En el malecon

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Part of Estudio

Title
En el malecon
Language
Spanish
Year
1923
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Agosto ESTUDIO 25, 1923. 1 ~ t 1 1 EN EL MALECON Era la hora ¡;lás'ica del pa - .ced, El sol se iba acercandV> hacia el horizonte pere.wsamente como si le doliera abandonar p~r algunas horns nuestro hemisferio. El cielo estaba ser~­ nr:, pero soplaba un ventari:on demasiwlo fuerte para pennittr el plácido disfrute de las idas 1' venidas a lo lai·g!J de;l Bonlevard. El mar presenta/)(! el aspecto agitado de las horas que preced~n a la tempestad, y el siseo de las olas inquietas 11 errabundas preludiaba yá el tema dei tomporal. La mayoría de los grupos de la Luneta había optado ¡;ar acogerse a los bancos desperti.aados por la planicie: Los acordes de la Constabulana lleuaban hasta nosotros a retazos, en los mezquinos campa.ses de espera del aquilón. Pude comprender por ellos que estaba ejecutando "Lucia". C~mo ninguno .de mis amiqo.o. hubiese acudido aquella ta.rde a la Luneta, sospechando con razón que no podríamos dar las vueltas acostum1,radas en la agradable compa11ia de nuestras amiguitas, encontl'ábame solo 11 me retiré a los peilascos de la orilla, ¡con tan buena suerte que dí con un cobije donde, defendido del viento. pwlía contemplar toda la bahía, ::;n ser visto de nadie que se acercara por aUí. Parecia aquello un obseri1atorio labrado de intento por algún enamorado de la soledad. La marcha descendente del sol. que había yá desaparecido tras el pico de Mariveles, iba .de.iando la Luneta en la oscuridad. No habían trascurrido aún cinco minutos desde mi toma de po.oesión, cuando pe1·cibí una vocecilla femenina, de ti'n1bre musical, que por momentos aumentaba de intensidad. Era evidente que se acercaba donde me hallaba yo, y lme figuré que vendría acompañada de al.auna amiga a [Juarecerse en aquel mismo lugar. Mi pul::ación correspondía a la de un febricitante 11 en mi cabeza reuoloteaban las ideas como una 11iubc de g.orriones sorprenr/¡idos en desenvuelto saqueo por la pedrada del labrador. Senti nccesos .de tos, como ocurre en tales a.puros, e hice esfuerzos por ahos;arla, porque no me descubrieran hasta tenerla junto a Vol. II. mí. De pronto, oí una voz masculina qne, en aquellas circunstancias, se me antojó profundamente antipática, pues cortaba de un tajo las alas a mi ilusión. -; Quieres que nos sentemos aquí? -Como quieras, repuso ella con una entonación que me sonó a trino '·de ruiseñor. En aquel mismo instante calmó un tantico el viento y llegó hasta allí el eco de los cornetines que ejecutaban el lindís4mo dueto de Bettina y Pippo en "La Mascotte''. La \ooreja no daba muestras de interesarse gran cosa por la música y continuaba ella, después de haberse sentado ambos sobre la rnca en la cual me hallaba yo, narrawlo las peripecias de su encuentro con un amigo .de la infancia que del extranjero acababa rie llegar. Este muchacho de su misma edad había manifestado inequívoca inclinación hacia ei1!a antes de marcharse a Eurova. y hasta continuó escribiéndole durante bastante tiempo. sin que ella mostra.se interés alguno por sus misivas, yá que no recordaba haber contestado sino a una media docena, 11 ,oaun P,SO por mera cortesía. Tan corta em la distancia !JUe de el/oe me separaba que oía la conversación como si fuese su interlocutor. De improviso, le interrumpió él para decirle con cierto tonillo de reconvención: -Dicen que es joven de mucho talento y le espera gran porvenir. -Así he oído decir a cuantos le conocen 11 saben los brillantes re.eultados de sus estudios, contestó ella con una candidez oue descubría a la lequa no haber comprendido a dónde iba él. -; Y a tí qué te par~ce, Marieta? -Yo no puedo decir nada de su carrera. pero, a juzgar por la conversación, parece muy despierto y se expresa con maravillosa, soltura y naturalidad. -Es otro buen partido que se te presenta. -Miguel, ;, te he dado 110 alnún funrlamento po,ra eeos celoR tan desatinados? El timbre de voz de ella hahía verdido la ai•monio.qa flexibilidad de la narración pasadn 11 la pre.aunta salió de sus labios so>stenida en la misma -6nota y con las sílabas dislocadas, como cuando tratamos de zaherir a persona muy querida, reprochándole su ingratitud. -Dispensa, Marieta, pero es que cuanto mejor te voy conociendo, más te quiero, y a medida que aumenta mi cariño hacia tí, aumenta progresivamente el temor de perderte .. . -Pero, de un temor inmotivado, nunca debes hacer arma contra mí. Cuando te cuento todo .... -Dispen5a, te digo. Y á sabes que no hay amor sin celos. -Comprendo. Mas los celos son la puerta por donde entra la desconfianza, y la desconfianza es la ruina del amor. . . Así, a fuerza de querer, s,e llega a las veces imprudentemente a no quererse. -¿Y me quieres mucho, Marieta? -A las pruebas me atengo, Miguel. Nuestras relaciones no son de ayer, y tiempo has tenido de conocer que no entiendo el amor co·mo la rnayoría de esas chiquillas casquivanas que a la primera semana se dejan arrancar un besito furtivo y fugaz del novio, y tan a la carrera descienden P01' el plano inclinado de las concesiones, que para los dos meses. . . nada tienen yá que dar. -Es verdad, Marieta. Dentro de unos días se cumplirá e'i año del comienzo de nuestro noviazgo, y esta es la hora en que no he recibido una de esas muestras tan apetecidas de a/mor. ·-¿Muestra de amor un beso? ¡Psh! Tú no conoces a la mujer. Nosotros hemos hecho del beso, como de las lágrimas, un a1<ma, y nos entregamos al llanto y besamos, según las insinuaciones de una estrategia peculiar. El hombre nunca podrá rastrear esa peculiaridad femenina y toda sii "fuerza" se estrellará siempre contra la aparente "debilidad" de una mujer que llora o de una mujer que besa, como esas inquietas 11 diminutas olas se estrellan contra las rocas del Boulevard. -Por Dios, Marieta, nunca me hablaste así. . . -Tampoco me has reprochado hasta ahora mi conducta para contigo. -No fué reproche, Marieta, Núm .. 34. Agosto fué un deseo muy antiguo, reprimido hasta hoy por tu comportamiento singular y manifestado hace un ratillo, porque me parecía aceptable la ocasión. -Te advertí der.de el comienzo de nuestras relaciones que no esperaras tropezar con alguna de esas jovenzuelas sin seso, a cuyo juicio no alcanza el noviazgo mayor importancia que un baile o una jira, teniendo a su favor la ventaja de la duración. Y lo que debiera ser escuela de mutuo conocimiento, queda convertido en el eterno coqueteo de la mariposa ¡¡ la llama del candil, donde, al cabo, sucumbe el gracioso insecto a la acción del fuego, sin haber causado en la luz sino una pasajera impresión. En los noviazgos fracar.ados, la víctima es siempre la mujer. -Yo creo que tanto puede perder ella como él. -Te engaiías, Miguel. Vosotros, los hombres, podéis aportar al matrimonio 1.fna carrera, un porvenir brillante, un apellido ilustre, la aureola de la fama .... Soñáis acaso con una mujer bella, acaudalada. Pei·o todos exigís de ella un nombre sin mancha. ¿No es así, Miguel? -Es verdad, Marieta. -Si eso es verdad, dime con toda franqueza quién es la víctima en toda ruptura de rel.aciones. -No cabe duda. Según tus acertadas observaciones, /,a mujer. -Y siendo eso así, ¿te lamentas todavía de haber tropezado con una chica que. a punto ¡¡á de casarse, no te ha dado aún ninguna de esas que llamas equi1•ocadamente muestras de amor? -No me lamento, Marieta. Me glorío de ello, porque ese proceder es una garantía de tu futura fidelidad. Pero si esas que ¡¡o conceptúo manifestaciones del amor, no lo son, ¿podrías decirme cuáles sean las legítimas en tu estVm.ación? -¿Te acuerdas que en cierta coyuntum te dejaste decir que no te agradaría casarte con mujer aficionada al baile? Pues, yo nunca lo fuí mucho, mas recigí la alusión y jamás he vuelto a bail.ar. ¿Has echado en olvido que mostraste una vez mortal antipatía hacia dos de las más íntimas amigas de mi familía y me hiciste saber las consecuenci.as que te acarreó su ligereza en el habl.ar? Pues, debiems haberte yá enterad o que no /,as he vuelto a tratar con intimidad. Conocí otro día que no mirabas Vol. 11. ESTUDIO con buenos ojos a Leopoldo, y hasta tenías celos de él. Y tú has visto cuál ha sido mi táctica después. Recuerda aquel/,a velada en mi honor que, por complacerte, sw:pendí, sin dar que sospechar. Acuérdate de aquellos Juegos Floiales donde, poi· unanidad, me nombró Riena el Jurado, y, suponiendo darte gusto, 1·enuncié con sorpresa general. Trae a la memoria . .. -Basta, Marieta, basta. Pei·dona que haya cometido antes la injusticia de lanzarte una indirecta con motivo de la llegada de ese antiguo amigo de tu familia. Perdona, Marieta. -No me ofendí, Miguel. Pero quisiera que aprendieses a distinguir en lo futuro el verdadero cari11o, de esas otras caricaturas del amor. Es esencial ese conocimiento para la seguridad de la paz del hogar. Ten presente que la muje1· besa al perrito de casa cien veces al día, y llora coptos<11mente por la muerte de un canario o el rasguño de su vestido favorito. Sólo cuando ama con locura sacrifica todos sus caprichos poi· contentar al ídolo de su corazón. Y, no lo olvides nunca, yo he quemado en tu altar cua!'r quiera d.e mis aficiones, al comprender que el humo de semejante incienso había de causarle algún placer. Eso es amar. -Cierto, Marieta. Eso es amar. El viento había amainado. La brisa continuaba rizando las aguas de la bahía, en las cuales se reflejaban y desaparecían alte1·nativamente, al compás del movmiento ondulatario las lucecillas suspendidas de ios mástiles de las embarcaciones anciadas dentro del rompeolas. Marieta y Miguel habían cortado ia conversación, al sentir en su¡; corazones el acariciante aleteo del amor. Cansado de permanecer en la misma postura y falto además de la fuerza de resistencia que me diera hasta entonces ta curiosidad de escuchar la charla siempre intei·esante de dos enamorados, trepé por la arena a favor de la oscuridad, yá completa, y algunos metros más alla. ascendí silenciosamente a las rocas, desde donde pudiera contemplar a la feliz pareja. Miguel tenía entre las su¡¡as las manos de Marieta y la mirada de ambos parecía perdida en ia lejanía del horizonte, mientras sus almas se embriagaban quizá de la ilusión de un po1·venir saturado de felicidad. Al tenue reflejo de las bujías del malecón -725, 1923. pude divisar la fisonomía de los dos. Marieta debía de ser de mediana estatura, de rostro bellísimo, con pronunciado perfil griego, de busto libremente desarrollado a lo Giorgione y una abundosa cabellera que pudiera competir ccn la de la Venus de Bouguereau. Miguel era bastante más alto, de cara algo ani·iiada, de recia musculatura y to1'So escultural. La mezquina iluminación no me consintió ver más. No quedaban yá en la Luneta sino algunos grupos rezagados. Yo tomé el camino de casa, musitando, mientras lanzaba la última ojeada a aquel cuadro digno de Rafael: "¡Dichosos los que se aman así!'' @-JOSECHU. 0 r:: We;-::a.7 8~~e~ RIU ~ C-&iady~rtdld. ~'t, ~-:::=1;:-'u • MONTURAS pl~'t~.tt POATFOLIOI CINTURON CAAJlRA¡ POllAMOltfO.U ffALLAZOO Se ha encontrado en 1 ntramuros un porta= monedas de se ñ ora conteniendo veinte pe= sos con veinte y cua= tro céntimos. Previa identificación se en= tregará el portamone= das con su contenido a quien demuestre ser su dueña. Administración de ESTUDIO. ~>------------------<;, r.~-----AVISO Por haberse agotado la edición de casi todos los números preceden= tes de ESTUDIO, no podemos servir su s= cripciones nuevas sino desde el mes de agos= to. Aun quedan, sin embargo, algunos nÚ= meros atrasados que podemos servir previo pago de P0.40 por ejem= piar. -------------.• Núm. 34.