Niño Jesús desapareció dtijando tras sí una estela luminosa . Entonces salió de la casa el padre de Berta, se fué al encuent ro de los niños, y los &brmó cariñosamente. En este feli~ momento del abrazo, experimentó Sebastián una especie de doloroso pinchazo en la parte más carnosa del cuerpo, y despertó a tiempo que gritaba una voz de mujer: -Levánta~ galopín, que ya es de día. Era su tia, que, más que con su voz, con un buen pelHzco, le truncaba el más hermoso sueño de su vida. IV Entrie tanto, dirá el lector, ¿qué babia sido del caballero desconotido y de la niña! La ubicuidad de que Dios nos ha dotado a los noveladon$ y a los poetas, me permite responder a la pre1Unta. Padre e hija resid:an en las afueras de la capital en un lindo cottage recién construido bajo la dirección de su habitador y propietario. el ingeniero Don Miguel Magbanua, que acababa de regresar de los Estados Unidos después de una larra ausencia, con aqueHa. niña, f ruto único de su mat rimonio con una compatriota a. quien eonocio y con quien t asó en Los Angeles al terminar su carrera, y de quien, por desavenencias conyugales, hubo de divortiarse a los pocos años d~ casado. Su retorno a F ilipinas obedecía al natural deseo de ver a sus ancianos padres, quienes rustosos se avinieron a vender su haeienda provincia~ na para vivir eon su hijo y su nieta 4'l la capital, donde los cuatro vivían ya en la época que comienza nuestra relación ~ Al llegar la Nochebuena de dicho año 1922, el ingeniero, que, como el lector habrá adivinado, no era otro que aquel estudiante del casamiento frustrado, sintiéndose aburrido y un poco triste, tuvo la corazonada de oír la Misa del Gallo donde la oyera por última vez, que fué en Binondo, pero no con la ilusión juvenil de antaño. sino con la melancolía del hombre desilusionado que busca en el recuerdo de lo pasado lo que no encuentra en lo presente ni espera de lo por venir. Y allá se fué, después de ver que los viejos y la niña dormían. La secular iglesia de Binondo estaba llena de bote en bote. Trabajo le costó entrar hasta certa del presbiterio. Había empezado lá mi,sa y el sacerdote llegaba al ofertorio, cuando Migue] observó que una mujer del pueblo le miraba con insistencia. Al pronto, la fisonomía de la mujer aquella nada le decía a su memoria ; pero, po~o a poco, fué d&Spertando en él un recuerdo antiguo; se acordó de aquella pobre mujer a quien sedujo y abandonó contra su voluntad, de las misas de aguinaldo donde se conocieron, de la boda desbaratada. . . La mujer seguía mirándole. e Si será ella?», pensé Miguel. Verdad que el parecido no era mucho, pero teniendo en cuen· ta los años transcurridos. . . La abordari&. a la salida, y así saldría de dudas. . Pronto supo a qué atenerse. La mujer misma fué quien le buscó a él en ~l atrio para detirle que le reconocía como al seductor de su hermana. Y con voz en la que se notaba cierta amargura, siguió diciendo a Miguel que su amante de otros tiempos había muerto dos años d~pués ·&! abandonada. dejando un hijo de su desgracia. Miguel se quedó de una pieza . c¿D6nde está ese niño?:t, preguntó. cAqui; conmia-o,, respondió la mujer. «Acércate, Se.bastián>, agregó. El chico, que estaba a pocos pasos, había reconocido al padre de su amiguita, y. acudió contento y presuroso al oírse llamar. La iluminación de Ja puerta central see-uía encendida, por lo que no era difícil examinar al niño. Miguel le miró y remiró con el interés que es de suponer, y conforme lo examinaba, fué notando en la carita y los ojos del niño ciertos rasgos y vivacidad visual característicos de su familia, que le de(jaron suspenso. Dudarido todavía, pidió a la mujer otras pruebas. -Existen testigos del nacimiento del niño, y lo que es mejor, su partida de bautismo, por la cual verá Vd . que fué concebido mientras e-stu· bo Vd. en relaciones con mi .hermana-dijo la mujer. Y a ñadió :-Vd. es dueño de reconocer y reCoger o no al niño, perO yo le juro a Vd . que es su hijo. Mi hermana·, al morir, me encargó que si alguna vez le encontraba a Vd. en la· vida, le dijese que el hijito que dejaba solo en el mundo era de V d., y que lo afirmaba en el momento de morir, cuando no es posible la mentira. El acento con que fueron proferidas estas palabras, convenció par completo a Migue]. Pidió la dirección a la buena mujerl y besando al niño, se despidió de ellos hao a muy prOll'lto. Una hermosa mañana del mes de Enero siguiente, mientras los pájaros gorjeaban y el sol volvía una vez más a fecundar Ja tierra ton sus vivíficos efluvios, la linda hijita de¡ Don Miguel, que se entretenía en bañar su muñeca en un diminuto estanque del jardín de su casa, vió llegar a su papá con un niño muy bien vestido, que la miraba con cariño inefable., no exento de timidez. cAqui te traigo-le dijo su padre-un hermanito que se habia perdido por esos mundos de Dios. El te conoce ya y te quiere mucho. QuiéreJ~ tú también.»