Un asilo de Pajaros.pdf

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Part of Semana Revista Ilustrada Hispano-Filipina

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UN ASILO DE PAJA Eran las once de la noche y dábamos vueltas y más vueltas aj arco de Monteleón. El poeta Ma­ nolo “el Pollero” nos había dicho: —¡Que sj, hombre, que sí; que en Madrid hay un asilo de paja’ ros! —¿Dirección? —Cerca del cine Dos de Mayo. Yo lo he visto. Madrid es ilimita­ do. ¡Si fuera en Montmartre ya estarían haciendo reportajes!.. Preguntamos en una tasca que está abarrotada de gente. —¡Venimos a visitar a un pája­ ro enfermo!........ —Sí, algo hemos oído de eso, pero no sabemos.. El sereno de la calle de Malasa fia nos lleva al de la calle de Rifiz; ^1 de la calle de Ruiz, el del Dos ¿e Mayo. —¿Buscan el teatro Maravillas? —No, Buscamos un asilo de pá­ jaros. Un sanatorio de aves que hay aqui cerca. El sereno nos lleva ante el nú­ mero 2, y, como el cicerone que muestra “Las lanzas”, de Velázquez, exlama: .—Aquí es. Es un señor muy cuioso. Vuelva usted de día.. Nos hallamos ante un piso ba* o, un sótano con puerta y dos entenas, pintadas con decoracio* es de teatro. Coldres frescos, ale­ gres. Hay pintados pájaros, ma* etas, balaustradas, árboles.......... Una muestra que dice: “Asilo de aves”.Y un letréro, colgado, en el que puede leerse* “No se venden pájaros. ¡No molesten!* Volvemos de dia. La casa está cerrada, igual que fie noche. Preguntamos en la car­ nicería de la esquina: _ ¿Por dónde se entra ai Asilo de Pájaros. —Por la puerta que está pinta. ¿Es que no le abren? —No. —Habrán salido. Cuando salen, erran. ¿Venía a verlo? —Sí. —Emilio Canguas. —¿Vive solo? -—No; con su señora. Llame us­ ad fuerte. Tuvierdn antes oitra. asa, que llamaban <fla casa de us Mirlos”. Volvemos. Las modistas de un taller de nfrente miran por los cristales uestos movimientos. Seguimos lia mando. Tienen cara de pensarAlgún chiflado de I03 pájaros-” De pronto, una voz: —Un amigo. Por Gil c —¿De quién? —Suyo y de los pájaros—deci­ mos. —El paso, franco. La puerta se abre, y nos en­ contramos en una casa de Hono­ rato de Balzac, con personajes arracandos de sus ilbros. También nos recuerdan a los Durtal, los famosos campaneros de Huysmans. Estamos en una pieza llena has­ ta el techo de trastos, objetos, ca­ jas de puros, quincalla, papeles, vitrinas, frascos, jarrones de por­ celana, una piedra de afilar, mue­ bles viejos, cachivaches infinitos. —¿Puedo ver la casa? —Si, señor; pase usted. Y per­ done, porque estoy todavía cojo. ¡ La maldita ciática!.... Es un hombre muy delgado, do setenta años, con el pelo blanco en desorden. Seguramente, Diógenes era así. Es una cabeza de es­ tudio, un viejo de película, Le ayu­ damos a ponerse la americana. Lleva un chaleco negro que le cw bre todo el cuerpo, y al cuello, una bufanda. —•Pase usted y vea¿. La segunda estancia está cu­ bierta por decorados de teatro que representan palacios, terrazas, jardines. Todo muy caprichoso y con motivos y flora tropicales. A la entrada de un edificio, un bus* to y un letrero: “Don Emilio Yanguas. 1933.” Los decorados de las otras paredes representan moti­ vos andaluces» jardines, ventana­ les, rejas. —¿Pinta usted? —Sí, Todo lo he hecho yo.... —¿Se compone usted mismo los colores, como Leonardo? —Sí. Yo me lo hago todo. Me gusta, me distraigo. ¡Ahora ya no veo bien! Tiene botes con colores entre otros mil objetos: nuevas pilas de cajas de puros, un cajón con un hule que sirve de mesa, un rinchero, montones de cosas inservi­ bles, una pila de platos que se ab­ re y hay dentro cinco hueveras para presentar huevos pasados por agua con leyenda francesa antigua' refiriéndose al Rey Dagoberto.. En esta habitación, a’egres paj arillos vuelan por encima de nos­ otros,y cantan como en los árboles de una alameda. En un columpio hay cinco o seis. En la mesa, tres jaulas con otros tres. Las jaulas e Madrid están abiertas y los pájaros en­ tran y salen. Hay verderones, ji’gueros, canarios, gorriones, tordos, mirío. Nuestros pies tropiezan con algo. Son dos pichones blan­ co. De pronto pasan dos gallinas cacareando. Allí todas las aves se entienden, todos son amigos. —¡Emilio!.. ¡Ven! —¿Quién es Emilio? —El gorrión, que está en la jaula. No quiere salir porque les ha visto, pero ahora saldrá. Efectivamente. Don Emilio 1c muesta un cañamón y el gorrión sale de la jaula y se pasea muy ufano por la mesa. —Está ya curado. ¿Qué le paso? —Cayó de un alero a la acera. Le traje aquí muy pequeñito y le di café con leche. Ahora ya no lo quiere tomar el muy fresco... El gorrión está gordísimo y nos mira de modo insolente. —¡Gayarre! Canta. Tiene un voz muy bonita, que ha­ ce honor a su nombre. Y Gayarre empieza a cantar. —Aquellos son “Los tres mos­ queteros”, porque siempre están juntos... —¿Pero es efectivamente un asilo? —Pues sí, porque pájaro que me traen herido o lesionado, pájaro que curamos por afición. —¿No tienen ustedes hijos? —No. Hoy tSiu hijo3 cualquie­ ra. ¡Hoy los lvjjs los mantiene el Gobierno! Aparece la esposa de Don Emi­ lio, urna señora de muy poco me­ nos edad, envuelta en una bata, que va y viene con cosas. —¿Como se llama usted? —Anastasia. ¿—Madrileña? —No, de Toro. —¿Felices en matrimonio? —Felicísimos, gracias a Dios. ¡ Las mismas aficiones!... —¿Ha conocido usted otros paí­ ses? —Estuve varias veces en Fer­ nando Poo. Primero solo; luego, con ella. —¿Y les gustaba? —Si. Ya lo creo. También hu­ biéramos querido ir a Cuba. Don Emilio ha sidK> vendedor" ambulante en el Rastro madrileño del “Rastrillo” de Monteleón, y ha vivido muchos años en la calle de la Palma, en una buhardilla que tenía decorada de modo muy orí ginal. —Nos echaron porque compró la casa otro señor y entonces se podía hacer eso. Ahora no nos hu­ biera echado nadie... Cuando, fui a]- Juzgado y vi cómo abrazaban y recibían al nuevo propietario les dije: “Señores, me marcho, porque no tengo nada que hacer aquí”. El suelo de la casa es de tierra y arena para que se paseen los bichos. —¿No tienen gato ni perro? —No; sería un peligro para los pájaros. Curioseamos otras cosa». La9 cajas de puros contienen infinita variedad de piedras, abalorios y cuentas de pasta para collares e imitaciones. —Las joyerías vienen a buscar­ las aquí cuando hacen imitacio­ nes. —¿Y detrás de este te'ón? —Una colección de «ellos. Loa pájaros siguen trazando zig­ zags sobre nuestras cabezas. Los pichones se arrullan: la s-eñora da una voz a la gallina y viene.. , —¿Son agredecidos los pájaros? —Mucho. Menos los seres huma­ nos todos son agradecidos. —-Y en verano, ¿no se le esca­ pan 7os pájaros con todo abierto? —En verano los saco a la ca­ lle. Los vecinos los conocen. Nos despedimos del matrimonio: —Adiós. Ya sabe que ha tomado pose­ sión de su “jaula”... “He aquí—pensamos—un matri­ monio felifc, que vive como quiere”. Salen a despedirme hasta la puerta, muy señores. —¡Vaya con Dio»! ¡Y no deje de venir en primavera!.... ¡ Los telones estarán cubiertos de ho­ jas! ... PARA PIORREA DR. E. R. ALDECOA COLLEGE OF ORAL AND DENTAL SURGERY 858 Oroquieta Tel. 3-81-71
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1954
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