Un tema interesante

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Part of Excelsior

Title
Un tema interesante
Language
Spanish
Year
1930
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
1h-z 7énza - --~ :$/e-r<?sañie )1 6R~ Janfiagc:frellano Jturria I ··,¡· .,.... \ El vaporcito que hace diariamente la travesía de PulU;pandan a Iloílo iba aproximándose a los siete islotes que indican la cercan!a de la isla le P.anay, los 1!uales, por analogía numérica, o b!en por el peligro que entrañan para la navegación, ostentan el expresivo y acertado nombre de Siete Pecados. Apenas se distinguía ya, por la parte de popa, la silueta borrosa de la isla de Negros, desdibujada por la distancia como informe masa color cobalto. El sol, trepando al cenit por su escala de arrebol~s. :parecía flagelar suavemente al oceano con sus distiplinas de oro--como altivo señor que infligiera un r!astigo a la rebeldía de su esclavo favorito--consiguiendo aquietar la turbulencia indócil de las olas, que se part:an al choque de la roda con un leve murmujeo c!-e protesta. Uha campanilla, agitada por un camarero por tres veces consecutivas, nos avisó con su alegre retiñir a los pasajeros que la hora del yantar era llegada. Como la mayor parte del pasaje reservaba su apetito para comer en lloílo, muy po1!0s fuimos los que nos sentamos a la mesa. Creo que no llegábamos a una docena los comensales. Hasta entonces no había yo cruzado la palabra con ninguno de mis compañeros de viaje, por serme totalmente desconocidos; pero sabido es que para desatar las lenguas no hay nada mejor que una buena co:nide, y más si ésta se entrevera con un buen vin'J. AnteS de terminar la sopa, ya hab:amos entablado conver;ación unos con otros, cada ,!ual, naturalmente, 1.!on los que más cerca de él estaban. Cúpome en suerte sentarmé junto a cfos compatriotas, viajante de una casa de comercio de Manila el uno y el otro contador de una de las centrales azucareras de Negros, ambos jóvenes y listos y amigos de conversar sobre ,~ualquier materia. Comenzó nuestra charla por los lugares comunes de rigor en toda amistad incipiente, y tal vez no hubiera pasado de ellos, si un suceso inesperado ocurrido a bordo en aquel momento no viene a dar pábulo a las imaginaciones co:n un tema de grand.e y humano dramatismo. Un hombre, un pasajero, acababa de arrojarse al mar por la banda de estribor. El grito de alarma lo dió un marinero en el momento de caer al agua el desconocido, ·pero pasaron algunos minutos antes de que el barco pudiera detenerse. Corrimos todos a la borda tratando de percibir sobre las aguas algún rastro del suicida. El eapitán, a su vez, había c!ado órdenes de arriar un hote para proceder al salvamento, mientras avizoraba con sus prismáticos l~ movediza superficie del mar en todas direcciones. L.a. pequeña embarcación partió a grandes bordadas, impelida por cuatro remeros, a quienes acompañaba y dirigía el segundo oficial, dirigiéndose hacia el lugar donde se había sumergido aquel desdiehado. Pero en vano bogaron durante un gran rato por aquellos lugares, infestados de tiburones; alguno de estos tigres del mar se habría dado un banquete r::on el suicida. El triste suceso nos im:presionó a todos profundamente, y al reanudar el barco la marcha, supimos que el suicida era un japones que tenía una tienda en Iloílo y a quien se le suponía un poco «tocado», lo cual, por otra parte, suele caritativamente suponerse de todos los suicidas. Excuso decir que c!esde aquel momento hasta que arribamos a lloílo nadie habló a bordo de hacer ningún mal uso. Esto se puede probar con un vulgar ejemplo. Si Vd. me deja en depósito su reloj permitiéndome usarlo en tanto que Vd. no me lo pida, y en vez de conservarlo cuidadosamente, lo tiro al mar, es indudable que cometo una falta. Y si esto sucede con nn objeto meramente material, no habr:a de constituir una falta, y falta gravísima, el disotra cosa. Mis dos compañeros y yo, desgana- poner de nuestra vida destruyénc!ola contra la dos a media ,~omida por el suceso, optamos· por tomar café, dando por terminada aquélla, y entre sorbo y sorbo del aromoso estimulante, abordamos el tema del suicidio por todos sus flancos. Los tres estábamos· acordes en conc!en~rlo. Sólo el viajante de comercio, aficionado como yo a la lectura, y nada más que ;Por el gusto de discutir, salía de vez en cuando con alguna tita exótica y especiosa en pro del suicidio. Uña cuestión tan interesante, derivada del hecho mismo que acababa de suceder, forzosamente había de dejar algún recuerdo en mi memoria y tentarme alguna vez con el deseo de reproducir la parte más importante de aquella d'iscusió.1, que fué como sigue: --.Parece mentira--comentó el contador--qu~ un hombre pueda llegar al extremo de atentar a su propia vida. -Así es-asentí.-No se concibe que un ser dotado de razón llegue a ofuscarse hasta ese punto. -Pero no me negarán V ds.-arguyó el viajante---que hay en la vida circunstancias que pueden hacerla aborrecible. -No lo niege>-eoncedí ;-pero ¿eso qué prueba? -Que el hombre es dueño de acabar con lo que le estorba, ~i lo que c!estruye le pertenece, como ocurre con la vida. -Lo que V d. dice no es más que una 1petición de principio, pues precisamente lo que Se debe probar es esa pertenencia, y la sana filosofía y hasta el simple sentido común demuestran que la vida no es propiedad del hombre. -¿De quién, entonces? -¿De quién ha de ser, sino de Dios? Si el hombre se hubiera creado a sí mismo, podría disponer a su antojo de su existencia. Pero no siendo así, como nos consta a todos, pues que nacemos y morimos sin que nuestra voluntad intervenga para nada en ello, está daro que no somos más que usufructuarios temporaimente de voluntad de su únko y verdadero dueño que es Dios? -Estimo sus razones, pero vuelvo a lo dicho: que ciertas circunstancias especiales justifiran el suicidio. Vargas Vila, a propósito de esto, ha escrito dos máximas muy razonables. -Mal defensor ha buscado Vd. para su tesis. Si algun escritor necesitáramos para :p~rsonifi­ ear la negación y la ~ontrad'icción, podría para ello servirnos Vargas Vila. -Escúcheme, o mejor dicho, escúchele a él antes de juzgarlo. Dice Vargas Vila: «Si la vida es un fastidio, el suicidio es un derecho; si la vida es una infamia, el suicidio es un deber.» -Eso no es más que una doble falacia que me recuerda, por lo perniciosa que puede ser para gente de poco seso, el aforismo criminal de Hipócrates, que no hay necesidad de citar ahora. Si Vargas Vila creyese en lo que dice, si fuese consecuente con su d'ialéctica pueril, sería el primero en suicidarse, pues que sus obras, plagadas de aberraciones, dan a entender a cualquiera que son un engendro del fastidio en que funda el derecho al suiddio. Nada digo del falso a¡potegma de la infamia aplicándolo a su autor, pues no le conozco personalmente ni me gnsta estarnec:er a nadie, pero a juzgar por sus obras ... -Aunque así fuera, antes de condenar una teoría es preciso demostrar su falsedad. -Lo sé, y a eso voy. No hace falta decir que hablo como deísta y ériatiano y, por lo tanto, que mis razones se fundan en la existencia de Dios y en la inmortalidad del alma, principios de que dimana la verdadera lll;oral. Pues bien; si ta vic!a es un fastidio, !!orno dice Vargas Vita, el d'erecho del fastidiado será comb~tir el tedio por medios lícitos; el suicidio no es licito, según ese ;precioso Con de la vida, del cual no podemos L_..:::..::;::;:;;_;;:=.:.;;;..;....;.. ____ .._ __ ,. ]a ley moral, luego es falso el derecho aJ suicidio. La ilicitud en este cas"O se prueba con Jo que dije antes: no se puede disponer arbitrariamente de lo que no nos pertenece; no somos dueños de la vida, luego no ·podemos hacer mal uso ~·e ella o destruír1a sin incurrir en grave responsabilidad. Respecto al suiddio en cumplimiento d'e un deber, como expiación de una infamia, el precepto de Vargas Vita me parece m~s deseaSi se cree en Dios, porque no se puede llamar deber a lo que tiende a la infracdón de la ley natural, del orden mo1•t l, contn•poniéndose a los verdadero& deberes para con Dios, ,!onsigo mismo y con los ~emejantes. Si no se cree en Dios, porque el bien y el mal son entonces palabras sin ~entido, y la infamia no es tal infamiap ni tal deber el deber. De manera que Vargas Vila, o no supo lo que se dijo, o lo dijo por echárbe liado que el anterior. Si por infamia se en- ~-elas de filósofo, en cuyo caso Ya hemos visto tiende ]a deshonra de un individuo por faltas o delitos cometidos por él, que debE n ser expiados, el suicicEo, siendo como es un acto ilícito, en vez de ser una expiación constituye una falta más que se suma a las que originaron la de~·honra; por donde se infiere que el suicid'a, en tal caso, no es menos irracional y temerario que quien, para curarse de una quemadura, se arrojase a una hoguera. De consiguientep el deber del infame, tan torpemente expresado por Vargas Vi1a, no ES suicidars'e, s!no corregir sus yerros y mora1izar su vida. -En verdad que, juzgando cr~ianamente, esa varga~vilada no pasa de ser una patarata, una simpleza, -Y de cualquier modo que se juzgue. Creyendo en Dios o no creyend'o, no existe tal deber. que el pobre Vargas es a la filosofía totus alienus. Si no estuviéramos ya cerca de Ilo:']o, le citaría a Vd. un 1 precioso argumento de Tolstoy combatiendo el derech~ al suicidio; y digo de Tcdstoy y no de otros muchos pensadores católicos, para que no crea unilateral y exe:lusivista mi modo de juzgar Esas cosas. -Pero ¡si estoy conve~cido de que el suicidio es un locura! ¡Si lo que pre.tendía al citar a Vargas Vila era contrastar mis ideas con ]as de V<!·! -Que me place. Por lo demás, las ideas de Vargas Vila son muy antiguas. Hace más de dos mil años dr,culaban por Grecia razonadas por Hegesias y otros filósofos pesimistas, hastiados del hedonismo, que ponía o cifraba la felic-idad en el vientre. -Sin embargo, hombres tan sensatos, inteli- tentado, invirtió el prod'ucto de todas sus fatigentes y famosos como Empédocles y Lucrecio gas, y hasta el pan de sus hijos puede decirse, fueron S'Uicidas. en la compra de aquella hiperbólica moneda ger-En cuanto al primero, no está bien ¡probado mana. Y vino la «debacle»; de la noche a la que se arrojara voluntar:amente por el cráter del Etna. De Lucrecio se sabe que se ml!tó en un rapto de frenesí, lo cual le disculpa. ¿ Cómo iba a matarse a sangre fría un poeta que había tenido pa1!iencia y genialidad para estudiar la n2.turaleza en un poema de 7431 versos? -Quedamos, pues, en q~e el suicidio ed una temeridad ... -El suicidio es una tontería. Quien ponía est~, al paracer, extravaganta colofón a nuestros comentarios, era el· contador, que hasta entonces había permanecido silen ioso. -¡A ver, a ver!-inquirimos el viajant1:, y yo.-Venga esa opinión. -He dicho que el suicidio es una tontería y se lo Voy a l})robar a Vds. Los refranes y las coplas dicen más que todos los filósofos. No recuerdo ahora ningún refrán, pero sí una •!oplilla que viene como anillo al dedo al caso que voy a referir. Esta es la copla: El que pierde a su padre llora afligido, y el que pierde dinero se pega un tiro. «Tan cierto es esto, que el noventa por ciento de los que se matan son comerciantes o banqueros en quiebra. El suiddio heroito y sublime, como el de los numantinos o el de Bruto, son casos de excep1!ión. El hombre de mi relato no pertenecía a estos últimos. Paisano mío el tal, hijo de una familia pobre, no viendo porvenir en S'1l ¡patria, emigro a América, <!-onde tenia un tío solteron, rico y avaro, establecido como comerciante bacía veinte años en Venezuela. No obstante la tacañería de aquel pariente gruñón, a Jos diez años de servirle y a costa de grandes privaciones, logró reunir algún dinero, con lo que pudo regresar a España y establecer una tienda modesta de tejidos. Paso el tiempo, murieron sus padres, se casó, tuvo dos hijos y como no le iba mal el negocio, llegó a ser un perfecto y feliZ burgués. Pero llegó la guerra mundial, y con la guerra et auge del negocio, y con el auge la riqueza, y con la riqueza ]a ambición, y con la ambición su desgracia. Se aficionó a e~eculaciones arriesgadas, y al llegar la inflación del marco, ilusD y desamañana se encontró arruinado, descorazonado, sin valor ;para luchar de nuevo y con el rentordimiento <!e haber sumido a su famfüa en la miseria. ¿Qué hacer en aquel trance? ¿Pedir ayuda a su tío? ·Ni pensarlo; conocía demasiado su avaricia para esperar por· aquella parte subsidio alguno. Cavilando con la tenacidad funesta de la desesperación, llegó a sentir un desprecio absoluto hacia sí mismo, por ser él la sola causa de su desgracia, y como del desprecio a la a versión hay poco trecho, pronto le fué la vida tan odiosa, que <!ecidio matarse. Y u~a mañana, mientras su mujer y sus hijos estaban fuera de casa, sacó un revolver de su escritorio, se fué a la sala y allí, frente a un espejo, se voló los sesos. -Como Larra-comentó el viajante. -Cierto, lo mismo que Figaro en cuanto a matarse delante de un espejo; ;porque a Larra no le ocurrió, apenas muerto, lo que a mi infortunado paisano. -¿Qué más Je podía ocurrir-exclamé yo-que haberse matado? -Ahora lo sabrá Vd .. El mismo día de matarse llegaba a su casa un cable de Amérir!a, procedente de un notario, dando cuenta de que· el tjo del suicida había muerto legand-o todos sus bienes, una millonada, a aquel sobrino, su único pariente, que acababa de ir a reunirse con su tío en la eternidad. --¡Qué barbaridad! Verdaderamente que, en ese caso, fue una tontería el suicidi~afirmé yo despidiéndome de mis interlocutores para preparar mi equipaje, pues ya estabamos entrando en el río de lloilo. Y cuando, ya desembarcado, me dirigía al hotel, recuerdo que, 1~omo una obsesión, iba repitiendo el final de la famosa cqpla: . . . «y el que pierde dinero se pega un tiro.» ANGEL OVEJAS Fot6grafo Comercial 1832-C lnt. Azcarraga Sta. Cruz, Manila Tel. 2-51-39 De la 1Jclada de presentación dr la «Ratio Sti:diorum» clcl «N<>rthern College» celebrnda .en la Universida.d del Centro Escolar de Señorita.e;. En la fotografía: El decano S1'. Vfrzosa; Jos Rep1·esenta11tes, Sres. Saliven. Bafwga l/ Hernan:lo; el Presidente de la «Northern College» Sr. Bello; el P1·cside11te de la c.National Univer.c;ity», Sr. Tabuiiar; el d'?<:ano Sr. Bocobo,· y la S1·ta. D11mlao, el Sr. Nano y fa Srta. E.<;fre!la Alvarez, que aparece en el momento de declamar la poesía del Dr. Rizal, «J11re»f1fd Estudiosa». La Srta. Josefina Bayot, (centro) con el gru n de sus amigas. que aS1'stieron a la fiesta que con motivo de su cumpl.emios dió en su rem'dencia, de la calle Vcrmont, reinando en la reunión, la mayor alegria, en la que hubo juegos, sorpr<'sas y premios.