En la Playa
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Part of Estudio
- Title
- En la Playa
- Language
- Spanish
- Source
- Estudio Volume I (Issue No. 18) Mayo 5, 1923
- Year
- 1923
- Fulltext
- Mayo E S TU DI O 5, 1923 ' =: :=::=: :=:= : = : : =: :=:=:=: : :=:=:= =:=:=:=: :=:=:= : =:= : =:=:=:= =:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=:=: :=:=:= =:=:=:=:== Una Plancha de ''The Independenl.'' TRATA DE AYUDAR A LAGASCA, PERO NO PUEDE GANAR LOS MIL PESOS 1 El 28 del mes pasado tuvo un querido amia-o nuestro la /bondad ,de 1advertirnos de las andanzas de "The lndependent", el cual no quiere hacernos "gratfa" la propaganda, pero le preocupan nuestros escritos más de lo que nos podíamo;; figurar. Como saben los lectores de ESTUDIO, hace un m.es lanzamo.> un RETO a Pedro La· gasea, ofrec:éndole MIL PESOS CONANT si alcanzaba a demostrar alguna de las afirma· ciones malido.>amente lanzadas oontra Santo Domingo de Guzmán. Impotente Pedro Lagasca e impotentes todos sus compinches de redacción para llevar al cabo tamaña empresa, han dado la calla· tia por respue.>ta y ni siquiera han hecho alu· sión a reto tan excepcional. Pero, yá lo hemo.> dicho repetidas veces. "The lndependentª NO CONTESTA, PORQUE NO PUEDE. Si la impotencia no le atase las manos, reventara primero que de· jar de replicar. . - Y no lo decimos a humo de pajas. Careciendo de argumentos para· ayudar a Pedro Lagasca, ha andado de la ceca a la meca en busca de algo, de cuaJlquier cosa con que disimular su silencio ante el lector. Y ha hallado un cuadro de Pedro Berruguete, donde se representa a Santo Domingo En la de Guzmán presidiendo un "Auto de Fe". Y lo ha hallado en "La Esfera'', Año IX, Núm. 422, del 4 de febrero de 1922, pag. 2. Como chico con zapaticos nuevos, acudió al taller de un acreditado grabador de esta ciudad para encargarle una reproducción, pero manifestóle el artista las dificultades de la copia, por tratar;;e de tantos colores. Fuése entonce.; al dibujante Pineda, el cual hizo una copia acromática de la tabla, que la entregal:"on a 'Manila Filatélica, donde se ha hecho el clisé que aparece hoy en el semanero de •·calleja". Hacémo<le saber al colega anti-clerical pa· ra su tranquilidad, no haber conocido todos estos pormenores por ínspiración. El amigo levantó la liebre, otro no3 pre.>tó la escopeta '1 no hemos hecho sino disparar. Por mal tino que tuviéramos, no podíamos menos de dar en d blanco. ¡Y que estará blanco! Después de haber leído el anuncio a tres columnas que pusimos anteayer en nuestro colega "La Defensa',, y con er escrito publicado ayer en el mismo lugar. Tiempo no3 resta para ir haciendo comentar-los sobre esta partida de caza, que va a ser sonada. Porque, ¡ taday ! ¡planchas como es· tas . . . poquicas ! ¡Y tan poquicas, hermano! : : :: ~ Playa "ESTUDIO" Y UN HOGAR ~No; Pablo, no te esperaba: ¿Cómo te iba a esperar, si ni siqniera sabía que habias llegado a Manila? Y aunque lo hubiera sabido, nunca hubiese sospechado que a esta hora y en este lugar te ibas a presentar así, de sorpresa. ¡Estoy tan solo aquí todas las tardes! . .. -De donde deducirás que conozco al "Solitario," y sé cuáles son sus lugares favoritos. -Lo que deduzco es que a Fernando se le ha ido la lengua, y te lo ha contado todo. ¿No es verdad? -No es verdad. Fernando no me ha dicho, ni he nece~tado que nadie me dijese quién era "El SoUtario". Verás, Cuando ay'er llegué de Negros, fuí a visitarte; pero me dijeron que te habias trasladado a otra calle, cuyo número ignoraban. Entonces acudí a Fernando: le dí todas las señas genemles y particulares de tu . Vol. l. filiacióu; y cuando se convenció de que yo sabía que "El Solitario" eras tú, y le exp11se el deseo de verte cuanto antes, me dijo: A las seis de la tarde, en ·tal l11gar, lo encontrarás; solo, como siempre, recreándose con Sil playa, con SI! 111ar y con su soledad. He tomado el auto, y aquí estoy. Ya ves, fos seis---añadió mirando él reloj-la ho1·a q11c me señaló Fanando. -Gracias, Pablo. Precisamente por lo inesperada, me es doblemente agmdable esta visita, q11e de cora.zón te agradezco. Pero, esc11cha: ¿Por qué has dicho que no has necesitado que nadie te dijese qnién ern "El Solita1-io"? -Sencillamente; porque te conocí en ww de tus artículos; el publicado en el núm. 13 de Estudio. -¡Cómo! ¿Tú, tan aficionado a -9vivir do11j11a11esca111e11te, tú también {ees Estudio? -Sí; lo leo, y cada vez con mayor gusto y Ctl'idez. 1Vle s11sc1·ibí a principios de Ab1·il, después de leer el núm. 13, de q1te te he hablado. La1tra está con él encantada por lo qHe l11ego te diré, y· apenas lo recibe, deuora con afición sn lectura. -Hombre, a propósito. ¿Qué me dices de tu buenísima esposa? ¡Pobre Laura! No puedo olvidarla: ¡ha s1tfrido tanto! La verdad, q1te tienes 111w esposa ... -Que no 111e la merezco. Es mucha verdad, y así lo reconozco. . -¡ Va111os ! Pablo, no disparates. Quaía decir que tienes una esposa romo hay pocas. Es una alhaja. -P1tes; lo repito: no la merezco· o al menos, no he sido digno de ell~ durante unos años; aunque ahora, g;·adas a Dios . .. Núm. 18 ·Mayo· -¿QHé? -Ten paciencia. Me has preguntado por Laura. Está buena, y es fe1 i.: como no lo ha sido nunca. Lo demás, ahora lo sabrás: a eso he ven ido, a contártelo todo. Pablo hace una p,ausa, dnrante la cual se queda un tanto pensativo y triste. Luego pregunta: -¿Recuerdas el artículo que escribiste en "Estudio,'' el día 31 de Marzo, y que titulaste Evocaciones? -Sí: lo recuerdo. -¿Recuerdas que en él hablabas de tns años de niño, de tu madre, de Carmencita y Concha? -Sí; pero ... -¿Recuerdas lo que escribiste del llanto de tu buena madi·e, en la Capilla de la Solegad? --Sí, hombre, sí; pero, ¿a qué viene? . .. -Escucha. Fué el día siete de Abril: en uno de los principales pueblos de Negros. Unos cuantos amigos me invitaron a cenar, y accedí. Al ir a la cena me encontré con Ruperto, a quien ya conoces. Nos saludamws; y sin más me alargó un número de "Estudio". Lo tomé i<ndiferente, y con In misma indiferencia me lo puse el1rollado bajo el brazo. Después de cenar, ocupé un cómodo sillón para tomar el café. Encendí el tabaco, y por curi-Osidad ttbrí "Estudio", tropeza-ndo con tus Evocaci-Ones de Semana Santa. Su lectura me cmu~ó una impresión hondísima, que no pude disimular. Mis arwigos lo notaron; y todos a una preguntaron: Pero, ¿qué lees, Pablo? rmrece que te impresiona demasiado.-Sí; les contesté: el autor de este artículo ha esc1·ito, sin nombrarme, una página de mi edad de niño, cuya lectura me conmueve.-A ver, a ver; lee-gritaron todos. Leí tu artículo, impresionado, connwvido. Pues, bien; al termi?Zar, todos esta-ban callados, pensativos: iii una palabra, ni un comentari-0. Debiaon de recordar que habían tenido, como yo, una madre buena y santa; que los cubrió de besos, y· lloró mucho poi· ellos; y que esa madre ya no ex is tía. Nos despedimos. Y, créeme, por primera vez después de mucho tiempo, me retiré a casa a las diez. ¡Qué pensamientos, qué recuerdos bullían en mi m,ente al dirigirme a casa! Ya sabes la amistad que reinó siempre entre tu f amil-ia y la m.ía. El i·ecuerdo de aquella Semana Santa que evocabas en tu artículo, durante la cual íbamos los dos a la Iglesia con nuestras madres y hermanitas, hirió mi corazón de dolor. Recordé a mi ado'l'<l.da Lolita, muerta a los siete Vol L BITUDIO años, tan amiga de Carinenci,ta y Concha. Pero sobre todo, la memoria de mi madre era lo que más pi·ofundamente me penetraba y conmovía. Ya sabes que mi madre lloró ·mucho; y yo fuí la causa ... El pobre Pablo no puede proseguir. El recuerdo de las lágrimas de su madre anuda su garganta, y cubriendo el rostro con sus manos suspira enternecido, y exclama después de una pausa: ¡Pobre madre mía! Le dirijo palabras de esperanza y aliento; y algo serenado continúa así su interrumpida naiTación: -Llegué a casa. Laura se extrañó de verme llegar tan pronto. Algo deb·ió notar en mí, pues me dirigió al·gunas preguntas relativas a mi salud, a las que 110 contesté tranquilo y cariñoso. Ella entonces, siempre condescendiente, me preguntó dulce y amable: Pablo, ¿no vas a salir esta noche'l-Esa pregunta, hecha con tanta dulzura y delicadeza, in.e llegó al alma. No, Laura-le contesté-no salgo, ni saldré hasta mañana, para ir contigo y las niñas a conf ezar y comulgar.A tan inesperada respuesta hizo un brusco movimiento de sorpresa: me 1nri?·ó fijamente, con extmñeza; y sus labios dibujaron una sonrisa de melancolía, de duda. Entonces le hablé de tí, de nuestras familias; y le entregué "Estudio" para que leyese tus Evocaciones. Cuando se convenció de que la cosa iba de veras, sus ojos bi"illaron transfigurados por un gozo que . tenía mucho de cielo. Después de un mto, se retir6 a la habitación para preparar, según di,jo, los vestidos de las niñas. Como tardaba bastante, me dió que pensar su ~ardanza; y_ sin hacer ruido me llegué a la habitación. La puerta estaba entornada. Miré: y ... ¡qué cuadro amigo mío, qué cuadro! Ante aquel Crucifijo de marfil colocado sob1·e la me~a, ví « Laura arrodillada, y con el panuelo en los ojos. El corazón me dió un vuelco dentro del pecho: no pude más, Y entrando pi·ecipitadamente caí de rod¡illas a su lado. Volvw hacía mí su rostro, y al verme arrodillado, apenas pudo exclamer: ¡¡Pablo mío!! ... ¡Señor tened piedad!. . . N 0 pudo m , as, y continwi llorando. Fué 11n momento de enwción intensa. No te pued11 decir todo lo que entonces sentí. Sólo sé que lloré y· i·ecé con mi Laura. ¡Hacía tanto tiempo que no lloraba!. . . Cuando me levanté, era ya otro. Sentía en mi interior tanta paz, alegría y felicidad, como no la había senmdo desde los años felices de mi infancia. -105, 1928" Al día siguiente fuimos a. la l gle~ 0 sia. Comulgamos Laura, la niña mayor y yo¡ y de nuevo gusté todas las gratísiinas y consoladoras satisfacciones de la noche anterior; y algo más que no se puede explicar con r>alabras. ¡Ah! nó; nó: ni las diversiones, ni las 1uergas, ni los bailes y panquetes, ni todo ese vértigo de la vida mundana, serán jamás capaces de p; oporcionar al corazón una gota, sólo una gota, del to1Tente de dulzuras y deleites purísimos que yo gusté en esa feliz mañana. Volvimos a casa. Aun esto11 viendo a la pobre Laura con el rostro iluminado por la felicidad y alegría. Hal>laba y sonreía como un angel como lo que es. Abrazaba y besaba a las niñas sin cesar, ebria de amo1· y de gozo. Al mr/8111-0 canari-0 hacía más caricip,s que de costumbre. Parecía que su corazón no era bastante para gozar aquel torrente de felicidad, y a todos nos hacía particirmntes de ella. En fin, te confieso que nunca me sentí tan orgulloso de tener a Laura por esposa, ni jamás comprendí como entonces todas las dulzuras de la paternidad. ¡Con qué poco pueden _ los hombres hacer feliz el hogar, y convertirlo en paraisol He terminado. Todo lo sabes ya, Soy feliz y dichoso, como nunca lo he sido. Y a ves si bienes motivo para f eli,citarme. -¡Ven, Pablo, ven!-exclamé, t.endiéndole los brazos conmovido. Yo ~o encuentro respuesta ni felicitación como ésta--Y humedecidos los ojos, lo estreché con un abrazo fuerte, apretado, prolongadisimo. -Quiero ver a Laura, Pablo; quiero ver sus ojos cansados de llorar, e iluminados ahora por el gozo. ¡Oh, sí! quiero verla. -Ahora mi.smo: el auto espera. 'Vamos. -Desgraciadainente, no puede ser ahora. Son más de las ocho y a las ocho y m,edia dependo, como sabes, de la familia. Mañana, domingo, pasaré en vii-estra compañía un buen rato. -Y comerás con nosotros. --.Hombre... Bien, si. Pues sospecho que si me excuso . .. -Ni yo ni Laura te lo perdonar-ia'-· ?nos. Marchamos en-.el auto. En la Lu-neta nos despedimos. Pablo api'ieta con fuerza mi diestra diciendo: Adws: hasta mañana, sin falta.-Hasta mañana, Pablo. Adws. EL SO LIT ARIO. NúJl1. 18