De X 'a XII

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Part of Excelsior

Title
De X 'a XII
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
ELLO !--preguntó entre dientes Mr. Smith, el jefe de policia mientras maldecía de todo corazón al inoportuno que le molestaba por teléfono a horas tan tempranas de la mañana, y precisamente cuando menos ganas tenia de dejar el lecho. -Soy yo, jefe-le contestó una voz. Mr. Smith conoció inmediatamente aquel timb1·e de voz y su rosti·o se animó por una itlegría iepentina. -¡Ah!, ¿eres tú, Alberto? -El mismo que \'Íste y calza, jefe. -¿Has consegúido algo? -Precisamente, por eso le he molestado. Y a tenemos a nuestro hombre y por más señas, pasará todo el día de hoy y de mañana en la hacienda de don Pedro Balbuena, el rico hacendero de San Pablo, Laguna. -¿Dos días? -Sí, el señor Balbuena celebra en su casa una gran fiesta que comenzando hoy, sábado, durará hasta mañana la tarde. -¿Ha sido invitado nuestro hombre? -No se decil'le jefe, pero ya sabe usted que nuestro amigo no suele esperar invitacione~. -¿Estás seguro de poderle echar el guante esta noche? -Segurísimo, señor. Le ruego, ~in embargo, no se atrase y lleve algunos hombres consigo por si los necesita semos : - - Muy bien, al mediodía eStaremos allá. -Entonces, jefe hasta luego. -Hasta luego, hombre, y buena suerte. -Gracias. Mr. Smith colgó el auditivo del teléfono y luego se restregó las manos con satisfacción mientras murmuraba por lo bajo algo nervioso. -No hay duda. Alberto es uno de mis mejol'eS agentes y sobre todo muy testarudo. Lo que es esta vez, no le arriendo las ganancias al pobre "Conde". El infeliz no sabe con quien se ha tocado. La mansión de don Pedro Balbuena uno de Jos hacenderos mas ricos de San Pablo de la provincia de Laguna, se alzaba aristocrática y orgullosa en uno de los terrenos más altos de aquel pueblo, rodeada de viejos árboles frutales de todas clases. Era una de las casas más grandes y mejor construidas de aque:la localidad, y todas las comodidades y elegancias que tenia, acusaban claramente la gran ·fortuna de su due· ño. En el preciso momento en que la describimos, sus hermosos jardines se haJlaban ya llenos de invitados que por el vestir y por el trato, demostraban ser todos personas distinguidas y pudientes de aquel lugar algunas, y otras de los pueblos circunvecinos y de Manila. Don Pedro, ayudado de su linda hija Rosalía, se hallaba muy atareado haciendo los cumplidos de la casa. Acababan de dar 18t5 once, y el último invitado tl'aspasaba la puerta de hierro de la gran verja que rodeaba la señorial mansión de los Balbuena . . La orquesta había roto el silencio con sus acordes e inmediatamente la sala se llenó de jóvenes parejas que se entl'egaron por completo a las delicias del baile ... Pero don Pedro, el amable anfitrión, no estaba del todo satisfecho y en su rostro se podía leer cierta ansiedad . -Dios mío-exclamó como hablando consigo mismo -seria terrible. Pero temo no engañarme. No hay duda, aquel individuo que he visto tan callado y con aire tan sospechoso es el "Conde", el célebre bandido de quien se han ocupado tanto los periódicos. Y sin embargo, no puedo hacer nada por ahora. Primeramente porque podría ser víctima de una lamentable equivocación y después porque, de ser él, podría armarse un escándalo y entonces ¡ adios fiesta! No, lo mejor es callar y estar ale1·ta. Por de pronto avisaré a Rosalía para que esté también sobre aviso. Y subió de dos en dos los peldaños de la escalera· y entró en la gran sala en busca de su hija. Viendo, sin embargo, que no se hallaba entre aquellos invitados, volvió a bajar al jardín y estU\'O recorriendo con la vista todas las mesitas artísticamente repartidas a la sombra de los árboles y en las que el resto de Jos invitados, los menos entusiastas del baile, tomaban algunos refrescos. De pronto el viejo no pudo evitar un Ji. gero temblor. En una de las mesas más arrinconadas del jardín se hallaba departiendo alegremente Ro!'ialia con un hombre. Don Pedro reconoció en él al individuo sospechoso, al invitado "no invitado" que tanto le preocupaba. Sin embargo, reponiéndose inmediatamente, se acercó a la mesita y dirigiéndose a su hija: -Rosalia, quisiera decirte dos palabras-y luego al desconocido: -Con su permiso, caballero ... -Usted lo tiene, señor-contestó el dese nocido levantándose y haciendo una ligera inclinación de cabeza. Don Pedro llevó a su hija a cierta dlstancia y cuando ~e aseguró que nadie podía o irles, le dijo: - Oye, Rosalía, ;,recuerdas lo que decían los periódicos acerca de cierto bandido a quien se le apodab!l el "Conde", por su finura y buen tl'ato? - Sí, Papá; lo recuei·do perfectamente y según tas últimas noticias ha logrado evadir. !'<t de la cárcel. - Ahora bien, contéstame a una pregunta. A e.se joven con quien hablabas muy entusiasmada, ¿le has invitado tú a la fiesta? -¡Cómo, papá! ¡Sí es su invitado! ¿A qué ya se ha olvidado usted? - ¿Mi invitado? - Me lo acaba de decir. -No hay duda ¡es él! ~Quiete usted decir que . .. -Que ese homb1·e con quien hablabas no es otro . . . que el "Conde" ... y el viejo no puc!o continuar, porque solo pronunciar aquel nombre le daban e~calofríos. - Pero papá--exclamó su hija con tono de jncredulidad - si ese joven es tan amable y sob1·e todo tan simpático . .. -Ya vec; lo que decían los periódicos de él, que E"s muy simpático, que parece muy bien educado y no sé que otras cosas más tretas de que se vale el muy pillo para engañar a }05 viejos y fas: inar y atraer a loe; jóvenes. . . ¡Hombre! a propó~ito y hablando de ctra cosa, ¿has visto a Antonio? Que guapo viene, ¿verdad? Ya ~e ve que le ha sentado la temporada de vacaciones en c;u provincia. Me ha prometido venir. No sabec; cuanto me alegra1·ía Rosa ía que se interesara por tí. Es abogado, joven, guapo y un chico de porvenir, ¿qué más quieres Rosalía? - Tienes razón, papá, pero aún no me ha intereeado. Quizás más tarde, cun.ndo le conozca mejor .... En aquel momento sintió Don Pedra que una mano se posaba en su hombro y una voz conocida le decía : -¡Hola, Don Pedro! ¡Cómo está usted,! ¡tant~ tiempo sin vernos! - ¡Antonio !-prorrumpieron simultáneamente padre e hija reconociendo al recién lJegado. -El mismo señores. ¿cómo están ustedes? -Muy bien, muy bien, ¿y usted? - Bien, gracias. Rosalía creyó prudente dejar solos a su padre y a Antonio. A ella no le agradaba mucho aquel joven. Así es que so pretexto de que tenía que ir a hablar a algunas amigas se alejó. Sin embargo, poco antes de dec;aparecer por el vestí· bulo de la puerta, echó una úJtima ojeáda al joven misterioso que a Ja sazón continuaba aún sentado en el mismo sitio y algo pensativo. -Es raro- murmuró-tan simpático y tan amable. Pero su actitud es en verdad algo sospechosa . Durante la comida el tema principal de la conversación fué el célebre bandids> conocido con el apodo de el "Conde", y sus fe::horías. Las Eeñoras se extremecían de miedo mientras que los caballeros, principaimente los más fatuos, aseguraban haberlo visto personalmente, y se habló tanto del bandido, que la fama de éste tomó en un momento colosales proporciones para todos los presentes en aqueUa fie.Sta. La conversacién había sido iniciada por el propio don Pedro, con ánimo de observar que imp1 ·esión causaba en el desconocido que a la sazón, por obra y milagro de Rosalfa, ocupaba un sitio en la mesa al Jado de Ja joven. A Rosalía, sin saber por qué, le atraía aquel rostro moreno y varonil de aventurero, y le agradaba oir aque11a voz llena y suave que a ratos tenía modulaciones acariciadoras . Cuando el dueño de la casa pronunció el nombre del célebre bandido se fijó en el rostro del desconocido y le pareció que éste tembló ligeramente mientras clavaba erl él aqueHa mirada fria y penetrante que le había causado malestar mu· cho antes en el jardín y que ahora acabó por hacerle enmudecer. En toda la tarde se estuvo bailando en casa del señor Balbuena. Los que no bailaron por no saber o porque no eran amigos de andar haciendo piruetas al compás de la música, se dedicaron a organizar juegos de salón unos y echar partidas de ajedrez y tresillo otros. La tarde había sido corta, muy corta para aquella gente, como sucede siempre en donde todo es alegría y diversión . Y la.~ horas les parecieron a todos excesivamente cortas aque-la tarde, y todas las miradas que se dirigieron al viejo reloj de pared, cuando anunció las nueve de la noche eran de disgusto y malhumor; aún querían divertirse, pero era ya muy tar· de y sabian que el dueño de la casa tenia Ja an· tigua costumbre de recogerse temprano, aún en dias de fiesta como aquél. Y es que el reloj, ese aparato mecánico que puntual marca las horas, y recuerda a los hombres la marcha inalterable del tiempo, tiene en la Alegría y en el Dolor a dos acérrimds enemigos. · No hay duda que solo es mirado con buenos ojos por aqueJlos que, como si llevaran de-n· tro del pecho una gran máquina reguladora, no conocen a fondo las sensaciones del vivir; por aquellos que solo viven una vida acompasa"d.a y pacífica todo ella sujeta al monótono tic-tac de un .reloj... En el dolor, el reloj es un factor más que viene a aumentar las penas del que su· fre, recordándole a cada campanada, que aún vive en este mundo de miserias y que aún pasa· rá horas de angustia . . _ Para los que esperan una iremediable desgracia, que la hora de Ja prueba ~e ace1·ca... Nadie puede figurarse la horrible desesperación que debe sentir el . reo de mue1·te, cuando las campanadas tristes de un . reloj lejano le anuncian la proximidad de la hora fatal. ... Enemigo siempre es de la alegria, de todo aquel que se divierte. ¡Cuántas diversiones concluí· das! ¡Cuántas alegrías desbaratadas por su causa! Cuántos jovenes han perdido el deseado "sí" que veían vagar casi imperceptiblemente por los labios de la amada cuando el reloj la ha sacado de su en~imismamiento indicándole la con~lusión de una fiesta . .. Pero volvamos a nuestra h'storia. Don Pedro Balbuena no había quitado en toda la tarde Ja vista de aquel desconocido. A las nueve y siguiendo sv.s viejas costumbre~ se dirigió a todos los presentes y les anrnció que ya era hora de descansar. Al día siguiente aún podrían diver· tirse puesto que la fiesta continuaría hasta la tarde. Luego, aprovechando un momento en que Ro· s::tlía pasaba por su lado, la detuvo. -Hija mia no te asuste~, pero procura no dormirte. Me temo que · esta noche nos dé una sorpresa nuestro huesped. -Pero, papá, aún sospecha usted de ... -Si-le interrumpió su padre-ahora más que antes ¡con que alerta! -Parece demasiado caballero .. : -Ta, ta, ta, sí fíate de su cabal"erosidad. Pero a mí no me engaña ese tipo: ya he nvi-ado a la policfa para que lo atrape · "in fraganti". Cuando Rosalía se hubo recogido, don Pedro se dirigió a su despacho. Allí le aguardaba un hombre que al verle en· trar se levantó y le saludó ligeramente con la cabeza. -¿Es cierto que me quería usted hablar, don Pedro? Asi me lo ha comunicado Rosa lía de su parte. -Si amigo, siéntese y escuche lo que le voy a decir. -Usted dirá. -Antonio, usted sin duda habrá oido nuestra <:onversación en la mesa ... -Sí,-exclamó irónicamente Antonio, pero con cierto temblorcillo en la Voz--del célebre bandi~ do. -Perfectamente. ¿Usted Je ha visto alguna vez personalmente? -Yo no. . . o mejor dicho, sí, recuerdo que una vez fuí por asuntos de mi profesión a Bi· libid y le ví al1i, pero como ya hace tiempo de eso ... -¿Podría describirme algunos rasgos de aquel hombre? Antonio estuvo pensativo unos instantes. Luego como si hubiera conseguido hilvanar sus ideas, conte~tó decidido: -Sí, parece que recuerdo algo, era de estatu· ra regular, de formas atléticas y algo moreno, creo yo ... -Basta, basta-le interrumpió el viejo satis· fecho-es el mis!Nl, no cabe duda. Antonio, el uconde" está entre nosotros y por lo visto está preparándonos una sorpresa. -¡Cómo !--exclamó el interpelado con aire de sorpresa-ese bandido aquí! Y usted allí tan tranquilo. AviRaré a la policía. -No se apure, ya lo he hecho y estarán aqui de un momento a otro. -¡Ah! ¡Menos mal! -Quiero pedirle un consejo. ¿Cree usted que debería quitar el dinero de la caja fuerte y es· conderlo en otra parte o dejarlo donde esta? -¡Oh! De ninguna manera--contestó Antonio apresuradamente-en ninguna parte está más s;eguro que allí. Además podria espiarle y enton* ces . . . -Sf, tiene usted razón, lo dejaré. Pero lo que es yo paso aquí toda la noche. ¡Qué se atreva a acercarse a la caja! Además la policía no tardará en llegar . Antonio estuvo unos instantes silencioso. Lue· go se acercó al Sr . Balbuena y le dijo persua· sivo. -Yo me encargo de velar aquf. Váyase a descansar, que a su edad necesita usted reposo. En un principio el viejo se negó a ello, pero Antonio se valió de todos los recursos para convencerlo y el viejo accedió. -Muy bien-dijo-ya que usted se empeña, pero de todos modos no cenaré los ojos y bastará con que dé un grito para que venga en su ayuda. Ya son las nueve y media y la policía no tardará en llegar . . . . Cuando Antonio se quedó ·solo en el despacho de don Pedro se sentó en una silla y se 'puso a contemplar la caja fuerte que se hallaba enfrente de él. Asi estuvo aguardando. Al poco rato oyó que daban las diez. Se levantó y Se puso a dar vueltas por la habitación atisbando por si apercibía álgun ruído . Luego dándose una palmada en la frente exclamó: -Si seré bruto, se me ha olvidado·-Y salió del despacho. Apenas había abandonado Antonio la estancia, cuando un hombre se deslizó por la puerta dentro del despacho. El recién aparecido apagó la luz y se arrodilló frente a la caja fuerte. Estuvo manipulando en la cerradura algunos instantes y luego abrió la tapa y se apode1·ó de los billetes de banco que allá había guardados. Se levantó e iba ya a salir cuando de repente se encendió la luz y apareció en el dintel <le Ja puerta una mujer. Era Rosalía. Al ver al hombre aquel no pudo reprmiir un grito : -¡ Usted!--exclamó espantada. Ante ella se erguía Ja viril figura de aquel desconocido que tanto le había atraído, un poco pálido, pero siempre sereno y con aquellos ojos penetrantes fijos en ella. -No se mueva, señorita, ni intente gritar o será el último grito que dé en su vida-y amenazador le apuntaba <"On una pistcla. La joven muda de terror no dijo palabra. El desconocido entonces con la mayor calma, arrancó una de Jas cortinas de la puerta y después de amordazarla con su pañue!o le ató las manos y los piés. Cuando hubo concluído la alzó sobre su~: hombros, la dejó en una pequeña habitación que había contigua al despacho y que hacía las veces de biblioteca. Después cerró la puerta y desapareció en la obscuridad. A los pocos momentos volviO Antonio. Se sentó de nuevo en su i:;itio y esperó. Al parecer, no se había dado cuenta de la pequeña escena que se había desarrollado pocos minutos antes en aquel mismo sitio en donde él se hallaba. pues sacando un cigarirllo se puso a fumar tranquilamente . Entre tanto don Pedro Balbuena que se había echado vestido en el lecho, tenia los nervios en tal tensión, que optó por levantarse y ponerse a pasear por toda la habitación, temiendo oir a cada momento el grito de Antonio pidiendo auxilio. Al poco rato miró el reloj. -A las doce menos: cinco-murmuró-y aún •.• No pudo concluir. Oyó. un disparo y luego el 1·uído de dos cuerpos que luchaban y :uego una gritería general. Todos los de la casa se ha!:>ían d~,spertado al oír eJ tiro y acudían presurosos al sitio en donde se armó el zafar ancho. D.:in Pedro bajó volando las escaleras con pe~!g1·0 de romperse un huec;o. Cuando Uegó a su despacho quedó sorpl'en<lido. Dentro habia muchos hombres. En el centro. mismo, el hombre desconocido tenía sujeto a otro a quien en aquel preciso instante estaba colocando las esposr,s . Si a don Pedro en aquel momento le hubieran echado una vasija de agua iría de fijo que no hubiera experimentado igual sorpresa que la que experimentó al ver al esposado. Era Antonio. Aquel hombre no parecía el mismo de antes. AqueJJa finura y elegancia tan bien fingidac;, hab?an desaparecido y ahora viéndose irremediablemente perdido se presentó ante Jos ojos atónitos de todos los presentes tal cual era, con una sonrisa perversa e irónica y con una mirada. fría y cruel que helaba la sangre. Uno de los presentes, que no el'a otro más que el jefe de policía Mr. Smith, viendo que tanto el dueño de la cttsa como los demác; c;e miraban asustados como preguntándose algo, .se adelantó, y dijo pausadamente en medio del mayor silencio: -Permítame, señor Balbuena, que le explique lo sucedido, Este hombre que aquí veis e!;posado y sorprendido en el acto mismo en que intentaba forzar la caja fuerte es Pedro Arcos, mejor conocido por el apodo de el ºCondeº, varias veces con. victo por robo y prófugo de BiJibid en donde se hallaba cumpliendo su condena. -Pero ... -comenzó el señor Balbuena. -Sí, se presentó como abogado, ¿verdad? No le haga caso. En otras ocasiones dice que es médico y en otras contador público. Y continuó, señalando al desconocido: -Y permítame ahora que le presente al Sr. All:erto Saenz, rico propietario de Manila y por afición uno de mis mejores agentés secretos. $;? tmpeño en arrestar al "Conc!eu y Jo ha conseguido. Ya lo ven ustedes. -¿Y Rosalia? ¿Dónde está mi hija?-preguntó don Pedro no viendo a su hija. -Aquí estoy, papá-conteStó la joven, que había sido libertada de sus ligaduras por uno de los agentes. Rosalía se había quedado en el dintel de la puerta escuchando lo que decía Mr. Smith. Alberto entonces se adelantó y entregó al Sr. Balbliena la cantidad que había sacado de la caja mientrs decía sonriendo: -Como usted comprenderá, no quise aventurarme y por temor a un fracaso a última hora, me adelanté y saqué el dinero, para tenerlo seguro en mi poder. Y luegG dirigiéndose a Ro~ salía, le susurró al oído despacio, con aquella voz que tanto gustaba a Ja joven: -Roaalía, ¿me perdona? Tuve que tratarla rudamente, pero ya ve usted, me obligaron las circunstancias. Pude haberla dicho Jo que sucedía y pedirla buenamente que no gritara, pero en aquel momen· to no se me ocurrió y temí que todos mis planes se desbarataran. -¡Oh! No se preocupe. Además, ya sabe usted bien que no tengo que perdonarle. Y le envolvió en una mirada tan llena de halagadoras promesas, que el joven por primera vez en su vida se vió en grandes aprietos para sostenerla sin pesteñar. Han pasado varios días sin que Mr. Smith, el jefe de policía, haya tenido más noticias de Alberto su agente favorito. En este momento aquél se halla desayunando tranquilamente en su casa rodeado de su familia. De pronto suena el timbre del teléfono. Se levanta y corre al aparato. -¿Hello! ¿Quién es? -Yo, jefe-contesta una voz. -¡Ah! ¿Alberto? -El mismo, señor, ¿qué tal? ¿Cómo está us· ted? -Bien, bien. ¿Pero qué pasa? ¿Otro anes· to? -Sí, Señor; otro arresto y otl'a vez Je necesi· to. Sin embargo basta con que mañana venga u.sted solo . -¿Otra vez a La Laguna? -No, ahora en Manila. -Bueno hombre, bueno, iré. Pero dime antes ¿está ya a1·l'estada esa persona o por arrestar? -- ------'--------------r-"flll~~~;~~~~ SECUR;~-l 1 1 "FILIPINAS BUILDING" 1 1 1 21 PLAZA MORAGA 1 1 ll!ANILA 1 1 ACEPTAMOS SEGUROS DE 1 1 VIDA 1 1 1 INCENDIOS 1 MOBILIARIO 1 MERCANCIAS 1 j VAPORES 1 1 AUTOMOVILES 11 FIANZAS y GARANTIAS 1 PRESTAMOS HIPOTECARIOS 1 1 SE ALQUILA LOCAL PARA OFICINAS j I Dirijánse a la: 1 1 Oficina Central, Cuarto No, 205 ll 1 "FILIPINAS BUILDING" ll Teléfonos 21763 y 21764, 1 P. O. Box No. 745, Manila j ·!·--·-· -· ------------· ·!· r---·-A~~;~-;V-~;;--·-·-·¡ 1 Fotógrafo Comercial 1 1 1832-C Int. Azcarra.ga 1 1 Sta. Cruz. Manila Tel. 2-51-39 1 -Arrestada, jefe y para toda la vida--contestó Albe1'to alegremente. -¡Cuánto me alegro! ¿Y a qué hora será la boda? -A ial'i siete en punto. No falte usted se lo pido por favor, que Rosalía tiene especial empe· ño en que esté usted presente. -No, muchacho no temas, estaré allí sin fal· ta. ¡No faltaba más! --Bueno, jefe, hasta mañana. -Ha;sta mañana. Junio 11, 1929 •!·· -· -----· ---· -· ------·" 1 • 1 1 ARELLANO ART STUDIO '¡ SAMANILLO BUILDING 1 1 Escolta 619 Tel. 2-38-37 1 1 ·:·----·-· -· -· -· --· -, -· ----· ·:· . 1,.-· ---· -· -· -· -· -· ---· --· --·¡· 1 "EL HOGAR FILIPINO" 1 1 SOCIEDAD MUTUA DE CONSTRUCCION 1 1 Y PRESTAMOS 1 1 Fundada en 1910 1 1 P. O. BOX 105 MANILA ! 1 1 1 Quien no vive en casa propia 11 1 es porque no quie1·e hacerlo. 1 Quien dinero necesite, 1 1 pida en EL HOGAR dinero. ' ¡ 1 Se ofrece en las más ventajosas condi· • 1 ciones, a plazos, para construir edificios, pal ra mejorarlos o para _librarlos de cntratos I onerosos. 1 1 Facilita prospectos EL HOGAR FIL/PI- 1 1 I NO, Sociedad mutua de Construcción y _ 11 Préstamos. 1 1 Pidanse prospectos. Se remiten gratis. 1 1 _ ANTONIO MELIAN MANUEL M. RINCON I P1·esidr.nte. Gerente. f ·:·------· --,-·-· -· -· ---:· • 1 ···-· --·-· -· -·--··-· ---· -· ---.. :·