El milagro del convento

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Title
El milagro del convento
Language
Spanish
Source
Volume II (Issue No. 49) Diciembre 8, 1923
Year
1923
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Diciembre vino el invierno y con el invierno el hambre y el fr.io", dice M ercereau, tantas veces citado por nosotros en estos apuntes, que hacemos pa1'a cuando se escriba la historia verídica y detallada de la tentativa de formación de una orden de monjes láicos. Frases como la de M ercereau nos encontramos a cada paso en las historias de los orígenes de todas las hoy grandes ordenes religiosas. También los primeros discípulos de S. Benito, de San Francisco, de Sto. Domingo, de San Ignacio hubieron de sentii' los rigores del invierno, el aguijón del hambre, los latigazos del f1'io y de la nieve. Tampoco ellos tenían donde guarecerse de las inclemencias de la noche ni con qué renovar las calorías perdidas con los trabajos del día. Léase la historia de las fundaciones de los grandes monasterios de benedictinos, franciscanos, dominicos y jesuitas, y lo mismo decimos de cualquier otra orden, y se encontrarán ejemplos a centenares. Pero . .. con una gran diferencia. En los conventos de verdad, aquellos en que moran hombres consagrados al servicio de Dios y con la única mira de hacer bien a sus semejantes, cual son los conventos católicos, el fria, el hambre el invierno son elementos que no matan, sino que dan nueva vida y 1'ejuvenecen. Como el hielo del invierno y las escarchas ayudan a la buena germinación y hacen que las raices vayan hondas, muy hondas, así los trabajos y el hambre y las persecuciones sirven a las órdenes religiosas para que sus raices se vayan ahondando más y más y penetrando en la tierra fértil del a mor y de /;a confianza en Dios. Un convento rico es un convento casi siempre relajado; un convento donde reina la verdadera pobreza es un convento de santos. Los primeros murieron siempre sofocados por su propia riqueza, los segundos prosperan y florecen. Ejemplos hay en la Historia que confirman plena y cumplidamente esta afirmación. Pero los conventos láicos . .. ¡pobretucos ! en cuanto aprieta un poco el hambre o el fria . .. Vol. 11. ESTUDIO adiós ¡mo1'ena!, todo se lo lleva la trampa, como le pasó a éste de Creteil, cuya i•erídicu historia venirrws ;·e/atando. "Cuando se tiene hambre y fria, escribe Mr. Mercereau, prior y único historiador de ln "Abadía láica", se nota ¡ay! que no solo de fe, de entusiasmo y de amor vive el hombre . .. ¡Ah! de qué nwnera el viento de la miseria sacude al débil ser sin defensa para derribarlo o, por lo menos, para hacer caer en el suelo los frutos del ideal! Nosotros, sin embargo, no queríamos abandonar nuestra labor, comenzada con tantas esperanzas y luchamos ¡Dios mío, cómo luchamos . .. ! Vildrac, Linard y yo, hasta el últnno instante, repartiéndonos lo poco que teníamoo para no nwi·irnos de inanición". Quien al leer ese parrafico tan sentimental, en el que se nos dCT cuenta de la muerte lenta . .. lentísima de la Abadía láica de Creteil, no se sienta conmovido tiene las entraiias de pedernal o de mármol. ¿Pero han visto mis lectores, cosa parecida? La fe, el entusiasmo, el amor, no son suficientes para que el hombre viva. . . Aprendamos alta y sublime filosofía. Y ahí están los santos, como Teresa de Jesús, que sin una blanca es decir sin un centavo, emprendió la fundación de sus conrentos y pudo ver terminados quince de ellos; ahí está S. Francisco que no tenía ni con qué mudarse y que no poseía ni un ducado y que cubrió con conventos de su orden toda la Eu·ropa cristiana y hasta la morería y la tierra de los paganos; ahí está Sto. Domin,qo que antes de emprender la fundación de su orden 1·enuncia a todas sus posesiones y que pareciéndole poco es'i, en el primer capítulo renuncia hasta aquellos bienes que servían para la manutención de sus hijos; ahí está S. Camilo de Lelis que pobre y desvalido se encarga de la dirección tecnica y administrativa y religiosa de hospitales; ahí está S. Juan de Dios, el pobre vendedor de libros que sin embargo levanta en Granada un Hospital de pobres; ahí está S. Cayetano que no solo no tiene nada, sino que hasta pedir prohibe a sus hijos y eso bajo voto sagrado. . . Y todos ellos, y sus -108, 1923 conventos numerosísimos vivieron, por que en ellos, que tenían fe y amor a Dios se realizó aquello de: "Buscad primero el reino de Dios y lo demás se os dará por ai"iadidura". Cuán distinto es el lenguaje de la impiedad y del ateísmo romántico del abad M ercereau y el de un S. Francisco de Asis, pongo por caso, cuando explicaba a Fr. León en qué consistía la verdadera alegría! ¿Pero y qué tuvo jamás que ver la impiedad con la santidad? En la cita nos habla M ercereau de Vildrac y de Linard. Pero ¿y los otros? ¿Habíase acaso roto in santa fraternidad franciscana? ¿Habían huido los otros héroes de la aventura? La respuesta a estas preguntas va a dárnosla el mismo escritor. Ella es la mejor apología que pudiera hacerse de las órdenes monásticas y de su duración y sostenimiento a través de los años y de los siglos, aun en medio de las mayores injusticias y de las persecuciones más atroces. "Había pasado lo que la prensa burguesa nos había predicho. La discordia y el egoísmo se enseñoreaban poco a poco de nuestros dominios. Jules Romain, desesperado porque no podía convencer a nadie de que todas las ideas de Le Bon, de Tarde, de Canudo él las había inventado, fué el que inició la anarquía. Luego fué el orgullo de Duhamel el que nos traicionó. Luego Barzun, furioso de que nadie lo admirase, habló de abandonarnos. . . Y así se inició el periodo de desilusiones, de amarguras, de traicione.~. de complots, de odios sordos, de bajas hipocresías, de .ataques por la espalda . .. " Y quien quisiere meditar y sepa hacerlo que lo haga. Podrá acusarse a las ordenes religiosas y a las comunidades de frailes de cua.ntos crímenes se quiera; podrá detestárseles, como a enemigos de la sociedad, del progreso, de todo lo bueno y de todo lo ju.~- · · to y racional; se los podrá califi- . car de asesinos, de egoistas, de avaros, de lujuriosos, de haber causado cuantos crímenes se le ocurran a la imaginacit5n más calenturienta. Mas cuantos así hablen y así discurran que nos expliquen el fenómeno de su perpetuación a través de los siglos. Nu:n. 49 Diciembre ESTUDIO 8, 1923 Si dentro de los conventos no hay una mano y una fuerza superior que preserve a las comunidades de la desintegración y de la muerte, que se nos diga el por qué de esa perseverancia. Ahí tienen el ejemplo de la Abadía de Creteil, fundada por jávene.s entusiastas y principiada con los mejore.s medios y bajo los más halagüeii,os auspicios. . . Mas como nadie la sostenía cayó por su propio peso. Si sus vicios, su egoismo y sus envidias mataron la vida conventual de Creteil, ¿por qué no mata la de los conventos de franciscanos, dominicos agustinos, recoletos, jesuitas etc. etc.? ¿Por qué? a misa y aunque si a mano viene comulguen con frecuencia. "Algo tiene el agua cuando la bendicen", dice el refrán. Algo debe haber en las órdenes religiosas que les da vitalidad y las preserva al paso de las edades. A los católicos filipinos que no pueden sufrir que se les llame fraileros ¡¡que abominan del fraile como del peor de todos los rntes, endosamos respetuosamente estas preguntas. Si es Dios quien sostiene a los conventos dígas~­ nos quien inspirará a sus enemigos, aunque vayan todos los días Y con ésto llegamos al último peldai'io y a la última jornada, que, Dios mediante, recorreremos en otro artículo. JULIÁN. ~~~~:!J'OO'"'~~~ry~~~~~~<V~~ 1 AL MARG~\';!Eg,E LA VIDA 1 ~.;;®'W'i~@~~<!:©m:<i~\!:<!€0:!:~,,~~ ~ no se lo explicaba, no se lo podía explicar ... Cierto que tampoco había puesto mucho empeño en escudriñar con detención los ocultos y misteriosos pliegues de su corazón entre los cuales se ocultaba quizás la cl-;ve de todo ello, en escuchar los sonidos de sus cuerdas mas recónditas y delicadas1 en cuyas dulces armonías había creído más de una vez adivinar el secreto de sus más íntimos sentirn.ientos ... ¿Para qué? ... ¡Se encontraba tan bien con aquella plácida y dulce melancolía, con aquella tierna y ensoñadora nostalgia! ... Porque era ahora· realmente tierno y melancólico el estado de su ánimo. Lo comprendía ella muy bien, aunque no acertaba a explicárselo. Venida al mundo en una mañana de sol, de aromas y de flores, nacida· en el seno de una familia acomodada, cuanto cristianísima y honrada, había sido siempre en aquel dichoso y feliz hogar el ángel más candoroso, rn.ás elocuente y consolador, la adorable ~riatura que, en cambio de los cuidados maternales, prodigaba a cuantos la rodeaban, con sus gracias y con su inocencia} una suprema felicidad. Aquella niña tan pura, tan graciosa, tan llena de encantos y atractivos vino a ser en el ameno jardín de aqu~l matrimonio modelo la flor predilecta, Ja flor mimada que todos a porfía cuidaban y regaban con esmero, con cariño, cual si presintiesen las bellezas que se encerraban en aquel capullo, cuyos pétalos comenzaban a entreabrirse. Y ella, fina y agradecida, con la coquetería con que ia flor favorita parece esparcir sus aromas y sus colores para corresponder a los afanes del solícito jardinero, correspondió también a la tierna solicitud de los suyos, de los de su hogar, llenándolo todo, todo con su eterna sonrisa, con su constante alegría y con su fresca juventud. Y no hubo, porque no podía haber, penas y amarguras en aquel hogar, que ella no disipase con la melosidad de sus caricias, ni nubes que em.pañasen el horizonte, que ella no desvaneciese con el cristalino son de su risa, ni dolores que torturasen los corazones, que ella no dulcificase con el bálsamo de sus besos. Porque eran contagiosas, verdaderamente contagiosas su eterna sonrisa y su constante alegría. A su lado no podía pensarse otra cosa· sino que era un regalo del cielo, el ángel bueno que el Señor enviaba al cristiano hogar Vol. 11. para protegerlo con la sombra de sus níveas alas y hacer su existencia alegre y feliz. Y ella, el ángel bueno, sin darse apenas cuenta de ello, habia intuido la verdad de aquellas palabras del poeta: "alegrar la vida es quererla y quererla es una manera de adorar a Dios que nos la ha: dado". Y por eso, por instinto en su infancia, por reflexión rr.ás tarde, por carácter siempre, alegraba cuanto podía· la vidu de los suyos, de los suyos que adoraban en ella y Ja c1uerían por hermosa y por buena. Y así fué pasando un año y otro, y los pétalos de aque~ lla flor fuéronse abriendo suavemente a las caricias de la vida, mostrando en cada· uno nuevos primores y peregrinas g·alas ... Y el capullo se hizo rosa. . . y las muñecas con que jugara de niña fueron dejando su puesto al piano, a las flores, a los bordados de la doncella'. Y un día, sin saber por qué, se vió plácidarn.ente, suavemente invadida de una tierna melancolía, que, sin robarle la paz ni la calma-, puso sin embargo en la sonrisa de sus labios un tinte ligero de dolor y en la alegría de su corazón un poso de sentimentalismo. Y ese tinte de dolor y ese poso de sentimentalismo, que quizás por ser las delicadas sombras de aquel cuadro tan lleno de vida, de luz y de color no lo advirtieron los suyos, los del hogar, añadió una belleza más a su belleza y una bondad más a su bondad. . . "Que nada más triste,-como ha dicho no sé que autor-que un alma incapaz de entristecerse", pues el que no ha sufrido nunca una: decepción, no ha podido jamás enamorarse de lo ideal y aquél que se contenta con tierra ha perdido el recuerdo del cielo ... Y por eso ahora, en aquella nueva fase de su corazón, en aquella nueva manifestación de su espíritu, agradábale muy mucho, cuando la tierna y dulce melancolía se cernía sobre su alma, ir a ocultarse en la soledad de aquel rincón favorito del jardín de su casa. Era aquel rincón favorito una suave ladera del monte que .detrás del jardín se extendía y que unas manos hábiles y un delicado gusto de artista había convertido en poético pensil, en vergel de flores y en manso y plácido retiro que a la meditación y al silencio convidaban. Había en él, formado por musgosas piedras, un pequeño lago artificial, en el que se precipitaban las aguas de un riachuelo cantarín que bajaba del monte: servían le de cerca espesos árboles y arbustos florecidos, en cuyas rama'S cantaban la vida y el amor pintados pajarillos y al fondo de este cuadro de verdor perenne, en la misma margen del lago, sobre tosco pedestal de piedra, cuajado de trepadoras enredaderas, se alzaba esbelta y airosa, como un copo de nieve, como un jirón de gasa· arrancado a la túnica de un ángel, una imagen de la Virgen, que el lago se complacía en re~ flejar en sus tranquilas aguas. 11- Nurn. 49