Su esposa de una noche

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Title
Su esposa de una noche
Language
Spanish
Year
1929
Rights
In Copyright - Educational Use Permitted
Fulltext
Su OfsEosa de una 9\bche . J'cr OWanc>erer'V ,f~ · :. L cerrarse tras él las tres puel'las de hierro : ·{ -· de> Bilihid, que le Sl'paraban del re!'to ~le Jos j_/...,;;. mortales y anojaban sobre :-:u frente el es. ., · tigma de un presidiado, Tasio perdió todn )a apa!·ente ealma y sangre fría que había d(•mo3trado en todo el juicio hasta e:i el momento mismo de leérst!le la sentencia, y por primera vez se sintió abatido e indefenso, ante su propia rf.m·ieneia que lt• a<·usaba <:on voz más Ju(•rte e irr<'futable que el fiscal que le habia <•nviado a aquel kgar de cx pia(' ión . Como un autómata se sometió a la ceremonia inaugural del bailo y al eambio de su traje ele cal!e po?' el df:> guingón, toseo y oscuro, de la prisiún, c_·uya aspereza erizá bale 1a piel. ¡Oh, ~i aqut'lla ablucifin l·orporal tuviese al mismo tiempo la \'Írtud de limpiarle el alma, de las pelladas de c i én::i gc~. que la vida había echado sobre el1a! Una vez en la (•elda común, lejos del ojo escudriñador v el oídO atento de los guardias, cer· cim:inle ráp.idamente sus compañeros de infor· tnnio y de habitación, asaeteándole a preguntas y ¡oh sorpresa! llamúndorr.e por su propio nombre. Hasta sabían la (•antidad exacta. precio de su caída, y podían (!etirle los años, los meses y los días a que ascendía el total de su condena. Tasio no podía expliearse lo bien enterados que (>staban aquello:-; hombres de lo que :mcedía fuera de la pl'Ísión. Mús tarde :-;upo que recibían periódicos y estaban al tanto c!e cuantos crímenes y proC'e:-:.os judiciales se <·ometían y se ventilaban al otro lado de aquellas paredt>s. Por el momf'nto, r.o salía de su sorpl'esa. No pocos le tuteaban ya con entera l·onfianza, como si la identidad de su situación y su comunidad de intereses les autorizasen para ello. -Vamo:;, aquí entre nosotros, n~ valen disimulos-habló uno «on un }(uiño signifkativo en los ojos y poniéndole una mano ~mbre los hombros con adem<Í.n prote(·tor. - Todo el que aquí entrn se deja la mú:-;cara en la puerta. ;.A qué seguir la comedia, si todos n-.>s conocemos? Con que dino:; la verdad, compadre: ;.dúnde deposita~t<! el fruto d<' tu trabajo, (!Ut' ~asta ahora <rndan locos por enrontrar esos perros de la polida? - Mira-le indi<.·ó otro de catadura siniestra, para animarle a desembuchar :-aquí hay muchcs pájaros del mismo plumaje amigo. ¿Ve,,. a ese "Bigotito" a lo Chaplin? Pues ése erJ. el famoso t':>tafetero de Batangas. que torció d rumbo de veinte mil pPsos <>n (·artas certificadas. ¿Aquel "Patillas" a lo Valentino? Put>s, el aduanero de Ll•gazpi. que en una noehe pedía en la mesa d<' poker hasta cinto mil pesos. Aquel de más allú, que pal'N·e ineapaz de romper un plato, pues c>s el «ajern de la ca':'a Brown and Co .. quien en vez de ingresal' en el banto hada sus ingresos nodurnos en !a hafü•a ch• !1/ong .'1<•1·io. A(·onalado por todos lados, Tasi:i at·abó por trnnsigir y quitai·se la careta de inocencia que hasta allí había adoptado, por comodidad y convenienda. Grfü·ias a ella, po!' lo menos, se libró de muchas explicaciones enojo:-:as y adem<ls, dt' los honorario,,. dr ah:1gado, puesto que habi:-ndo alegado ser mil:-: pobre que una rata le dieron uno de ofitio. De esta forma, empezó el relato de su vida, hasta el momento de caer en las garras de la ley . A su alrededo?· se formó un cordilo y Tasio ohservó desde el primer momento qul' era aquella una audiencia que estaba detid:damente por ~l. •1ue simpatizaba ton su:-: (·uitas, comprendía sus moti\'os y se adelantaba a excusar su delito, en lugar de la glacial indiferen<·ia y hasta franca hostilidad manifestada por el público y Ja prensa hac·ia él, durante la tramitaeiún dP su eausa. 11 Era un triste empleado que ganaba sus sesenta pesos al mes en un almacén de la Escolta. Era otro joven campesino, que habia sido seducido por, ·el canto de -sirena de la gran ciudad. Cuando terminó la intermedia, lejos de releval' las rudas manos paternales, llenas de arrugas y sudores, en las faenas del campo, babia soñado en coriQuistar Manila. · Estudiaría cualquier cosa, haría carrera, seria un señorito más de la ciudad, y no un tao sin noínbre y sin glorja, que había de revolcarse toda la vida en los surcos cenagosos del semental, empuñando el arado y marchando siempre detrás de un carabao pesado y maloliente ... No, él no sería como su padre, su abuelo y el abuelo de su padre. Esclavos eternos de la tierra, en la que habian cifrado los afanes y esper@.nz&s de toda una vida, y de la que no podían elevar nunca sus ojos, encorvados y ciegos a la luz de aquel horizonte de rosa, que se perdía todas las tardes, al otro lado de los montes, y que a sus ojos juveniles, cargados de ilusiones, representaba Manila, título académico mujeres bonitas, placeres sin cuento, gloria, felicidad, todo. Y vino a la capital. Estudió y bailó por 'un año, a costa de sus padres y de aqueta tierra ma0dre, que tanto despreciara, única fuente de recursos para él y toda RU familia. Pero al siguiente un día que sopló huracanado, barrió e inundó toda la cosecha de un año, y con ella la pensión del hijo pródigo. Entonces comenzó el calvario de su vida en la ciudad, subiendo y bajando oficinas, yendo de casa en casa, pasando de un desengaño a otro, en buf!ca de un empleo, antes que sufrir la humillación de volver a su pueblo, vencido y vacio de bolsillo y de cabeza, con el rabo entre piernas. Al final de muchos días de ayunos y de peregrinaciones a caza del pan diario, dio con un puesto de mensajero en un almacen de tejidos y novedades en la Escolta, muy fatigoso y mal remunerado. Era lo mejor que se le presentaba, y él que babia soñado en ser un señorito pinturero, que no habría de llevar en la calle más impedi, mentos que sus libros o algún bastón charolado y retorcido, tuvo que aceptar agradecido un empleo en el que todos Jos días había de atravesar las calles más céntricas, cargando paquetes y envoltorios sin cuento. ¡Cómo se re.irfan de él sus paisanos, si alguna vez le vieran cruzar la Escolpta co~ su carga a cuestas, igual que uil carabao de aquéllos que montaba de chiquillo, para ir nl campo! lII Día de Domingo. Uh compañero de oficina arrastró a Ramiro de paseo, para librarse del calor sofocante de la ciudad, hasta Marilao. Allá se bañaron, y antés de que pudieran salir de su estupor, dos, cuatro, seis brazos femeninos hacíanles señas vehementísimas, trazando amables curvas de bienvenida en el aire, y llamándoles a voz en cuello, disputábanse el placer de agasajar a los dos mozos de Manila, en sus respectivas panciterías. -Mu-má dine! -MA-MA, dito! -MA-MA, DOONI El que no está acostumbrado a estas cosas se queda medio tonto, viendo y oyendo a tantas ca. ras bonitas gesticulando y vociferando a un tiempo, para capturar al viajero que caiga entre sus manos. No falta más sino que se lo arrebaten entre todas, a fuerza de estirones, abrazos y empujones. Por último, nuestros dos amigos, después de unos ratos de indecisión y verdadera perplejidad se decidieron por entrar en el local llamado Fely's Place. Paredes blancas, lo mismo que los escaparates y los manteles. Sobre las mesas, erguíanse floreros en que estallaban dos o tres rosas reventonas. Todo era blanco, limpio y aseado, un marco digno para la belleza y frescura de la mujer que presidía y era dueña del local. Esta se presentó ante ellos, muy peripuesta, empolvada y perfumada. Vestía camisa de sinamay verde, bajo la que se trasparentaban sus brazos mórbidos y sus turgencias locas, que parecian querer saltar a cada paso de !llU albo calabozo de encajes y bordados. Fely era chata, de ojos chiquitines, labios gruesos y dos o tres dientes metálicos; pero todos estos defectos desaparecfan ante su sonrisa devastadora, que empleaba ella como la mejrir arma para conquistar paroquiano!ll y el condimento más sabroso de cualquier plato preparado por ella .. En las redes de esta sonrisa, o mejor, en los dos hoyuelos deliciosos que formaba en ambas mejillas, cayó preso el incatito corazón de Tasio, a quien presentó su compañero, guasón y petimetre: -Ahí tiene usted, Fely, al hijo del dueño del establecimiento en que trabajo ... IV Así fué cómo se conocieron: El tuvo para ella los más finos cumplidos, los requiebros más apasionados. Ella para él los manjares más apetitosos y las sonrisas más cautivadoras. Tasio, para no desengañarla y por halagar su propia vanidad, no tuvo el va:or de deshacer la patraña generosa del amigo; y en sucesivos encuentros, para aturdirla con su pretendida opulencia, fué a obsequiarla, ya con un pañolón de seda, o ya con un bolso de mano del más fino cuero; ora con un par de medias chiffon, ora con lazos, cintas, telas y demás chucherías, sin más valor que el que adquirian a los ojos de la mujer amada. · De dónde y cómo adquiría estos objetos costosos, con su exiguo salario, al principio quedaba explicado por el montón de vales que iba librando sin tregua ni reposo contra su inenguado salario; mas lÚego, cuando éste ya no daba de sí ni para un alfiler, ya fué cosa de su exclusivo conocimiento y riesgo. Sólo que cada vez que hacía algún obsequio a su novia pansitera coincidía con la desaparición de algún objeto en el almacén donde trabajaba. Estas desapariciones, que al principio ocurrían muy espaciadamente, luego sucediéronse con tan furiosa frecuencia que el jefe del establecimiento, justamente alarmado, se puso en guardia. Luego ... ¿para qué seguir contando, si tenía que suceder, tarde o temprano? Ramiro se casó con Fely, una noche de luna sin encomendarse a l>ios ni al Diablo. La tenducha humilde, que fué la cuna de su idi:io, se convirtió en la noche de bodas, en un ascua de luz, florecida de sampaguitas. de ilang-ilangs, de camias y champakas, que colgaban rameadas de lo.s vanos de puertas y ventanas. Asistió la rondalla más jaranera del pueblo. Bailaron las mozas más garridas. Burbujeó el vino y la alegría en abundancia. Fué una noehe señalada con piedra blanca en los anales de Marilao, la última que Fely's Place se abría al apetito y al palique de desocupados y caminantes, porque al día siguiente se cerraba para siemp1·e. ¡No, el hijo del dueño de úna casa de moda:;; en la Escolta no podía permitir que su esposa siguiera al frente de una vulgar panciteria ! Antes de mediada la noche y estando la fiesta en plena ebullición, escapáronse los novios, en una máquina devoradora de distancias-un auto coloruni sin PU, que el mozo hizo pasar por suyo -a Sihul, donde proponíanse pasar su luna de miel. V Por desgracia, ésta no pasó ¡ay! de una noche, porque al día siguiente, muy de mañana, se Presentaron dos detectives de Mani'a co~ una orden de arresto para Ramiro. Estaba basada en pruebas .que tenían de que éste había ~ido el autor de varias sust r accione de efectos del almacén por valor de P800, y del desbalij amiento del cajero auxiliar de la casa ocurrido cuatro días atrás. Este iba al banco a depositar Pl0,000 en papel moneda, y al pasar por debajo del Puente Jones, huyendo de un fuerte chaparrón, füé artera y :;;úbitamente agredido en la espalda por un desconocido, que debió haberle seguido los pasos desde la oficina, y tenido noticia del dinero que llevaba. Un registro minucioso de la casa de su esposa de una noche, y la investigación del género de vida que había estado llevando últimamente el mensajero, dieron con la clave del misterio de las pérdidas continuas de mercancías en la tienda y del robo de diez mil pesos, y pusieron en manos ,de los funcionarios de la ley las pruebas necesarias para obtener su convicciñon. -Pero no han dado nunca con el dinero, ni darán jamás con él, porque ·lo he previsto todo desde el día en que di el famoso golpe-terminó Tasio su l'elato. Y bajando la voz, añadió en tono confidencial, a los oídos de sus compañeros, que estrecharon el cerco en denedor suyo, para oir mejor aquel secreto, por el que más de un secreta daría cualquier cosa por compartir con ellos. -De los diez mil, me gasté mil en los preparativos y festejos de la boda. El resto lo entregué el día de la boda a mi mujer, quien siguiendo mi consejo lo cosió inmediatamente dentro de su almohada de soltel'a, salvándolo así de las pesquisas de mis perseguidores. Pal'a nuestra futura felicidad ... Los oyentes de Tasio· felicitáronle poi' tan in. geniosa idea y mentalmente se hicieron la cuenta de que cfe("tivamente salía ganando él, siguiendo ~u modo de pensar. Cuatro años con algunos meses y días, que era la extensión de su condena, pasan sin sentir para el que espera y cree, y con la no remota posibilidad del indulto y !as re~ucciones por buena conducta aun podrían convertil'se en tres años, o quizá menos. En tres años fu.era, con el exiguo haber de sesenta al mes, jamás conseguiría reunir los diez mil que había atesorado en un día ¡ quiá ! en unos segundos, de 1·ápida maniobra. En cambio, tras de tres añcs de resignación y un pequeño sacrificio todavía hallaría al salir de la prisión Ja senda de la felicidad y de la fortuna, en los brazos de su adorada mujercita, la esposa de una noche ... YI Tres añQ!I: después, Tasio salía de la cárcel, con rl período de su condena reducido, gracias a su buena conducta. Pero a las puertas de la prisión no le esperaban !os brazos de la felicidad ni de Ja fortuna, no, como él soñara, sino· la cruda realidad amasarla con lágl'imas de de.::epción y el espectro de la miseria. La vida le había hostigado sin clemencia. Su pasad.> había sido una triste pesadilla de la que acababa de despe1·tar. Su presente y su futuro reducíanse a una sola palabra: venganza. Desde la prisión ya había tenido notidas, por nuevos "huéspedes" .de la traición de su esposa, quien lejos de guardarle fidelidad y el dinero que babia robado para ella, en cuanto descubrió su verdadera condición, fugóse con otro hombre y con la ~urna, que le había costado a él ¡pobre e infeliz! el precio de su libertad le puso casa al "otro" y hasta le paseó en coche, segura de su impunidad, por lo menos mientras el marido engañado siguiera pudriéndose en la ·cárcel. Mas todas las pesquisas de Tasio, para ciar con el paradero de la infbl, una vez extinguida su condena, fueron inútiles. Probablemente había alzado el vue~o a otra parte con !'!U amante, temerosos de la venganza del ex-convicto. lnterín Tasio tenía que vivir, y aprovechando una huelga declarada en un garage de la localidad ing1·esó de wasliing primero y al cabo de algún tiempo ascendió a chofer. Una noche negra y tormentosa, que se hizo madrugada más tenebrosa aún, pidieron un coche de~de el cabaret de La Loma y. allá fué Tasio en carrera vertiginosa con los rayos y la lluvia, que cuadriculaban el espacio p1'oduciendo horrísono fragor. Llegndo que hubo el coche al pie de la escalinata del cabaret, metióse presuro!'"a en él una pareja mas no tan de prisa que el chofer no pudiera columbrar las facciones de la mujer, al noner ésta el pie en el estribo. Tasio, a duras penas pudo reprimir un gi·ito de sorp1·esa, al reconocer en aquella bailarina. que Boda l'alem-Fenuímlez, celel1rada rn la /gle· NiCI dt• lo." Pudres C"¡>m·hh1os, el Sábado .'lfl de agosto. l~o.~ no· v ioN Sdff. MarÍll- Pflz Vulern Azcuni y 81'. .Jo.~é F<~H1ámlez Mortrra, con 1111.~ ¡uufri11os, Du. Emiliuna l'cln. <le Cnl~·o y O. Miguel Fernánde:.. /_,o Srta. M"Ud"le11a Rorbo::a Imperio/ y el Sr. Curlns Mmut/n . momr)1fos des1>11és <ir lo rerem011ú1 de s11 oilllc<' H Q/cmniwdo en la Jglesi<t 7mn·0t1uial de Tondo !I e11 /u q11e f11er011 t1pfüfri11mlm; 7101· hr Sra. <fr D. <)11i11tí11 P<11·edrN y el Juez Abreu. se le entregaba como su pasajera, a Fely, su esposa de una noche, por quien había sufrido tres años de presidio, por quien babia robado y habría matado también, si fuese preciso. ¡Matar! si. .. Mataría ¿por qué no? Esta era la ocasión que se le presentaba para resarcirse de todos sus agravios. En un relámpago cruzaron por su imaginación el mundo de ultrajes y desengaños que :a vida había acumulado sobre su cabeza: engañado, robado--robado. si, de .lo que había robado pagando por ello el precio de su libertad-c!esertado y ahora envilecido. . . ¡Su esposa una vulgar baila,·ina, que vendía ~us abrazos, con música .y todo, pero abrazos al fin, a tanto por hora y quién sabia si también sus caricias! Al acceso de cólera, con que de momento quiso esh'angular a la mujer causante de todo su infortunio, la que mientra.:;; él sufría privaclones sin cuento entre cuatro paredes bailaba entre un enjambre de pisaverdes, que se disputarían su talle maravilloso, sucedió la reflexión fría y reconcentrada-la calma que precede a las grandes tempestades---con que planeó su venganza. Su coche rodaba ya por la avenida Rizal, azotado por el viento y el chubasco, con una velocidad que si bien justificaba lo avanzado de la hora, no así lo espeso de la lluvia y lo re~~ala­ dizo del suelo. Más de una vez sus pasajeros trataron de refrenar, visiblemente alarmados, su temeridad homicida: -Pero ¿a dónde nos querrá llevar este diablo con tanta velocidad ?--chilló la mujer prE!Sá de espanto, viendo la futilidad de sus intentoa y lo!li po¡;:::tes desfilar uno tras otro por su latlo, como una exhalación. -¡Al infierno !-mHculló frenético el chofer volviendo la cabeza y mirando cara a cara a su mujer para darse a conocer. En aquel mismo momento sonó un espantoso ruido-saltar de cristales hechos añicos, chocar del hierro contra el hierro, el furioso aseeta20 de la muerte contra la vida. . . ¡ D~spués, nada! VII Cuando Tasio volvió en si en el hospital general, donde le habían llevado después del uaccidente"-nadie sospechó la verdad-una muje.¡. con un brazo vendado y dos o tres parches en la cara se hallaba a su lado. Era Fely. A su vista quiso incorporarse, pero no pudo. Un dolor agudo en la pierna derecha le clavó en la cama. -Sosiégate. Tasio. Soy yo, que vengo a pedirte perdón-murmuró con voz compugida la infiel.-Estaban aquf hace un rato el fiscal y dos policías para tomarte declaraciones. Yo, que te reconocí en aquel instante fatal, le~ aseguré que todo se debió a un accidente imprevisto. Que una carretela sin luces cruzó la calle en el momento mismo en que atravesábamos una esquina, y para no echarte sobre ella viraste la manivela. Luego, la fuerte lluvia, el suelo resbaladizo y el poste inmediato hicieron todo. lo demás ..... . :r ."orno el muerto era mi marido-añadió .. . -¿Cómo? ¿El que iba contigo, murió? Y ¿era tu marido ... ? No comprendo, Dios. ¡Si estaré delirando! -No, no es delirio. Es la pura verdad .. Oyeme: tú no eres, jamás fuiste mi esposo. Antes de casarme contigo, me había unido a ese hombre. Era muy niña aún. Un dia me escapé con él de la escuela y un pastor, que vivía en los aitoS de una barbería, nos decl&ró marido y mujer en un abrir y cerrar de ojos, sin más testigos que su propia esposa y su cuñado. Después de un mes de casada secretamente, desapareció él . sin decirme nada. Más tarde me enteré de que. se había embarcado para América. Y nada más. Pasaron años, sin una carta, sin una noticia del ausente, hasta que tú surgiste de repente en mi vida. brindándome amores y todo cuanto podía apetecer. . . Tú sabes el resto de la historia. Temí perderte confesándote la verdad y cuando siendo ya mío te sacaron de mi lado, crei volverme loca. Créeme. Hasta que volvió el o:tro más pobre que una rata, y sospechándome riCa, con tu dinero, reclamó sus derechos de prioridad ... -¡ Basta, basta ! Y después de explotarme a mí, te explotó a ti, obligándote a bailar, ¿no? -Pero muerto él, soy tuya exclusivamente, podríamos rehacer nuestras vidas, si quisieras. Yo trabajaré por ti, mendigaré por ti. ... -quiso ella cogerle una mano para besarla, mas él la rechazó como a una víbora. -Apártate de mí. ¡Dios aun es piadoso! Luego. si tú nunca fuiste mi mujer, jamás pudiste engañarme. Mucho menos, ahora. Entiéndeme bien. Siendo mía, quise matarte: mas siendo tú completamente extraña para mf, como me acabas de revelar, nada quiero de ti, viva ni muerta. Los hijos del campo seremos capaces de robar, o de ser robados, por una mujer; pero vivir de ella, como me propones hoy, jamb. Jamás ¿oyes?-y debilitado por el esfuerzo y el dolor, volvió a caer inconsciente. VIII Pasaron dfas y meses y años. El tiempo misericordioso, que cura las heridas del cuerpo, y calma las penas del alma, devolvió a Tasio, el hijo del 8.briego, a los suyos, al fiel compañero de su infancia, el carabao paciente, y a la sementera que le vio nacer. Era como si bajo aQuel ambiente de paz arcadiana, aquel triste deshecho que la vida ciudadana volvía a arrojar sobre sus pasos, asistiera a su propio renac~r ....