Una beldad

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Part of Excelsior

Title
Una beldad
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Al finalizar el primer acto de la herrnorn ~o­ !'1~dia de Benavente, ~La Ciudad AJegre y Confiada), Montel"O dió un codazo a su amigo Pepe Ilinojo:;;a, -Mira: fíjate en aqt!el palco, d tel"cNo de Jos p1•jncipales; ¿has visto que rubiales! ¡de bu· tlen ! Jam~s he visto un& mujer tan hermosa. -Sí, lo c&-rospondióle su amigo enfilando lo• gemelos al lugar indicado ;-una nibi,p, tnagnific-a. ¡Y qué ojaz:o!I.! -Azules ... - Y estupendísimos. -Qué contraste forma con su compañera, ei;;a rnm·en:'.).za, ¿eh? -Tampoco es fea. Mejor dicho, me parece hermodsima. Pero ¿qué me dices Jel contraste que forman las dos, con )a mamá, o lo que sea, la s1rntada detrái; de ellas? ?.fo:1tero rió la gracia de su amigo. La supuesta mamá, e. a una señoTa anciana, de buen ~xmblante; pt'ro flaca, arruga.dita. con la boea ·sumida por la falta absoluta de dientes, achlcada por los repliegues, huellas del paso de loa años; oon Ja cabe•a gris-má> plata que ébano •n ella-, las carnes flácidas, las manos rugosas ... -Eso Pª"ª ya de contraste. ¿Y es posible que de tat a.guilueho, hayan salido esas diosas de la hermosura ?--exclamó Montero, itónico, bru· tal. <fl,,re/ amo. Empei.aba el segundo acto. Y ()<:Upada su aten· ción por el momento en los personaj~s de la obl'a, no volvjeron los jó\•enes a acordarse de las bellas muchachas, ni de la mamá, hasta que terminado el acto, se encendieron de nuevo las luCC!5 de la sala. Otra vez; dirigiel"'on a ellas sus miradas. in· si:stentes. Miradas que fueron al fin correapon· djdas por las do.a. divinas, que <:on ~">a intuición innata en la mujer, se dieron prontO cuenta de la admiración qu() en los dos jóvenes habían despertado. En voz baja, procurando no !lamal" la atención de la respetable. señora que las acompañaba., la que no obstante ser toda ojos y oídos no se aper· cibió de nada. cambiaron .a.u& impresiones . -Vaya una curiosidad!-dijo de pronto la rubia. -Es por ti-susurró la morena. -No, no: por tL -Y es guapo el más joven ... qué bigotillo mb salao, y qué ojos, y qué nariz 1 Fíja.te bien: es de perfil ~dego. -Si, no es mal tipQ, - Mira, ahora dirige. los gemelos aquí. -Y con qu.é desearo? ~Qué está.is mirando?-preguntó intrigada al fí11 la anciana . La morena dió un codazo a su compañera. -Pues miramos a t~ de Sli.nchez ¡ allí, t'D aquel palco. ¡Qué cursis ! Y se cr-een estar irresistibles. Se apegaron de nuevo las 1uces, quedando sólo Ja escena iluminada a tiempo de subir el telón, para dar principio al terc4!!r Meto. Pero aun uf, hubo ~.anjeo de miradas entre los cuatro jóvenes, que más que verse se adivinaban en la iJEtmiobscuridad que en Ja sala reinaba. D~sde el principio d~I '1.ltimo a1cto 1 no prestaron lu muchachas atención ninguna a la · r•prts.entación, así es que sorprendida& al finRl por la muerte de Lauro. que no supieron explitarse, dijeron : - No he comprendido esa obra-la un&. - E.! bien rara-la otra. Y !ueTon inauditos los esfuen:oa d& la señora, po.ra que llegaran a comprf\nder c6mo había muerto Lauro, y el por qué de morir. -:..Parece mentira--dttfa. al final de su discurso-no sé para qué venb1 al teatro .. , Yo, a vuestra edad1 lo comprendía todo¡ a m~ no l!O me hubiera escapado una palabra de esta comedia, tan profunda, y hubiera adivinado a quienes iban encaminadas las frases intendonales que en ella hay y loa tipos que caracteri:z.a. En mis ti"11tPos, pasaba al revés que ahora: se comp~ndian las palabra~. cuanto má.$ pro!undaa mejor, y en cambio, dejaban de entenderse las picarescas. Hoy ES todo lo contrario: pasáis por alto una hermosa frase, cuyo sentido es más hermo.90 toda vfa y reís lo& chistes, cuanto m4s subiditos de color, m:ia. Y terminó su arenga mientraei recorta d-e una silla el bolso y el abanico y las hermO$as se ponían sus abri¡os, o 1aJidas de teatro,. aleo atur ... dklaa por loa apla usos finales Que aón re.son•· ban en la sala. · ro:rt.r<> varqnil p0r mirar . Y ya . -· un cesto de desilua!óo. se dibujaba en los la.bias ~ la rubia, y otro de clade-ñoso despr~io plegaba los de la morena, cuodo- vió esta última el negro bieote de &u ad.mirador, junto al rostro lampiño de su compañero. Un segundo codazo apercibió a ta desi!usio· nada, cuyo rostro, al ver a los jóven.e~, .se Humtnó con una 1onrisa, que dejó al descubierto unos dientes que eran su mayor encanto por !o blancos, pequeños y unidos entre .si. La señora, las segofa sin poder casi alcanzarlas, murmurando: - Péro, hija.s, no corrá is tanto! Tened en cuenta que es incompatible la ligereu. con las c.anu. Pero ellaa, como si no oyeran sus palabr:is, aeeleraron la marcha, pasando airosas cogidas del brazo frente • 101 supuestos pretendientes, en· volvi~ndoles ea unas mlra<!a.s, que querían decir: - Somos libres, caballerete:iii. Y así, ya que os gustamos, a ~eaulrnos pa ra saber nuestro domicilio, y que nos sea común, dentro de seis meses .a Jo sumo .. , ! Eso debieTon de comprender oobre poco mb o menos los dos jóvenes, pues echaren a andar tras ellas a una dísto.neia lo suficientemente comédída pa.ra no llamar la atención y no perder sd pjsta al mismn tiempo. Y crui.aron una calle, y otra, y otra más, hasta. qua al fin h.s vieron detener.se frente al portal de una casa. de la en.lle de Serrano. Se detuvieron los amigos en la esquina próxima. Y desde alli vieron cómo como acudia el sereno a abrirles la puerta. A continuación pe1·cibíeron los chasquidos de unos b@sos y se cerró de nuevo aquéll~ dejando en la calle al sereno que volvió sobre sus pasos a desandar lo andado 'perdjéndose en la qbscuridad, y a una de las muchachas y Ja anciana, que echaron de nuevo a andar calle arriba . -Bueno-exclamó el barbilampiño.-Ya sé ahora dónde vive la que desde hoy llamaré diosa de mis sueños. Ahora te dejo en libertad de ave-ríguar en dónde tiene la morada la tuya; bue .. nas r:i..oches. -Aquí no va a haber más morada que tu nariz, después que te propine el papirotazo que merece9--Contestó el amigo asiéndole de la amerjcnna, a tiempo que el compañero le vo.lvia las espaJdas.-¡Te parece bien dejarle a uno solo, cuando ya no te hace falta'! De manera que te he servido de ricn·o~ dipmo15, p~1rra .:¡uel 'te me vengas ahora con que te alegras de verme bueno? ¡Egoísta! -Pero, hombre, C1)nsjdera que, . , -Yo no considero nada; lo dicho: erea un flgi>Í&ta _ Y ahora. echa a andar para arriba, y ¡ay! de ti si pierdo 1a pista. - En e11a andas siemp~. -Andrés, Andres; <:Uidado con los chistecitos de doble senaido! Anda pa alante. que d;jjo aquél. -·No es necezario que corramos mucho ... ahi las tjenes aúh. En efecto, al final de Ja calle distinei,iieron e] garboso talle de ta jóven, junto al cuerpo inclinado y oscilante de la mamá. ....:... Y a todo esto: ¿cuál de ]as dos Y quedó en la o-t.ra calle? O mejor dicho, ¡cuál de las dos te has apropia.do y quién de elJas me reservas ?-in· terrogó de pronto el poseedor de] bigotilJo que habla despertado el interés de una de h•s muchachas.-Porque, esta es la hora en que no ~é de la:iii dos a cué.l persigo . . · -Sigues a la rubia. -Menos mal-dijo Montero apretando e1 paso, :a.l verlas doblar otra esquina.-Te Ja cargabas si no. -De rnodo que te gusta más la de aúrea c-abellera? -Por supuesto. La& rubias $0n mi debilidad. -¡Ay! ... pues yo necesito ~e las morenas para. reeonfortarrne. ~De lo cual &e d .. uce que los dos cabemos en el mundo, pues si nos llegan a gustar a los dos las de cabellera de querube, como diría un poeta glaúco, o las de cabellera endrinada, como diría otro. . . Figilrate !. -Endri ..• ! ¿Qué has dicho? -Endrinada; de enddna hombre, comparativo usual en poesía. Y que viene como de perillas para cantar el hechizo de la mujer que empieza ya a sorberte el seso ... Hinojosa, no le escuchaba, pe:nsando en la que desde entonces consideraba, cual nuevo caballero de la triste figura, como su Dulcinea. -¡Qué cabello más he-rtnoso tiene !-dijo r@pasando in m.ente los encantos de la joven qu·e desde el primer momento de verla le había. en· tusiasmado.~Y qué rizos los suyos! ... -Pues mira que el pelo d-e ésta otra! ¡;Qué ondulado!--opuso M'ontero.-Pues ¿y los dientes? Has visto nunca una denta.dura Uln perfecta! -¡Quita allá!, Ja tiene mejor la mía-dijo su amigo con jnfasis, empleando el posesivo con gran orgullo. -¡Vamos, hombre! Cómo se conoc~ que mirando a la que tanto te gusta1 no te fijaste en los encantos de ésta otra.. . . Decil- que tiene mejor dentadura. la tuya! ... -Pero mira que es empeño eJ tuyo el de meténnela por las narices--, atajó Hinojosa apretando de nuevo el paso.-Considera que si al fin llega.se & ser de tu parecer, habría lucha. -Es verdad; tienes razón. Que.démonos como •tamos, esto es, creyendo que es la mejot" la que cada uno de nosotros ha elegido. ¡Ay, del mundo cuando tengamos todos el mismo .gusto y he.ya sólo un parecer!.-dijo filosóficamente Montero, m•rchando ya a paso. de ataque con el fin de acort.&.r la distancia. que [es separaba d~ las dos mujeres. De pronto, pararon éstas casi E:n seco, frente a la puerta de una u.sa completamente aislada de las demás. Llamaren al sere'J'lo, y mientras le esperaba.n, volvió ta joven varias veces la cabe.za, como habfa hecho durante e! trayecto, para cerciorarse de que las seguían. Ar comprabarlo, sentia el corazón darle grandes saltos en su pecho, y el alma inundada de alegría. La anciana en cambio, no pod(a estar de peor humor, muerta. de sueño y de tansaneio, Por fin, una voz lejana, contestó a las palmada.s con un. •Voy!. .. > que el eco repitió; y poco.de•pués, la puerta se •brfa para dejar paao a madre e hija. Loa dos amigos, en la acera de enfrente contemplaban esta escena refugiados en Ja obs· curidad que proyec.t.aba un casierón solitario. Hinojosa entonces hizo de. nuevo ~demán de .retirarse. -Espera !-díjole imperiosamente su compañero. -Pero, hombre, ¿al\n más? Yo no he sido tan e.xigente. ·· -Un poco; espera nada más a .que salga. -Salir ... ? Ah! a· 1., ventana, vamos. ¡Qué 'pretensión t Ya. ni se acuerda. de ti -Vamos! ¡Qtié poco conocedor eres de l& p~i~ oología feme!llna 1 Te die<> que ell• •ale. ' Y efectivamente.. como queriendo confí'rm.ar lo dicho por su perseguidor, apareció la joven en la venta.na del piso principal. -¿Qué te parece?-preguntó satisfecho Mon~ tero. -Pues que ya hubiéramos podíd~ esperar tam. bién frente a Ja otra casa a ver si salia .Ja cmia». Yfl hubieras podido antes hacer Hos a1ardee de gran conocedor de la. P•it'olotía ferilenina' corno has dicho. ¡ Cana!tos con el h~mbre! La muchacha pennaneciO breves. min.utos en el balcón; seguramente la satisfizo el ver las_ &iluetas de los d011., en la acera de enfrente, y no quiso ya seguir allC Cerró el baleón con ~Umo cuidado, para no hacer ruido, y ya dentro, echó una$ cortinillas para cubrir Jo~ cristal~•. Otra wntativa de retirada, por parte de. Hinojosa, y oirL retenci6n por parte de. S:U amigo. -E1tper.a,-repitió. Tuvo que resignarse su compañero. Entre tanto la joven, hacia los preparativos para meterse_ en la cama. Primero, se: quitó la ropa¡ luego, 4ras! un ligero m~vimiento, y en sus m•no·s quedó en· fotma ·de pelu~ia," la tan admirada por ·Montero, ei.béllE-ra ·ondulada, quedando con la c;a.btza igual 'a· lá ·palma de: ·1a mano," o- un queso. de -bola; luego, l~s dienteS, Bq"uellos dientecitos tan blancos, pequeños ·y unidos entre si, fueron quitados d~ SÚ estuche y meti .. dos en un vaso, y finalmente a otro fué a parar uno de sus ojos azules y hennosfsimos, -éste de cristal. De tales estra~ había sido cauAa el tifus que acababa la j6ve-n c:-asi de pasar; y e~tre e·so, y Jo esn:iirriado del cuerp0, po visible antes, gracias al corsé, al aditamento que lle-vaha y a la ropa, quedó la infeliz hecha una lásUrna; coh la cuenca del ojo cerrada1 en un perpetuo guiño; arrugada y hundida la i.ntes fresca boca, y corno remate a esto, aquella caOeza monda y lironda igual a un melón. pa.recía, en fin, un ser venido de' otro planeta., feD, horrible, infn:nal. Se dispuso a inte-rnar! e entre blancag sábanas, :-;obre blandisimos colchones y apagó Ja luz. Y fué entonce$, cuando Montero, cogiPndo a su nrnigo por el brazo, dijo exhalando. un profundí~ simo suspiro: -Se acostó Ja hermosa; vámonos ~ Le-ctor: no puedo asegurarte sí sigñió a esto un ídiJio de esos que terminan recibiendo, en las gradas de un altar, la bendieión de un cu1·a; pe1·0, transcribo seguidamente, un suelto que leí e'n un diario, que llamó en extremo mi att"nCic>n y que desde Juego relacioné con Jo que acabo de conta'rte . El tal sueltecito decía- asj: «Anteayer, en )a calle tnntos, número tantos, ~ntrf': die-& y onc~ de la noche, 5e dió muerte, anojándose por eJ balcón a la calle, el jóven X tan (:nnnddo en nuestl'a buen!'l sociedad. «Se i~nora la causa d"" tan terrible resoludón, Jle-va(]a a cabo en su noche- de bodas. La joven con quien se había unido, hacia unas hot"aS, ne· góse en abf'iioluto a saBr de SUf'!i habitaciones a p1·estar de<:laraeión al juez, que tan pronto tuvo noticias del suceso se pel'sonó e-n la casa, donde aquél tuvo lugar. Más tarde, a} ser dicha seño. ra fonada a salir, fué presa de un sincope~ poi· Jo que quedQ aplaza.da la a.dara("ión de Jas <"ausas de este mi~terioso 11uicldio, para mañana. c:Todo ello ha ~ído comentadisimo. cMaii.ana, pues, daremos a nuestros lectores más noticias.» Pero yo, IElCtor, no puedo dártctas, pues asuntos míos particulares, agenos a mi r~lato. me obligaron a abandonar la villa y corte aquella misma noche, y ya no volví a ocuparme del asunto. Confórmate pues, pata final de la historia. o cuento que te h~ contado, con ('ste ~ueltecito y no dudo. convendrás conmig-o, en que si no s.e refiere a los p@rsonajes de mi cue:nto, podría muy bien aplicarse, pues suponjendo Jlega~-en eRo~ amores al feHz término del matrimonio, estarás conmigo en que ca~i no h& bía otra solución, por~ que, dime, lector: ¿qué harías si en tu no:.= he df boda.s, creyendo haberte unido a la rnujer m:\s hermosa del mundo, te encontrases con una visión, fea, horrib.le, infernal, como venida de otro planeta?