Casas de Ellos

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Part of Excelsior

Title
Casas de Ellos
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
¿;; ¡¿;;,.,;,, 3 ¡¿¡,,,{l g{n;¡'amo Escenario: los salones de Ja condesa del Soto, en· los que se celebra un baile. Personajes : Otero, distinguido jóven de la sociedad matritense, 1perfecto «sportman», y gran gllanteador~on éxito,- del bello sexo. Conl'uelo, jóven morena, no despreciable, de diecinueve abriles. Matilde, una rubia ange)j,!al; veinte años. Paquita, veintidós; un portento de mujer. Remedios, veintisiete ; ni guapa, ni fea ; - 3Jgo ajada, de tanto suspirar quizás, por un novio---que no llega-durante más de seis a ños. El baile está en su apogeo. Otero, va de grupo en grupo, y de una a otra, cual mariposa vo_ l:indo de flor en flor. Tal mariposeo es admitido por todas con sonrisas, frases, arrebolamient::. de meJillas, y miradas que queriendo ser tímidas resultan de fuego. Oígamos algo de ese galanteo : Otero.-¡Caramba!, ¡Consuelo! ¿Usted aquí ? Ya hacía tiempo que no se la veía en ninguna parte. Consuelo.-Sí; vivo ahora muy retirada; es raro el baile a que asisto. Otero.-¡ Usted! ¡13 reina de los &-alones!. . . Debe asistir a todos los bailes, pan. darnos, a los que no perdemos uno, el placer de verla. y de bailar con usted. Consuelo.-¿Placer ha dicho? ¡Qué gala1.te! Otero.-No; con usted, b. más exquisita galant.ería, deja Ce serlo para convertirse en verdad. ConBuelo.-¡Por Dios! ¡Otero! ¡No exagere! Otero.-¿Exagerar'! Nada de eso. Es usted la mejor y más bonita de las mujeres. No se puede estar a su 13.do sin sentir en seguida, los terribles saetazos de las flechas de Cupido. Consuelo.-De ningún modo ; •!uando Cupido revolotea alrededor mío, llev-3. el carcaj vacío. Juega conmigo y nada más. Otero.-Es usted encantadora. (Suspirando) . ¡Ay! Quién pudiera ser el dueño de tanta gracia! Consuclo.-(Tratando de "3.lejarse de él) . Já, já, já ! La tiene todo lo que usted dice. Hasta luego. Tengo comprometido el vals que sigue a esto. OCero.-(Acercándose) . ¿Seré· en el otro bai1~. el afortunado que la estreche en sus brazos'! Consuelo.- ¡ Por Dios, Otero! .. . ¿Estrechar'! ... Otero.-¡Qué! ¿Protesta'! Pues aunque proteste: ¿qué es el baile, sino un ,prolong:ido abrazo, permitido por la sociedad'! Consuelo,--Es usted muy mal intencionado. Si todos pensaran •!Orno usted no se podría bai. lar. Ote1·0.-Pero, venga acá Con~uelo, qué se diría de dos que encerrados solos en una habit3ción, se les viera lo mismo que se les ve en los salones cuando bailan? ¡Qué se estaban abrazando! y se escandalizarbm los mi~mos que en un baile admiran a una buena pareja. ConRuelo.-No, no estoy conforme; ya discutiremos eso. Otno.-Sí ; durante el «one·step» que sigue a. efe vals; ¿está usted conforme? Consuelo.-Si; aunque no debería estarlo, a atenerme a sus opinione~. Otero.-M• e haría con ello el más desgraciado de la tierra. Negarme el baih.r con usttd, divino angel, a quien por fuerza hay que adorar!!. Consuelo.-(Riendo). ¿Por fuerza? A la fuer:t;a no quiero que me adoren. Otero.-¡ Graciosísima ! Cons1Celo.-¡ Adió3! ¡ ldiós! Empieza el vals; me tstará buscando el vizconde. Otero.-¿El hijo de la r:ondesa del Soto? ¡Uf! ' · ¡Qué c:antiestomacah es el angelito! Consuelo.-El mismo; ¡ah! ¡ahí viene! (Se aleja). Ote1·0.-(Acercándose a Matilde.) ¿Usted, no baila? Matil<i'e.-No; nadie se acuerda de las f,as. Otero.-¡ Fea! Pues si uRted es fea, ¡bendita ~ea Ja fealdad! ¿Quiere concederme el honor de ser yo, el que desmienta sus palabras? Matilde.-Con mucho gusto. (Bailan) . Otero.-M.e han dicho que se cas;i usted, Matilde; ¿es cierto? Mntilde.-No; como tampoco lo es, el que le ha. yan dado a usted tal noticia: quiere sacar de una mentira una verdad. Oflero.-Es usted muy suspir~az. Pues bien, aun · que lo haya usted adivinado : ¿miente mi mentira? Matild·e.-Sí; miente. No me caso por ahora. ¿Qué le hace falta a una mujer .para c3sarse? Ote1·0.-Ante todo: que ~ea soltera o viuda. ilfotilO'c.-Carlos, Carlos, que no me gustan Jos plagios, ni menos las bu.rh.s ! Otero.-¿Plagio? Ignoraba que Jo fuese; en cuanto a lo de que sea burla, no fué mi intención la de burlarme; sólo quise hacer un chistecito más o menos aceptable. Bueno . Qué es pues lo que le haC'e falt3. a una mujer para casarse? Mctf'ilde.-Pues tener novio. Otr1·0.-¿ Y usted no Jo tiene? Matilde.-No en verdad. Otero.-¡ Es increíble! Mt1tilde.-Usted podrá creerlo o no, pero es lo eierto. No ha habido quien me dije-se: c:Rnenos ojos tienes». Onwo.-Por que hay quien no los tiene o sufre de miopía. ¿Mé ·permit~ que le diga lo que no le han dicho otros? No sólo los ojos, sino 1'3. boca, la nariz, la frente, el óvalo de su cara, su cuerpo, toda su persona en fin, es de un conjunto armónico tal, que solo Puede compararse a la Venus de Milo,· es decir, más l}lerfect-s aún, puesto que no le faltan como a aquélla los brazos, lo cual sería una enorme desgracia, pues no podría se.ntir como siento, el ·suave calor d"e su brazo, en mi hombro, y de su mano en la mía, hermon mano en la que imprimiera, de permitfrmelo usted, un ósculo purísimo. Matildla.-Bueno¡ pero como no se lo· permito ... ! Ote,·o.-(Suspirando). ¡Qué feliz será el hombre que se case con usted, Matildita ! Ma.tüde.-¡ Quién sabe! Tal vez e:e arrepintiera de h-sberse casado conmigo. Otero.-Es imposible, de todo punto imposible. Matilde.-Estoy mareada. Quiero descansar ya. (Dejan de b3ilar. La lleva Otero del brazo hasta la silla que antes ocupaba la jóven. Em¡pieza el cone--step> que el émulo de Don Juan debe de bailar con Consuelo, durante el cual sigue deslizando en sus oídos 1-ss mieles de su léxico. Al terminar, se dirige a un grupo de muchachas entre las que se en~uen. tra la sinigual Paquita). OteJ•o.-¿ Tienes comprometido este cfox-trob? Paquita.-No¡ todavía no. Otero.-Si me permitiens ... Paquita.-(Dirigiéndose a sus compañeras). Con permiso. (Se coge al brazo de Otero y se entrega con fruición al baile, satisfecha de haber &ido entre aquéllas, la elegid·a por el admirado galán). Ote,·o.-Te he pedido que me concedieras e~te baile, más que por el placer que ello me proporciona, por el deseo de decirte que esta noche estás sencillamente ideal. Siempre me ¡pareciste hermosa pero como hoy ... Paquita.-¿Hermosa? No me tengo por tal. Soy una mujer pasable y nada más. Eres un incorregible galanteador. Otero.-Nada de eso .. · ¿Es que no puede decir un hombre, lo que siente sin que se reputen sus palabras de meras fórmulas de sociedsd, de efimeras frases de salón? Pues, créaslo o no, te diré que eres la más linda muchach41- que he conocido, que estoy cada d'a más loco por ti; que por ti irfa al sacrificio del matrimo. nio, con la misma estóka sonrisa, con que los antiguos gladiadores se .presta~an a la lµcha. Paquita.-¡Jesús! ¡cuánto disparate! Otero.-Esto te demostnrá a qué grado de enagenación mental ha llegado el más ferviente de tus admiradores. (Siguen bailando) . (Las dos de la mañana son cuando se inicia el de:sfileo Eñ la escalera, q.pr0vechando la confusión de los que salen, se aproxima Otero a Remedios). Otero.-Me voy triste. No te he visto en todo el salón una sola vez. Retnedios.-(Picarescamente). Pues, en él estuve. Ote,·o.-¿ Cómo no te he visto? Hubiera sido para mí, el colmo de la dicha baiJ.1.r contigo, muñeca, para poderte decir que te quiero brutalmente, que sueño contigo tod&s las noches, y pienso en ti a todas horas. Que no vivo, en una palabrs, más que para recrearme en tu recuerdo. ¡ Remedios! Eres el único remedio para curar mi mal. ¿Puedo aspirar a l}loseer ese e remedio> algún día? Retnedios.-Tal vez. . . aunque creo que no lo habrá en plaza, como te descuides en ir a buscarlo. (Risas, murmullos, despedidas, estridencias de bocinas de a utas y al fin, nada; el sileneio se ha restablecido en el barrio de Salamancs, donde tienen su residencia los condes del Soto). EPILOGO · Consuelo.-(En su casa, dando vueltas insomne en la cama). (Rememorando): cAy, quién fuera el dueño de tant:a gracia> ... ! ¿Qué significa eso? ¡Qué lo desea, que me quiere! Lo que sospechaba. (Dan las tres, las cuatro, y sigue soñando despierta la linda muñeca). Matilde . ...:...(En su essa también y sin tampoco poder dormir): cAy, qué feliz será el hombre que se .case con usted>. . . Y qué mirada la suya al dEcírmelo! ¿Querrá él ser ese feliz mortal? (Sigue divagando, hasta que muy tarde se queda dormid'!.). Paquita.-{Idem, idem). ¡Está loco p0r mí! ¡Qué felicidad ! Dentro de poco seré, no me cabe duda, la señora de Otero. No tardará en venir a pedir formalmente mi mano. ¡Qué guapo y elegante es! Seré dichon. ! Rem.edios.-(ldem, id). ¡Yo su único remedio! ¡qué me adora! ¡Y soy entre tantas, la privilegiada! Por fin ha surgido el hombre tanto tiempo esperadQ. Y ¡qué hombre! El ti. po ideal. El que aceptaría a ojos cerrsdos, la mái exigente de las mujeres. En fin, tardó en llegar, pero llena todas mis aspiraciones, (Las seis de la mañ-sna dan, cuando con. sigue conciliar el sueño). OteJ·o.-(En su palaeial mansión apagando la luz desde su cama) : ¡ Qué noche! ¡qué aburrimiento! ¡Psé! Ni una mujer hermoes; ni una mujer que valiese la pena de mirarla! (Da un bostezo, una vuelta y se queda dormido). M'ARfA DE MOLINA, PEREJAMO.